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eBook - ePub
En la quietud del mármol
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Índice
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Información del libro
Dedicado a su amante Anuarí, "En la quietud del mármol" acompaña el duelo de la poeta, desde sus primeros y difíciles días posteriores a su muerte hasta su lenta superación. Trabajando el luto como un proceso, y dándole al lector la posibilidad de acompañarlo por completo permite entender la dedicación absoluta de esta autora a su amante, que perdió a los veinticuatro años. La elegía de Wilms Montt es trágica pero renovadora a la vez, permitiéndonos entender a la muerte del otro como una consciencia del valor de nuestras propias vidas.-
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Categoría
LiteraturaCategoría
PoesíaThérèse de la
Los que la ven pasar, esbelta y rítmica, con sus “pelos” cortados y su bastoncillo insolente, se preguntan si es una bailarina de los bailes rusos, o una parisiense fantástica, o una norteamericana tan millonaria que hasta para sus ojos ha comprado las dos esmeraldas más grandes y más puras que hay en el mundo.
Yo, en realidad, no sé de dónde es a punto a fijo. Pero sé, eso sí, que no es de aquí, que viene de tras los mares, de tras los cielos, de tras las razas, tal vez de tras las almas, y que, como un personaje de Maeterlinck, parece buscar una corona en el fondo de una fuente milagrosa de oro y de bruma.
¡Teresa!... ¿o Thérese?... ¡Y de la Cruz!... Y sin que ella lo piense, sin que ella lo quiera, detrás de la cruz, el diablo. Porque ahí está, para nosotros, pobres hombres sensibles, el compañero malo de San Antonio, con todas sus tentaciones y todos sus halagos. Mas ella sabe decir a los que se le acercan pidiendo una limosna de labios: “¡Ché, que somos compañeros!”
Y es cierto... Esta mujer que lleva a cuestas la maldición de su belleza no es sino una escritora, una gran escritora que si fuese hombre y tuviese barbas formaría parte de todas las Academias y llevaría todas las condecoraciones.
Sólo que, ¡ay!, es una mujer, y es lo más bonito de las mujeres. ¿Quién no ha estado enamorado de ella?... ¿Quién no ha sentido ante su boca de lobo adolescente la terrible emoción del infinito?... ¿Quién no la ha ofrecido su alma entera en cambio de una sonrisa?...
Ella ha contestado siempre:
—Ché...
Sólo un día, tal vez ante dos ojos locos en una faz de mártir, sus esmeraldas claras, muy claras, se humedecieron. Pero entonces, sacudiendo su melena de leona niña, tuvo el heroísmo de abrir su pecho y de enseñar un cadáver...
Porque esta niña genial y loca, que atraviesa la existencia regando las perlas claras de su sonrisa, es una pobre atormentada que padece más por alguien que no existe que los que se mueren por ella.
Yo la digo:
—Usted no es para aquí; usted es de otro pueblo, de otra raza; usted no puede vivir sino en el bosque de la princesa durmiente o en un panteón de reyes; usted es una ídola para adoradores de especie diferente... Márchese usted; por Dios...
Ella ríe con risa de niña y de demonia.
—¡No sea usted loco!...
¿Quién lo es más de los dos?... Ella, en todo caso, tiene como excusa el genio, que es un signo magnífico y fatal de locura. Yo no poseo nada, nada más que los dos ojos de mártir que despiertan a los muertos amados.
En «El Liberal
», Mayo 18 de 1918.
INTRODUCCION.
No quiero suprimir una sola de estas líneas pues sería matar su dolorosa espontaneidad, y ocultar el angustioso tormento que sufría el alma de quien las escribiera.
OFRENDA
Traigo a tus pies la suave ofrenda de mi libro, que deposito en ellos, como el más sutil perfume de mi inspiración.
En el largo camino que separa la farsa del lugar donde tú yaces en sublime y casta quietud de mármol, he ido despojando mi alma de sus miserables ataduras humanas; he ido purificándola mediante cruentos martirios, para traerlahasta ti, clarificada como el agua de una fuente que no ha sido desflorada por la luz del día.
No temas que mis páginas dejen en tu lecho una huella impura. Si bien tú tehas sublimado con la muerte, yo me he redimido perdiendo mi envoltura de fango en el torbellino incontenible del dolor.
Puedes admitir mi ofrenda tan dulcemente como mis flores, que ni éstas ni aquéllas turbarán tu sueño.
Acéptala; te la ofrezco con los ojos límpidos, la frente serena, vuelta hacia el mundo que ha de juzgarme, con el espíritu ligero y vano como el humo de un incensario.
Madrid 1918.
I
Para Anuarí: que duerme en este féretro el sueño eterno.
Para él... Anuarí mío, que nadie puede disputármelo; porque mi amor, mi amor y mi dolor, me dan derecho a poseerlo entero. Cuerpo dormido y alma radiante.
Sí, Anuarí, este libro es para ti. ¿No me lo pediste tú una tarde, tus manos en las mías, en tus ojos mis ojos, tu boca en mi boca, en íntima comunión? y yo, toda alma, te dije: Sí, —...
Índice
- En la quietud del mármol
- Copyright
- Thérèse de la
- INTRODUCCION.
- OFRENDA
- I
- II
- III
- IV
- V
- VI
- VII
- VIII
- IX
- X
- XI
- XII
- XIII
- XIV
- XV
- XVI
- XVII
- XVIII
- XIX
- XX
- XXI
- XXII
- XXIII
- XXIV
- XXV
- XXVI
- XXVII
- XXVIII
- XXIX
- XXX
- XXXI
- XXXII
- XXXIII
- XXXIV
- XXXV
- Sobre En la quietud del mármol