Marcos, amador de la belleza
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Marcos, amador de la belleza

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Marcos, amador de la belleza

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Información del libro

Esta obra, subtitulada "O la casa de los sueños" y presentada como "Novela de un discípulo de Platón durante el Renacimiento; el libro del alma hermosa", cuenta la historia de Marco, un hermoso joven florentino que, convertido en gobernante, instaura un sistema que consiste en "reformar lo bello".-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726642469
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

XII

“Sapientia aedificavit sibi domum„
Los tiempos clásicos fueron fecundos en almas serenas.
Ricardo León.
En la medida que se intensificaba la tempestad social en su torno, Marcos amaba sumirse en el estudio de la democracia helénica y el arcano de su triunfal serenidad. La antigüedad era el horizonte de su ideal social y estético.
Meditaba conmovido por el contraste de su época, en la gimnasia, ese arte de crear un mundo de nuevas formas, esa ciencia de corregir las imperfecciones de Natura. Atento á su papel de gobernante, le preocupaba cual complemento físico de las transformaciones mentales.
En medio de las acciones violentas, la melopea griega de heroísmo é historia se desenmarañaba con el arrebato de un invicto amor.
En las formas legadas por la Hélade de Fidias y Scopas, encajaba la expresión ideal de la naturaleza humana en su espléndida fruición.
La belleza, en tanto que forma tangible, había parecido á aquel pueblo el dios único y categoría certera de lo ideal.
Así como el pueblo de Moisés había escuchado la voz de Dios por boca de profetas, los griegos veían en el contexto perfecto de los seres la imagen reveladora de lo divino.
Escribe Platón de Carmide que «allí donde se presentaba él nadie miraba á otra parte, contemplándole todos como si fuera la estatua de un dios». Y Aristóteles, no menos avezado, dice que «si existiesen hombres tan bellos como las imágenes de los inmortales, los demás hombres se pondrían de acuerdo para consagrarles obediencia absoluta».
Herodoto refuerza con el relato de un hecho ocurrido en Sicilia esta religión tan inseparable del espíritu artístico. Un mancebo, Filipo de nombre, fué adorado allí á causa de su deslumbrante belleza; después de muerto le dedicaron altares.
Llevado de este divino ardor, que fué el origen y constante numen de su poesía, Píndaro canta en una Olímpica:
«¡Oh Telesitrato! frecuentemente victorioso en las solemnes fiestas de Palas, cuando las doncellas, en el silencio de su pensamiento, deseaban tener un esposo é hijo como tú.»
Recortado cabe el perfil de Calícrates entre los inmarcesibles héroes de Platea, por el sólo hecho de haber sido el más bello de los combatientes de aquel día.
Para inmortalizar á Pantarces, Fidias el divino sólo tuvo que grabar el nombre del agraciado en un dedo del Zeus Olímpico.
No hay adoración sin éxtasis.
En el ágape intelectual de Jenofonte, cuando Autólico, el airoso triunfador de los ejercicios del pancracio, penetra en la estancia, un soplo de sublimidad le acompaña. Un dios se ha dignado visitar á sus devotos.
Escuchad el acento místico, del más alto misticismo con que el historiador de los Diez mil describe la acción:
«Tal como una luz que brillando de repente en la noche, fija todas las miradas, así la belleza de Autólico atrajo sobre él todos los ojos. Al contemplarle hallábanse emocionadas las almas de todos los asistentes. Unos permanecían silenciosos, otros hacían algún gesto... Los invitados comían calladamente, cual si obedeciesen la orden de una potencia superior.»
Un siervo de Nicias debió su libertad en el teatro de Atenas, por unánime consenso del pueblo, porque había mostrado en el carácter de Dionysio tanta fascinable belleza como la del mismo inmortal.
Al reconstituir por el estudio todo aquel mundo encantador de acabadas juventudes, tenía Marcos en mente las melódicas líneas de un bardo que había de vivir algunos siglos después:
«...Some werld far from eurs, whore music and moonlight and feeling are one...» (Algún mundo lejos del nuestro, donde la música, el claro de luna y el sentir fuesen todo uno.)
