La desheredada
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La desheredada

  1. 60 páginas
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La desheredada

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Información del libro

La desheredada es una novela de Benito Pérez Galdós. Narra la historia de Isadora, una muchacha de provincias que llega a Madrid llena de sueños, pero termina cayendo en la mala vida, la prostitución y la cárcel.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726495751
Categoría
Literature

Segunda parte

—4→

PERSONAJES DE ESTA SEGUNDA PARTE

  • ISIDORA RUFETE, protagonista.
  • MARIANO RUFETE, su hermano.
  • AUGUSTO MIQUIS, doctor en Medicina.
  • JOAQUÍN PEZ.
  • DON JOSÉ DE RELIMPIO Y SASTRE, tenedor de libros.
  • MELCHOR DE RELIMPIO, arbitrista.
  • EMILIA DE RELIMPIO DE CASTAÑO.
  • LA SANGUIJUELERA.
  • DON ALEJANDRO SÁNCHEZ BOTÍN, padre de la Patria.
  • JUAN BOU, litógrafo.
  • JUAN JOSÉ CASTAÑO, ortopedista.
  • MUÑOZ Y NONES, notario.
  • MADAMA EPONINA, modista.
  • RIQUÍN, niño.
  • EL MAJITO.
  • MODESTO RICO, tratante de vinos.
  • PALO-CON-OJOS.
  • GAITICA.
  • DIVERSOS PECES.
  • DIVERSOS PÁJAROS.
  • UN GRAN PERSONAJE (que no habla).
  • DIVERSOS PERSONAJES (que no hablan tampoco).
  • Un abogado, testigos, carceleros y carceleras, curiales, un oficial de litografía, hombres y mujeres del pueblo, porteros, tropa, etc.
___________
La escena en Madrid y principia en diciembre de 1875.
—5→

