La patria fuerte
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La patria fuerte

Leopoldo Lugones

  1. 129 páginas
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La patria fuerte

Leopoldo Lugones

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"La patria fuerte" es un ensayo de Leopoldo Lugones sobre filosofía política donde el autor propone la consolidación de la República Argentina en un Estado potencia, sienta las bases de su estructura y critica las ideologías consideradas por él "fallidas".-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726641776

LA AMÉRICA LATINA

Designado por el Consejo de la Sociedad de las Naciones para formar parte de la Comisión de Cooperación Intelectual, fundada con el objeto de su título, mi atención debe ser preferente para los países de la América Latina, no sólo por pertenecer yo a uno de ellos, sino por el hecho causal de haberse creado el puesto que ocupo a iniciativa de la delegación venezolana y mediante el apoyo uniforme de las que mantenían dichos países entre la Sociedad, con el objeto de dar representación a la cultura de las naciones americanas de idioma castellano. Prosperó así la doctrina de nuestra autonomía espiritual respecto de España, como había sucedido ya con la de los Estados Unidos respecto de Inglaterra; y teniendo además su representación la del Brasil, en la meritísima persona de Aloisyo de Castro, pudo decirse que en el dominio intelectual América era también para los americanos.
Acaba, entretanto, de fundarse la Unión Latino-Americana en Buenos Aires, con el propósito de «coordinar la acción de los escritores, intelectuales y maestros de la América Latina, como medio de alcanzar una progresiva compenetración política, económica y moral, en armonía con los ideales nuevos de la Humanidad.»
Nadie ignora que el programa de la Sociedad o Liga de las Naciones es también ecuménico y cooperativo; con lo cual todo concurre a la pertinencia de las siguientes observaciones sobre el programa de la susodicha Unión, que en mi carácter de intelectual y escritor considero inaceptable.
Examinaré uno por uno los puntos controvertibles, transcribiéndolos para evitar cargos de mala interpretación.
Dice primero: «orientar las Naciones de la América Latina hacia una Confederación que garantice su independencia y libertad contra el imperialismo de los Estados capitalistas extranjeros, uniformando los principios fundamentales del derecho político y privado, y promoviendo la creación sucesiva de entidades jurídicas, económicas e intelectuales de carácter continental».
Es la idea de Bolívar, abortada cuando, según se verá, resultaba mucho menos quimérica, y reducida, como se ve, a tres puntos capitales: la limitación a la América Latina por exclusión de los Estados Unidos, conforme se manifiesta más abajo; el resguardo de la independencia contra los «estados capitalistas» solamente; y la falta del ejército y de la escuadra federales, que según el plan del libertador debían dar efecto a las sanciones de la Confederación en caso de rebeldía.
Cuando Bolívar acometió su empresa—panamericana —la comunidad de propósitos entre las naciones que acababan de luchar contra la dominación española era mucho más sencilla, sólida y activa que hoy, habiéndose logrado su triunfo por la alianza de las armas. A este estado de cosas casi ideal en la materia, correspondía la falta de rivalidad de intereses y la ausencia de problemas étnicos y religiosos. Era, por decirlo así, el momento idílico de la victoria. Y la idea abortó por quimérica, conforme supo verlo bien, ya entonces, la sensatez argentina.
Fuera de los motivos circunstanciales del fracaso, había uno esencial, que es el contrasentido irreducible de todas las tentativas análogas: la necesidad de imponer por la fuerza las sanciones desacatadas, pues sin ello no hay unión efectiva, y la imposibilidad de que eso no constituya un super estado, repugnante a la soberanía nacional. Así fracasó también la iniciativa wilsoniana; pero en el caso que nos ocupa sería peor aún.
Como sólo unos pocos países de la América Latina poseen elementos de combate a distancia, principalmente flotas, que serían los principales, el resguardo de la independencia amenazada por «los estados capitalistas»— y si esto quiere decir «potencias», por las naciones más fuertes—constituiría una carga tal, que basta enunciarlo para comprender su absurdo.
Supongamos una república de la América Central agredida por los Estados Unidos. Allá irían a hacerse derrotar inútil, pero infaliblemente, las pequeñas escuadras reunidas de Chile, el Brasil, la República Argentina— pongamos el Perú y media docena de cruceritos más— con el peregrino resultado de autorizarle al agresor más atentados y a mansalva...
Verdad es que el programa de la Unión excluye la fuerza; pero este es, precisamente, un motivo de inferioridad respecto al de Bolívar. Con todo, sigamos analizando sus prescripciones.
La defensa sería, dice, contra «los estados capitalistas extranjeros».
Pero no define, aunque es fundamental, lo que debemos entender por «estados capitalistas». ¿Lo serán también Italia y Francia, países latinos, por lo demás? Y si conforme a la clasificación socialista, que es la adoptada, al parecer, no lo fuese Rusia ¿daría esto derecho a dicha potencia para atentar mañana contra la independencia y la libertad de un país latinoamericano?
Otro caso: la República Argentina puede ser muy pronto y aspira a serlo, desde luego, con decisión, un estado capitalista. ¿Será «extranjero», entonces? O por no ser ahora una ni otra cosa. ¿estará eximido de respetar la independencia ajena? ¿Qué actitud asumiríamos, es decir, qué haríamos, efectivamente, si Chile o el Perú, disconformes con el resultado del plebiscito de Tacna y Arica, declararan la guerra? ¿O si Bolivia decidiera recobrar con las armas su litoral marítimo; o si causara una guerra posesoria su cuestión de límites con el Paraguay? ¿O si el Brasil por el Acre, o Colombia y el Ecuador por el Putumayo, o las cuestiones de límites de la América Central, que ayer, no más, causaron movimiento de tropas en Panamá y Costa Rica? . . .
