Ensayos y revistas: 1888 - 1892
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Ensayos y revistas: 1888 - 1892

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Ensayos y revistas: 1888 - 1892

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Texto que recoge la obra periodística del escritor español Leopoldo Alas, Clarín, en especial los artículos publicados en El Solfeo entre 1888 y 1892.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726550269

Ibsen y Daudet

- I -

Cuando se publique este artículo ya habrá llegado a noticia de los lectores menos diligentes en averiguar lo que sucede fuera de España en asuntos de literatura, el buen éxito alcanzado por Alfonso Daudet en el teatro llamado Gimnasio, de París, con el estreno de una obra dramática titulada El Obstáculo. Es comedia de tesis, y por las señas, obedece a un plan de filosofía espiritualista que el autor del Nabab se propone llevar al teatro, para oponerlo, como triaca, al veneno de las famosas leyes del naturalismo moderno referentes al modo de la evolución mediante la selección, la adaptación al medio, la lucha por la existencia, la herencia, etc. En efecto, en un drama -408- representado hace tiempo, Daudet combatía la lucha por la existencia en cuanto pretexto de algunos modernos vividores para medrar sin escrúpulos, y caiga el que caiga.
Hoy le toca la vez a la herencia, y Daudet, en El Obstáculo, combate, no la verdad del orden fisiológico que puede haber en esta ley material estudiada por los modernos sabios, sino la extensión y trascendencia filosófica y moral que por muchos se quiere dar al principio y sus conclusiones. En el estreno de El Obstáculo no todo el monte ha sido orégano, pues, al parecer, en el momento de querer una madre sacrificar su fama, su honor, por salvar a su hijo de la aprensión de la locura, el público, que, allá como acá, quiere que los personajes de las comedias sean moderados en sus afectos, se impacientó un poco. Por fortuna, Daudet, que no en balde se parece al pintor aquel que Zola nos presenta en la Obra, eclipsando al maestro a fuerza de transacciones disfrazadas de atrevimientos, Daudet no extrema las cosas, y no hace más que señalar el sacrificio de la madre, como nuestros espadas tienen que hacer con el sacrificio de las reses en las plazas de toros de París. Desde aquel momento el público ya no presenta más obstáculos al Obstáculo; se llora, se ama al prójimo con aquel amor de teatro que ya Voltaire describía; y el ilustre valetudinario, discípulo de Flaubert, aunque -409- no muy fiel, recibe el homenaje del todo París de los estrenos, que desfila ante él en el saloncillo, como si dijéramos, para manifestarle que está conforme con la teoría de que nos vendría muy bien que, en caso de tener un ascendiente loco, pudiéramos vencer la tendencia hereditaria a fuerza de pensarlo mucho y con reactivos espirituales.
El Diario de los Debates no se entusiasma con este optimismo, a pesar de ser él un burgués de los más reflexivos; y dice que El Obstáculo, aunque enterneció al público, es obra lánguida e incoherente. Debo advertir que esto no lo dice el crítico de plantilla, el simpático Lemaître, sino el anónimo adjunto de las noticias teatrales.
En cambio, Alberto Wolff, en el Fígaro, echa las campanas a vuelo. El famoso cronista tudesco parisiense, crítico de letras a ratos y crítico de pintura en cuanto se abre el salón, elogia siempre que hay pretexto a Alfonso Daudet de una manera desmesurada, acaso más por dar envidia a Goncourt y a Zola que por halagar a Daudet; pero ello es que le pone en los cuernos de la luna. Pues este Wolff51 , que fue el que dijo, no sé con que fundamento, que Safo, la novela, colocaba a su autor a la cabeza del naturalismo francés, ahora compara El Obstáculo de Daudet con las obras, que no cita, de Ibsen, en que se trata el mismo asunto, la herencia -410- fisiológica. Y aunque nada dice Wolff contra el autor escandinavo, parece desprenderse de su comparación que la manera de tratar Daudet esta materia difícil es preferible a la de Ibsen. En efecto, en El Obstáculo, siguiendo la narración del mismo cronista del Fígaro, la herencia fisiológica no llega a presentarse, es el enano de la Venta; el personaje aquel que pedía la armadura a un gran trágico para gritar ¡alerta! entre bastidores. En cambio, en Ibsen, en su drama Los Aparecidos52 (que supongo que será al que alude Wolff) la herencia se muestra no en forma de tesis, sino como las cosas deben presentarse en