El final de un sueño
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El final de un sueño

  1. 288 páginas
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El final de un sueño

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Información del libro

"El final de un sueño" (1920) forma parte de la trilogía, junto a "El minotauro" y "La ubre de la loba", que narra la vida de Froilán Pradilla, un agitador político que ha librado batallas políticas y que ha huido de su país en busca de una vida mejor. Esta parte se centra en el exilio del protagonista y en el drama psicológico que vive.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726680768
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Y, Froilán Pradilla, decía en su Diario.
Paris...
Hela ya salvada...
¿salvada?
no se es tal, cuando se lleva la muerte dentro de Sí, por un decreto inexorable de la Naturaleza...
esta ley de herencia, que nosotros los médicos manejamos tanto en nuestro didactismo profesional, ¿existe en realidad, con caracteres ineludibles, e implacables como una Fatalidad?
existir sí; ella, es la ley de la especie;
pero, la herencia es, del dinamismo animal, de las condiciones físicas y de las bases específicas de cada especie o de cada grupo de especies; pero, lo que es extraño a la especie, y, accidental en el individuo, no sufre siempre las inexorabilidades de esa ley;
la enfermedad es una condición adventicia del individuo, no es una condición inherente de la especie;
el Hombre, puede sufrir todas las enfermedades, pero, no las trasmite todas;
ahora, si en esos grupos de especie, llamados, la familia, existen caracteres de herencia radicados en la sangre, se trasmitén indudablemente con caracteres más o menos modificados, en el acto de la procreación; como en la lepra, la sífilis o la epilepsia, pero, no así, si esos caracteres han sido adquiridos casualmente, y, por lesiones, no encontrados en la ascensión progresiva de la raza, porque la casualidad, no se hereda; no nacen cojos, los hijos del hombre que ha perdido una pierna en un accidente, ni mancos los de un obrero que perdió un brazo en una máquina, ni ciegos los de un vidriero, que pierde la vista en un accidente de su oficio;
ahora bien: las enfermedades del corazón, no son una tare fisiológica, una señal de degeneración trasmisible por la herencia; pero ¿ en calidad de vicio congenital están sometidas a esa ley?
¿ Susana Berteuil, ha heredado de su madre la lesión cardíaca, que llevó a aquélla al sepulcro, en plena juventud?
o, esa lesión, que estaba en estado latente se ha desarrollado al choque terrible, de las emociones sufridas, en el trágico accidente que llevó a su padre al sepulcro?
ambas hipótesis son admisibles, pero lo que hay de cierto en el caso, es que ha estado muy enferma, y que nos ha hecho sufrir mucho...
¿ por qué digo nos ha hecho, y no me ha hecho sufrir?
porque el dolor es una fraternidad, y, yo he visto a Jacques Molard, sufrir como yo, del dolor de ver enferma a Susana Berteuil...
acaso ha sufrido más que yo, porque él es un sentimental, y, como tal, presta a los acontecimientos proporciones desmesuradas...
es necesario haberlo visto, inclinado sobre el cuerpo exánime de Susana, en el momento de un síncope, o siguiendo con angustia, su respiración fatigosa, en los momentos de crisis, para medir lo que ha sufrido;
sus ojos brillaban con una inquietud febril, sus manos temblaban al pulsarla, como si temiesen sentir escapar la vida con la sangre de aquellas arterias; el insomnio hacía rojos los ojos, y, la emoción paralizaba sus juicios; no acertaba a diagnosticar nada, y, si yo no hubiese estado ahí, habría sido incapaz de prescribir el más inocente medicamento, para atenuar las fatigas cuasi asfixiantes de la enferma;
pauvre garçon!...
su corazón parece más enfermo que el de Susana Berteuil, pero de otra enfermedad más peligrosa: el Amor;
¿ por qué bromeando con esta palabra, siento una emoción distinta de la burla?
ya lo dijo el clásico francés:
on badine pas avec l’amour;
el solo recuerdo de aquellos momentos de adoración grave y recogida, en que bajo el suave aliento del silencio, la pasión de Jacques Molard tenía el fervor casto y reconocido de una plegaria, me hace mucho mal...
y, me hace mal, sin duda, a causa de esa pureza, que yo no he podido sentir nunca, frente al rostro del amor;
yo, sentía bien, que mientras mis manos temblaban, de una incontenible emoción sensual, tocando la piel satinadȧ de Susana, aun ardida por la fiebre, y, mis labios se hacían resecos de ardores inconfesados al inclinarme sobre su seno para auscultarla, y mis ojos se hacían turbios de deseos, contemplando las formas de su cuerpo yacente, bajo el desarreglo natural de las ropas del lecho, los ojos castos de Molard, miraban los vuelos del espíritu, en los ojos castos de la enferma, su boca se llenaba de plegarias, y, sus manos temblaban al tocarla, pero, con una emoción dolorosa, que no era la fiebre del deseo;
¿ y, Susana Berteuil, qué emoción sentía entre estas dos miradas dirigidas sobre su rostro?... ¿qué adivinaba de la sed de estas dos pasiones tan distintas?...
impenetrable en su actitud, los ojos entrecerrados, los labios tristes, intentaba sonreír...
¿ a quién?
¿a qué?...
¿quién sabe jamás a dónde vuelan los sueños de una virgen?
¿al beso del Deseo?...
¿al beso del Amor?...
Paris...
Hoy la he visto ya convaleciente, fuera del lecho;
cuando entré, leía, en una chaise longue, colocada cerca de la ventana...
