Las alegres esposas de Windsor
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Las alegres esposas de Windsor

  1. 106 páginas
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Las alegres esposas de Windsor

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Información del libro

Al llegar a Windsor, John Falstaff se encuentra escaso de fondos. Es por ello que decide cortejar, escribiendo dos cartas idénticas, a dos mujeres casadas, la señora Ford y la señora Page, para mejorar su situación económica. Así comienza esta historia de disparates, llena de ingeniosos personajes, como los criados Pistol y Nym, y divertidas confusiones y juegos de palabras, que lo entretendrán de principio a fin.En esta comedia clásica, presentada de la mano de John Falstaff como antihéroe romántico, Shakespeare supo combinar todos los personajes y situaciones de manera magistral, desplegando todo su talento teatral. La ironía, la sorpresa y la sátira lo atraparán desde el principio en esta agradable lectura. -

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726353020
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

ACTO III

ESCENA PRIMERA

Campo cerca de Frogmore
[Entran SIR HUGH EVANS y SIMPLE]
EVANS.—Os ruego me digáis, buen servidor del señor Slender, y amigo Simple por vuestro nombre, ¿de qué manera habéis buscado al señor Caius, que se da el título de «Doctor en medicina»?
SIMPLE.—En verdad, señor, le busqué en el distrito de la ciudad y en el del parque, en todas direcciones: en el antiguo camino de Windsor, y en todos los demás, excepto el de la ciudad.
EVANS.—Pues deseo con la mayor vehemencia, que busquéis también enese camino.
SIMPLE.—Así lo haré.
EVANS.—¡Dios me asista! ¡Cuán lleno estoy de cólera y de incertidumbre! Me alegraré de que él me haya engañado. ¡Qué melancólico estoy!¡En la primera oportunidad le haré salir la cruz de los calzones por la copa del sombrero, a ese bribón! ¡Dios me asista!
[Canta]
Junto al claro riachuelo
a cuya bella cascada
canta el ave en la alborada
madrigales desde el cielo,
formaremos a la sombra,
sobre el musgo y entre flores
ricas de aroma y colores,
un lecho de blanda alfombra.
¡Válgame Dios! ¡Y qué gana tengo de llorar!
Canta el ave melodiosa
madrigales desde el cielo,
un lecho me brinda el suelo
de césped, clavel y rosa
junto al claro riachuelo,
etc, etc.
SIMPLE.—Señor Hugh, vedle que viene por allí abajo.
EVANS.—Bien venido.
Junto al claro riachuelo,
a cuya bella cascada…
¡Que el cielo ayude al que tenga justicia! ¿Qué armas trae?
SIMPLE.—Ninguna, señor. Vienen mi amo el señor Slender y otro caballero de Frogmore, y se dirigen hacia aquí.
EVANS.—Bien. Dame mi toga; o más bien, tenla en tu brazo. (Lee en un libro.)
[Entran Page, Pocofondo y Slender]
POCOFONDO.—¿Qué tal, señor cura? Buenos días, buen señor Hugh. Quien quiera hacer una maravilla, que separe de los dados a un jugador y de su libro a un estudiante.
SLENDER.—¡Ah, dulce Ana Page!
PAGE.—Dios os guarde, buen señor Hugh.
EVANS.—Él os bendiga a todos por su misericordia.
POCOFONDO.—¡Qué! ¿La espada y la palabra? ¿Estudiáis una y otra, señor cura?
PAGE.—¿Y todavía andáis en cuerpo, como un jovencito, en un día tan crudo y reumático?
EVANS.—Hay motivos y razones para ello.
PAGE.—Hemos venido a encontraros, señor cura, con ánimo de hacer una buena acción.