escena, en cuerpo y alma, en la figura de Oswaldo Alving, pintor. En el teatro libre de M. Antoine se ha representado ya Los Aparecidos (Los revenants, en francés) y a juzgar por los periódicos, se vio lo que tiene el drama de admirable. Sin embargo, sea porque el teatro libre no es público oficialmente, y aunque por dinero, como en todo, se entra en él, el número de espectadores que le frecuenta es insignificante en comparación del gran público de los teatros principales; sea porque, como se temía, lo extraño de la obra no llegó a vencer de veras las preocupaciones tradicionales del gusto predominante, ello fue que Los Aparecidos de Ibsen no tuvieron, ni con mucho, -411- la resonancia de una de estas obras genuinamente francesas que en París se aplauden hasta por patriotismo. El Obstáculo, por ejemplo, ha hecho infinitamente más efecto que la obra del autor noruego. Y con todo, por lo que se refiere al interés dramático (que es lo que importa) de la enfermedad hereditaria y sus consecuencias, no cabe duda que va de la obra de Ibsen a la de Alfonso Daudet lo que va de lo vivo a lo pintado.
Yo no comparo, en general, al autor del Norte y al paisano de Tartarin; no cabe comparación; son hombres muy diferentes y su arte tiene que serlo también. Ibsen es, puede decirse, principal, casi exclusivamente, autor dramático; y en Daudet lo principal es el novelista; en Ibsen hay todo un pensador, y pensador revolucionario; un refractario de alto vuelo; Daudet tiene, como mayor deficiencia de su gran ingenio, el límite estrecho de sus miras; puede decirse que no ha pensado siquiera en las grandes cosas, que son lo principal, son el fondo de los mejores dramas de Ibsen. Los atrevimientos de Daudet se limitan a retratar del natural, sin escrúpulos ni miedo, reyes destronados, fúcares, ministros, literatos, cómicos, bailarinas, etc., etc.... Todo eso es algo, mucho en su género; pero en el mundo hay mucho más. Sólo en ciertas delicadezas escapa Daudet al alcance intelectual del vulgo ilustrado; por esto suelen -412- preferirle los carneros de Panurgo del pensamiento a Zola, Flaubert, y ahora a Ibsen.
Daudet es uno de tantos hombres modernos que, respecto de los grandes intereses ideales, no profesan más que una especie de escepticismo prudente y discreto, oculto o disimulado, cuya práctica constante consiste en abstenerse de tocar materias metafísicas ni nada que con ellas se dé la mano. Para el arte de Daudet, el interés de la vida empieza en lo relativo, y las más veces radica en lo convencional. Destruir, o combatir por lo menos, un convencionalismo de esos que pasan pronto por sí mismos, una moda, le parece poner una pica en Flandes. No hay más que ver cómo aborda estas cuestiones que ahora trae entre manos en sus comedias, para comprobar que no es capaz, como poeta a lo menos, de mirar su asunto sino desde un punto de vista de poco alcance, en atención a un utilitarismo inmediato.
Ibsen peca por lo contrarío. A fuerza de ser artista, no echa a perder, por pura abstracción, las obras que sirven como de símbolos a sus ideas de innovador. La preocupación predominante de este poeta nos recuerda, a su modo, las grandes esperanzas y las grandes revoluciones ideales de los místicos y soñadores de Italia, que creían llegada la hora del EvÁngelio Eterno.
En efecto, una tercera ley es lo que viene a pedir -413- Ibsen; en el siglo XIX, y tal como hoy puede ser esto, Ibsen, descontento, pide algo semejante a lo que querían los Joaquín de Flora, los Juan de Parma. Reconoce, como dice Eduardo Rod, la fuerza histórica del cristianismo, su necesidad; pero aspira a un tercer reinado, que no define, pero que sería en el fondo la reconciliación entre la teoría del placer, esencia de las creencias paganas, y la teoría del sacrificio, de la abnegación y renuncia, base de las doctrinas cristianas.
En efecto, esta tendenci...

Índice

  1. Cover
  2. Ensayos y revistas: 1888 - 1892
  3. Copyright
  4. Camús
  5. Lecturas
  6. Zola y su última novela
  7. Nubes de estío
  8. Dos académicos
  9. Otro académico
  10. Cañete
  11. La novela novelesca
  12. Entre bobos anda el juego
  13. Nota bibliográfica
  14. Revista literaria
  15. Revista literaria
  16. Revista literaria
  17. Revista literaria
  18. Revista literaria37
  19. Revista literaria
  20. Revista literaria
  21. Revista literaria
  22. La novela del porvenir
  23. La juventud literaria
  24. Un libro de Taboada
  25. Ibsen y Daudet
  26. Sobre Ensayos y revistas: 1888 - 1892