Jardin umbrío
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Jardin umbrío

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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Índice
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Información del libro

Jardín Umbrío es una colección de cuentos de Ramón María del Valle-Inclán inspirados, en palabras del autor, por los cuentos de miedo que le contaba la sirvienta de su abuela. En ella, el autor hace una aproximación a las historias de misterio, de toque siniestro, del lado más supersticioso de su Galicia natal en una compilación de lo que él llama Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones. En estos cuentos se mezcla la fina ironía de la pluma del autor con una suerte de costumbrismo rural muy cercano al lúgubre sobrenatural becqueriano.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726485639

JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*:
ROSARITO

Cap. I

SENTADA ante uno de esos arcaicos veladores con tablero de damas, que tanta boga conquistaron en los comienzos del siglo, cabecea el sueño la anciana Condesa de Cela: Los mechones plateados de sus cabellos, escapándose de la toca de encajes, rozan con intermitencias los naipes alineados para un solitario. En el otro extremo del canapé, está su nieta Rosarito. Aunque muy piadosas entrambas damas, es lo cierto que ninguna presta atención a la vida del santo del día, que el capellán del Pazo lee en alta voz, encorvado sobre el velador, y calados los espejuelos de recia armazón dorada. De pronto Rosarito levanta la cabeza, y se queda como [172] abstraída, fijos los ojos en la puerta del jardín que se abre sobre un fondo de ramajes oscuros y misteriosos. ¡No más misteriosos, en verdad, que la mirada de aquella niña pensativa y blanca! Vista a la tenue claridad de la lámpara, con la rubia cabeza en divino escorzo; la sombra de las pestañas temblando en el marfil de la mejilla; y el busto delicado y gentil destacándose en penumbra incierta sobre la dorada talla, y el damasco azul celeste del canapé, Rosarito recordaba esas ingenuas madonas, pintadas sobre fondo de estrellas y luceros.