EVANS.—Muy bien. ¿Cuál es?
PAGE.—Allá hay un venerable caballero, que juzgándose ofendido por alguna persona, está en la más terrible lucha que se pueda ver con su propia gravedad y paciencia.
POCOFONDO.—Ochenta y pico de años he vivido, y nunca he visto a hombre de su posición, gravedad y saber, tan celoso de su propio respeto.
EVANS.—¿Quién es?
PAGE.—Pienso que le conocéis. Es el señor doctor Caius, el reputado médico francés.
EVANS.—¡Por Dios y todos los santos del cielo! ¡Preferiría hablar de un hervido de coles!
PAGE.—¿Por qué?
EVANS.—Porque no sabe jota de Hipócrates y Galeno. Y además es un bribón: tan cobarde bribón, como el que más de cuantos pudierais conocer.
PAGE.—Os aseguro que éste es quien se batiría con él.
SLENDER.—¡Oh dulce Ana Page!
POCOFONDO.—Así parece, por sus armas. Mantenedles separados: aquí viene el doctor Caius.
[Entran el posadero, Caius y Rugby]
PAGE.—No, señor cura: no desnudéis vuestra arma.
POCOFONDO.—Ni tampoco vos, mi buen doctor.
POSADERO.—Desarmadles y dejad que discutan. Así conservarán ilesos sus miembros y no harán trizas sino nuestro idioma.
CAIUS.—Dejadme deciros una palabra al oído, si gustáis. ¿Por qué evitáis el encuentro conmigo?
EVANS.—Tened un poco de paciencia, os ruego. Ya vendrá el momento oportuno.
CAIUS.—¡Voto a sanes que sois un cobarde, un perro, un mico!
EVANS.—Os suplico que no nos hagáis el hazmerreír del buen humor de otras personas. Deseo vuestra amistad, y de un modo u otro os dejaré satisfecho. (En voz baja.) Os he de sacar a puntapiés la cruz del calzón por la cabeza, gran bellaco, para que no os burléis de citas y compromisos de honor.
CAIUS.—¡Al diablo! Jack Rugby, y vos, hostelero de la Liga, ¿no le esperé para matarle? ¿No estuve en el sitio designado?
EVANS.—Tan cierto como que soy cristiano, este es el sitio que se había señalado. Que lo diga el mismo hostelero de la Liga.
POSADERO.—¡Paz! ¡Paz, digo, entre Gales y la Galia!, ¡entre galés y francés! ¡Paz entre el que cura el alma y el que cura el cuerpo!
CAIUS.—Sí, eso es muy bueno, ¡excelente!
POSADERO.—Paz, digo. ¡Decid si el posadero de la Liga no es un político sutil, si no es un Maquiavelo! ¿Perderé a mi médico? ¡No! Él es quien me da las pociones y mociones. ¿Perderé a mi cura?, ¿a mi sacerdote?, ¿a mi amigo Hugh? No. Él me da los proverbios y los paternoster. Dame tu mano, hombre terreno, así. Dadme la tuya, hombre místico, así. No sois más que niños en la astucia. Os he engañado a ambos, dirigiéndoos a diferentes lugares para que no pudierais encontraros. Vuestros corazones están llenos de vigor, vuestros cuerpos ilesos, y el desenlace debe ser una libación de vino jerez. ¡Ea!, guárdense esas armas para empeño. Sígueme, hombre de paz. Seguidme, seguidme.
POCOFONDO.—Contad conmigo, huésped. Seguid, caballeros, seguid.
SLENDER.—¡Oh dulce Ana Page!
[Salen Pocofondo, Slender, Page y el posadero]
CAIUS.—¡Ah, ya caigo en cuenta. Nos ha hecho pasar por un par de tontos! ¡ah!, ¡ah!
EVANS.—Está muy bien. Se ha reído de nosotros. Deseo que vos y yo seamos amigos, y vamos concertando juntos el modo de vengarnos de este despreciable, sarnoso y tahúr compañero, el posadero de la Liga.
CAIUS.—¡Por Cristo! Con todo mi corazón. ¡Me prometió conducirme a donde Ana Page y también me ha engañado!
EVANS.—Bueno. He de romperle la crisma. Tened la bondad de venir conmigo.
[Salen]

