Un viaje a Madrid
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Un viaje a Madrid

  1. 30 páginas
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Un viaje a Madrid

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Viaje a Madrid es un texto literario de Leopoldo Alas, Clarín. Articulado como una crónica de viaje a la capital, el autor se sirve de su estructura para hacer una sutil crítica a la sociedad de su época.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726549980
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

- VI -

Mucho tiempo hacía que, por circunstancias de mi vida, no hablaba ya al público de las comedias y dramas que se estrenaban, ni de los actores encargados de ponerlas en escena.
Ya en los últimos años en que tuve semejante oficio, me dedicaba a él con cierto disgusto, porque no era de mi agrado la forma de crítica teatral que la moda, o por lo menos los directores de periódicos, exigían. A las doce o a la una terminaba el espectáculo, y a las ocho o las nueve de la mañana había de estar la crítica en letras de molde en manos del suscritor. Tamaña manera de entender el sagrado ministerio era demasiado depresiva para el augusto sacerdocio. Siguiendo así las cosas, como en efecto siguen, mejor fuera que se encargara de la crítica de teatros la Agencia Favra, o casi casi la estación central de teléfonos.
Apenas quedan críticos que se conformen con escribir esas revistas de teatros improvisadas, y aun esos lo hacen de mala gana; de modo que poco a poco va pasando tan importante materia a manos de los noticieros o de los amigos de la redacción, que por tal de ir al teatro de balde, no tienen inconveniente en ser críticos por horas. El impresionismo en la crítica ha sido una plaga más entre las muchas que han caído sobre nuestra pobre literatura. Con esta situación de la crítica teatral coincide la inapetencia del público, que cada día se apasiona menos, o mejor dicho, ya no se apasiona por dramas ni comedias.
Tres años de ausencia me han permitido apreciar este decadentismo dramático de manera muy sensible. No soy de los que aborrecen el teatro por seguir la moda, ni tampoco de los que sueñan con un teatro naturalista, y tampoco me agrada meterme en hondas filosofías para explicar por qué la escena española se va arruinando. Ello es que llegué a Madrid, fuí de teatro en teatro y todos eran desiertos, menos los de espectáculos al por menor, especie de tiendas asilos del arte, donde por unos cuantos perros chicos se ve un sainete, que a veces tiene gracia y las más desvergüenza. En los teatros grandes no había público, ni actores, ni comedias; no podía haber menos.
Lo que falta es dinero, dicen los empresarios; el público se retrae porque no tiene una peseta; y no es posible negar que los empresarios tienen razón en gran parte. Durante mi estancia en Madrid, algunas obras se representaron, traducidas o no, que esto no hace al caso, dignas de verse, y algunos actores se lucieron de veras en ellas (porque esto de que nuestros cómicos son malos, si es verdad en general, no se puede decir con justicia sin hacer algunas salvedades), y el público, sin embargo, se llamó andana y no quiso ver aquello. Indudablemente hay muy poco dinero.
Este aforismo de los empresarios no tiene nada de paradójico: tratándose de España, no hay temeridad nunca en decir que no hay un cuarto.
Pero también es cierto, señores empresarios, que la mayor parte de los cómicos de que ustedes disponen son detestables. Apreciables actores que yo había visto por esas provincias haciendo segundos papeles y a veces el entremés, me los encontró ahora mano a mano con Vico, la Tubau, Mario, etc., etc., es decir, en primera fila y en la Corte. ¡C'est trop!
Con intérpretes así, no hay filosofía que valga para explicar la decadencia teatral. Es imposible que una persona que apenas servía antes para figurar un embozado primero en Teruel o en Segovia, sirva para no descomponerel cuadro en un estreno de Echegaray o de Sellés, o en una traducción de Dumas o Sardou. ¡Vaya si lo descomponen! Y eso que algunos han aprendido a imitar a los franceses, a los italianos y hasta a los portugueses, y ya saben volverse de espaldas al público que es una bendición, y hasta decir los versos con una voz tan natural y tan poco lírica, que no hay quien les entienda lo que dicen. Teatro vi donde todos, o casi todos los actores parecía que hablaban en gallego; por lo menos el acento era lo mismo que el de Montero Ríos. La culpa de esto la tenía el director de la compañía, que creía muy chic, muy becarre, un tonillo que él estimaba afrancesado, y era como el que se usa en Lugo. Con esto y lo otro de hablar en voz muy baja, comiéndose las palabras y tardando mucho en contestarse unos a otros, como quien imita la realidad o como quien no sabe el papel, resultaba que el respetable público apenas se enteraba de aquellas cosas tan naturales que estaban sucediendo en la escena.