Cap. II

La niña entorna los ojos, palidece, y sus labios agitados por temblor extraño, dejan escapar un grito:
-¡Jesús...! ¡Qué miedo!...
Interrumpe su lectura el clérigo; y mirándola por encima de los espejuelos, carraspea:
[173] -¿Alguna araña, eh, señorita?...
Rosarito mueve la cabeza:
-¡No, señor, no!
Rosarito estaba muy pálida. Su voz, un poco velada, tenía esa inseguridad delatora del miedo y de angustia. En vano por aparecer serena quiso continuar la labor que yacía en su regazo. Temblaba demasiado entre aquellas manos pálidas, transparentes como las de una santa; manos místicas y ardientes, que parecían adelgazadas en la oración, por el suave roce de las cuentas del rosario. Profundamente abstraída clavó las agujas en el brazo del canapé. Después con voz baja e íntima, cual si hablase contigo misma, balbuceó:
-¡Jesús!... ¡Qué cosa tan extraña!
Al mismo tiempo entornó los párpados, y cruzó las manos sobre el seno de cándidas y gloriosas líneas: Parecía soñar. El capellán la miró con extrañeza:
-¿Qué le pasa, señorita Rosario?
La niña entreabrió los ojos y lanzó un suspiro:
[174] -¿Diga, Don Benicio, será algún aviso del otro mundo?...
-¡Un aviso del otro mundo!... ¿Qué quiere usted decir?
Antes de contestar, Rosarito dirigió una nueva mirada al misterioso y dormido jardín a través de cuyos ramajes se filtraba la blanca luz de la luna, luego en voz débil y temblorosa murmuró:
-Hace un momento juraría haber visto entrar por esa puerta a Don Miguel Montenegro...
-¿Don Miguel, señorita?... ¿Está usted segura?
-Sí; era él, y me saludaba sonriendo...
-¿Pero usted recuerda a Don Miguel Montenegro? Si lo menos hace diez años que está en la emigración.
-Me acuerdo, Don Benicio, como si le hubiese visto ayer. Era yo muy niña, y fui con el abuelo a visitarle en la cárcel de Santiago, donde le tenían preso por liberal. El abuelo le llamaba primo. Don Miguel era muy alto, con el bigote muy retorcido y el pelo blanco y rizoso.
[175] El capellán asintió:
-Justamente, justamente. A los treinta años tenía la cabeza más blanca que yo ahora. Sin duda, usted habrá oído referir la historia...
Rosarito juntó las manos:
-¡Oh! ¡Cuántas veces! El abuelo la contaba siempre.
Se interrumpió viendo enderezarse a la Condesa. La anciana señora miró a su nieta con severidad, y todavía mal despierta murmuró:
-¿Qué tanto tienes que hablar, niña? Deja leer a Don Benicio.
Rosarito inclinó la cabeza, y se puso a mover las agujas de su labor. Pero Don Benicio, que no estaba en ánimo de seguir leyendo, cerró el libro y bajó los anteojos hasta la punta de la nariz.
-Hablábamos del famoso Don Miguel, señora Condesa. Don Miguel Montenegro, emparentado, si no me engaño, con la ilustre casa de los Condes de Cela...
La anciana le interrumpió:
[176] -¿Y a dónde han ido ustedes a buscar esa conversación? ¿También usted ha tenido noticia del hereje de mi primo? Yo sé que está en el país, y que conspira. El cura de Cela, que le conoció mucho en Portugal, le ha visto en la feria de Barbanzón, disfrazado de chalán.
Don Benicio se quitó los anteojos vivamente:
-¡Hum! He ahí una noticia, y una noticia de las más extraordinarias. ¿Pero no se equivocaría el cura de Cela?...
La Condesa se encogió de hombros:
-¡Qué! ¿Lo duda usted? Pues yo no. ¡Conozco harto bien a mi señor primo!
-Los años quebrantan las peñas, Señora Condesa: Cuatro anduve yo por las montañas de Navarra con el fusil al hombro, y hoy, mientras otros baten el cobre, tengo que contentarme con pedir a Dios en la misa el triunfo de la santa causa.
Una sonrisa desdeñosa asomó en la desdentada boca de la linajuda señora:
-¿Pero quiere usted compararse, Don Benicio?... [177] Ciertamente que en el caso de mi primo, cualquiera se miraría antes de atravesar la frontera; pero esa rama de los Montenegros es de locos. Loco era mi tío Don José, loco es el hijo y locos serán los nietos. Usted habrá oído mil veces en casa de los curas hablar de Don Miguel; pues bien, todo lo que se cuenta no es nada comparado con lo que ese hombre ha hecho.
El clérigo repitió a media voz:
-Ya sé, ya sé... Tengo oído mucho. ¡Es un hombre terrible, un libertino, un masón!
La Condesa alzó los ojos al cielo y suspiró:
-¿Vendrá a nuestra casa? ¿Qué le parece a usted?
-¿Quién sabe? Conoce el buen corazón de la Señora Condesa.
El capellán sacó del pecho de su levitón un gran pañuelo a cuadros azules, y lo sacudió en el aire con suma parsimonia: Después se limpió la calva:
-¡Sería una verdadera desgracia! Si la Señora atendiese mi consejo, le cerraría la puerta.
[178] Rosarito lanzó un suspiro. Su abuela la miró severamente y se puso a repiquetear con los dedos en el brazo del canapé:
-Eso se dice pronto, Don Benicio. Está visto que usted no le conoce. Yo le cerraría la puerta y él la echaría abajo. Por lo demás, tampoco debo olvidar que es mi primo.
Rosarito alzó la cabeza. En su boca de niña temblaba la sonrisa pálida de los corazones tristes, y en el fondo misterioso de sus pupilas brillaba una lágrima rota. De pronto lanzó un grito. Parado en el umbral de la puerta del jardín estaba un hombre de cabellos blancos, estatura gentil y talle todavía arrogante y erguido.