ESCENA II

Una calle de Windsor
[Entran la señora PAGE y ROBIN]
Sra. PAGE.—No; sigue adelante, galancito mío. Tú debías ir detrás y ahora vas a la cabeza. ¿Te gusta más hacer que te sigan mis ojos, o seguir con los tuyos los talones de tu señor?
ROBIN.—A fe mía que prefiero ir delante como un hombre, que seguirle como un enano.
Sra. PAGE.—¡Oh! Eres un chico zalamero. Veo que pararás en cortesano
[Entra Ford]
FORD.—Me alegro de encontraros, señora Page. ¿A dónde vais?
Sra. PAGE.—Por cierto que a ver a vuestra esposa. ¿Está en casa?
FORD.—Sí, y tan ociosa, por falta de compañía, que no sé cómo no se le caen los cuartos. Se me figura que, si muriesen vuestros maridos, os casaríais las dos.
Sra. PAGE.—De seguro con otros dos maridos.
FORD.—¿Dónde hubisteis este bonito gallo de campanario?
Sra. PAGE.—Por nada puedo acordarme del nombre del sujeto de quien lo adquirió mi esposo. Muchacho ¿cómo se llama tu señor?
ROBIN.—El señor Juan Falstaff.
FORD.—¡El señor Juan Falstaff!
Sra. PAGE.—El mismo. Nunca puedo dar con su nombre. ¡Hay tanta intimidad entre mi buen hombre y él! ¿Es seguro que vuestra esposa está encasa?
FORD.—Seguro que está allí.
Sra. PAGE.—Con vuestro permiso. Estoy impaciente por verla.
[Salen la señora Page y Robin]
FORD.—¿Tiene Page sesos? ¿Tiene ojos? ¿Tiene algo como entendimiento? Pues si los tiene, no hay duda de que están dormidos: no le sirven para nada. Por cierto que este muchacho llevara una carta veinte millas, con tanta facilidad como un cañón arroja una bala, punto en blanco, a doscientas cuarenta yardas. Page da rienda suelta a la inclinación de su esposa; da impulso y facilidades a su insensatez; ¡y ahora va adonde mi mujer, y la acompaña el muchacho de servicio de Falstaff! Un ciego podría ver al través de esto. ¡La acompaña el muchacho de Falstaff! ¡Bien urdidas están las intrigas! Y nuestras mujeres se juntan para condenarse ¡Bueno! Me apoderaré de él; en seguida torturaré a mi esposa, arrancaré la máscara de falsa modestia de la hipócrita señora Page, exhibiré a Page como un Acteón voluntario; y a estos violentos procederes, todos mis vecinos dirán amen. (Se oye el reloj dar horas.) El reloj me da el aviso, y mi certeza me invita a hacer un registro. Allí encontraré a Falstaff; y seré más encomiado que ridiculizado por esto; porque tan seguro es que Falstaff está allí como que la tierra está bajo los pies. Iré.
[Entran Page, Pocofondo, Slender, el posadero, sir Hugh Evans, Caius y Rugby]
POCOFONDO, PAGE, etc.—Pláceme veros, señor Ford.
FORD.—Una buena reunión, a fe mía. Hay una buena mesa hoy en casa; y os ruego a todos que me acompañéis.
POCOFONDO.—Debo ofreceros mis excusas, señor Ford.
SLENDER.—Y yo igualmente, señor. Estamos comprometidos a comer donde la señorita Ana y no le faltaría por ninguna suma de dinero que se pueda contar.
POCOFONDO.—Hemos disertado sobre unas bodas entre Ana Page y mi primo Slender, y hoy debemos recibir la respuesta.
SLENDER.—Espero contar con vuestro favor, padre Page.
PAGE.—Tenéis mi buena voluntad, señor Slender. Estoy enteramente a favor vuestro; pero mi esposa, señor doctor, está no menos decidida por vos.
CAIUS.—Y ¡por vida de…! que la doncella está enamorada de mí; que así me lo ha dicho mi aya, la señora Aprisa.
POSADERO.—¿Y qué decís al joven señor Fenton? Él baila, tiene el brillode la juventud, escribe versos, habla alegremente, y tiene olor de Abril y Mayo. Él ganará la partida; él ganará la partida. Eso está en la masa de la sangre. Ganará la partida.
PAGE.—No con mi consentimiento,...

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  2. Las alegres esposas de Windsor
  3. Copyright
  4. PERSONAJES
  5. ACTO PRIMERO
  6. ACTO II
  7. ACTO III
  8. ACTO IV
  9. ACTO V
  10. Om Las alegres esposas de Windsor