La ignorancia debida
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La ignorancia debida

  1. 202 páginas
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La ignorancia debida

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"Un gobierno latinoamericano puede lanzar a su maquinaria diplomática al rescate de un militar acusado de torturador o genocida, que de pronto es atrapado en una visita cándida a Europa, o fletar un avión para regresarlo a su patria, pero no hace absolutamente nada para repatriar (y emplear) a miles de sus científicos exiliados en el Primer Mundo. Por supuesto, esto se debe al simple hecho de que esos gobiernos saben muy bien para qué sirven los torturadores y los genocidas, y tienen un papel social para ellos, pero no tienen la menor idea de qué es un científico, ni cómo ensamblarlo a los engranajes de su sociedad. Estos países pueden tener a lo sumo un poco de investigación como tienen tigres de Bengala en su zoológico, pero de ninguna manera tienen ciencia."Los autores hacen una crítica al estado de investigación que se realiza en Argentina, indican que hacer ciencia no es acumular información sino una forma de interpretar la realidad.

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Información

Año
2021
ISBN
9789875992238
Introducción
John Kenneth Galbraith, uno de los más grandes economistas del siglo XX, opinaba: “Antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era la cantidad de dinero que tenían en el bolsillo; hoy los diferencia el tipo de ideas que tienen en la cabeza”. En la actualidad, lo que establece esa disparidad sideral es una ciencia moderna que ha partido a la humanidad en un Primer Mundo que investiga, crea, produce, vende, decide, define, dicta, impone, censura, invade, y en un Tercero que viaja, se comunica, viste, cura y mata con vehículos, ropas, medicamentos y armas que han inventado los del primero. Y, por supuesto, al hacerlo se anega en deudas impagables, desocupación, miserias, hambre e ignorancia.
Pero la ciencia moderna plantea una situación tristemente insólita: si a un país le faltan alimentos, combustible o caminos, no duda un instante en señalar correctamente cuál es el déficit. En cambio, si le falta ciencia no está capacitado para advertirlo. Por eso los países del Tercer Mundo se atrapan en la situación del menesteroso que no manda a sus hijos a la escuela y con eso los condena a la miseria.
La amarga situación económica latinoamericana es perfectamente coherente con la respuesta que dan sus gobernantes cada vez que los universitarios proponen desarrollar la ciencia moderna: “Ahora tenemos problemas graves y urgentes, pero prometemos que, en cuanto los resolvamos, apoyaremos a los investigadores”. Para que los despropósitos que contiene dicho tipo de respuesta no continúen pasando inadvertidos, comentemos algunas de sus implicaciones. En primer lugar, posponer el desarrollo de la ciencia “hasta que resolvamos nuestros problemas” suena a “ahora tengo que lidiar con todas estas ecuaciones diferenciales pero, en cuanto las resuelva, voy a estudiar matemáticas”. Optar por la ignorancia es una garantía de que no se resolverá problema alguno. Así es: nuestros gobiernos ignoran que una de las funciones de la ciencia en el mundo moderno es, justamente, resolver problemas. Más aun, la enorme mayoría de los problemas del mundo moderno, si es que admiten solución, invariablemente requieren que se recurra a la ciencia moderna. En segundo lugar, la promesa de “apoyar a los investigadores” es una pueril maniobra que sólo intenta consolarlos o quitárselos de en medio, como si nadie necesitara pan ni supiera para qué sirven los tornillos, pero así y todo los comprara para “apoyar” a panaderos y ferreteros, o se hiciera extirpar la vesícula biliar con el único propósito de apoyar a su médico. Pero así es: mientras el Primer Mundo se apoya en la ciencia, el Tercero habla de apoyar a la ciencia. En tercer lugar, el subdesarrollado cree que el producto de la ciencia es “el invento”, sobre todo el invento inmediatamente aplicable, patentable y vendible en el mercado, no es fácil hacerle entender que es un ser humano que sabe y puede, y que por eso la mayoría de nuestros gobiernos no saben y rara vez pueden.