Capítulo I

Efemérides
La República, el Cantonalismo, el golpe de Estado del 3 de enero, la Restauración, tantas formas políticas, sucediéndose con rapidez, como las páginas de un manual de Historia recorridas por el fastidio, pasaron sin que llegara a nosotros noticia ni referencia alguna de los dos hijos de Tomás Rufete. Pero Dios quiso que una desgraciada circunstancia (trocándose en feliz para el efecto de la composición de este libro) juntase los cabos del hilo roto, permitiendo al narrador seguir adelante. Aconteció que por causa de una fuerte neuralgia necesitó este la asistencia de Augusto Miquis, doctorcillo flamante, que en los primeros pasos de su carrera daba a conocer su gran disposición y altísimo porvenir. Enfermo y médico charlaban de diversas cosas. Un día, cuando ya se había iniciado la convalecencia, recayó la conversación en los sucesos referidos en la Primera parte, y Miquis, —6→ para quien no podía haber un tema más gustoso, habló largamente de Isidora, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente:
«Está ahora esa mujer..., vamos..., está guapísima, encantadora. Parece que ha crecido un poco, que ha engrosado otro poco y que ha ganado considerablemente en gracia, en belleza, en expresión. Se me figura que será una mujer célebre. Vive en la misma casa donde se instaló hace dos años, al final de la calle de Hortaleza. Ha tenido un hijo. -¡Un hijo! ¿Qué me cuenta usted? - Lo que usted oye. Ya tiene dos años. Es algo monstruoso; lo que llamamos un macrocéfalo, es decir, que tiene la cabeza muy grande, deforme. ¡Misterios de la herencia fisiológica! Su madre me pregunta si toda aquella gran testa estará llena de talento. Yo le digo que su delirante ambición y su vicio mental le darán una descendencia de cabezudos raquíticos... El chico es gracioso y de una precocidad alarmante...
»Pasando a otra cosa, yo tengo para mí que el marqués viudito está más tronado que la nación española. Sus deudas se remontan como el águila ávida de las altas cumbres; sus gastos no disminuyen. Para estos tales, carecer es morir, y pasarán por toda clase de ignominias antes que decapitarse renunciando al lujo y a la vida de rumbo y disipación. Por desgracia de la sociedad, siempre encuentran tontos que les presten, cándidos que les fíen y malvados que los ayuden. Observe usted que nunca mueren en un hospital. Su mendicidad no tiene harapos; pero piden, y a veces toman sin pedir.
»Yo pregunto: ¿No habrá algún día leyes para enfrenar la alta vagancia? ¿No se crearán algún día palacios correccionales? ¿No establecerán las —7→ generaciones venideras asilos elegantes, forrados de seda, para tener a raya la demagogia azul, dándole de comer? Yo pregunto también: Puesto que tanto se ha hablado del derecho a la vida, ¿existirá también el derecho al lujo? Si el populacho nos pide los talleres nacionales, la alta vagancia nos pedirá algún día los casinos costeados por el Estado. Lógica, lógica, digo yo. Y a los que predican el comunismo les digo: «Estáis tocando el violón, porque el comunismo existe entre nosotros con tan profundas raíces como la religión: es nuestra segunda Fe. No falta más que perfilarlo, darle la última mano, y ponerlo bien clarito en las leyes, tal como lo está en nuestras costumbres».
»Ahora bien, señores, si esto no os gusta, empecemos por renovar la sociedad toda. Hagamos una revolución para destruir el comunismo, y esto es lo práctico, porque hacer revolución por establecerlo es como si encendiéramos el gas de las calles en pleno día. Revolución, pues. Suprimamos la Administración, que es una hipocresía del reparto universal; suprimamos el presupuesto, que es la forma numérica del restaurant nacional; suprimamos las contribuciones, que son el almacenaje omnímodo de que se nutre el comunismo, y una vez suprimido esto, lo demás, ejército, gobierno, armada..., se suprimirá por sí mismo. Entonces diremos: todo acabó; nadie se encarga de nada... Que cada cual salga por donde pueda. Fúndese una sociedad nueva entre el estruendo de los palos. ¿Qué tal? Sí, señores, el comunismo no muere sino ahogado en un océano de negaciones. Luego se unirán el interés y la fuerza para crear el nuevo derecho».
Todos los que conozcan a Miquis verán que —8→ no exageramos ni añadimos nada al poner aquí sus festivas paradojas.
Efectivamente, Isidora vivía al fin de la calle de Hortaleza en un número superior al 100. Su casa era nueva, bonita, alegre, nada grande. Constaba, como todas las casas de Madrid que, aunque nuevas, están fabricadas a la antigua usanza, de sala mayor de lo regular, gabinetes pequeños con chimenea, pasillo ni claro ni recto, comedor interior dando a un patio tubular, cuartos interiores de diferentes formas y escasas luces. Los gabinetes daban paso a las alcobas por un intercolumnio de yeso, plagiado de las embocaduras de los teatros. No estaba mal decorada la casa, si bien dominaba en ella la heterogeneidad, gran falta de orden y simetría. La carencia de proporciones indicaba que aquel hogar se había formado de improviso y por amontonamiento, no con la minuciosa yuxtaposición del verdadero hogar doméstico, labrado poco a poco por la paciencia y el cariño de una o dos generaciones. Allí se veían piezas donde el exceso de muebles apenas permitía el paso, y otras donde la desnudez casi rayaba en pobreza. Algún mueble soberbio se rozaba con otro de tosquedad primitiva. Había mucho procedente de liquidaciones, manifestando a la vez un origen noble y un uso igualmente respetable. Casi todo lo restante procedía de esas almonedas apócrifas, verdaderos baratillos de muebles chapeados, falsos, chapuceros y de corta duración.
La sala lucía sillería de damasco amarillo rameado; en imitación de palo santo, dos espejos negros, y alfombra de moqueta de la clase más inferior; dos jardineras de bazar y un centro o tarjetero de esas aleaciones que imitan bronce, —9→ ornado de cadenillas colgando en ondas, y de piezas tan frágiles y de tan poco peso que era preciso pasar junto a él con cuidado, porque al menor roce daba consigo en el suelo. La consola sustentaba un relojillo de estos que ni por gracia mueven sus agujas una sola vez. El mármol de ella se escondía bajo una instalación abigarrada de cajas de dulces, hechas con cromos, seda, papel cañamazo y todo lo más deleznable, vano y frágil que imaginarse puede... A Isidora no gustaba esta sala, que era, según ella, el tipo y modelo de la sala cursi. Había sido comprada in solidum por Joaquín en una liquidación, y provenía de una actriz que no pudo disfrutarla más de un mes. Isidora tenía propósito de deshacerse a la primera oportunidad de aquellas horrorosas sillas de tieso respaldo, con cuyo damasco rameado había lo bastante para media docena de casullas, y aún sobraba algo para vestir un santo y ponerle de tiros largos.
