El pago de las deudas
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El pago de las deudas

  1. 300 páginas
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El pago de las deudas

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Información del libro

"El pago de las deudas" es una novela de Alberto Blest Gana. Luisa es una viuda joven y rica que se ve acosada por los avances de Luciano, un galante joven con fama de mujeriego caprichoso, sin embargo, la prevención de Luisa no consigue evitar que se enamore de él irremediablemente. -

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726624496
Categoría
Literature
Categoría
Classics

IV

Aquí dejaremos hablar a uno de los personajes de esta historia para ver desarrollarse los acontecimientos que fueron sucediendo en ella.
« Querido Pedro:
Al cumplir con la promesa que te hice de escribirte, principiaré por declarar, ante todo, que no es el fastidio lo que me obliga a ser tan puntual contigo. Me divierto muchísimo, por el contrario, i principio a creer que hasta ahora he perdido el tiempo corriendo tras engañosos placeres en las grandes ciudades, cuando me encuentro con tan pronunciadas tendencias hacia la paz inefable de los campos. Mis gustos principian tambien a participar de la modestia de mis aspiraciones, pues empiezo a desdeñar el superfluo adorno de los guantes i anudo mi corbata con un sublime desprecio, que te serviria de provechosa edificacion: voi a contarte el secreto de tan rápida metamórfosis.
Ya sabes qué amor me trajo a estas playas, como me ha llevado siempre en todas direcciones. Encontré a mi Luisa un poco mas pálida; pero siempre, con los ojos bañados en esa humedad que solo la pasion sabe dar a la pupila: su aire sentimental no dejó de conmoverme i halagar mi orgullo a la vez; pues tú sabes que todo hombre lleva en su pecho un grano a lo ménos de la crueldad con que Neron, Caligula i tantos ilustres malvados se distinguieron la antigua señora del mundo: a todos nos complace el sentimiento que nuestro amor puede arrojar en en el corazon de una mujer. Al sentarme a su lado emprendí mi ataque i el éxito fué igual al de Cesar: vine, vi i vencí. Ha sido una conquista digna del siglo de los vapores i telégrafos.
En la tarde fuimos con Luisa a pasearnos por la playa. Allí nos juramos un eterno amor al ruido de las olas que llegaban palpitantes a humedecer la arena que pisábamos. Los últimos rayos del sol poniente arrojaban sobre el dulce rostro de Luisa, sus rosados tintes, animando la cándida melancolía de sus mejillas pálidas i delicadas. Algunos cabellos de su frente flotaban a impulso de las brisas marinas, i sus ojos, que retrataban un amor tan inmenso como el océano que oia nuestros juramentos, me decian las ardientes protestas que sus trémulos lábios no acertaban a pronunciar. Así, con las manos castamente entrelazadas como se ve en algunos grabados de Pablo i Virjinia; con los corazones palpitando bajo la mano abrasadora del mismo sentimiento; con las miradas perdidas en el amor infinito al que rendiamos tan elocuente culto, pasamos sentados sobre una roca, respondiendo a mil adoraciones no pronunciadas por la boca pero sentidas por el corazon, a ese tumulto de jenerosos i elevados sentimientos que el amor arroja en el alma que avasalla.
En ese momento lo olvidé todo, hastas mis deudas, que ojalà mis acreedores las olvidaran como yo; pero estoi seguro que los pícaros no comprenden el amor. Aquella escena, me hizo sentir en un instante lo que juzgaba desatinados sueños de los poetas i si hubiese tenido mi cartera, me habria puesto a perseguir consonantes, para espresar mis ideas, con una uncion de las mas divertidas. Ahora mismo, tal es el imperio de mis nuevas impresiones, siento bullir en mi mente una infinidad de composiciones de todos los metros imajinables, que bailan en mi encendido cerebro como los niños a quienes llaman para darles dulces; pero al querer estamparlas por su órden en este papel, ántes que hagan estallar mi cabeza, oigo tu voz que con el enfasis sentencioso de Mentor me dice: « Oh Luciano, hijo del viejo Aguilar, en nuestra época, el tiempo debe aprovecharse i lo pierde indudablemente el que se entrega a producir versos, especie que no tiene espendio ninguno en la República. » I yo, dócil a tu voz, me despido de ti para volver a mis amores, lo que bien pensado, puede aprovecharme mejor.
