La casa de Bernarda Alba
eBook - ePub

La casa de Bernarda Alba

  1. 40 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La casa de Bernarda Alba

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Probablemente la obra teatral más famosa de su autor y una de las más destacadas del teatro español contemporáneo, La casa de Bernarda Alba cuenta la historia de una viuda y sus hijas, encerradas por voluntad de la madre en una casa, protegidas del peligro para su virtud que suponen los hombres del exterior, así como las cuitas, las luchas de poder y las tensiones entre todas las muchachas en medio del ambiente opresivo creado en la casa por la madre.-

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Crítica literaria. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726479621
Categoría
Literatura

ACTO SEGUNDO

Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.
ANGUSTIAS.— Ya he cortado la tercer sábana.
MARTIRIO.— Le corresponde a Amelia.
MAGDALENA.— Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe? ANGUSTIAS.— (Seca.) No.
MAGDALENA.— (A voces.) Adela, ¿no vienes?
AMELIA.— Estará echada en la cama.
LA PONCIA.— Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos.
MARTIRIO.— No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
MAGDALENA.— Todas, menos Angustias.
ANGUSTIAS.— Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente.
MAGDALENA.— Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza.
ANGUSTIAS.— Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.
MAGDALENA.— ¡A lo mejor no sales!
MARTIRIO.— ¡Dejar esa conversación!
ANGUSTIAS.— Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
MAGDALENA.— Por un oído me entra y por otro me sale.
AMELIA.— (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco.
(La Poncia lo hace.)
MARTIRIO.— Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor. AMELIA.— ¡Yo tampoco!
MAGDALENA.— Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
LA PONCIA.— Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
MAGDALENA.— (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
ANGUSTIAS.— Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
AMELIA.— Se iría a eso de la una y media.
ANGUSTIAS.— Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
AMELIA.— Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
LA PONCIA.— ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro!
ANGUSTIAS.— ¡No sería él!
LA PONCIA.— ¡Estoy segura!
AMELIA.— A mí también me pareció...
MAGDALENA.— ¡Qué cosa más rara!(Pausa.)
LA PONCIA.— Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
ANGUSTIAS.— Nada. ¡Qué me iba a decir? Cosas de conversación.
MARTIRIO.— Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
ANGUSTIAS.— Pues a mí no me chocó.
AMELIA.— A mí me daría no sé qué.
ANGUSTIAS.— No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
MARTIRIO.— Bueno, pero él te lo tendría que decir.
ANGUSTIAS.— ¡Claro!
AMELIA.— (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
ANGUSTIAS.— Pues, nada: "Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad."
AMELIA.— ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
ANGUSTIAS.— Y a mí, ¡pero hay que pasarlas!
LA PONCIA.— ¿Y habló más?
ANGUSTIAS.— Sí, siempre habló él.
MARTIRIO.— ¿Y tú?
ANGUSTIAS.— Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre.
MAGDALENA.— Y un hombre tan guapo.
ANGUSTIAS.— No tiene mal tipo.
LA PONCIA.— Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
AMELIA.— ¿Qué pasó?
LA PONCIA.— Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: "Buenas noches." "Buenas noches", le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: "¡Ven que te tiente!"
(Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)
AMELIA.— ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre.
MAGDALENA.— ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.)
AMELIA.— Chisst... ¡Que nos va a oír!
LA PONCIA.— Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
AMELIA.— Tú te conformaste.
LA PONCIA.— ¡Yo pude con él!
MARTIRIO.— ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
LA PONCIA.— Sí, y por poco lo dejo tuerto.
MAGDALENA.— ¡Así debían ser todas las mujeres!
LA PONCIA.— Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez. (Ríen)
MAGDALENA.— Adela, niña, no te pierdas esto.
AMELIA.— Adela. (Pausa.)
MAGDALENA.— ¡Voy a ver! (Entra.)
LA PONCIA.— ¡Esa niña está mala!
MARTIRIO.— Claro, ¡no duerme apenas!
LA PONCIA.— Pues, ¿qué hace?
MARTIRIO.— ¡Yo qué sé lo que hace!
LA PONCIA.— Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio. ANGUSTIAS.— La envidia la come.
AMELIA.— No exageres.
ANGUSTIAS.— Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
MARTIRIO.— No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale Magdalena con Adela.)
MAGDALENA.— Pues, ¿no estabas dormida?
ADELA.— Tengo mal cuerpo.
MARTIRIO.— (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
ADELA.— Sí.
MARTIRIO.— ¿Entonces?
ADELA.— (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
MARTIRIO.— ¡Sólo es interés por ti!
ADELA.— Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
CRIADA.— (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes.
(Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.)
ADELA.— ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase.
(Se va Martirio.)
LA PONCIA.— ¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere!
ADELA.— Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: "¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!" ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera!
LA PONCIA.— (Con intención y en voz baja.) De Pepe el Romano, ¿no es eso?
ADELA.— (Sobrecogida.) ¿Qué dices?
LA PONCIA.— ¡Lo que digo, Adela!
ADELA.— ¡Calla!
LA PONCIA.— (Alto.) ¿Crees que no me he fijado?
ADELA.— ¡Baja la voz!
LA PONCIA.— ¡Mata esos pensamientos!
ADELA.— ¿Qué sabes tú?
LA PONCIA.— Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
ADELA.— ¡Ciega debías estar!
LA PONCIA.— Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
ADELA.— ¡Eso no es verdad!
LA PONCIA.— ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. (Adela llora.) Además, ¿quién dice que no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
ADELA.— ¡Calla!
LA PONCIA.— ¡No callo!
ADELA.— Métete en tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida!
LA PONCIA.— ¡Sombra tuya he de ser!
ADELA.— En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja...

Índice

  1. La casa de Bernarda Alba
  2. Copyright
  3. PERSONAJES
  4. ACTO PRIMERO
  5. ACTO SEGUNDO
  6. ACTO TERCERO
  7. Sobre La casa de Bernarda Alba