Juan de Aria
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Juan de Aria

  1. 55 páginas
  2. Spanish
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Juan de Aria

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Índice
Citas

Información del libro

"Juan de Aria" (1859) es una novela de Alberto Blest Gana que narra la historia de Juan, un joven bachiller de leyes que representa el ideal de la época de hombre soñador y romántico tocado por la tragedia, en este caso, la prematura muerte de Julia, su amada, acontecimiento que lo sume en un dolor tenaz e inconsolable.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726624489
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

VI.

Llegada la hora de la cita, Juan se cubrió la cabeza con un fieltro gris que usaba en los viajes a su provincia natal y echó sobre sus hombros una vieja capa, aunque el verano estaba en toda su fuerza.
—Llegar sin capa a una cita, pensó el jóven, seria lo mismo que asistir a un baile con levita de brin blanco so protesto del calor.
Miróse al espejo despues de embozarse y no pudo contener una sonrisa de satisfaccion.
—Ni el mismo Mayor podrá reconocerme si me encuentra; tengo todo el aire de un conspirador de teatro.
Dicho todo esto se dirijió con paso apresurado al lugar de la cita.
Allí esperó; ¿qué amante no se anticipa en su primera cita? ¡y cuántos se atrasan en las otras!
Pasados algunos momentos, una mujer se acercó al jóven sin dirijirse a él directamente.
—Señor don Juan, dijo la mujer sin mirarlo.
—Aquí estoi, señora mia, contestó el jóven avanzandohácia ella; Vd. parece mujer de militar por la puntualidad.
—Sígame Vd. y no hablemos, dijo en voz baja la mujer, pues bien pudiera ser que nos observasen.
La criada adelante y Juan tras ella, atravesaron varias calles hasta llegar a la casa del balcon.
Al subir la escala, Juan tuvo necesidad do pararse para respirar: estaba ajitado como si hubiese corrido muchas cuadras.
—Y bien ¿por qué se para Vd.? preguntó la criada.
—Vamos, se conoce que Vd. no ha tenido citas, dijo Juan, o que ha olvidado ya lo que en ellas pasa: me paro para tomar aliento; la emocion y la capa me hacen sudar a royos.
—Suba Vd. con confianza, le dijo ella, pues la casa está sola a estas horas; el patron no vuelve nunca temprano.
Juan tomó la capa en el brazo y subió la escalera mas tranquilizado.
La mujer se detuvo delante de una puerta y entreabrió mostrándola al jóven, quien no se hizo repetir dos veces la indicacion.
Juan penetró en un pequeño salon amueblado con algunos restos de lujo.—Julia acababa de dejar un libro en cuya lectura parecia estar ocupada.—Su traje era sencillo y elegante: un vestido de muselina cerrado con una cinta al cuello.—Esta sencillez hacia resaltar la belleza de su rostro y la gracia delicada de su cuerpo.
—Ah, Julia, dijo el jóven contemplándola con admiración; si Vd. supiese cuánto he suspirado por este instante, no se habria negado tanto a concedérmelo.
—¿Podia yo estar segura de su amor? lo estoi acaso en este instante?
—Es cierto que yo no tengo mas prueba que mis juramentos y la verdad de mi amor, que es tan profundo, que apenas concibo cómose pueda dudar de él.
Julia iba a hablar y la voz se paralizó en sus lábios, al mismo tiempo que su rostro se puso espantosamente lívido.
—¿Qué tiene Vd.? dijo el jóven con mortal inquietud.
—He oido abrir la puerta de entrada, contestó ella.
Y en efecto, en el mismo instante se oyó el sonido de una llave y despues el golpe de una puerta que se cerraba.
—Ocúltese Vd. aquí, dijo Julia, conduciendo al jóven a un pequeño gabinete contiguo a la pieza en donde se encontraban.—Volveré aunque sea al amanecer.
Y empujó al consternado jóven, cerrando tras él la puerta con vidriera que servia de entrada al gabinete.
Juan, a quien el tiempo de reflexionar habia faltado, se acercó temblando a la puerta y apartó un poco la cortina que cubria la vidriera para adivinar la causa de la inesperada turbacion de la jóven.—Vió a Julia leyendo al lado de la mesa en el libro que acababa de dejar, y un momento despues al terrible Mayor, acompañado del hombre con quien dias ántes lo habia visto pasearse en el balcon.