la luz de la tarde la coronaba de halos de oro, de un oro cuasi rojo, como a las madonas de los retablos de Cimabues; la palidez lilial del rostro aparecía más impresionante bajo esas aureolas y entre las negruras, del amplio traje de casa que la cubría, y sobre el cual las manos exangües, eran dos rosas mortuorias sobre los paños de un catafalco;
maravilloso el diseño de las formas, hechas más esbeltas y más gráciles, por los largos días de enfermedad...
un penetrante olor de violetas llenaba la atmósfera, y, se exhalaba de un vaso de alabastro, lleno de ellas, y, colocado sobre la chimenea al pie del retrato de Paul Berteuil;
leía...
en la estancia solitaria, que parecía envuelta en la calma apaciguada de una caricia lunar, la virgen parecía, una flor más, unida a las flores que la rodeaban, uniendo su melancolía, a la melancolía de las rosas, que yo le había enviado en la mañana, y que ostentaban sus blancuras, en un velador situado casi al alcance de sus manos;
por momentos acercaba su rostro al velador como para aspirar el perfume de las flores, cual si le fuesen muy queridas; y las acariciaba con la tristeza estrellada de sus ojos, inclinada sobre ellas en aquel silencio de oro...
cuando entré, puso el libro sobre el velador, y me tendió su mano;
un prestigio extraño, se desprendía de aquella figura, que en sus negros trajes, en la escasa luz de la hora, parecía una estatua de metal, en una reverberación plenilunar...
con un gesto que parece serle habitual, o que al menos ensaya siempre que me ve, llevó su mano al cuello, como para cubrirlo mejor, y, arregló los pliegues de su traje, como temerosa de que pudiese revelarse algún detalle de sus formas impecables;
la hora tenía un encanto indefinible, lleno de intimidad, un encanto, que parecía desprenderse de ella y de todas las cosas que la rodeaban:
—Cómo la primavera es tarda en llegar—me dijo, y añadió con una voz llena de nostalgias de Sol—: ¿No veis cómo el cielo es triste?
—Y, ¿ no amáis la tristeza del cielo? — le dije mirándola en los ojos, cuyo azul satinado se hacía brumoso, como un mar donde han muerto todos los reflejos—. Yo, amo mucho las melodías del crepúsculo.
—Yo, tengo miedo a la tristeza; hay en ella, algo de tenebroso que me enferma; yo, no puedo estar triste sin llorar; y, llorar, es algo bien triste y bien inútil...
—Y, yo, diera algo por esa inutilidad y por esa tristeza—dije con un acento de sinceridad que me sorprendió a mí mismo.
—¿No sabéis llorar?
—Esa es una creencia que la Vida nos enseña, y, la Vida misma, se encarga de hacérnosla olvidar.
—¿ Habéis llorado mucho?
—¿Qué ojos de hombre no han sido quemados por el llanto, y, qué garganta de hombre, no ha estado alguna vez repleta de gemidos?
—Es verdad; la Vida, es algo bien cruel, que la Naturaleza, se encarga de hacernos sufrir sin revelarnos...
la sombra que entraba ya por las ventanas, parecía devorar nuestras palabras, como un abismo donde perdieran toda resonancia;
la sirvienta entró para encender la luz, y, me pareció un fantasma que venía a expulsar otros fantasmas...
las claridades del gas, iluminaron la estancia de reflejos lácteos, como de luz estelar en un estuario tranquilo...
hubo un largo silencio de nuestras bocas, que fué un silencio de almas...
comprendimos que avanzar en el terreno de la sentimentalidad, era peligroso, y, tuvimos miedo a la sinceridad de nuestros labios...
la soledad, es peligrosa, tiene la sugestión del agua profunda, que nos invita a sumergirnos en ella, desnudos como un astro...
tuvimos miedo a la desnudez de nuestras almas...
felizmente, la llegada de Jacques Molard, vino a sacarnos de aquella inquietud, que ya invadía nuestras almas;
sus grandes ojos de miope, ofuscados por la luz, se esforzaron, por observar nuestra actitud de intimidad en esta hora solitaria, pero, su celo fué calmado pronto, por la actitud de dignidad tranquila de Susana y por mi propia actitud;
yo, le fuí muy grato de su llegada;
y, sospecho que Susana también;
nos estrechó la mano, y, quedó un momento en silencio, como esperando que lo iniciáramos en la conversación, y, viendo que no era así, dijo:
—He ahí la primavera; hoy ha hecho un día delicioso; ¿ no cree usted, Maestro, que es ya tiempo que la señorita Berteuil, ensaye dar algunos paseos? yo, se lo he prescrito ya.
—Es verdad—dijo Susana—. Pero, me siento tan débil,... y, además, madame Vibert (que era una de sus viejas amigas) que me ha ofrecido acompañarme, tiene un catarro que cultiva con amor, es necesario esperar que eso pase; no me siento capaz de salir sola... París, me da horror...
Molard y yo, callamos, como ahogando en nuestros labios, la misma promesa de acompañarla, que ninguno de los dos nos atrevimos a hacer.
—Esos paseos—dije yo—, deben ser hacia el campo, donde el aire puro, oxigena mejor los pulmones, y robustece el temperamento, y, dando al cerebro un radio mayor de visiones, modifica las ideas, lo cual es muy saludable después de una gran crisis, moral, como la que usted ha sufrido;
ella, sonrió tristemente con una sonrisa de aquiescencia, y, su figura se iluminó como con una remota luz de esperanza...
el lenguaje ...

Índice

  1. El final de un sueño
  2. Copyright
  3. Other
  4. A MANERA DE PREFACIO PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
  5. EL FINAL DE UN SUEÑO
  6. Chapter
  7. Chapter
  8. Chapter
  9. Chapter
  10. Chapter
  11. Chapter
  12. Chapter
  13. Chapter
  14. Chapter
  15. Chapter
  16. Chapter
  17. Chapter
  18. Sobre El final de un sueño