Entonces, o el ilusorio «ejército anfictiónico» de Bolívar o la dura realidad de la existencia posible, que hace de la patria, como de la vida individual, un permanente estado de fuerza.
Pero la Unión proclama, todavía, la «solidaridad política de los pueblos latinoamericanos, y su acción conjunta en todas las cuestiones de interés mundial».
No se sabe si la primera de estas cláusulas propicia la intervención de unos estados en la política interna de los otros, que puede comprender desde una elección municipal hasta la adopción de una forma de gobierno; pues ello crearía un semillero de conflictos, conducentes al choque armado. ¿En qué consistiría o dejaría de consistir la solidaridad política de nuestro país, por ejemplo, con otro latinoamericano que se declarara comunista como Rusia, o adoptara la monarquía, o creara una forma sui generis, aboliendo, por ejemplo, el Parlamento o el Poder Ejecutivo?
En este momento de revisión constitucional, que va afectando al mundo entero, ello podría motivar complicaciones desagradables. Y ya se verá que no conjeturo, pues la misma dictadura cuenta entre las posibilidades del programa de la Unión.
« La acción conjunta en todas las cuestiones de interés mundial» es otra quimera. Los intereses de las naciones americanas son ya muy distintos y lo serán más aún a medida que su desarrollo los complique. Nada hay, a la vez, tan imprevisible como esas «cuestiones de interés mundial»; de suerte que ningún país responsable sabría comprometer a bulto y por anticipado su opinión, sin exponerse a peligrosas contingencias.
Todo esto proviene de un concepto mal aplicado por extensión: el de la mayoría democrática, que hace la ley del conjunto sometido a su régimen.
Pero no existe una democracia de naciones ni ello es posible.
El principio de equivalencia individual, por lo demás falso también, no puede regir para naciones que valen por ocho o diez, si se considera que la soberanía nacional es, precisamente, la potestad de hacerse justicia por cuenta propia. La patria crea el derecho y la justicia, de exclusivo acuerdo con su interés y su poderío; y toda intervención exterior que restrinja esa potestad suya, comportará detrimento de su soberanía. Afectará su honor y creará el casus belli. La patria no es, originariamente, una entidad de derecho, sino una expresión de potencia y de victoria. Su derecho a existir confúndese con su capacidad de existir. De esta suerte no tiene juez posible. Su juez resultará necesariamente su enemigo. Es esta realidad lo que torna quimérico el arbitraje general obligatorio. La soberanía nacional es incompatible con la justicia internacional. La mejor política de la nación será siempre la de su conveniencia. Y concretando: la Patria Argentina no es una creación del derecho, sino de la fuerza.
A esa solidaridad sin límites sucede, no obstante—humanum est—una declaración hostil y violentamente contradictoria: «repudiación del panamericanismo oficial».
Lo que, en términos exactos, significa eliminación de los Estados Unidos.
Para precisarlo mejor, la cláusula siguiente preconiza la «solución arbitral de cualquier litigio que surja entre naciones de la América Latina, por jurisdicciones exclusivamente latinoamericanas».
Esta beligerancia ideológica explica los sendos adjetivos «capitalista» y «oficial».
Panamericanismo, en efecto, significa concierto de todas las naciones americanas, mediante la representación de los gobiernos, que son los agentes naturales de toda política internacional. El panamericanismo tiene, pues, que ser oficial, o no existe.
Ahora bien: por defectuoso que sea hasta hoy el ensayo, y por muchos errores que hayan cometido los gobiernos en él, saldrá siempre mejor buscar el concierto de todas las naciones americanas, y con mayor razón si se cree que la más fuerte es la más ocasionada a abusar, que constituir frente a ella un grupo inexorablemente apartado, es decir sistemáticamente antagónico.
Al ejercer los Estados Unidos el «imperialismo capitalista» de la referencia, aquello estimularía fuerte y prontamente una declarada hostilidad. Al intento, siquiera teórico, de unificación que es el panamericanismo, sucedería la permanente oposición de dos Américas contrarias. Curioso modo de propender al desarrollo de la concordia y la fraternidad humanas.
Mientras tanto, si el panamericanismo ha hecho poco, es también el único que ha hecho algo. En esto se diferencia de las otras congregaciones, como la bolivariana y la de 1863, meros proyectos de resguardo ilusorio; sobre todo el último, enderezado contra las «potencias reaccionarias de Europa». Es del caso recordar que la cordura argentina, con su renovada negativa de entonces, tuvo una vez más la razón histórica. Y no podrá decirse que Rivadavia y Mitre fueron malos americanistas o liberales sospechosos...
En los Estados Unidos hay toda una especie de políticos ignorantes y brutales, y éstos son los famosos partidarios del big stick; pero existe otra, más numerosa y mejor, de individuos para quienes no es vana fórmula el concierto americano. Antes que palabras, y podría citar muchas autorizadas y elocuentes, mencionaré dos hechos entre docenas de otros, no menos importantes: Funcionan allá más cátedras de castellano que no de inglés en toda la América Latina; y lanzada, poco días ha la idea de fundar en el Estado de La Florida una universidad panamericana, no faltó el consabido «capitalista» que se subscribiera—él solo—con cinco millones de dólares. Dudo que se lograra reunir con igual objeto esta suma, por subscripción privada, en toda nuestra América. Y no quiero recordar instituciones realmente maravillosas, como las de Rockefeller y de Carnegie, porque son de beneficencia universal, aunque tanto les debe América. Afirmo, además, que no existe una sola prueba concluyente del «imperialismo capitalista» de aquel país.
