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Inquietudes sentimentales
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Índice
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Información del libro
Desde Buenos Aires, el tono de Wilms Montt, siempre limitado por la vida social de la clase alta chilena, cambia completamente. Es aquí donde se puede expresar libremente a nivel intelectual, y esto se entiende completamente en los cincuenta poemas que publica y cuya critica positiva le dotaron una rápida reedición. Los poemas continúan explorando la melancolía sin embargo en esta hay una espontaneidad absoluta. "Inquietudes Sentimentales" no se trata sobre literatura sino sobre darle rienda suelta al espíritu de una gran autora.-
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
PoesíaXXXIX
Caminaba sin rumbo, abismada en la monotonía de la tarde, sin oir otro ruido que el de mis pasos.
Iba sola, por no sé qué calle, de no sé qué país.
De pronto un claror violeta iluminó el gris nostálgico de mis pensamientos; miré, y una puerta de iglesia me brindó la sonrisa pálida de sus vitreaux sentimentales.
Recuerdo trágico cruzó mi mente, y sintiéndome estremecer de amargura, penetré en el recinto de los fieles.
Un secreto temor me hizo doblar las rodillas ante la figura de un Cristo que parecía sonreirme con piedad. Estuve allí largo rato, largo, viviendo del pasado, resucitando todo lo que reposaba como muerto dentro de mi alma.
Recordé la paz de un monasterio que fué albergue santo en una época de indecible amargura.
¡Cuán profunda pena destiló mi corazón en el regazo de una madre angelical que me arrulló como a un niño!
Cecilia se llamaba, y era su acento tan tierno para hablarme, como el decir de plegarias.
Y yo estaba sola, no tenía a nadie sino a élla.
Estaba sola, sumergida en un frío de tumba mi corazón; mi cabeza desfallecida de dolor, mis brazos tendidos. Buscaba un alma; un alma, que me tuviera compasión.
Si fuera dable expresar en palabras la angustia, la negra y repugnante desolación de mi pena.
Todo pasó como pasa el vendaval arrasando los campos; pero quedó en mi corazón el recuerdo tiernísimo de gratitud por esa mujer dedicada al servicio de Cristo que fué para mí una madre, la más sublime de caridad.
Largo rato estuve a los pies de ese Cristo pálido; bajo la caricia de los vitreaux sentimentales.
¡ Recordé! . . .
¿Acaso la vida no es un eterno recordar de tristezas?
XL
Busco unos labios que sean fuente de olvido; busco unos ojos que descorran los velos azules de los espacios y me muestren la verdadera causa de la vida.
Busco unos brazos que al estrecharme, formen en mi cuello una guirnalda de flores increadas: flores que exhalen perfumes cálidos y anestesien.
¡Te busco, Anuarí!
Para mí no hay más hermosura que esa que tú me traes.
El aire que tú desplazas a tu paso. lo quiero para que lleve a mi respiración algo de ti.
En esa luz, donde tú tomas la luz, allí quisiera morar, aunque para ello tuviera que volverme gota de agua o átomo invisible.
Anuarí, tú que encarnas sólo en ojos todo lo que yo soñé, todo lo que yo hubiera podido amar.
En el corazón de la noche me daré a tí, con la beatitud que un artista se entrega a su obra, y con el entusiasmo agradecido con que aquélla se entregaría a quien la creara.
Nadie interrumpirá nuestras divinas nupcias; las celebraremos en ausencia de la vida, cuando nada nos muestre que existimos en otros, cuando ya, poseyéndonos enteramente, yo me crea como tú: espíritu y Dios.
Anuarí, en ese momento se besarán todos los astros, y se deshojarán las más albas flores.
XLI
Oigo risas de niños. Siento pasitos de seda correr por la alfombra . . .
Todo es ilusión; no encuentro en parte alguna la dicha.
¡Profundidad, profundidad! ¡Ahógate, espíritu en las profundidas! ¡Corazón! ¡aprende a vivir; no te conmuevas!
¡Corazón! ¡Qué enorme es el precio de tus grandezas! Pides el ser.
Sólo en el dolor puedo saciar mi sed de infinito. ¡Dolor! Me torturas, pero sin tí no podría vivir; se helaría mi pensamiento, como piedra petrificada.
Oigo llantos de niño.
Todo es ilusión . . .
XLII
Si enmudeciera el globo terrestre y dejara de rodar por los espacios, la fuerza de mi dolor lo haría reanimarse, como se reanimaría el lago muerto, si desembocara en él un río.
XLIII
El hada maléfica de las aguas ha salido a recrearse sobre la superficie del mar. Es una bacante loca hecha de opalinos fuegos chinescos y danza sobre las ondas, como la luz.
Sus cabellos larguísimos se desplegan en filamentos metálicos y ondulan al viento, quebrándose en mil colores fantásticos.
Con sus ojos profundos de esmeralda no tallada, el hada hipnotiza a los horizantes, los disminuye, los pulveriza.
Baila, baila infatigable; sus carcajadas se refugian en las rocas, produciendo más armonía que el ruido de las olas.
La túnica que cubre sus miembros helados con argentadas escamas, queda sobre las ondas en dulce va...
Índice
- Inquietudes sentimentales
- Copyright
- DE LA MISMA AUTORA:
- PRELIMINAR
- I
- II
- III
- IV
- V
- VI
- VII
- VIII
- IX
- X
- XI
- XII
- XIII
- XIV
- XV
- XVI
- XVII
- XVIII
- XIX
- XX
- XXI
- XXII
- XXIII
- XXIV
- XXV
- XXVI
- XXVII
- XXVIII
- XXIX
- XXX
- XXXI
- XXXII
- XXXIII
- XXXIV
- XXXV
- XXXVI
- XXXVII
- XXXVIII
- XXXIX
- XL
- XLI
- XLII
- XLIII
- XLIV
- XLV
- XLVI
- XLVII
- XLVIII
- XLIX
- Sobre Inquietudes sentimentales