Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania, Valencia
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Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania, Valencia

  1. 300 páginas
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Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania, Valencia

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En este Viaje de recreo por Europa, uno de sus últimos libros, Clorinda Matto de Turner deja el diario de su paso por España, Francia, Suiza, Alemania, Inglaterra e Italia, publicado en una edición con más de 250 ilustraciones.Matto comienza por anotar detalles de la gente que la acompañaba en el buque tras su partida de Buenos Aires y su visita a otras escalas, como Río de Janeiro. Esa curiosidad y admiración la extenderá después a lo que encuentre en las ciudades europeas. Va a concentrarse de igual manera en las características de las zonas portuarias y de las instituciones educativas para mujeres, por ejemplo, que en el arte y la arquitectura. Y otro tanto sucede respecto de la variedad de personajes con que se topa, a veces por accidente.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726975789
Categoría
Viajes

ITALIA

ITALIA

Hemos penetrado en una región encantadora por el aspecto de sus montañas, todas pomposamente vestidas de terciopelo verde en diferentes tonos y donde los racimos de castaños blancos y rosáceos, los de uvas blancas y moradas y las flores rojas de los granados, hacen el efecto de bordados sobrepuestos en aquel denso follaje, manto real con que la Naturaleza cubre la región alpina.
La vía férrea se detiene á pocos pasos de la Aduana, que está constituida en dos secciones de entrada y salida, una italiana y otra francesa, con un edificio amplio y dotado de todas las oficinas necesarias. Aquí están el correo, el telégrafo, papelerías con útiles de escritorio, libros y diarios, lavabos y adyacentes, restaurants, que desde ahora llamaremos albergo, como se dice en el país, y que por dos liras sirven buena comida. No hemos tenido dificultad alguna en la revisión de equipajes, siendo excedente el tiempo de media hora que para el tren para poder tomar café y pasear algo de la villa.
Desde este momento, la música cadenciosa de la lengua italiana halagará mi oído; el conductor del tren, conduttore, gritará primero pronti y después partenza, si cambia treno, fermata, y al jefe de estación le diré capostazione cuando le presente il biglietto. Ya nada tengo que ver con francos ni chelines: aquí es todo más poético, y diré lira; los facchini han sustituido á los cargadores, á quienes en Francia hay que darles el monsieur y el si vous plait, acompañado del merci.
He aquí la vista tomada desde el puente de San Pablo. Las sensaciones que se reciben al llegar á la frontera, después de pasar tantos túneles, que enhollinan de lo lindo, son grandiosas. Otra vez en el tren tengo ganado asiento junto á la ventanilla, que está abierta, y así puedo apreciar de pasada Spezzia y Lucca, y gozar del espléndido panorama que presenta la montaña para contrastar con la planicie del golfo de Génova con su gran faro, rival de la luna. La entrada en la ciudad decepciona tanto, que un velo gris cubre el espíritu al ver tanta calleja sucia con trapos á secar colgados en cordeles, lodo, pestilencia, animales domésticos campeando como procuradores en corte de justicia. La sensación se va corrigiendo al penetrar en los barrios centrales, barrios nuevos que forman un contraste de negro y blanco. Esta es la vista general de Génova.
El recuerdo de que estoy en la patria de Cristóbal Colón, que dirijo mi vista hacia el cielo azul que el gran navegante contemplaría, tal vez enardecido por el fuego de la inspiración grandiosa y el convencimiento de hallar otro hemisferio; el recuerdo de que este país sigue produciendo marinos de escuela y de vocación; su interesante arsenal y las vinculaciones que los genoveses tienen con América del Sur, donde emigran de buena voluntad, todas estas consideraciones atenúan la rigidez del criterio. He dejado el equipaje en mi albergo, y salgo en carruaje para visitar la oficina de La Velvu, donde quiero renovar el pasaje de regreso á Buenos Aires, asegurando camarote, cosa que no consigo por ser día de fiesta, 15 de Agosto, y estar los jefes ausentes. Entrada la noche, regreso al albergo, que á la postre resultó ruin por falta de higiene, el trato especulativo y la alimentación pésima. He tenido poca suerte, porque Génova tiene buenos albergos y hoteles lujosos. Por fortuna, será una sola noche la pasada aquí. Á las 6 horas 40 minutos sale el tren á Pisa.
