Con Antonio Alatorre
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Con Antonio Alatorre

In memoriam, 1922-2010

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Con Antonio Alatorre

In memoriam, 1922-2010

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Información del libro

Este volumen reúne diversas voces que ofrecen testimonios y rinden un homenaje al maestro, autor de libros capitales como los 1001 años de la lengua española y de importantes ediciones, antecedidas por las profundas y eruditas reflexiones de Alatorre sobre sus autores favoritos y sus géneros predilectos, como las Fiori di sonetti / Flores de sonetos, El brujo de Autlán y numerosísimos artículos.

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Información

Año
2012
ISBN
9786074625400
DONDE ESPUMOSO EL MAR SICILIANO UN RECUERDO MITOLÓGICO DE ANTONIO ALATORRE[1]
RAÚL ÁVILA
El Colegio de México
EL MEJOR ESTILO ES...
el que no se nota. Por lo tanto, si lo que sigue se nota, no está en el mejor estilo. Eso me lo dijo Antonio Alatorre cuando empezábamos a conocernos, cuando compartió conmigo —y con sus demás alumnos del tercer grado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM— nada menos que a John Middleton Murry[2] y a los Wellek y Warren[3]. Otra cosa que aprendí con él fue que todo podía ser sujeto a discusión. Precisamente por eso logró su objetivo: que ya no supiera yo qué era la literatura, pues no sólo se refería a la escrita —cuyos límites menciono más adelante—, sino también a la oral, recitada y cantada, del folclor al bolero.
Las discusiones que sosteníamos en la Facultad resonaban por toda la Ciudad Universitaria, pues apenas salíamos de clase nos íbamos al campus principal a seguir profundizando sobre los temas que había tocado Alatorre. Sus clases eran para poner oídos de lince a todos los que pretendíamos aprobar. De otra manera nos perdíamos los detalles sobre la literatura, que iban desde todo lo escrito con letras hasta sólo aquello que resultaba “dulce y útil”, como dijo Quintus Horatius Flaccus —o sea, Horacio, pa’ los cuates. Debo señalar que ahora eso de lo dulce y lo útil parece ajonjolí de todos los moles: en internet incluso encontré una editorial con ese nombre: “Dulce y Útil”. Pero antes sólo los iniciados —por Antonio, al menos— sabíamos esa frase, que usábamos —o por lo menos usaba yo— para impresionar a la humanidad, la cual quedaba aún más impresionada cuando la decía yo en latín: dulce et utile.
Sin embargo, ya ubicados en el nuevo Colegio de México, a fines de los años 70 del siglo pasado, tuvimos los nuevos alumnos que leer —lo que era relativamente fácil— y comprender —lo que nunca logré— nada menos que El deslinde, escrito por Alfonso Reyes[4] quien, según nos confirmó burlonamente Antonio, no sabía griego. En ese libro el estilo de Reyes quizá no se notaba entre los asiduos a la Corte, pero nosotros éramos plebeyos y tampoco sabíamos griego, más allá de unas pocas etimologías aprendidas en la Prepa. O sea que apenas entendí algunas partes del Deslinde, cuando lograba penetrar en su estilo reservado para expertos eruditos como el hoy recordado. Véase este ejemplo:
Por deficiencia lingüística, el término “generalización” se aplica a veces, en libros y en cátedras, a una operación mental muy diferente de la que aquí tratamos […] Se dice “generalizar” para aquel proceso que, cualitativamente y abstrayendo la esencia sobre un caso único, llega a él a través del concepto […] Lalande propone […] koncepturo (concepto como producto); konceptigo (el hecho de transformar algún dato en concepto: por ejemplo, una imagen); koncepteso (la cualidad abstracta de ser concepto), etcétera.
Como puede notarse, si uno quería meterse en el contenido del texto de Reyes, se encontraba con que resultaba a veces más impenetrable que el “caliginoso lecho el seno oscuro”, o sea una caverna que un “ser de la negra noche nos lo enseña”, mamífero que vuela siempre en compañía de una “infame turba de nocturnas aves”, o sea más murciélagos, que se la pasan “gimiendo tristes y volando graves” —como escribió Góngora en su Polifemo.
Volviendo a Reyes, gracias a la “traducción” de Antonio, algo logramos deslindar de su texto. También pudimos comprender y gozar, a lo largo del semestre toñogongorino —donde leímos y creo que comprendimos los versos citados arriba—, las andanzas del ya mencionado Polifemo, enamorado de Galatea, seducida por Acis. El cíclope tenía sus ganados por los rumbos del Lilibeo, bóveda —todos lo sabemos— “de la fragua de Vulcano, o tumba de los huesos de Tifeo”. Como en mi adolescencia leía textos de la mitología —o religión grecolatina— antes de dormirme, coincidí con las referencias y explicaciones del mitológico Antonio, y disfruté el poema gongorino, aunque descubrí, de nuevo, que los héroes y personajes del mundo grecolatino tenían tantas versiones como aventuras[5].
