La pasionaria
eBook - ePub

La pasionaria

  1. 90 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La pasionaria

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La pasionaria es una de las leyendas de José Zorrilla, poemas en clave de ficción basados leyendas castellanas, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima, pero desde un punto de vista lírico. En este caso la historia se desarrolla en tono fantástico con tintes católicos en torno a la flor que representa la pasión de Cristo.-

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La pasionaria de José Zorrilla en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Poetry. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726561814
Categoría
Literature
Categoría
Poetry

X

¡Ay del que necio en la fortuna fía!
¡Ay del que espera en el poder mundano! El que vive feliz un solo día, Otro tal vez igual espera en vano.
Si, todo al fin el tiempo lo trastorna, todo en la tierra por su mano pasa, y el monte que hoy adorna con espeso amenísimo follaje en breve espacio con furor le arrasa, sin que halle en él la yerba más escasa el pájaro más ruin por hospedaje.
Y su golpe no quita casco ferrado ni áurea corona, ni su arbitraria enemistad se evita con fuertes torres o tendida lona, porque salva la mar con solo un paso, y a su soplo se hienden las murallas como en el fuego se quebranta un vaso. No hay para el tiempo ni exención ni vallas. Diez meses no sacian tal vez cumplidas, y en dolor trocadas las dichas de don Félix se veían, su esperanza y sus glorias trastornadas. Era un día de niebla húmedo y frío, todo era soledad, silencio todo el castillo sombrío.
No por sus anchas bóvedas sonaba rumor alegre de placer y vida, no clamorosa multitud se bailaba en sus largos salones reunida.
No, no; todo es ahora duelo y quietud, que el tiempo y la fortuna sientan allí su mano asoladora, y quien le habita llora sin esperanza alguna.
En un largo aposento do medio roble humea tendido en una antigua chimenea, el rostro macilento, y de pesar el corazón transido yace don Félix en el hondo asiento de una poltrona hundido.
Las lagrimas que brotan de sus ojos indicios son de su dolor; estrecho paso sus labios dan a los gemidos que arranca de su pecho, y claras de la suerte los enojos se muestran en sus ayes doloridos. Fermín, el buen soldado, mustio también y pálido el semblante, del fuego está delante junto al conde sentado.
Y acr sus pesadumbres puede la igualdad del señor con el vasallo, pues solo el infortunio la concede.
— No hay remedio, Fermín, dijo don Félix, los doctores así me lo aseguran. —Los doctores, señor, por si la yerran casi siempre desgracias nos auguran. ¡No, Fermín, es inútil esperanza! ellos mismos confiesan que su ciencia no alcanza la muerte a detener.
Y aquí callando tornó al llanto don Félix y el anciano Fermín siguió llorando y era razón llorar por la condesa, pues de dolencia inextinguible presa aunque de tres doctores asistida, se hallaba en tal momento a las manos de un mal íntimo y lento. Próxima a despedirse de la vida.
y en aquel aposento del esfuerzo postrero de la ciencia esperaban el fallo con dudosa impaciencia el mejor conde y el mejor vasallo.
Abriose al fin la puerta que de la esposa al aposento daba.
Y la mirada incierta ninguno a ella dirigir osaba.
Tuviéronse en silencio los doctores al dintel con respeto al intenso dolor del noble esposo en su gesto turbado y lastimoso mal ocultando su fatal secreto. Acercaos, señores, don Félix dijo al fin, dárame ayuda para arrostrar en calma mis dolores el Dios a quien suplico que me acuda en mis cuitas mayores.
¿Hay esperanza aún?
»La ciencia vana
»de los hombres, señor, no encuentra alguna. »Solo de Dios la ciencia soberana »sabe qué sol alumbrara mañana,
»y ve de todos el sepulcro y cuna.
»Fuera de esa esperanza no hay ninguna.» Cayó en su silla el conde desplomado, y ocultando en las manos el semblante en su propio dolor quedó abismado. y aprovechando al punto aquel instante del cuarto los empíricos salieron y del castillo a do jamás volvieron.
Su fin tocaba el día y más densa la niebla encapotaba la atmósfera; la noche que avanzaba fría, lluviosa y lóbrega venía;
Y sin fuerzas el viento no sonaba en la enramada umbría.
En apartada alcoba que alumbra escasa lámpara, se queja Clotilde hermosa a quien la vida deja, y a quien la muerte para el mundo roba. Desencajado el rostro y amarilla la tez rosada y pura en sus radiantes ojos ya no brilla la luz de la hermosura.
Sus labios sin color no se desplegan con amorosa y celestial sonrisa y sus ebúrneas manos ya no juegan con sus espesos rizos, que no mecerá más la mansa brisa descubriendo los mágicos hechizos del torneado cuello, del pecho virginal y el hombro bello. Aún tiene amante con su mano asida de don Félix la mano, y aún con escaso aliento murmura su postrera despedida.
Y aun buscan en el lóbrego aposento sus turbios ojos el objeto amado de su alma enamorada aún no borrado. El amoroso conde que la adora junto a su lecho desolado llora, y a las palabras de su amor responde con palabras mentidas de consuelo, porque no se le esconde que a ver no volverá la luz del cielo.