Pisa, á orillas del Arno, se extiende al pie de los montes de Carrara, esos montes blancos como hacinamiento de nieve, que han dado la inmortalidad á personajes y autores, montes fecundos que llevan á toda Europa y parte de América la belleza de sus bloques cincelados. Canteras que son vientres fecundos, donde renacen los héroes, entregan sus bloques rústicos que, en carretas pesadas, van paso á paso y lentamente transportándolos á los talleres, donde el artista modela la piedra sagrada.
Descendemos del tren y comenzamos á ver mujeres con rostro hermoso y sonrisa de fiesta.
Las aguas del río Arno corren tan mansamente como si temieran turbar el silencio de la ciudad dormida, indolente. Un carruaje me lleva al hotel llamado Albergo Milano e Commercio; me instalo, el hotelero me proporciona un guía y salimos inmediatamente, cruzando el puente de Solferino, desde cuyo centro se contempla un hermoso panorama con un cielo azul purísimo.
La ciudad antiquísima, con sus callejas estrechas, sus muros negruzcos y sus puertas de calle cerradas, cual puertas de convento monjil. Los portales son verdaderas decoraciones escénicas en dramas trágicos, donde surgen personajes de capa y espada, cuando no de antifaz. En la vía Mazzini está el asilo infantil Príncipe Amadeo. En la plaza principal se eleva la estatua de Víctor Manuel I, en bronce, y el fonógrafo hace las delicias del pueblo en la plaza de la Estación. Pisa tiene las notabilidades del Baptisterio, la Catedral, la torre inclinada y el camposanto. Me ha tocado la suerte de presenciar en el primero el bautismo de una criaturita, á la cual pusieron por nombre Elsa Marina; después el entierro de un prójimo, cuyo cortejo fúnebre interesó mi atención, porque parecía algo de una comarca en las montañas incultas de América. Delante del ataúd, conducido en carro con adornos negros, van hombres vestidos con túnica negra, larga cabellera desmelenada y cirio en mano, plañiendo tiernamente. Después del ataúd están cuatro ciriales y cruz alta con un clérigo de roquete que camina rezando unas letanías, que el cortejo responde en coro, mientras los de vanguardia aumentan el gemido. Hasta la fecha no conozco un cementerio más bello que este, situado á la derecha de la Catedral (entrando), ni he visto en ningún otro el arte profusamente manifestado en estatuas, túmulos, sarcófagos. Puede dar idea de él la nave de la entrada.
Pasando el puente que dejo señalado, se distingue la capilla de Santa María de la Espina. Es un primor artístico, donde se ha manipulado el granito, el mármol y el alabastro, como cera blanda ó como masa de pan. La pluma se declara incompetente para describir las bellezas artísticas y arquitectónicas, y pide el concurso al fotógrafo.
Semejantes primores de tallado y tal perfección en las pequeñas estatuas de santos y mártires, no sé si encontraré más adelante. La Catedral, con toda su nombradía, es más grande, más suntuosa, pero no tan artística ni de tanto detalle. Podemos comparar aquí.
Tenemos de frente la entrada principal, y hacia la derecha la Campanella, ó sea la torre inclinada, donde está el campanario con bronces de dulce tañido. Tanto la torre como el Baptisterio quedan aislados, separados mejor dicho, del cuerpo del edificio principal, como puede notarse por estos grabados.
La profusión de mármol, granito y alabastro, que llega hasta el derroche, sólo puede explicarse por ser Pisa la poseedora de las grandes canteras de Carrara, ya mencionadas. Enfrente de la capilla de la Espina hay una gran fábrica de objetos de mármol y alabastro, imitación en miniatura de las obras de arte, candelabros, estatuas, iglesias, etcétera.