Pero había más. Como casi siempre, se trataba de una traducción de Dumas o de Sardou, y como casi todas estas traducciones se parecen a la isla de Santo Domingo en tiempo de Iriarte y al loro que trajo de allá una señora, lo poco y malo que llegaba a nuestros oídos era un galicismo como una casa o una muletilla del traductor, que éste había adoptado para sustituir ciertos rasgos de esprit francés que, según él, no tenían traducción directa. Fulano, que es el mejor de los padres. Mengano, que es el másinfame de los tíos. Yo, que soy el más despechado de los hombres. Tú, que eres el másdetestable de los cómicos... Todo se volvía comparativos de este género, circunloquios de este jaez.
Désele a D. Luis de Larra la mejor comedia de Augier o de Sardou, y él hará con ella una pepitoria donde no quede nada del original más que el francés... De modo que no toda la culpa de la decadencia la tiene la falta de dinero, señores empresarios.
¿Y autores? ¿Tenemos o no tenemos autores? Preciso nos será confesar que hay pocos buenos. No faltó quien dijera, hace ya tiempo, que algunos eminentes dramaturgos se abstenían de dar obras al teatro, porque el público había perdido el gusto y la crítica no sabía apreciar el mérito de las comedias que tenían ellos en casa.
Injusticia notoria, porque el público, que muchas veces aplaude lo malo, también sabe entusiasmarse con lo bueno, y nadie primero que él adivinó el ingenio de Echegaray, y se lo premió con aplausos. Y en cuanto a la crítica, esperando está a que esas eminencias de otros tiempos vuelvan a darnos portentos de su pluma para admirarlos y ponerlos en los mismísimos cuernos de Diana, la de nemorosas aventuras.
No hay motivo para que se abstengan de publicar sus obras Alarcón en la librería y Tamayo en el teatro, por ejemplo, pues ambos pueden estar seguros de que siendo, como sería, digno de aplausos lo que nos diesen, no se los escatimaríamos, como en otras ocasiones se les ha probado.
Si Tamayo hiciese otro Drama nuevo, el éxito no sería menos halagüeño que lo fue el de su obra maestra, sin perjuicio de que se le dijera la verdad también respecto de los lunares que hubiese en su obra.
No hay justicia en decir que a Echegaray se le perdona todo, y a Tamayo o cualquier otro poeta que no fuese liberal no se le perdonaría nada. A Tamayo se le ha perdonado ya en ese mismo drama que he citado el pecadillo de colocar la acción en Londres, en el teatro donde trabajaba Shakespeare, y basar el argumento en los amores adúlteros de una cómica y de un cómico, que, representando Romeo y Julieta, se declararon su amor sin poder remediarlo. Y es el caso, y demasiado lo sabrá el Sr. Tamayo que en tiempo de Shakespeare no salían las mujeres a las tablas, y las Julietas, Cordelias y Desdémonas eran muchachos disfrazados de hembras.
Y si no se me creyera a mí, bajo mi palabra, ahí están los historiadores de Shakespeare, que no me dejarían mentir; v. gr., el autor de un excelente artículo publicado no hará un año en la Revista de Ambos Mundos, con motivo de la teoría peregrina que atribuye a Bacon las obras de Shakespeare, nombre que era un seudónimo del canciller, según los mantenedores de tal paradoja.
Si Echegaray hubiera convertido en una Alicia sentimental y casquivana a un púber tan masculino como su padre, ¡qué de cosas le hubiera dicho el Sr. Cañete, pongo por crítico!
Si se pregunta a Sellés por qué no escribe, contesta con una sencillez clásica que no tiene una compañía de quien pueda fiarse. Sí, tiene razón: se necesita el valor de un Echegaray para entregar a un teatro, tal como andan ahora, una obra que exija algo más que un solo actor bueno.
Echegaray, entregando al Español su último drama De mala raza, ha dado una prueba de evangélica humildad. No hay hombre más optimista que D. José en materia de cómicos; ha tomado cariño a los del oficio, y todos le parecen, si no buenos, medianos, y no francamente malos, como son la mayor parte. Pues bien, a pesar de este criterio benévolo y de color de rosa, antes de estrenarse su última obra declaraba el ilustre poeta con cierta languidez, doblando la cabeza un poco, que aquello era una degollación del sistema Herodes. Cuando Echegaray declaraba que le iban a destrozar el drama, ¡cómo se lo destrozarían! En efecto, vino el estreno, y Vico estuvo mejor que nunca, tal vez, y mostró recursos del mejor género, que ofrecían gran novedad, y sobre todo, la más exacta y patética realidad; pero el público no pudo ni enterarse siquiera de lo que decían la mayor parte de los personajes, y en cuanto el gran actor salía de la escena había murmullos, porque el respetable senado no quería quedarse a solas con los demás cómicos.
En estas condiciones no es posible que un autor luche con los numerosos enemigos que le ha creado su mérito. Cada vez que el público se impacientaba, parecía que tenía la culpa Echegaray, siendo así que el público se impacientaba porque no oía, y porque los actores malos no salían de la escena y Vico tardaba en volver.
Prescindiré yo ahora de todas estas tristes circunstancias, y del partido que de ellas quisieron sacar los envidiosos, más o menos disfrazados de amigos, que Echegaray tiene; voy a decir algo del drama, sin acordarme ya de los actores, a no ser de Vico.
De mala raza, como otras obras anteriores del mismo autor, comienza anunciando una obra tendenciosa, mejor aún, de ...

Índice

  1. Un viaje a Madrid
  2. Copyright
  3. FOLLETOS LITERARIOS
  4. UN VIAJE A MADRID
  5. - II -
  6. - III -
  7. - IV -
  8. - V -
  9. - VI -
  10. - VII -
  11. Sobre Un viaje a Madrid