UNA HISTORIA CONTADA DE OTRA MANERA: LIBREPENSAMIENTO Y “DARWINISMOS” ANARQUISTAS EN BARCELONA, 1869-1910
ÁLVARO GIRÓN SIERRA
Institución Milá y Fontanals-CSIC, Barcelona
¿DESMONARQUIZAR EL CIELO PARA ANARQUIZAR LA TIERRA? EL DARWINISMO Y LOS DIVERSOS PROYECTOS POLÍTICOS DENTRO DEL MOVIMIENTO LIBREPENSADOR
La presente aportación no pretende ser una contribución definitiva sobre las relaciones entre anarquismo, republicanismo, librepensamiento y darwinismo en Barcelona, cosa que sería materia en sí misma de una monografía. Se trata más bien de una propuesta de sutil “giro historiográfico” nacida en gran medida de una revisión crítica de mi propia labor como historiador. Intentaré explicarme. Desde hace ya algún tiempo, la historiografía ha tendido a evitar una definición formalista y ahistórica del darwinismo. Se ha empezado a tomar muy en serio que eso que llamamos darwinismo —al menos durante buena parte de la segunda mitad del XIX— se parecía mucho más a un consenso laxo en torno a la aceptación general de la idea de la evolución, la lealtad con respecto a la figura de Darwin o la convicción de que el origen de las especies se explicaba exclusivamente por referencia a la ley natural, que a una suerte de conversión masiva —de científicos y no científicos— a la teoría de la selección natural. Dicho pacto fue, de hecho, tan extremadamente laxo que hoy día resulta sumamente difícil ofrecer una definición conceptual rígida de lo que se entendía por darwinismo en ese momento. Lo que sí parece claro es que la teoría de la selección natural distó mucho de ser aceptada, al menos, hasta bien entrado el siglo XX. Esto ha llevado a historiadores como Daniel Becquemont a afirmar que el enfoque específico de Darwin se disolvió en una visión del mundo que podríamos llamar “evolucionista”, en el sentido de que la evolución era vista como un proceso sucesivo y ascendente que culmina en el hombre civilizado.
Las cosas se complican aún más cuando se ahonda en la realidad del conglomerado de teorías y aproximaciones que han sido tildadas, de manera bastante poco consistente por cierto, como “darwinistas sociales”. En primer lugar porque el darwinismo fue social desde el principio. No cabe duda de que Darwin era abiertamente racista y que defendía los beneficios de la competencia y el sistema de libre empresa. No leyó a Malthus por casualidad. Pero igualmente cierto es que desde el punto de vista de la filosofía social subyacente, las ambigüedades o posibles contradicciones también son patentes en la obra del naturalista inglés. Así, por ejemplo, Darwin había introducido en The Descent of Man (1871) toda una explicación naturalista de la génesis de aquellos valores del liberalismo británico que él había defendido desde su juventud: la compasión y el altruismo. Pero ello entraba en conflicto con su vieja teoría malthusiana planteada en El origen de las especies (1859). En The Descent of Man ya no hay competencia entre los distintos miembros de la tribu, sino cooperación, hábitos e instintos sociales. Tampoco conviene olvidar que Darwin hizo uso extensivo de un vocabulario claramente antropomórfico —singularmente de metáforas como “lucha por la existencia” o “selección natural”—, cosa que le situaba lejos del ideal científico de un lenguaje puramente denotativo. El potencial de generar lecturas muy diversas estaba ahí. Por otra parte, algunos de los frecuentemente tachados de darwinistas sociales son, al menos para los parámetros del moderno neodarwinismo, escasamente darwinistas. Esto era clave, porque algunos de ellos tuvieron una difusión y popularidad significativamente mayor que la del propio Darwin. El concepto de evolución progresiva de Ernst Haeckel se apoya, en realidad, mucho más en Lamarck que en la aplicación de un seleccionismo estricto. Por otra parte, se ha señalado que buena parte del sistema sociológico de Herbert Spencer descansaba, en realidad, en lo que podríamos llamar un “lamarckismo social”, al que, en gran medida, ya había llegado años antes de la publicación del Origen de las especies.
La misma confusión es patente en la historiografía actual cuando se trata de establecer una conexión unívoca entre darwinismo social y una corriente ideológica concreta. Las afinidades electivas de la teoría de la selección natural y el liberalismo económico son claras, pero ello no cancela las posibilidades abiertas para las más variadas lecturas. De hecho, el darwinismo social ha sido repetidamente vinculado —en combinación estrecha con el racismo— con los fundamentos de la ideología nazi. Pero también parte de la historiografía habla de un “socialismo socialdarwinista”. Sería saludable en este contexto tener en cuenta que las ideas —sean científicas o no— cuando entran en el discurso político público lo hacen de una manera imprecisa o muy selectiva. El que el darwinismo —llamémosle social o no— pueda ser conceptualizado no como un conjunto coherente de ideas o como una ideología acabada, sino como una colección de palabras, un lenguaje que constituye un tejido discursivo a partir del cual se debaten desde el conflicto colonial hasta las medidas eugenésicas, no lo hace menos importante, ya que no es lo mismo ver la guerra como un castigo divino, que como el necesario precio a pagar por un conflicto de razas que promueve el progreso biológico. Y es que mucho del gran atractivo de lo que con frecuencia llamamos darwinismo social se basa, como afirma James Moore, en la recirculación del lenguaje ordinario investido de autoridad científica.
Como es bien sabido, la recepción del darwinismo en España —entendido de esta manera necesariamente laxa— estuvo íntimamente relacionada con las fracciones más liberales de la burguesía, verdaderas protagonistas de la revolución democrática de 1868. Durante los años 1880 esta recepción se convirtió en un debate abierto, que tuvo lugar fundamentalmente en centros culturales dominados por las élites culturales de la burguesía, como los ateneos de Madrid, Barcelona y Valencia. Ahora bien, hay que asumir que muchas veces lo que se entendía como darwinismo tenía más que ver con las metafísicas evolucionistas del filósofo inglés Herbert Spencer o del naturalista alemán Ernst Haeckel, que con las diversas teorías de Darwin. Ello parece que fue especialmente cierto en el suroeste de Europa, siendo algo que se puede decir sin mucho temor también de España, aunque no contamos con trabajos especializados que permitan ponderar no solo el impacto de su obra, sino los canales a tr...