De la grandiosidad de concepción decorativa dentro de la histórica predicación de Cristo, continuada por sus apóstoles, eternizada en el púlpito de la Catedral, puede dar idea aproximada el grabado.
En la parte superior las escenas de la vida del Maestro, en torno vírgenes y mártires, al centro Pedro y Pablo, á la izquierda el león sobre los evangelios de Marcos.
He mencionado las callejas con portales. De ellas y del estilo de modificación, dará muestra la fotografía de la Vía del Bosque.
En Pisa se observa nuevamente la plaga de mendigos que dejamos en Barcelona. Á la entrada de la Catedral, estacionado en dos alas, está un ejército provisto de jarros de lata, que tienen unas monedas de cobre adentro; cuando pasa una persona, los mendigos sacuden los tarros, y os dan una verdadera cencerrada. La tarde que visité el Baptisterio los mendigos tuvieron cosecha gorda, porque los padrinos del bautismo mencionado dieron sebo. En atenuación de esta plaga están los buzones de asilos incrustados en la pared, con un letrero en que se dice la clase de institución, y se pide una limosna. Así, sin presión, sin ojos que nos miren alargar la moneda, se puede ejercitar la verdadera caridad.
He regresado temprano á mi alojamiento, después de hacer toda la excursión á pie. ¡La ciudad es tan reducida! Estoy muy satisfecha de mis hospederos. Su alojamiento ofrece toda comodidad y garantía al viajero. Mis habitadones tienen balcones de hierro sobre la plaza de la estación ferrocarrilera, y en ellos me instalo á contemplar la puesta del sol, recordando aquellas fulguraciones inimaginables en la región de los trópicos. La suavidad del clima y lo apacible de la tarde preparan mi espíritu para dulzuras y suavidades, y pienso en la patria, como que ésta no es más que nuestro hogar agrandado, y en todas partes altea la orla de nuestra bandera. Pienso en que mañana por la tarde estaré en Roma. Este solo nombre despierta en América á muchas almas soñolientas. La mía aun conserva vibraciones de aquella ya lejana edad en que se cree sin analizar. Mi corazón palpita presa de ansiedad infantil, mientras que mi mente halla el vacío de la fe de mi infancia, con cuyo concurso cuán diferente hubiese sido la llegada á la Cittá Eterna. Hoy el interés no es religioso, sino investigador.
Después de una cena opípara, con buena fruta y vino exquisito, he dormido el sueño reparador de los trabajadores. Me levanto con el ánimo rejuvenecido; el día está límpido, aunque caluroso. Tomo el desayuno después del baño, pago mi cuenta, que la encuentro pequeñísima, y me dirijo á la estación. En el coche encuentro instalados dos caballeros de porte distinguido y buena educación, que serán compañeros. Mi presencia no les ha sido desagradable, como sucede en general cuando sube una señora á los coches donde se lee el é vietato di fumare. Á pocos minutos de la señal de partenza se ha despertado el instinto de sociabilidad de las gentes cultas. Los señores me han dirigido la palabra, creyéndome americana del Norte. Contra mi costumbre en estas marchas, les digo quién soy y de dónde procedo. Se interesan mucho; la Argentina les es conocida por lecturas; nuestra conversación se anima, es amena; he ganado dos cicerones ilustrados, que me nombran las estaciones y villas (Liorna, Cecina, Groseffo) del tránsito. En Civita-Vecchia sube á nuestro coche una artista lírica que ha estado en Buenos Aires y se halla de tránsito para Nueva York.
El tren se detiene treinta minutos en este puerto fortificado, y nos da tiempo para limpiar algo el hollín que hemos recibido de las máquinas en los tantos túneles que perforan la zona de los Apeninos. La estación está atestada de vendedores de fruta, refrescos y cestines de provisión. En toda Italia se encuentra esta costumbre de arreglar cestitos de provisión para viajeros, que contienen artísticamente empacado lo siguiente: media botella de vino, media botella de agua mineral, un cuarto de pollo asado, un pan, una tajada de queso, un vasito de cartón, dos bizcochos de dulce, un durazno, un racimo de uvas, un paquetito de sal, una servilleta de papel, una cuchilla ordinaria de doblar y cuatro palillos para dientes. Todo no cuesta más que 2’50 liras, y este precio es casi fijo en toda Italia. En Francia el hotelero me cobró ocho francos por un biffe frío, un pan, queso y media botella de vino, todo acondicionado en una caja de cartón.