Por lo que respecta a las jurisdicciones arbitrales exclusivamente latinoamericanas, sería de recordar el desacato de Bolivia al laudo del presidente Figueroa Alcorta, si ello no equivaliera a mentar la soga del proverbio. Con todo, es de advertir que a ese precedente se atuvieron por precaución el Perú y Chile, al convenir el arbitraje en ejecución; y sabido es que ningún país sudamericano, inclusive el nuestro y el Brasil, y aun ambos juntos, se habría creído con la capacidad suficiente para aceptar ese cometido.
Todo ello comprueba una vez más mi repetido aserto de que no hay en América política internacional posible sin los Estados Unidos, país con el cual no tenemos ningún motivo de agravio, aunque sí muchos de simpatía y conveniencia.
En cambio, la adopción de resentimientos ajenos, por fundados que sean, es mala política hasta en las relaciones individuales. No se vive de pesimismo ni de sospecha, ni la suma de ineptitudes engendra capacidad.
Cada colectividad entiende y practica la soberanía a su modo.
Rusia suprime la libertad de pensar (j’en passe...) y reduce a tres diarios oficiales la prensa de un país de ciento veinte millones de almas. El glorioso Estado de Tennessee prohibe enseñar la teoría de la evolución. Nicaragua pide a la marina de guerra de los Estados Unidos una guardia oficial; y cuando ésta decide retirarse, el gobierno le ruega que permanezca. Mientras tanto, amaga un conflicto de la poderosa nación con Méjico, a causa de que allá expropian la tierra bajo promesa de una ley de indemnización que todavía no se ha propuesto. En esta diversidad contradictoria, la solidaridad se vuelve difícil.
Por fortuna, el programa de la Unión nos informa, desde luego. Su segundo párrafo expresa el propósito de combatir «toda dictadura que obste a las reformas inspiradas por anhelos de justicia social».
La inspiración de estos anhelos justificaría, pues, la dictadura; y no es menester mucho ingenio para comprender que se alude a la del proletariado. No es, por tanto, la dictadura lo malo, sino su inspiración. O sea lo que todos los dictadores sostienen.
Pero el antepenúltimo párrafo desvanece cualquier duda:
«Nacionalización de las fuentes de riqueza y abolición del privilegio económico.»
Es, como se ve, nuestro viejo conocido el socialismo, con su fórmula específica.
Y entonces todo se aclara.
El imperialismo, limitado a los «estados capitalistas», como si no constituyera una invasión, y de las peores, la propaganda comunista que sostiene el gobierno ruso contra las instituciones de los otros países, inclusive el nuestro, nueva y especialmente favorecido con esta preferencia de su hostilidad; para no hablar de conquistas a sangre y fuego, como la de Georgia, modelo de república socialista, según Macdonald, con el objeto bien capitalista, por cierto, de apoderarse del petróleo de Bakú.
Y se aclara la malquerencia contra los Estados Unidos, donde el socialismo nunca pudo prosperar, aun cuando se trata del país más trabajador, productor, rico, feliz y democrático del mundo, conforme lo demuestra la preferencia de todos los hombres necesitados de trabajo; mientras ese éxito humano se ha cumplido bajo el régimen de la propiedad privada, que el presidente Coolidge ratificaba en su último mensaje con valerosa convicción.
Llamados a optar entre esto y los frutos del marxismo en Rusia, el resultado no sería dudoso.
Ignoro si los países del Continente desean imitar las confiscaciones mejicanas; pero sé que el colectivismo, en un país despoblado aún, militarmente débil, grandemente necesitado de capital y de industria, con una fuerte población extranjera, todavía inconexa o flotante—comportaría un síncope mortal.
Destinados a constituir por mucho tiempo aún una república pastora y agrícola, mediante la incorporación de trabajadores enérgicos a quienes sólo arraiga de veras la posesión del suelo, esto nos predestina a ser, como los Estados Unidos, un país conservador, capitalista, nacionalista, quizá guerrero. En todo caso, como lo es ya, un país contento de su suerte, y con ello poco dado a comprometerla en aventuras.
Hacer propietarios es hacer argentinos; y a ello debiera corresponder una meditada ley de naturalización obligatoria. El socialismo es fenómeno de países sobrepoblados, industrializados y estables: condiciones que nos faltan totalmente. La idea de clase como situación permanente en la sociedad, es acá postiza. Generalmente llega el capaz de llegar. Y es mucho mejor constituir mediante esa selección, siquiera ruda y cruel, un país de vencedores de la vida, que una blanduzca colmena de comensales a media ración.
Por lo demás, no se hace caridad con la patria; ni ésta tiene otro deber que el de asegurar la felicidad a sus hijos. Su honor ante las demás consiste en no hacerlo a costa del bien ajeno. No le incumbe otra responsabilidad que la de bastarse. Se vive como se puede, no como se imagina o razona, porque la vida es ajena a los sistemas humanos que llamamos moral. La inteligencia o la razón nada estable crean, ni siquiera crean nada. Lo único que crea es el instinto cuyas satisfacciones llamamos intereses y cuyo agente de realización es la fuerza. El intelectualismo y el racionalismo no son más que metafísica.
La América Latina es, así, una mera expresión etnográfica. No existe la menor posibilidad de transformarla en entidad política; y creo que si se realizara, no nos convendría figurar, al menos por ahora, en ella. Así fué ya en 1825 y 1863, y las razones actuales para mantener esa tradición son más fuertes todavía.
El programa de la Unión que acaba de fundarse es, pues, a mi entender, una reedición de dos cosas viejas y malogradas por la experiencia: el americanismo bolivariano y el socialismo.
Al afirmarlo, con la franqueza correspondiente a la honr...