Luciano . »
« Querido Pedro:
Ayer, en medio del romanticismo que me animaba, olvidé decirte que mi primera i victoriosa declaracion fué interrumpida por una niña de diez i ocho a veinte años, en la que no pude fijarme con tranquilidad, porque me hallaba en el caso de un autor a quien vienen a pedir plata para mandar a la plaza, cuando se halla a punto de pescar, en el océano de la imajinacion, una frase que le falta para redondear su período. Yo, en mi calidad de enamorado, queria redondear mi declaracion. Mas en la noche, despues de nuestro paseo a la playa, pude con mas calma examinar a Adelina i admirar la riqueza de su privilejiada organizacion. Ella forma con Luisa el mas completo contraste: todo lo que en ésta es languidez, debilidad i melancolía, es en Adelina vigor, pasion i viveza. Figúrate una niña de veinte años, fresca, rosada i divínamente hecha. La blancura estremada de su cutis solo puede compararse con la de ciertos mármoles despues de pulidos por algun artista maestro. Sus ojos son grandes, negros como esta tinta, i brillantes como el azabache: cada una de sus miradas habla imperiosamente de amor, al traves de sus pestañas crespas i tupidas i bajo las cejas mas ideales que pueden terminar una frente lindísima, tersa i pequeña, rodeada de una indecible profusion de cabellos color ébano. ¿Has visto las bocas de ciertas vírjenes andaluzas que harian inventar el beso si se ignorase esta elocuente espresion del amor? Esa es la boca de Adelina; boca burlona, húmeda siempre, que rie sin contraerse, mostrando dos hileras de dientes de una pequeñez i trasparencia exajeradas i que parece dotada del mismo don casi esclusivo de los ojos para retratar las impresiones del alma. Adelina es tan alta como Luisa i hai en todo su cuerpo un poder de fascinacion irresistible, pues tiene la gracia vaporosa que hallamos en la mujer durante los primeros años de la adolescencia, junto con la arrogante majestad que infunde timidez i desesperacion al mismo tiempo. Al contemplarla me puse a pensar en los caprichos del destino, que hace nacer i vejetar en un oscuro rincon a una mujer que, presentada en nuestros salones, la adorarian de rodillas, mientras que aquí los rústicos campesinos pasan sin comprenderla i sin imajinarse que lleva el cetro mas poderoso de la tierra: el de la belleza.
Bien pensarás que una idea ocupó, con la velocidad del relámpago, mi corazon i mi espíritu al mismo tiempo: ¡hacerme amar por ella! Mi fatuidad de libertino i hombre a la moda me abandonó como por encanto i me puse a mirarla con la timidez propia de un colejial que se ha enamorado de alguna prima bonita. Muchas veces me has oido que para mi el lujo i adornos con que una mujer se engalana valian tanto como su belleza; pues bien, me engañaba bárbaramente: el vestido de percal de Adelina arrulló con amor mis mas exajeradas fantasias, i me encontré ridículo recordando mis juramentos de la víspera, hechos a Luisa a la caida del sol i al compas de las olas del mar. Toda esa poesia me dió deseos de compadecerme i hallé pretenciosos los brillantes i perfumados encajes, poniéndome a adorar los sencillos atavíos de aquella beldad campestre. ¿Comprendes la tirama de estos nuevos sentimientos, para que hayan llegado a transformarme de este modo? Por mi parte, i habiendo dudado de tantas cosas en mi vida, me siento con fuerzas para creer en todo i me esplico como lo mas sencillo, los suicidios por amor.
Esta perla de aldea está engastada en una familia de costumbres patriarcales, que me infunde horror por mis pasados desarreglos. El padre es un viejo español llamado D. Diego, de esos que comprenden el honor castellano a la manera del Silva de Hernani: se me figura que nunca ha tenido una deuda, ni ha comprendido esa existencia en la que se ponen treinta onzas sobre una carta i se arroja como a un insolente al cobrador de la sastreria. La madre es chilena, sin ninguna cultura, i reza el rosario a las oraciones con las criadas de la casa.
En la noche Adelina vino a las piezas que ocupa Luisa. Llegó acompañada por sus padres i un tercer personaje que tiene oficialmente el título de novio de Adelina. Este mozo se llama José Dolores, i lleva con una candidez digna de fotografiarse una cabeza de niño inocente sobre los hombros de un cargador. Parece que en aquella noche se habia puesto su levita de los domingos, que recuerda las que usaban nuestros abuelos i debe ser la obra maestra del sastre de este lugar. Te confieso que al verlo así con una corbata roja, que habria envidiado un toreador español, sentí por él una compasion sin limites. Sus zapatos me hicieron casi venir las lágrimas a los ojos, i estreché su mano con un esfuerzo de cariño para recompensarle por su fealdad.