—¡Ah, siempre este hombre fatal! se dijo Juan sintiéndose asaltado el espíritu de todas sus supersticiones sobre el Mayor.
El otro hombre se acercó a Julia y la besó en la frente.
—Hija mia, la dijo, retírate a tu cuarto: tenemos que hablar con el Mayor de asuntos importantes.
—Y que talvez conciernan a Vd., dijo el militar, tratando de tomar a Julia una mano, que ésta retiró vivamente.
—¡Malvado! murmuró Juan empuñando las manos con furor.
—Mándame a Paula, dijo a la niña su padre.
Julia se retiró y los dos hombres se sentaron frente a frente, al lado de la mesa, en donde la luz de dos bujías iluminaba todas sus facciones.
Las del padre de la niña acusaban Ja misma inquietud y abatimiento que Juan habia notado la primera vez que lo vió, mientras que las del Mayor formaban un conjunto rechazante, que era puesto eu mayor relieve por la diabólica alegría de su mirada.
La vieja criada se presentó a la puerta del salón.
—Trae agua y coñac, dijo el padre de Julia, mirando las luces con ojos melancólicos.
Cuando la vieja se hubo retirado, despues de dejar sobre Ja mesa una botella de agua y otra, de coñac, el padre de Julia llenó los dos vasos, y despues de hacerse un lijero saludo, ambos apuraron de un solo aliento mas de la mitad de su contenido.
—Ahora, dijo el Mayor encendiendo un grueso cigarro, trotaremos de nuestro asunto si a Vd. le parece, señor don Leandro.
El interpelado bebió el resto del vaso y miró al Mayor con ojos suplicantes.
—Vd. sabe mis pretensiones, dijo despnes de guardar silencio durante algunos momentos; espero que Vd. tenga la jenerosidad de prolongarme el plazo para pagarle los diez mil pesos que Vd. me ha ganado.
—La única dificultad que tengo para ello, mi señor don Leandro, contestó el Mayor, es que necesito absolutamente de ese dinero.
— Por ahora carezco de esa suma y talvez me rehaga en poco tiempo, pues la suerte, que hasta aquí me ha sido fatal, puede mejorarse.
—Vd. puede pagarme sin necesidad de desembolsar un solo real, dijo el Mayor, con una mirada que heló la sangre de Juan, que no perdia un solo movimiento de los interlocutores de aquella escena.
—¿Y cómo? preguntó el infeliz D. Leandro, en cuyo rostro brilló un rayo de esperanza.
—¡Vd. me lo pregunta! prosiguió el Mayor llenando los vasos, y sc olvida del tesoro que Vd. tiene encerrado en esta casa!
—¡Julia! esclaraó aterrado D. Leandro, ea mi única familia, ún ánjel!
Y al decir esto sus ojos se llenaron de lágrima.
Juan escuchaba en una terrible ansiedad.
—Sí, dijo el Mayor saboreando su bebida, un ánjel, esa tambien es mi opinion y por eso deseo su felicidad. Si Vd. quiere verse libre de su deuda, puede hacerlo con dos palabras, y Julia será mi mujer.
—No, nunca tendria valor para sacrificarla, eclamó D. Leandro.
Juan hubiera querido arroiarse en sus brazos y bendecirlo por aquella respuesta.
—Comienzo a creer que Vd. no está en su juicio, mi buen hombre, dijo el militar con su sonrisa que equivalía a una amenaza. Vd. no piensa eu lo que habla, por vida de Cristo, cuando llama esto un sacrificio.
—Vea Vd., dijo D. Leandro, buscando en el licor la enerjía que le faltaba, yo he sido mui desgraciado.
—Bah, quien no ha tenido sus pesares; tanta mas razón para aceptar la felicidad que yo le ofrezco, amigo mio.
—Yo vivia feliz con mi mujer y dos hijos, y Dios me los ha quitado.
Don Leandro, exaltado por el coñac, no se daba el trabajo de ocultar sus lágrimas que corrian quemantes sobre sus pálidas mejillas, mientras el Mayor se entretenia en observar el humo del cigarro.
—Mi mujer, prosiguió D. Leandro, recojió a esta pobre criatura cuando apenas tenia tres meses.
—¿Qué criatura? preguntó el Mayor sin darse el trabajo de mirar a D. Leandro.
—Julia, contestó este, es hija de una amiga nuestra que murió al darla a luz—Ah! es una historia bien triste!
—Pasemos sobre ella, dijo el Mayor, no quiero enternecerme, con mil demonios; bastante he llorado cuando niño; ya no tengo lágrimas.
—A la muerte de mi mujer y mis pobres hijos, prosiguió D. Lea...

Índice

  1. Juan de Aria
  2. Copyright
  3. I.
  4. II.
  5. III.
  6. IV.
  7. V.
  8. VI.
  9. VII.
  10. VIII.
  11. IX.
  12. X.
  13. XI.
  14. Sobre Juan de Aria