El motín de los retablos
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El motín de los retablos

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El motín de los retablos

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"El motín de los retablos: novela inédita" (1917) es una novela corta de José María Vargas Vila que narra el romance de dos jóvenes. Cordelia es huérfana y ha pasado sola toda su niñez, pero sus tíos la acogen y conoce entonces a Renato, su primo, un hermoso joven con alma de poeta.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726680683
Categoría
Letteratura
Categoría
Classici
Horizonte limitado; verde y ocre;
la cortina de follajes, tiembla al soplo de la brisa;
la decoran margaritas entreabiertas, y, jazmines malabares, en botón;
los rosales, se dirían genuflexos, bajo el peso de sus flores, en un gesto, de letal adoración;
en el oro de la tarde, la miseria del Sol brilla, cuasi extinto en la gran decrepitud de la hora vesperal;
en un nimbo de cenizas, muere el día. ya cadente en los flancos de la Noche;
Las novelas «inéditas» que publica esta Revista, son consideradas como tales, bajo la exclusiva responsabilidad de sus autores,
triunfadoras las tinieblas, lo coronan;
como el asa de una áufora de agata, medio oculta entre las nubes, la luna, en primer cuarto creciente, señorea;
ostentorios diferentes, va brindando a las estrellas, la gran comba de los cielos, muy pálidos, muy sensibles al misterio de la sombra;
una capa pluvial, azul-violeta, laminada en viejo argento, extendida en las tinieblas, la colina, muy cercana, parece;
caudatario de esa cuda, semeja el río minúsculo, que en la sombra va corriendo, con reflejos de moaré;
la salmodia de los campos, musita extrañas músicas, en los verdes, y escarlatas, y, los índigos pálidos, de la pompa vegetal, y, la calma arborescente del jardín;
quieto el lago vitrescente;
en su fondo se retratan las estrellas, semejando fragmentos de cristal, caídos de una vidriería celeste;
dos cisnes párvulos surcan sus olas, ensayando gaudentes en la sombra, de sus alas la diáfana inquietud;
las camelias, son muy blancas, con blacuras monacales, y, tersuras de marfil.
pero, más blanca, es la virgen soñadora, que cerca a ellas, en la pálida penumbra de las hojas, está inmóvil, y, medita;
parece una intaglia, esculpida en el tronco del grande árbol que ampara su belleza archidivina, y, el encanto sugestivo de su gracia juvenil;
luz dorada los cabellos de un color de miel hiblea, que cual flámeo candoroso, a los flancos de su rostro de blancuras de gardenia, le caen; sujetados hacia la nuca y hechos trenza, por la espalda como una sierpe de auricalco, hasta más abajo del talle le descienden;
grandes ojos azulosos, de un azul, turbio y, metálico, con reflejos amatistas, como trozos de turquesas, entallados en cristal, al palor de sus mejillas le dan sombra y le dan luz con los rayos escapados a la red aurea y espesa, que le forman las pestañas, en redor de las pupilas de un vértigo sideral;
muy pálidos, muy delgados son sus labios; en un gesto de tristeza y de desdén, van plegados; cual dos muros de silencio, conteniendo la palabra musical;
su garganta columnaria, se ensancha hacia el busto, que comban como dos urnas votivas, los dos pechos, prisioneros en las mallas de los linos de blancuras deslumbrantes;
toda en blanco va vestida; en un blanco de azahar;
un gran lirio de cristal, ornado por los pístilos de oro de su blonda cabellera, parece;
bajo el nimbo de la luna, ella aparece, como un astro, aun más triste que la luna;
un gran cirio funerario en la sombra de la tarde;
con un libro entre las manos, manos largas sensitivas—de esas manos tan amadas a los pintores sieneses y a sus émulos de Fiésola, de a mitad del siglo iv, manos que se dirían tentaculares, —apoya el libro contra el pecho:
ha dejado de leer, y, medita;
romántica, ensoñadora, deja las carabelas de sus sueños, errar bajo el cielo malva, en el cual las nubes hacen lagunas de oro, sobre la suave placidez de las cosas dormidas, que parecen ellas también, soñar en alta voz, con el murmullo de los arroyos, que corren sobre el corazón de la tierra vencida;
rememora;
vueltos los ojos de su espiritu hacia sus paisajes interiores, remonta en ese peregrinaje mental, el curso, bien corto de los días de su vida;
no recuerda ojos maternos que sobre ella se fijaran con amor;
ni cántigas maternales que en la cuna la mecieran;
solitaria como un río en el desierto, fué su cuna;
y, recuerda de su infancia las veladas sin amores, sin los juegos de otros niños;
y, la casa campesina en que creció;
gente tosca, indiferente en su redor;
y, mas luego, el amplio claustro, y, los vastos dormitorios de un colegio.
y, la paz austera y grave de la vida monacal;
y, los rostros, de las monjas, maternales, o agresivos;
la visión pálida y triste de sus otras compañeras de pensión;
pero, aquéllas tenían madres, que venían al locutorio, a visitarlas; las abrazaban, las besaban, se miraban en sus ojos, como estrellas en un lago de quietud;
y, a ella, nadie la buscaba, a ella nadie la abrazaba, a ella nadie la besaba; nadie vino de sus ojos, a mirarse en el cristal;
siempre triste, siempre sola...
¿cuánto tiempo?
muchos años...
tenía ahora diez y seis...
y, hacia sólo algunos meses que había venido a la casa protectora de sus tíos; a esa casa solariega, dulcemente hospitalaria para ella;
allí, una atmósfera de afectos, muy estraña, calurosa como una ala, la envolvía;
al principio, la figura alta y severa, de su tío, don Gerardo, le dió miedo;
como una codorniz prisionera en el lazo, había temblado, cuando él, la abrazó al llegar a la casa, por primera vez;
poco a poco, ese miedo disipóse;
los ojos alconianos de su tío dejaban su expresión dominadora al mirarla, se hacían tiernos, cariñosos, cuasi humildes; y sus labios, al besarla en la frente, temblaban de emoción;
y, su tia, doña Marta;... una madre cariñosa para ella;
nada igual a la ternura de sus ojos, si miraban a la huérfana indefensa; nada igual a la dulzura de su voz, cuando la hablaba; nada igual a la pasion de sus labios al besarla; toda su alma estaba en ellos;
todo, hasta el recuerdo de su soledad, había pasado, se había como fundido al calor de aquella atmósfera de amor que la rodeaba;
parecía que su corazón hubiese nacido al contacto de aquellos afectos y se abriese como una flor sedienta al beso del austro;
la llegada de Renato, el hijo de un primer matrimonio de doña Marta, había venido a añadir un nuevo encanto a la serenidad de aquellos días, que tenían la diáfana quietud de un remanso de río, en la montaña;
y Renato era bello, era extraño y soñador...
y ella gozaba ahora en evocar esa figura obsesionante, y entrecerraba los ojos sobre el joyel metalescente de l...

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