Durante la conversacion, mis ojos no podian apartarse de Adelina i a veces noté en Luisa una inquietud mal disimulada. Un rasgo de ella, eminentemente femenino, me cercioró de la verdad de mi observacion. Luisa desplegaba una gracia en todas sus palabras que acusaba los esfuerzos de su espiritu i hacía abrir la boca al novio de Adelina.
Luego, como satisfecha de mostrarme su superioridad intelectual, cambió de conversacion i dirijién dose a la linda novia:
— Adelina, lo dijo, ¿por qué no toca Vd. algo? a Luciano le gusta muchísimo la música.
Adelina bajó la vista ruborizándose.
— Ah! esclamó Luisa, se me habia olvidado que Vd. no toca.
I sentándose al piano, ejecutó una pieza con admirable maestria.
— ¡Eso sí que es lindo! esclamó D. José Dolores, el novio de Adelina, en un rapto de entusiasmo de los mas injenuos.
Al cabo de algun rato nos retiramos todos i héme aqui escribiéndote a las dos de la mañana. Si me preguntas si estoi contento, te diré que lo ignoro: el rostro anjelical de Adelina i el novio con su incomparable levita se me aparecen en todas partes.
Si ves a alguno de mis acreedores, para lo cual te bastará darte un paseo por las calles, dales un recuerdo en mi nombre. Francamente ahora no concibo como puedo haber derrochado tanto dinero, cuando aquí viviria con cincuenta pesos al mes. — Tu afectísimo.
Luciano . »
« Querido Pedro:
Es verdad que he dejado pasar ocho dias sin escribirte. Esta vida de campo, que me ha dado en diez o doce dias mas emociones que la de un año en Santiago, absorve de tal modo mi tiempo que en la noche, cuando me hallo solo, me queda apenas la libertad de darme cuenta de lo que en el dia he sentido.
Al dia siguiente de mi última carta, Luisa parecia dominada por una tristeza invencible. Sus ideas tomaban un jiro melancólico del que tuve gran trabajo para desviarlas. En la tarde hicimos nuestro acostumbrado paseo a la playa i allí anduvimos silenciosos mas de media hora.
— ¿Recuerda Vd. los juramentos que me hizo aquí, Luciano? me dijo cuando llegamos a la roca donde nos habiamos jurado un amor eterno.
Te confieso, Pedro amigo, que el tono sentido con que aquellas palabras fueron pronunciadas, resonó dolorosamente en el fondo de mi pecho, despertando mi candor i buena fé de niño, adormecidos despues en mis amorosas correrias. Los ojos de Luisa indicaban tan profundo temor, el timbre de su voz habia vibrado en mis oidos con tan triste melodia i la palidez de sus mejillas retrataba un sufrimiento tan intenso, que al instante cruzó por mi cerebro una idea jenerosa i juré en mi interior consagrarme para siempre a la felicidad de aquella mujer.
— ¿Si los recuerdo me pregunta Vd.? la dije; vea Luisa, mi vida hasta ahora ha corrido entre placeres fáciles i Vd. ha tenido el poder de hacerme apreciar lo que la pureza vale en el amor. ¿Puedo echar al olvido esas promesas, cuando en Vd. he cifrado la esperanza do una vida sin remordimientos ni ajitaciones?
Te aseguro que en aquel instante era tan sincero como en mi primera confesion, con mas el arrepentimiento de mis faltas, como me arrepentia al lado del confesor de haber robado los dulces que mi pobre madre guardaba en un antiguo aparador que servia en mi casa de despensa. Sin duda el diablo vino a reirse de la seriedad de mis palabras, porque no pude impedir que en medio de mi uncion tomase forma la idea de que la fortuna de Luisa me sacaria del abismo de mis deudas. ¡Yaves que soi espantosamente franco! Yo arrojé de mi esa maldita idea con horror i apoyé castamente mis labios sobre las manos de Luisa, que parecia renacer a esa nueva felecidad. Cierto que el hombre es un ser estraño, Pedro. En ese momento habria querido tener pronto un carruaje i arrancar de aquel lugar con Luisa, para no turbar la calma que me infundió su candorosa alegría. En la soledad, en medio de la naturaleza, cuya solemne majestad hace tan grandioso marco al amor, ana mujer que ama parece revestida de una poesia que es imposible sospechar en un salon, donde es preciso apagar la voz para no ser oido, i disimular hasta la alegría de los ojos para no ser advinido por los importunos i los curiosos. Así se me presentaba Luisa en esta tarde: eran mas dulces al aire libre sus palabras, porque el eco las repetia en mi corazon i las brisas las balanceaban en mis oidos, envueltas en los perfumes que habian recojido en los vecinos bosques.