Por cierto, cuando se llega a la situación que los países latinoamericanos padecen actualmente, la falta más obvia y acuciante es la de dinero. Eso explica que de pronto la atención se concentre casi exclusivamente en la economía y se traten de usar técnicas económicas para tratar de manejar desde la salud hasta la minería, y desde la seguridad social hasta la educación. Es como si a un congreso sobre tuberculosis enviaran a los administradores y tenedores de libros de los hospitales a discutir el gasto en sueldos, quirófanos, medicamentos, electricidad, vehículos, pero a nadie que hubiera oído hablar del bacilo de Koch. Se entronizan funcionarios que a veces no son más que una interfase descarada con las instituciones financieras internacionales, y los graves daños que causan no son reconocidos como una prueba flagrante de que los enfoques exclusivamente economicistas son un despropósito.
En los raros casos en que las propuestas económicas traen a colación el conocimiento, se tiende a imaginar que la diferencia entre el saber y la ignorancia es una cuestión de grado, que se refleja fielmente en variables insólitas como número de investigadores por habitante, número de artículos científicos por año, relaciones que los gastos para equipos deben guardar con los gastos para operación, duración de las diversas etapas de un proyecto1, y que por lo tanto el conocimiento de un país puede ser controlado por un secretario de Economía a través del presupuesto que las agencias internacionales le autorizan a dedicar a la investigación. Parece como si se basaran en una epistemología absurda, en virtud de la cual el conocimiento no es más que ignorancia financiada. Por el contrario, en este libro insistiremos en que el iluminismo y el oscurantismo no pertenecen a una misma escala homogénea, cuya única variable sea la cantidad de luz, sino que se trata de dos maneras diametralmente opuestas de interpretar la realidad.
Cuando un pueblo es subdesarrollado no es él quien sabe más sobre sí mismo, sino que hay otros que lo conocen y entienden mejor, que tienen más libertad para estudiarlo, discutirlo, exigirle cuentas y, principalmente, para decidir sobre él. Si por falta de conocimiento o de libertad un pueblo no puede analizar mejor que nadie sus propios mecanismos sociales, las bases éticas de sus instituciones, sus creencias y su historia siempre será un pueblo sojuzgado. Mientras un país reciba órdenes de cómo debe organizar su economía, su industria, sus escuelas, sus universidades, y se le señale cuáles mandatarios le está permitido elegir, quiénes deben ser sus enemigos; se beque a sus militares para enseñarles cómo torturar a sus compatriotas, o se le diga con qué excusa debe hambrear a sus jubilados y usar los fondos así desfalcados para pagar los intereses del dinero dilapidado, ese país siempre será una nación subdesarrollada, aun cuando por una circunstancia fortuita atraviese un efímero veranito de bonanza económica. En este sentido, los tercermundistas no se encuentran económicamente arruinados porque deben dinero, sino que deben dinero porque no saben, no pueden y porque tienen una visión del mundo incompatible con una sociedad moderna del tipo de las que hay en el Primer Mundo.
Si bien todos los países del Tercer Mundo comparten un analfabetismo científico triplemente grave (no tener ciencia, no advertirlo y no saber qué harían con la ciencia en el caso de que la tuvieran), las situaciones de Uruguay, Sierra Leona, Irán o Burma son tan distintas que los enfoques abarcativos naufragan en generalidades rayanas en lo trivial. Por eso nos concentraremos en Latinoamérica y, más específicamente, en Argentina, pues nuestra experiencia es más directa y los ejemplos más concretos.
Argentina desestimó las consecuencias de que las huestes nazicatólicas rompieran las universidades a palos en 1966. Tuvo ministros de economía como Domingo Cavallo quien, en un rapto de ofuscada honestidad, mandó a los investigadores a lavar platos, y lo tomó como una injusticia o una falta de cortesía, no como una dolorosa evidencia de que el país está en manos de funcionarios cuya mentalidad les permite saber para qué sirve lavar platos, pero que no tienen la menor idea de cuál es el papel de la ciencia en un Estado moderno. Nombró director del CONICET a un personaje que, en el mismísimo año en que confesó no disponer de un centavo para apoyar proyecto alguno, compró 80 crucifijos para las instalaciones a su cargo. También impuso como decano de la Facultad de Ciencias Exactas a un delirante que exorcizó las aulas de dicha casa de estudios y construyó un templete –que todavía está en pie– para protegerla de los demonios. Cuando los gobiernos argentinos entronizan a trogloditas que aniquilan su aparato educativo, no hay un solo sindicato, una sola cámara industrial, una sola entidad empresarial que alce su voz. Por ello, luego se torna tristemente habitual que las empresas se colapsen ante la competencia internacional y las masas de obreros rueguen por trabajo a San Cayetano, a la Virgen de Luján o al cantante Rodrigo. Quien cree sinceramente que un santo, una virgen o un cantante muerto pueden generar empleo, no tiene una visión del mundo compatible con la ciencia moderna, y un país sin ciencia moderna está inevitablemente condenado a la miseria y la desesperanza.