En el gabinete próximo a la sala estaba casi constantemente la heroína de esta historia. A la izquierda de la chimenea tenía su armario de luna, mueble chapeado y de gran apariencia en los primeros días de uso, pero que pronto empezó a perder su brillo y a desvencijarse, manifestando su origen, como nacido en talleres de pacotilla y vendido en un bazar por poco dinero. A la derecha, cerca del balcón, estaba el tocador, mueble precioso, pero muy usado. Había pertenecido a una casa grande que liquidó por quiebra. Un escritorio pequeño con gavetillas y algún secreto ocupaba uno de los lados de la puerta, quedando el otro para la cómoda. Sobre esta se elevaba un montón de cosas revueltas, en cuya ingente masa podían distinguirse cajas de — 10→ sombreros y cajas de sobres estropeados, libros, líos de ropa, un álbum de retratos, un Diccionario de la Lengua Castellana y un caballo de cartón.
En la chimenea, y sobre graciosos caballetes de ébano y roble, había varios retratos, entre ellos el de Isidora, obra admirable por la perfección de la fotografía y la belleza de la figura. Parecía una duquesa, y ella misma admiraba allí, en ratos de soledad, su continente noble, su hermosura melancólica, su mirada serena, su grave y natural postura. En la pared no había ninguna lámina religiosa; todas eran profanas; a saber: las parejas de frailes picarescos con que Ortego ha inundado las tiendas de cromos; canónigos glotones, cartujos que catan vinos, el clérigo francés que se come la ostra y el que muestra el gusano en la hoja; además, borrachos laicos y algunas majas y chulos que entonces empezaban a ponerse de moda. Todo esto había sido adquirido por Joaquín, que se reía mucho contemplando al fraile embobado junto a la muchacha, o al capuchino beodo. Pero a Isidora no le hacían maldita gracia los cromos frailescos. Encontrábalos groseros, de mal gusto y ordinarios, por ser cosa de estampa que se veía en todas partes. ¡Cuándo realizaría ella su gran ideal de rodearse de hermosos cuadritos al óleo, de los primeros pintores!
Desde principios de marzo del 73, ocupaba Isidora aquella vivienda. Si había sido feliz o desgraciada en su modesta y bonita casa, ella misma nos lo dirá. Todo lo ocurrido en ese largo espacio de treinta y cuatro meses en que ha estado fuera de nuestra vista, merece algo de historia, y para ello aprovechemos las efemérides —11→ verbales de D. José de Relimpio, cuya amabilidad para el suministro de noticias es inagotable.
1873. 1.º de marzo.- Instalación de Isidora en su casa de la calle de Hortaleza, no se sabe sin con propios recursos o a expensas del marqués viudo de Saldeoro. Escándalo. Pronuncia D.ª Laura su célebre frase: «Ya veía yo venir esto». Disturbios en Barcelona; cunde la indisciplina militar.- La Sanguijuelera visita a los de Relimpio y califica la conducta de su sobrina con palabras que a pluma más hipócrita no podría velar con los disimulos del lenguaje.
Abril.- Desarme de la Milicia por la Milicia. Dos cobardías se encuentran frente a frente y del choque resulta una página histórica. No corre la sangre.- Primera cuestión entre Isidora y Joaquín por la manera de invertir el dinero heredado del Canónigo. Isidora gasta sin substancia una buena parte de él en los preliminares de su pleito. Se permite el esplendor de una berlina de Alonso, pero al mes tiene que privarse de este inocente lujo. La modista apunta con ojo certero a los fondos que quedan de la herencia. En la casa reina una abundancia incongruente. Suelen escasear, y aun faltar del todo, las cosas necesarias. El panadero y el carbonero son tan mal educados, que se atreven a quejarse de que no se les atiende con puntualidad.- Célebre discurso de Pi.
Junio.- Reúnense las Cortes Constituyentes. La guerra toma proporciones alarmantes, y en Navarra se ven y se tocan las desastrosas consecuencias de la desgraciada acción de Eraul.- Joaquín Pez marcha a Biarritz. Isidora tiene que quedarse en Madrid para averiguar el paradero —12→ de su hermano, que ha desaparecido del colegio en que estaba.- Consternación. Nuevo Gabinete. Asesinato del coronel Llagostera. La guerra, la política, ofrecen un espectáculo de confusión lamentable. Don José de Relimpio manifiesta con gran seso que la cesantía de treinta mil reales que disfrutan los ex ministros españoles es la causa de estas tremolinas.
Julio.- Alcoy, Sevilla, Montilla. Sangre, fuego, crímenes, desbordamiento general del furor político.- Doña Laura cae gravemente enferma.- La guerra civil crece. Cada día le nace una nueva cabeza y un rabo nuevo a esta idea execrable. Isidora, sin esperanzas de encontrar a su hermano, toma el tren y se va a Santander, donde llama la atención y se hacen acerca de ella novelescos comentarios.- Ministerio Salmerón.
Septiembre.- Cartagena, excursiones de las fragatas. ¡Oh! Don José les perdonaría a los cantonales en su calaverada si aprovecharan el empuje de las fragatas para irse a Gibraltar y conquistar aquel pedazo de nuestro territorio, retenido por la pérfida Inglaterra. Si viviera Méndez Núñez, otro gallo nos cantara.- Horrores del cura Santa Cruz.- Doña Laura, como si fuera símbolo humano de la unidad y el honor de la patria, sucumbe en aquellos tristes días. Antes de morir tiene el inefable consuelo de ver a su hijo gobernador de una provincia de tercera clase.- Célebre apóstrofe de D. Manuel Pez contra las improvisaciones. Los prohombres de la tertulia de Pez exhalan, en desgarradoras quejas, su sentimiento de ver a la patria en situación tan triste. Todos quisieran salvarla. Don Manuel, recordando su destino, iguala a Isaías en —13→ gravedad elegíaca y arrebato poético. Verifícase en toda España una limpia general del comedero de todos los Peces habidos y por haber. Hay quien cree firmemente que se acaba el mundo.- Dispersión de la familia de Relimpio. Isidora vuelve a Madrid; está algo desfigurada, pero, según sus cuentas, en diciembre concluirá aquello.- ...

Índice

  1. La desheredada
  2. Copyright
  3. Primera parte
  4. Dedication
  5. Segunda parte
  6. Sobre La desheredada