Para no batallar con los hiperbatones y los titipuchales —mexicanismo en cursivas por montones— de personajes mitológicos del barroco Góngora, le entré a sus canciones y letrillas, que también tienen su chiste. Hice para Antonio un trabajote de 40 cuartillas a máquina, que incluso pasé yo mismo en limpio, porque no había de otra. Allí aproveché El chiste de Freud y La risa de Bergson[6] para inspirarme. Antonio, tras revisar y calificar mi texto, me dijo: “Te puse diez porque trabajaste mucho, pero te faltó creatividad”. Así fue, y desde entonces hasta la fecha sigo buscando y valorando la creatividad, a la que añadí otro concepto que le gustaba mucho al maestro: congruencia. Insistía en que la gente, sobre todo en relación con la bibliografía, podía hacer las fichas como quisiera, pero tenía que mantener la congruencia y hacerlas siempre de la misma forma, para no perder el estilo.
A propósito de estilo, cabe apuntar que Antonio siempre mencionaba el ejemplo de Juan de Mairena. Ahora se cita el libro de Machado en internet a cada rato. A pesar de eso, yo fui a las fuentes originales impresas y catalogadas, como me enseñó el también director de la Nueva Revista de Filología Hispánica. En el libro machadiano encontré la versión que no ha variado:
—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”
El alumno escribe lo que se le dicta.
— Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”
Mairena.— No está mal[7].
Y pues sí: Mairena —aunque no leyó las consideraciones negativas de Middleton Murry sobre el estilo grandilocuente— acercó a su alumno al mejor estilo, al que no se nota. Antonio, por su parte, enseñó a su paisano estatal Arreola, con quien se confabulaba algunas tardes, a quitar todo lo que sobraba en la prosa. Juan José, por recomendación de Antonio, se encerró en el Fondo a corregir estilos y a redactar solapas. Por mi parte, creo que también aprendí un poco a escribir sin que se notara mucho la forma, aunque mi aprendizaje nunca llegó al nivel necesario para satisfacer la mirada estilística de Alatorre.
LOS CHISTES EN FRANCÉS Y LAS REUNIONES DE LOS MIÉRCOLES
Algunas tardes —no las de los miércoles, de las que hablaré más adelante— íbamos sus seguidores a la casa de la colonia Las Águilas. Allí, además de cantar inevitablemente el “Soy un pobre venadito” y “La cárcel de Cananea”, entonábamos también la de “Los peces en el río”, y algunas otras canciones populares como las recogidas por Federico[8], y escuchábamos ocasionalmente a Antonio cantar fuera del coro y tocar el piano. Además —y ese era mi gran problema— se decían chistes en francés, aunque se hablaba también español vulgar, con chorros de chingaderas y pendejadas. Aparte de mi lengua materna —cuya elegancia trataba de cultivar— y mi survival English, yo apenas hablaba náhuatl de la Huasteca, que aprendí —aunque sólo para comprar y vender— en la tienda de mi padre, en el mero Tamazunchale. (Añado entre paréntesis y rubores que en la Facultad también estudié náhuatl el cual, como resultó clásico, no me sirvió para hablar con los Josés y las Marías, paisanos míos que llegaban todos los días a la tienda a vender café recién cortado y de todos colores).
Por todo esto que he contado, no me quedó más remedio que ponerme a estudiar francés en El Colegio, y luego portugués y alemán, como mi maestro Alatorre, con quien aprendí lo que aún no he olvidado: palabras como Weltanschauung, Urtext, Zeitgeist, Forschung y otras más. Gracias a esas palabras descubrí que los sustantivos en esa lengua se escriben con mayúscula. De allí se me ocurrió pensar que, para ser buen escribiente (que conste que está en el diccionario) en alemán, hay que saber gramática. Y también me animé a casarme con una mujer que sabía callar en siete lenguas, incluido el sueco —su lengua paterna, materna, familiar, amiguera y, más recientemente, eskypera. Ya casada conmigo, aprendió otras dos lenguas, entre ellas ¡el griego! —aunque moderno, eso sí, pero suficiente para no sentir complejos ante mi gurú.
En El Colegio, los novatos como yo estábamos condenados a pagar nuestras pecados los miércoles en un cónclave donde se leían y discutían sesudos artículos de gente cultísima. Las reuniones empezaban como a las cinco de la tarde, y terminaban como a las ocho, cuando ya era difícil simular que uno mantenía la atención. En la sala de juntas del...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. PRESENTACIÓN
  5. SILCIA ALATORRE, ANTONIO ALATORRE
  6. TOMÁS SEGOVIA, ANTONIO ALATORRE
  7. RAÚL ÁVILA, DONDE ESPUMOSO EL MAR SICILIANO… UN RECUERDO MITOLÓGICO DE ANTONIO ALATORRE
  8. ANTONIO CARREIRA, MI AMISTAD CON ANTONIO ALATORRE
  9. ROSE CORRAL, ANTONIO ALATORRE: ITINERARIO DE UN LECTOR
  10. MARGIT FRENK, HOMENAJE A ANTONIO ALATORRE
  11. AURELIO GONZÁLEZ, CUANDO ALATORRE SE CONVIRTIÓ EN ANTONIO
  12. LUZELENA GUTIÉRREZ DE VELASCO, DESATAR UN NUDO DE RECUERDOS
  13. DAVID HUERTA, CELEBRACIÓN DE ANTONIO ALATORRE
  14. YVETTE JIMÉNEZ DE BÁEZ, MEMORIA DE ANTONIO ALATORRE
  15. LUIS FERNANDO LARA, HOMENAJE A ANTONIO ALATORRE
  16. ANTHONY STANTON, IMÁGENES DE ANTONIO ALATORRE
  17. MARTHA LILIA TENORIO, ANTONIO ALATORRE
  18. JAMES VALENDER, ANTONIO ALATORRE
  19. MARTHA ELENA VENIER, MEMORABILIA
  20. COLOFÓN
  21. CONTRAPORTADA