Pero no osaríamos analizar estos asuntos si todo se redujera a mostrar una nueva faceta negativa de la amarga situación. Si nos atrevemos a este nuevo ejercicio, es porque estamos convencidos de que hay un camino, una “salida” como se suele decir, y la queremos proponer. Después de todo, la ciencia utiliza instrumentos complejísimos y de un costo superior al producto bruto de muchos países, pero todos ellos resultan irrisorios comparados con el único instrumento imprescindible para toda tarea científica: el cerebro humano. Claro que, hoy se constata, el cerebro es un órgano que nace inmaduro, incompleto, y sólo se va integrando en la medida en que la crianza y la educación actúan sobre él. Por otra parte, un organismo no es una “cosa”, sino la configuración que adopta un proceso, y este proceso tiene una economía estricta y despiadada. Basta que nos enyesen una pierna por cuarenta días, para que los músculos y huesos sufran un claro proceso de atrofia. El torso de un levantador de pesas retirado involuciona en poco tiempo hasta adquirir la estructura de una persona común. Un astronauta cuyo esqueleto es mantenido varios meses en el espacio en ausencia de gravedad, durante los cuales no fue necesario para mantener sus 70-80 kilogramos de peso, regresa a la tierra hecho un flácido calamar. Estructura, desarrollo y uso son facetas de un mismo proceso. En este sentido los aparatos educativos de los países latinoamericanos están en plena decadencia y se impone una rápida e intensa tarea de rescate. Por eso sugerimos una reconstrucción educativa que cambie esta visión del mundo que nos sume en la miseria, por otra que sea compatible con la ciencia y la tecnología avanzada.
Sin embargo, para exponer nuestro punto de vista enfrentamos una dificultad formidable: es muy difícil explicarle a alguien una cosa que cree que ya sabe, aunque este conocimiento se encuentre plagado de malos entendidos. La ciencia es, antes que nada, una manera de interpretar la realidad sin recurrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad. Pero así como nuestra gente confunde información con conocimiento, también hace de ciencia e investigación sinónimos exactos. Eso se debe a que ha pasado muchísimos años deglutiendo insensateces sobre una ciencia supuestamente hecha por genios estrambóticos, que se entregan a estudios estrafalarios sobre la inmortalidad del cangrejo o que meditan sobre la patencia de la nada tras años de pensar que el problema educativo se reduce al sueldo de los maestros, y de considerar que el tener investigadores es una especie de costoso diploma de país notanatrasadoquedigamos, análogo a comprar un tigre de Bengala para el zoológico, es comprensible que responda: “Nuestras industrias están colapsadas, nuestros hijos no tienen comida, nuestros padres no pueden comprar los medicamentos que les evitarían una muerte dolorosa e indigna, el país no tiene la menor posibilidad de pagar ni su deuda ni los intereses, los funcionarios se nos escapan con cuanto billete consigan desfalcar, y en dicho escenario ustedes tienen el tupé de plantearnos que estudiemos la extinción de los trilobitas, secuenciemos el genoma del diphilobotrium latum o analicemos cierta carta que el Virrey Cisneros le envió a una amante cordobesa...” Por eso, no tenemos otra alternativa que tratar de explicarle a ese latinoamericano dolorido qué es la ciencia moderna, por qué su carencia es el elemento central de su crisis actual, y por qué la salida, por remota que sea, debe pasar necesariamente por la reconstrucción del aparato educativo.
Así, en el primer capítulo introduciremos el cuadro de la ciencia que necesitaremos utilizar más adelante y en el segundo nos referiremos a qué no es ciencia, para evitar que algunas nociones falsas ...

Índice

  1. 01-Tapa
  2. 02-Portada
  3. 03-legales
  4. 04-Indice
  5. 05-Frase incial
  6. Interior
  7. Fuentes y referencias