Los dos hermanos
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Los dos hermanos

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Los dos hermanos

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Información del libro

Un barco comerciante español lleva a un solo preso, Rodolfo, desde el Perú a una cárcel en Sevilla. Este enlaza una amistad con el Piloto del barco, a quien le cuenta su historia. Parece que, uno de los poderosos de la Inquisición, intentó violentar a su esposa, y al vengarla lo encarcelaron sin darle a ella siquiera su paradero. Noble de origen, le comenta al piloto que tiene suficiente dinero para darle en caso de recibir su ayuda para liberarlo. Este, avaro, idea un plan para apoderarse de la nave y su dinero, poniendo en riesgo a todo el resto de la tripulación. El único que puede salvar al porvenir de Rodolfo es su hermano, el Padre Anselmo, que tendrá que ir hasta Perú para impedir que la Inquisición lo encarcele injustamente. En esta continuación de "El Inquisidor Mayor", Bilbao vuelve a exponer la corrupción del sistema eclesiástico, y les brinda un pasado a los personajes de su primera novela.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726641240
Categoría
Literature
Categoría
Classics

- X -

Entrada la noche, se alojaron en uno de esos ranchos desiertos que se encuentran en los suburbios de las poblaciones.
Allí condujo el piloto la suma de 80.000 pesos en barras de oro que le cupieron en el reparto del saqueo.
Temeroso por el crimen cometido, consideraba a Rodolfo cual si fuera el custodio de su persona y bienes.
Sumiso hasta el envilecimiento, procuraba satisfacer los últimos deseos de Rodolfo; mas, en medio de esa abyección revelaba la aspiración que sentía a cambiar de condición.
Se encontraba rico, y de una situación tal aspiraba ya a querer ser noble.
-419-
Contribuía a esto el recuerdo de la promesa que le había hecho el reo de la Inquisición.
Ser noble, para él equivalía a colmar sus últimas aspiraciones.
En tan elevado carácter creía, como cree el vulgo, que la situación normal de esas gentes era la felicidad, los sufrimientos desconocidos, se podía mandar y despotizar.
Animado por tales móviles, procuró sondear a Rodolfo acerca de la disposición en que se encontraba para cumplir la promesa que le había hecho a bordo.
Rodolfo sentía una repugnancia natural hacia Guerra; se había sentado en un rincón del rancho.
Meditaba sobre su destino.
El piloto le arrancó de ese estado dirigiéndole la palabra.
-¿Muy fatigado os halláis, señor Rodolfo?
-Algún tanto, le respondió secamente.
-¿Queréis dormir?
-Quiero pensar.
-Pues yo no sé pensar; preferiría pasar la noche conversando.
-Para satisfacer tal deseo -le observó Rodolfo-, debíais haber conservado a vuestro lado a uno de vuestros cómplices. Os agradecería me dejéis en paz.
Este reproche fue un contratiempo para Guerra; creyó a Rodolfo un ingrato, y este juicio lo expresó diciendo entre dientes:
-Bien dicen que un bien con un mal se paga.
-¿Qué significa eso? -le interrogó Rodolfo.
-Significa, señor, que tratáis de olvidar vuestras ofertas y de corresponder a mis servicios con ofensas.
-Nada tengo que agradeceros -le contestó el aludido-; lo que hicisteis no fue por mí, fue por robar. Sin embargo; yo cumpliré cuanto os he prometido.
-420-
Para Guerra, las ofensas nada suponían cuando se interponía su interés; así que, lejos de enfadarse, se alegró al saber que se lo cumpliría lo ofrecido; y como usando de un acto de generosidad se apresuró a decir a Rodolfo:
-Basta que me cumpláis una sola de las ofertas; yo quedaré satisfecho.
-¿Cuál?
-La de hacerme noble.
-Lo seréis tan pronto como pueda disponer de 30.000 pesos, que es lo que costará el título.
-Disponed de esa suma, señor, y me la devolveréis después.
-Acepto el préstamo -le contestó Rodolfo-, porque en verdad siento deseos de veros de noble, pues así purgaréis vuestras faltas.
-¿Qué decís?
-Que el ser noble es un castigo.
Guerra, que ignoraba lo que era el ser noble y que de ello solo tenía una idea de engrandecimiento y de goces, se sorprendió de lo que oía.
Y como saliendo de una meditación dudosa:
-¿Me hacéis el servicio -le dijo a Rodolfo-, de instruirme en esto que quiero ser?
-No hay inconveniente -le repuso este.
Levantose entonces del lugar donde descansaba, pasó a sentarse en el umbral de la puerta del rancho.
El piloto se quedó quieto sin separarse del tesoro.
-Te explicaré lo que quieres ser -le dijo; pero no divisando a Guerra en lo oscuro y temiendo que se durmiera, le invitó a acercarse.
-Aquí estoy bien -le contestó-, os escucho y cuido de mi fortuna.
-421-
-Buen principio para ser noble -le observó Rodolfo-, es el acariciar el metal. No te duermas.
-Perded cuidado.
-Ya lo creo, desde que ese oro es vuestra alma.
Rodolfo se acomodó lo mejor que pudo, y luego principió sus explicaciones, apreciando lo que era la nobleza.
-Un título, y más que todo, dinero, son los grandes elementos que se requieren para figurar en estos países donde la inteligencia y el estudio pasan aún sin ser atendidos. Vuestro pasado y cuanto habéis sido, nada suponen; tenéis dinero y seréis adulado; tenéis un título y seréis disputado por las amistades. La nobleza moderna es el ridículo de la antigua nobleza. Antes se adquiría un título por hechos heroicos o por acciones grandiosas; ¿pero hoy? Los títulos son pantallas compradas para encubrir crímenes, ejercer despotismos o tapar maldades. Y de no, ¿cuál es el noble que adorna su escudo con insignias que representen hechos propios? ¿Esos escudos recargados de relieves son acaso la expresión de una historia honorable?