Camaradas de los dioses por la plasticidad, los griegos pidieron á la salud un tesoro de ideas.
Cada día, al reparar el príncipe amorosamente una de las más cabales estatuas del atleta, tal cual lo concibió la tradición de Lysippo el Marte ó Aquiles con la gallarda testa coronada de gorro frigio y el tobillo izquierdo preso en una argolla, se prendaba cada vez más de las dos antigüedades.
La cultura en Grecia, no habiendo llegado á la intensificación morbosa de la nuestra, supo el equilibrio entre el sistema nervioso y el carácter.
Ello fué que floreció el cuidado constante del hombre «integral» mediante una gimnasia de las más sabias.
Sano de cuerpo, el efebo disponía de él sin temor para pensar lúcidamente.
Con su profundo instinto psicológico advirtió aquel pueblo que el arte gímnico está íntimamente ligado á la moralidad, y en muchos casos puede servirle de base. Absorto en estas imaginaciones, escribió en su dietario esta modificación sobre la escultura y sus relaciones con la gimnasia.
...¡Oh, la euritmia plástica de las Aphroditas, de los Apolos y rapaces que se ejercitaban en la palestra!
¡Qué raza ideal aquella que tenían ante sí, cual modelo viviente, Mitrone y Policleto; Scopas y Fidias; Praxíteles y Lyssippo!
El origen de este producto fué el ejercicio razonado. Él formaba generaciones de seres cada vez más armónicos, fuertes, ágiles y serenos.
«Maravilla—dice Plinio—cómo la mente se activa por la ejercitación corpórea.»
¿Qué duda cabe? Tendía el naturalista la visual hacia Atenea Poliade y los electos que le dedicaban con la vivacidad de sus energías primeras la pureza sin mácula y la púber belleza cuanto podía inflamar aquel divino cerebro.
En la disciplina del cuerpo encontró esta nación su denuedo milagroso y la olímpica calma. La beauté materielle n’est bonne qu’á nous initier á la beauté morale.
Era el velo de la materia hacia el perenne encanto del espíritu.
La gimnasia alcanzó allí un grado tal de perfección, que no hallamos ya más; era racional y sistemática.
El gimnasta no sólo ordenaba los ejercicios, sabía á fondo sus efectos fisiológicos. Personaje alguno importaba tanto al Estado. ¿No multiplicaba él, efectivamente, los mortales hijos de los dioses?
Después de observar al efebo bajo su vigilancia, le decía: «Muéstrame tu pecho, las espaldas y las caderas para prescribirte los ejercicios de que más necesitas.»
Desarrollados los músculos deficientes, se iniciaba el adolescente á temas más complejos. Adquiría, una vez terminada esta preparación, esa apostura escultural, altiva, seria y majestuosa que respiran los jóvenes héroes de la palestra. Risueños y benevolentes, su donosura sencilla subyuga.
¡Qué entusiasmo, cuál arrebato retratan las facciones suaves y delicadas de estas mentes, aun inaccesibles á la malicia! Se domeñan con el pensamiento casi hierático de expresar mayor suma de voluntad y belleza.
Hermes, el alado mensajero de los inmortales, fué naturalmente el protector del efebo atleta. El esbelto y flexible corredor de nerviosos pies era por todos sus claros dones de cuerpo y alma el prototipo de los gimnastas.
En su doble aspecto de Charidotes, dador de la gracia, y Agonios, adiestrador, hacía surgir la hermosura con el vigor.
Con el candor verdaderamente helénico le invocaban antes de la lucha ó la partida de discos.
«¡Oh Hermes—dice una de esas preces, bellas como los primeros rayos del amanecer—, Calitelo te consagra su gorra de lana de cordero bien trabajada, un broche de doble aguja, un estrigil, un arco de tirante, una túnica usada empapada en sudor, las varillas de esgrima y un balón siempre en movimiento! ¡Oh dios, que amas á la juventud, recibe bondadosamente estos dones de un afable amigo de la regla y del deber!»
De esta fontana brota la edad de oro de Atenas.
Aristófanes, el glorioso nostálgico del épico pasado de la patria, ha trazado cuadros que parecen escultos de esta primavera de la raza.
He aquí el galardón del dios á sus juveniles sacerdotes:
«Vivirás en las palestras, siempre gentil y lozano; no irás á la plaza pública á decir discursos gárrulos, discutiendo como hoy hacen. Sino que irás reposado á pasear por la academia, bajo los olivos sacros de flor de junco ceñido—con un amigo gallardo de tu edad y muy discreto—, los aromas respirando de la hiedra trepadora y del retoñante álamo, á gozar del dulce tiempo, por primaveral muy grato, en que susurran los olmos junto á los pomposos plátanos.»