Cap. III

Don Miguel de Montenegro podría frisar en los sesenta años. Tenía ese hermoso y varonil tipo suevo tan frecuente en los hidalgos de la montaña gallega. [179] Era el mayorazgo de una familia antigua y linajuda, cuyo blasón lucía dieciséis cuarteles de nobleza, y una corona real en el jefe. Don Miguel, con gran escándalo de sus deudos y allegados, al volver de su primera emigración hizo picar las armas que campeaban sobre la puerta de su Pazo solariego, un caserón antiguo y ruinoso, mandado edificar por el Mariscal Montenegro, que figuró en las guerras de Felipe V y fue el más notable de los de su linaje. Todavía se conserva en el país memoria de aquel señorón excéntrico, déspota y cazador, beodo y hospitalario. Don Miguel a los treinta años había malbaratado su patrimonio: Solamente conservó las rentas y tierras de vínculo, el Pazo y una capellanía, todo lo cual apenas le daba para comer. Entonces empezó su vida de conspirador y aventurero, vida tan llena de riesgos y azares como la de aquellos segundones hidalgos que se enganchaban en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna. Liberal aforrado en masón, fingía gran menosprecio por toda suerte de timbres [180] nobiliarios, lo que no impedía que fuese altivo y cruel como un árabe noble. Interiormente sentíase orgulloso de su abolengo, y pese a su despreocupación dantoniana, placíale referir la leyenda heráldica que hace descender a los Montenegros de una emperatriz alemana. Creíase emparentado con las más nobles casas de Galicia, y desde el Conde de Cela al de Altamira, con todos se igualaba y a todos llamaba primos, como se llaman entre sí los reyes. En cambio, despreciaba a los hidalgos sus vecinos y se burlaba de ellos sentándolos a su mesa y haciendo sentar a sus criados. Era cosa de ver a Don Miguel erguirse cuan alto era, con el vaso desbordante, gritando con aquella engolada voz de gran señor que ponía asombro en sus huéspedes:
-En mi casa, señores, todos los hombres son iguales. Aquí es ley la doctrina del filósofo de Judea.
Don Miguel era uno de esos locos de buena vena, con maneras de gran señor, ingenio de coplero y alientos de pirata. Bullía de continuo en él una desesperación sin causa ni objeto, tan pronto arrebatada [181] como burlona, ruidosa como sombría. Atribuíansele cosas verdaderamente extraordinarias. Cuando volvió de su primera emigración encontróse hecha la leyenda. Los viejos liberales partidarios de Riego contaban que le había blanqueado el cabello desde que una sentencia de muerte tuviérale tres días en capilla, de la cual consiguiera fugarse por un milagro de audacia. Pero las damiselas de su provincia, abuelas hoy que todas suspiran cuando recitan a sus nietas los versos de «El Trovador», referían algo mucho más hermoso... Pasaba esto en los buenos tiempos del romanticismo, y fue preciso suponerle víctima de trágicos amores. ¡Cuántas veces oyera Rosarito en la tertulia de sus abuelos la historia de aquellos cabellos blancos! Contábala siempre su tía la de Camarasa -una señorita cincuentona que leía novelas con el ardor de una colegiala, y todavía cantaba en los estrados aristocráticos de Compostela melancólicas tonadas del año treinta-. Amada de Camarasa conoció a Don Miguel en Lisboa, cuando las bodas del Infante Don [182] Miguel. Era ella una niña, y habíale quedado muy presente la sombría figura de aquel emigrado español de erguido talle y ademán altivo, que todas las mañanas se paseaba con el poeta Espronceda en el atrio de la catedral, y no daba un paso sin golpear fieramente el suelo con la contera de su caña de Indias. Amada de Camarasa no podía menos de suspirar siempre que hacía memoria de los alegres años pasados en Lisboa. ¡Quizá volvía a ver con los ojos de la imaginación la figura de cierto hidalgo lusitano de moreno rostro y amante labia, que había sido la única pasión de su juventud!... Pero ésta es otra historia que nada tiene que ver con la de Don Miguel de Montenegro.