Hemos cambiado nuestras tarjetas con los compañeros de viaje. El señor de tipo árabe, alto, grueso, de ojos brillantes y barba cerrada es el notable dentista Vicenzo Guerini, jefe de la clínica en la Universidad de Nápoles y director del diario L’Odonto-Stomatologia. El más joven, tipo italiano, rubio, vivaz, es el doctor Albino Saporetti, que ejerce su profesión de abogado en Rávena: va á Roma, y el primero continuará á Nápoles. Partimos, pues, dejando Civita-Vecchia, la de las mansas aguas y leyendas róseas. Atardece, con celeridad inusitada para mi deseo. Si tuviese el poder del personaje bíblico, detendría al globo sobre sus ejes, prolongando las claridades vespertinas para ver entre el cielo los montículos y la llanura, la Ciudad Eterna. Las sombras de la noche y el ferrocarril corren; vencen las primeras y envuelven con negro sudario esta imagen, que mi avidez de viajera quería contemplar en la plenitud de la luz. Se presenta, á lo lejos, un campamento iluminado por focos de gas y luz eléctrica, y parece que viene hacia nosotros: es la capital italiana. Son las ocho y media de la noche del 16 de Agosto. Entramos en la Estación Central: estamos en Roma. Mi alma no puede sustraerse á las sugestiones de la infancia: se sobrecoge no sé por qué; hay algo de misterioso, de sublime y de ridículo en las sensaciones de mi sistema nervioso, que tiembla como hilo de violoncello ó se sacude como ramalazo de látigo, que estremece y encoge la sensibilidad.
La estación Centrale es hermosa, amplia, corresponde á esa capital de 424.943 habitantes, de los cuales 8.644 pertenecen á la campiña. El facchino que toma de su cuenta mis valijas, va al Hotel Piaza Venecia, donde tengo departamento asegurado, y desde el primer momento recibo un trato esmerado y franco. El único inconveniente que encuentro es que éste, como los otros albergues romanos, dan alojamiento sin pensión, y hay que salir á las horas de las comidas. Otra particularidad dígna de anotarse es que los restaurants, unos sirven sólo almuerzo (colacione) de doce á catorce del día, y otros la comida, cena, desde diez y ocho á veinte de la noche. En Italia comienza á regir la medida de las veinticuatro horas, y todos los relojes tienen marcada así su esfera. Mi primera sorpresa con el sistema fué en Ventimiglia, cuando pregunté á qué hora parte el tren, y me contestaron á las trece mezza (trece y media), que corresponde á la una y media.
He dormido un sueño profundo; mis fuerzas físicas han recibido reconstituyente magnífico para hacer frente á las excursiones que pienso hacer. La aurora del día 17 es espléndida. Desde mi balcón, que da á la plaza de Venecia, veo enfrente el grandioso monumento que se está construyendo en memoria de Víctor Manuel I, á la derecha el palacio de los Borgia, y sobre el terreno, el hormigueo de un pueblo laborioso que despierta á la faena y se desparrama en todas direcciones. Á las nueve vendrá el guía que anoche pedí al mayordomo del hotel; mientras llega tengo tiempo de tomar el baño y el desayuno, que consiste en una taza de café negro, como se dice por acá á lo que en América se llama café solo ó puro.
Mi guía me esperaba ya en la sala. Desde el primer momento me parece un parlanchín. Será guía de camino, porque en cuanto á historia yo sabré á qué atenerme.
Mis primeros pasos en Roma han producido en mí dos corrientes de sentimientos y de ideas. Una profana y otra mística, y en medio de ambas se me presenta, como la leyenda en el festín de Baltasar, la sentencia de Lucrecio el herético, el de las desesperanzas:
Primus in orbe
deos fecit timor 5.