Guerra se encontraba atónito escuchando con avidez al que le educaba de tal modo; porque en todo ello entreveía una aureola de felicidad.
Rodolfo continuó:
-¡No! Plebeyos, hombres comunes, sin más méritos que el haber sido usureros o explotadores del trabajo del pobre, son los que han llegado a colocarse en esa escala mediante el desembolso de algunas talegas. En el pobre gañán, en el mísero industrioso se encuentra más nobleza que en los titulados nobles; porque en ellos encontraréis virtudes que los nobles no tienen, respeto por la virginidad que los nobles se creen en el deber de destruir, porque cuentan con caudales que derramar en la seducción; no tienen amor a sus semejantes, porque estos carecen del orgullo y del egoísmo que prohíja la ignorancia y la avidez de los nobles. Os voy, Guerra, a hacer noble y en ello ningún favor os hago, porque os voy a colocar en el foco de una turba envejecida en las liviandades de una corrupción secreta. Nobles hay que han -422- salido de una pulpería, gastando parte de su trabajo en la compra de un escudo; mineros que se han encontrado una riqueza y se han hecho duques; criminales que por escapar a un castigo ordinario se han elevado a condes. ¿Qué antecedente glorioso ha militado en ellos para obtener títulos de nobleza? ¿Cuál es el noble de hoy que no deba su elevación al dinero? Nobles hay que no saben ni firmarse, y sin embargo, miran desde lo alto de sus coches con desprecio al que se despestaña ea las vigilias del estudio. Por lo regular son los más ignorantes de la sociedad, porque tienen la creencia que la fortuna basta para vivir en la sociedad. Las sociedades tributan culto al metal, y es por eso, que las inteligencias despiertas, los hombres cultos pasan olvidados. La nulidad procura desvirtuar el mérito, porque el reinado de la civilización sería el suplicio del ignorante.
Rodolfo sintió que el piloto respiraba con fuerza y al propio tiempo que le observaba.
-Señor, os creo exagerado en lo que acabáis de decirme, le observó.
-Creed lo que gustéis -le respondió Rodolfo con esa superioridad de espíritu que lo hacía despreciar la opinión de un hombre como Guerra-; pues nada me importa el juicio que forméis de lo que os he dicho. Mas estad cierto que la verdad la encontraréis no muy tarde. Sin embargo, por pasatiempo os acabaré de dar una idea de lo que deseáis ser.
Rodolfo se detuvo un momento admirando la belleza de la luna que brillaba en aquel cielo tan puro de Chile, y luego continuó:
-La nobleza es en verdad una distinción social; pero una distinción según sean las causas que la originan. Como debéis saber, todos los hombres tienen un origen y ese origen los coloca en una propia categoría. Este es el orden natural; pero sucede que de entre todos unos se distinguen de los otros ya por dotes especiales del corazón, ya de la inteligencia; unos que sobresalen por su valor en los combates y otros por su investigación en las ciencias o por servicios especiales rendidos a la humanidad. La sociedad creyó justo premiar -423- a esos seres con alguna insignia que les designase a los ojos del público como objetos de imitación y les sobrepusiese a los que yacían indiferentes al deber social, a los ociosos, a los disipados, a los cobardes. Esa insignia no fue para designarles como de origen distinto a la especie humana; porque si lo hubiesen sido, ningún mérito habrían tenido en manifestarse superiores. No se les introdujo sangre azul en sus venas, como cree el vulgo, porque en todos es igual el color de ella; ello no fue más que un premio al mérito, y esto fue justo. Después vinieron los hombres con sus vicios y su ignorancia a convertir aquellas distinciones en instrumentos vulgares de recompensas para los palaciegos que facilitaban goces a los monarcas; para los ricos que erogaban una crecida suma de dinero destinada a aumentar el tesoro de los reyes; para los adulones o degradados que sabían lisonjear los vicios de las cortes. Esta prostitución del origen de los títulos dividió a la sociedad en dos bandos, que comúnmente se denominaron con el nombre de aristócratas y plebeyos. El primero se separó de los segundos, y los monarcas acabaron de completar esa división concediendo privilegios a esa clase creada por ellos, para despotizar a los excluidos. Los goces y el dominio quedaron de una parte, el dolor y la miseria de la otra. Los primeros se creyeron en su orgullo descendientes de una especie distinta de la de los otros; y desde entonces el plebeyo fue considerado como lo es el esclavo: torpe, sin inteligencia, nacido para servir. Tal relajación, despertó en cada ser nulo y rico la ambición de obtener un título. No necesitaban ser héroes, haber estudiado o poseer virtudes; alguna suma de dinero o el favor bastaban para ser elevados. Obtenían un título y ya se creían aptos para todo. El título era la ciencia infusa transformando al ignorante en hombre dogmático, y al propio tiempo, el sano conducto para delinquir.
En esta descripción encontraréis comprendida la nobleza de América; porque ella es la ineptitud ambulante, el orgullo personificado y la corrupción encubierta. Muchos de ellos han teni...

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