— ¿Por qué lloras, mi bien? le preguntaba la moribunda esposa.
Y con voz cariñosa — «No lloro» el infeliz la contestaba, y así plática entre ambos se entablaba:
CLOTILDE.
Sí, sollozar te escucho.
DON FÉLIX
Tu mente débil te lo finge acaso.
CLOTILDE.
No, no me engaño, te amo mucho, y esta mano en tus lágrimas me abraso. Leo en tu corazón.
DON FÉLIX
Clotilde mía del pensamiento aleja tan tristes ilusiones.
CLOTILDE.
¡Ay! , es en vano tu porfía , excusa ya ficciones, falsas palabras deja, ya sé que llega mi postrero día. ¿Me amas aún?
DON FÉLIX
Mis lágrimas te dicen cuanto es mi amor; la eternidad entera escaso tiempo para amarte fuera.
CLOTILDE
Dime, ¿y mi flor? ¿Extiende todavía sus hojas ante el sol? ¿Han decaído Sus brillantes colores?
DON FÉLIX
No, Clotilde, sus ramas han crecido.
CLOTILDE
¿Pero y la flor?
DON FÉLIX
Aun sola permanece y otro capullo en derredor no crece.
CLOTILDÉ
¿Cuanto tiempo hace ya que no la veo?
DON FÉLIX Pocos días no más.
CLOTILDE.
Años perdidos
sin contemplarla que pasaron creo. ¿Se alcanza desde aquí?
DON FÉLIX
Tal vez corriendo tus cortinas, y abriendo la puerta de esa cámara vecina se alcance a ver.
CLOTILDE.
Pues abre y que mis ojos la vuelvan a mirar, antes que lleguen de la muerte implacable al ser despojos.
Abrió en esto don Félix la puerta de la cámara en que estaba la flor maravillosa, y al gótico balcón donde brotaba tendió los ojos la doliente esposa. Oscura estaba la noche, los ojos más perspicaces no hubieran sido capaces su lobreguez de sondear.
Tendió a la ventana el conde en las tinieblas la mano mas abrió con ansia en vano sus hojas de par en par.
El más escaso reflejo no vio penetrar por ella que no alumbraba una estrella del cielo la inmensidad.
Su negro manto en los aires las nieblas habían tendido y de la luna sorbido la trémula claridad.
Aun fresca olorosa y pura la encantada pasionaria vegetaba solitaria en su enramado vergel.
Y aunque no pueden los ojos, percibirla en la distancia revela bien su fragancia, su eterna presencia en él. ¿Dónde estás, dijo Clotilde, Flor mía que no te veo?
Si comprendes mi deseo déjate ver, linda flor.
Siento ¡Ay de mi! que al buscarte los ojos se me oscurecen; muéstrate flor si merecen mis ojos ver tu color.
A estas palabras del lecho de la moribunda enfrente se iluminó de repente tenue y fosfórica luz producida en las tinieblas de la culta Pasionaria por la esencia extraordinaria y la mágica virtud. Retrocedió amedrentado la luz fantástica viendo D. Félix, y no sabiendo los ojos de ella apartar ni a respirar se atrevía, cuando en el otro aposento con desfallecido acento oyó a Clotilde llamar. Acudió él triste solicito al pie de su cabecera y allí de aquesta manera decir a su esposa oyó « Escucha, sentada » la muerte a mi lado veo » mas un extraño deseo » al sentirla me asaltó,
» y dulcemente la vida » mi espíritu abandonara » si este deseo lograra.»
— ¿Cómo logrártele? Di.
— De ti tan solo depende. Mas que te cueste no es justo
Este capricho un disgusto.
—Acaba
—¿Consientes?
—Sí.
— «Pues mira, esa Pasionaria que fue mi encanto viviendo, pluguiérame que muriendo fuera mi último placer.
De nuestro mal compañera cual de nuestro amor testigo, que muera esa flor conmigo pues que me debe su ser.
Sí, apenas contaba un día cuando quisiste ofrecérmela, sea su suerte la mía arráncala hoy; ese es el favor postrero que ya de tu mano espero, cúmplemele y al sepulcro tranquila y contenta voy.» Quedó aterrado don Félix propuesta tal escuchando.
La mano tener no osando a la misteriosa flor, los desencajados ojos fijos en ella teniendo, y en las pupilas sintiendo su mágico resplandor.
A comprender esta idea su mente no se atrevía, su voluntad resistía su ejecución a emprender.
Y aquel pensamiento solo le tiene en duda tan fiera como si a su impulso fuera un crimen a cometer.
Sí, sometido al influjo de un vértigo incomprensible sentía en sí una terrible desusada conmoción:
De un ser incógnito, oculto secreto terror le asalta, y conoce que le falta valor en el corazón.
Que aquella flor que fue un tiempo las delicias de su esposa, cuya existencia preciosa quiere hoy romper con afán, ve el triste que allá en el fondo de su pecho enamorado todo el poder ha cobrado de un dañoso talismán.
De aquella flor a la vista, siente que allá en su memoria se le renueva una historia de mucho olvidada ya, y en ella vive un recuerdo triste, eterno y solitario, como luz que en su santuario ardiendo perenne esta. ¡Oh! no, imposible que él sea quien aquella flor destruya. Su vida es la vida suya, el suyo tal vez su ser.
No, imposible; sin su esposa, él como ella necesita aquella flor inmarchita por compañera tener.
Será de su amor pasado cuando ella falte un objeto, será un místico amuleto que aliviara su dolor y de Clotilde el espíritu identificado en ella siempre pura y siempre bella será ella misma la flor.
En sus brillantes colores, en su inmarchita fre...

Índice

  1. La pasionaria
  2. Copyright
  3. Other
  4. INTRODUCCIÓN
  5. I
  6. II
  7. III
  8. IV
  9. V
  10. VI
  11. VII
  12. VIII
  13. IX
  14. X
  15. Om La pasionaria