He encontrado fusionada y manifestada en obras gigantescas la fuerza del hombre y el temor del hombre; pero saco triunfante una verdad. Dios es la Verdad, no importa el limitar las manifestaciones; pretender una sola doctrina en este sentido de manifestaciones, equivale á pretender un solo idioma. Dios sabe todos los idiomas, ve todos los corazones y recibe la manifestación según la sinceridad; por eso respeto al verdadero. Esta convicción levanta mi voz de protesta por la destrucción de la obra pagana para levantar sobre sus ruinas la obra cristiana. Roma habría sido más grande, más admirada y más visitada por extranjeros, si conservando lo antiguo hubiese levantado lo nuevo, y la comparación que ahora se establece sólo ante la imagen que da la historia, habría sido real, con producto positivo para la civilización. La única disculpa que encontramos es la vulgar de cosas de la época.
Comenzaremos por las ruinas, que aun en pedazos, nos refieren la grandeza del imperio. Estamos en el centro donde fulguró la civilización.
Sentada sobre una de esas pilastras rotas que están á la izquierda, casi al término del grabado, me he recogido en mutismo reverente. Cuando algo superior avasalla nuestros sentidos, parece que la lengua cediera todos sus atributos á la mente; por eso en las situaciones solemnes, la palabra no vibra y el pensamiento labora. ¿Hacia qué lado, en qué sitio posó sus plantas el autor de las Filípicas contra Antonio; cómo repercutió en este gran foro, hoy solar y ruinas, la voz vibrante del primer orador romano, el fogoso Cicerón?...
Aquellas ocho columnas de granito hablan del templo de Saturno; esos arcos diseminados por el campamento caído nos dicen los nombres de Constantino, Tito, Septimio Severo, y las iglesias, con todo su fanatismo, no pueden acallar la voz del arte. Así, en la de Santa María, su foro nos dice de la basílica Julia; la de San Lorenzo conserva el fuego del recuerdo y habla del templo de Faustina y Antonino, y la de San Cosme y Damián evoca la memoria de Magencio, que elevó el famoso templo. Esos tres pilares umbralados que están á la izquierda resistiendo todavía la acción destructora del tiempo y del abandono, son restos del templo de Cástor y Pólux. En esta primera investigación histórica mi guía entrega las cartas, confirmando el concepto que de él me formé a priori. Me cuenta una leyenda romana. No puedo tolerar en silencio tanto error, me revisto de paciencia y le digo: «No señor; los héroes son griegos. La princesa Leda, casada con Tindaro, apasionó de tal modo á Júpiter, que para seducirla se transformó en cisne; la princesa dice que tuvo dos gérmenes: uno de su marido, del cual nacieron Cástor y Clitemnestra, ambos mortales, y otro de Júpiter, del que salieron Helena y Pólux, inmortales. Ambos hermanos hicieron la expedición de los Argonautas; Cástor fué muerto por Linceo; Pólux, apesadumbrado, pidió á Júpiter que también lo hiciera inmortal: le concedió á medias la súplica, haciendo que viviesen y muriesen alternativamente, hasta que fueron transformados en astros y transportados al cielo, donde forman la constelación de Géminis. Las dos estrellas llamadas Cástor y Pólux lucen alternativamente. Estos hermanos fueron considerados como divinidades protectoras de los navegantes, y se les invocaba bajo el nombre de Dioscurus, que quiere decir hijos de Júpiter.»
El señor guía se retuerce los bigotes mientras me escucha, y cuando he terminado dice con aire convencido: «Pues en América les enseñan las cosas de diferente modo.» Callo, porque no quiero perder el tiempo en disputas ni me considero profesora de historia. Seguimos la exploraci...

Índice

  1. Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania, Valencia
  2. Copyright
  3. Á mis hermanos
  4. VIAJE DE RECREO
  5. ESPAÑA
  6. FRANCIA
  7. INGLATERRA
  8. ITALIA
  9. SUIZA
  10. ALEMANIA
  11. Other
  12. Sobre Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania, Valencia
  13. Notes