Volvimos a la casa alegres i risueños, tomando las flores silvestres que encontrábamos de paso i admirando la majestuosa armonia de la naturaleza. AI cabo de cortos instantes que nos hallábamos en la pieza que Luisa habia destinado para salon, los huéspedes de la casa vinieron como en la noche anterior: Adelina con un vestido blanco, mil veces mas bella que la noche precedente; el novio con su elegancia dominical, i los padres de Adelina revestidos de su bondadosa seriedad. ¡Ah Pedro, si oyes decir que me he dado un pistoletazo, compadéceme de corazon porque habré sufrido mucho! Esa muchacha del campo, sin atavios ni cultura, tiene sin embargo un estraño poder de fascinacion que arrastra el alma a sus piés! Mientras Luisa conversaba con su madre, nuestras miradas se encontraron un instante i en ese instante solo, mi corazon blasfemó del destino i se entregó de nuevo al placer ardiente de desear su amor. Adios mis juramentos i mis virtuosos propósitos: ellos huyeron espantados del violento rayo que atravesó mi pecho. Imposible me sería describirte la mirada de Adelina. ¿Habia pensado en mí? Ella me lo dijo con los ojos i me dijo tambien que un amor misterioso, arrancado, por decirlo así, a los designios de la Providencia; un amor para el cual era preciso romper antiguos lazos i basarlo sobre las lágrimas de seres respetados i queridos; que burlaria muchas esperanzas pisoteándolo todo; un amor nacido en un instante i capaz de devorar dos existencias, debia tenir algo de mui desconocido, que comprenderia en cada suspiro las delirantes alegrias de cien años de felicidad. En esa mirada fugaz, dijome tambien ese yo te amo en el que el hombre no puede pensar sin estremecerse al entrar a la vida, i que haria morir a un viejo de apoplejia fulminante, porque reasumiria en uno solo todos los placeres desvanecidos entre las brumas de lejanos recuerdos. Estoi seguro que me compadeces ¿no es verdad? Mi posicion, me confesarás a lo menos, es estraña i terrible. En medio de mis calaveradas me he creido siempre un hombre leal, i ahora que por primera vez he hecho con sinceridad un juramento, me veo reducido a la triste necesidad de despreciarme a mí mismo. ¿Te figuras bien mi situacion, disimulando mis miradas, deseando que Luisa me arrojase al rostro mi perfidia i buscando a hurtadillas los ojos de Adelina? Tú que has leido a Dante, me dirás si ha puesto este suplicio entre los que le sujirió su sombría inspiracion. Por mi parte, creo que el té fuerte que he tomado estas noches, produce una irritacion nerviosa en mi cerebro.
Luciano . »
« Querido Pedro:
Bien sabes que no soi capaz de luchar a brazo partido con el deber por rechazar un deseo. Siempre, despues de los frecuentes desarreglos de mi vida, he admirado la sublime virtud de los cenobitas i cartujos i pedido al cielo esa magnánima enerjía de los que dominan heroicamente sus pasiones; i siempre tambien, una dulce mirada de mujer, el ruido seco del oro sobre el paño verde de una mesa de jugeo, o el diáfano color de una boella porsus años venerables, han echado por tierra mis propósitos, lanzándome de nuevo en el ardiente torbellino de mis pasiones mundanales. A veces, en esos juicios severos a que la conciencia nos somete, he querido hallar el paliativo de mis debelidades, atribuyéndolas únicamente a faltas de mi organizacion física, mas poderosa que mis atributos morales, así como otros tienen la dicha de haber nacido con una voluntad superior a sus tendencias i un corazon en el que solo resuenan con armonia los sentimientos de una intachable pureza. Pero sobre pecar este argumento por su base anticristiana, conozco que me conduciría a la absolucion de las mas monstruosas aberraciones del espíritu, i me...

Índice

  1. El pago de las deudas
  2. Copyright
  3. AL SEÑOR D. JOSÉ VICTORINO LASTARRIA
  4. I
  5. II
  6. III
  7. IV
  8. V
  9. VI
  10. VII
  11. VIII
  12. IX
  13. X
  14. XI
  15. XII
  16. XIII
  17. XIV
  18. XV
  19. XVI
  20. XVII
  21. XVIII
  22. XIX
  23. XX
  24. XXI
  25. XXII
  26. XXIII
  27. Sobre El pago de las deudas