Índice

  1. La patria fuerte
  2. Copyright
  3. PREFACIO
  4. ADVERTENCIA
  5. EL DISCURSO DE AYACUCHO
  6. EL TESORO Y EL DRAGÓN
  7. EL DESARME NAVAL
  8. LA HORA DE LA ESPADA
  9. EL CONCEPTO DE POTENCIA
  10. EL PRINCIPIO DE POTENCIA
  11. EL ESTADO DE POTENCIA
  12. EL DEBER DE POTENCIA
  13. EL PODER DE LA NACIÓN
  14. ROMA O MOSCÚ
  15. LA PAZ BOLCHEVIQUE
  16. LA ENCRUCIJADA
  17. LA AMÉRICA LATINA
  18. LA DIGNIDAD DE LA FUERZA
  19. LA PAZ IDEOLÓGICA
  20. LA PATRIA INMORTAL
  21. SobreLa patria fuerte
  22. Notes
Estilos de citas para La patria fuerte

APA 6 Citation

Lugones, L. (2021). La patria fuerte ([edition unavailable]). SAGA Egmont. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2979774/la-patria-fuerte-pdf (Original work published 2021)

Chicago Citation

Lugones, Leopoldo. (2021) 2021. La Patria Fuerte. [Edition unavailable]. SAGA Egmont. https://www.perlego.com/book/2979774/la-patria-fuerte-pdf.

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Lugones, L. (2021) La patria fuerte. [edition unavailable]. SAGA Egmont. Available at: https://www.perlego.com/book/2979774/la-patria-fuerte-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Lugones, Leopoldo. La Patria Fuerte. [edition unavailable]. SAGA Egmont, 2021. Web. 15 Oct. 2022.