Cap. IV

El mayorazgo se había detenido en medio de la espaciosa sala, y saludaba encorvando su aventajado talle, aprisionado en largo levitón.
[183] -Buenas noches, Condesa de Cela. ¡He aquí a tu primo Montenegro que viene de Portugal!
Su voz, al sonar en medio del silencio de la anchura y oscura sala del Pazo, parecía más poderosa y más hueca. La Condesa, sin manifestar extrañeza, puso con desabrimiento:
-Buenas noches, señor mío.
Don Miguel se atusó el bigote, y sonrió, como hombre acostumbrado a tales desvíos y que los tiene en poco. De antiguo recibíasele de igual modo en casa de todos sus deudos y allegados, sin que nunca se le antojara tomarlo a pecho: Contentábase con hacerse obedecer de los criados, y manifestar hacia los amos cierto desdén de gran señor. Era de ver cómo aquellos hidalgos campesinos que nunca habían salido de sus madrigueras concluían por humillarse ante la apostura caballeresca y la engolada voz del viejo libertino, cuya vida de conspirador, llena de azares desconocidos, ejercía sobre ellos el poder sugestivo de lo tenebroso. Don Miguel acercóse rápido a la Condesa [184] y tomóle la mano con aire a un tiempo cortés y familiar:
-Espero, prima, que me darás hospitalidad por una noche.
Así diciendo, con empaque de viejo gentil-hombre, arrastró un pesado sillón de moscovia, y tomó asiento al lado del canapé. En seguida, y sin esperar respuesta, volvióse a Rosarito. ¡Acaso había sentido el peso magnético de aquella mirada que tenía la curiosidad de la virgen y la pasión de la mujer! Puso el emigrado una mano sobre la rubia cabeza de la niña, obligándola a levantar los ojos, y con esa cortesanía exquisita y simpática de los viejos que han amado y galanteado mucho en su juventud, pronunció a media voz -¡la voz honda y triste con que se recuerda el pasado!:
-¿Tú no me reconoces, verdad, hija mía? Pero yo sí, te reconocería en cualquier parte... ¡Te pareces tanto a una tía tuya, hermana de tu abuelo, a la cual ya no has podido conocer!... ¿Tú te llamas Rosarito, verdad?
[185] -Sí, señor.
Don Miguel se volvió a la Condesa:
-¿Sabes, prima, que es muy linda la pequeña?
Y moviendo la plateada y varonil cabeza continuó cual si hablase consigo mismo:
-¡Demasiada linda para que pueda ser feliz!
La Condesa, halagada en su vanidad de abuela, repuso con benignidad, sonriendo a su nieta:
-No me la trastornes, primo. ¡Sea ella buena, que el que sea linda es cosa de bien poco!...
El emigrado asintió con un gesto sombrío y teatral y quedó contemplando a la niña, que con los ojos bajos, movía las agujas de su labor, temblorosa y torpe. ¿Adivinó el viejo libertino lo que pasaba en aquella alma tan pura? ¿Tenía él, como todos los grandes seductores, esa intuición misteriosa que lee en lo íntimo de los corazones y conoce las horas propicias al amor? Ello es que una sonrisa de increíble audacia tembló un momento bajo el mostacho blanco del hidalgo y que sus ojos verdes -soberbios y desdeñosos como los de un [186] t...

Índice

  1. Jardin umbrío
  2. Copyright
  3. Other
  4. Other
  5. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: JVAN QVINTO *QUINTO*
  6. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: LA ADORACIÓN DE LOS REYES
  7. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: EL MIEDO
  8. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: TRAGEDIA DE ENSVEÑO *ENSUEÑO*
  9. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: BEATRIZ
  10. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: VN *UN* CABECILLA
  11. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: LA MISA DE SAN ELECTVS *ELECTUS*
  12. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: EL REY DE LA MÁSCARA
  13. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: MI HERMANA ANTONIA
  14. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: DEL MISTERIO
  15. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: A MEDIA NOCHE
  16. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: MI BISABUELO
  17. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: ROSARITO
  18. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: COMEDIA DE ENSVEÑO *ENSUEÑO*
  19. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: MILÓN DE LA ARNOYA
  20. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: VN *UN* EJEMPLO
  21. JARDÍN VMBRÍO *UMBRÍO*: NOCHEBVENA *NOCHEBUENA*
  22. SobreJardin umbrío