Con su tirso de poeta describe otras escenas no menos garbas:
«En aquel tiempo, todos los jóvenes de un mismo barrio, cuando iban á casa del citarista, descalzos y en buen orden, marchaban siempre por calles y por plazas, iban descalzos aun cuando hubiera nieve, blanca y espesa cual tamizada harina. Llegando al aula, con las piernas abiertas, se iban sentando, y á todos se les enseñaba á entonar himnos. Ya el de «Palas terrible que las ciudades destruye», ó ya «un grito que vibra lejos, muy lejos», y educaban sus voces «en el concierto de aspérrima armonía como sus padres».
Así los maratonomakes labraron en su infancia las victorias sobre los bárbaros.
Y dado que el dios tutelar de esta aristocracia en agraz era el corredor supremo, parece que su más hermosa imagen jamás se encarnó mejor que en ellos. Los mensajeros de sobrehumano aliento surgen á semejanza de una tarde calma tras el estruendo de la tempestad. Toda acción de guerra tiene el suyo, y por lo general, es el más completo de los gentiles guerreros.
Los más bravos por ofrendarse en pleno conocimiento del tesoro de su arrojo y el valor inestimable de su cuerpo armónico, se prestan cual víctimas purísimas á una deidad celosa.
Al saberse Atenas sacrosanta amenazada por la pujanza fabulosa de los persas, solicitó rápido auxilio á Esparta. Mandó á Fidipo, el más leve de sus corredores. En cuarenta y ocho horas salvó los mil estadios que separan á Atenas de Esparta. Ni la beldad de su coraje ni el mensaje angustioso que traía fueron atendidos. Mas los dioses, movidos profundamente, recompensaron al émulo de Hermes. Pan se le reveló y profetizóle el triunfo de Atenas.
No llevó un fin trágico como su hermano de Maratón, caído entre los mintos verdeantes, cuando ya fuera de aliento cumplía al pie de la virgen Palas el postrer rito de ferviente adorante.
Tenella! Tenella! ¡Gloria al vencedor!
También Platea tuvo su blanda víctima.
Después de la victoria se erige un altar en honor de Zeus Eleuterio el libertador. Evocando quizá la soberbia idea de las Lampadaphorias, exígese que el fuego del holocausto sea encendido por una chispa arrancada al hogar de Delfos.
El platense Euquidas presentóse para realizar el sacro encargo.
En el día trajo la llama iniciadora, pero cayó fulminado al dar al hierofante la conquisa antorcha. Con su vida pagó la piadosa temeridad:
Vitai lampada tradit.
Por esos prodigios con que los dioses han amado tantas veces torcer sus propias leyes, deleita y satisface pensar que en ese día Euquidas cenó en el Olimpo. Su ánimo había pasado ya á la lumbre.
La escultura de la palabra, tan fecunda como la otra en la perpetuación de admirables imágenes de la adolescencia heroica, ha descrito estas actividades encantadoras.
En el Hipólito Coronado, de Eurípides, resumimos la nobleza nubil del efecto adorador del deporte y de la libertad de una vida natural.
Artemisa, su diosa, arrebuja su alma en la inocencia y la pureza.
La castidad, cual indicio de un natural cuasi divino, jamás ha tenido, ni aun entre los santos cristianos, una consagración más atrayente.
El más noble de todos los efebos vive sereno como las selvas que le albergan.
No traiciona por cosa alguna el culto de la «virgen soberana». La diosa le parla y le sostiene en la lucha. Y al expirar, encandila los ojos de su tierno cuanto casto amante con la radiosidad de su opalina presencia.
Con Neoptolemo, el mancebo que Ulises envía para atraer á Filoctetes al sagrado combate, retemplamos la admiración por el heroísmo moral en el cuerpo perfecto.
¡Cómo horroriza el mentir al joven! Y si cede tentado en parte por la razón de Estado, bien pronto confiesa su yerro, venciendo así el maquiavelismo naciente del hijo de Laertes. He aquí sus palabras:
«Si mis acciones son justas, valen más que las acciones sabias.»
El...

Índice

  1. Marcos, amador de la belleza
  2. Copyright
  3. Other
  4. PRÓLOGO
  5. Relación de “Marcos, amador de la belleza,, con “Sordello Andrea,,
  6. INTRODUCCIÓN
  7. DEDICATORIA
  8. MARCOS, AMADOR DE LA BELLEZA
  9. II
  10. III
  11. IV
  12. V
  13. CAPÍTULO VI
  14. VII
  15. VIII
  16. IX
  17. X
  18. XI
  19. XII
  20. XIII
  21. XIV
  22. XV
  23. XVI
  24. XVII
  25. Sobre Marcos, amador de la belleza
  26. Notes