Por qué los profesionales no comunicamos mejor
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Por qué los profesionales no comunicamos mejor

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Por qué los profesionales no comunicamos mejor

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Hoy en día comunicar es tan importante como saber. Tan fundamentales son las ideas como los métodos para transmitirlas a nuestros interlocutores. El qué ya no está por encima del cómo y de eso debe ser plenamente consciente cualquier profesional. Por eso, siempre se debe estar dispuesto a aprender a comunicar mejor. Explicarnos con eficacia nos ayuda a convencer, a ganar adhesiones, a crear confianza, a generar liderazgo.A partir de sus experiencias y mediante ejemplos de personajes públicos, Manuel Campo Vidal expone errores frecuentes y da consejos prácticos que deben tenerse en cuenta para convertirse en un comunicador eficaz en el entorno profesional.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2015
ISBN
9788490061671
Categoría
Filología
Categoría
Periodismo

PRIMERA PARTE

LA EDUCACIÓN Y LA EMPRESA

1

NÁUFRAGOS EN COMUNICACIÓN
«Si llego a saber que tenía que hablar en público, igual no marco el gol en la Final.»
ANDRÉS INIESTA, autor del gol de la victoria en la Final del Mundial 2010. Acto de recibimiento a la Selección Española en Madrid
Es una lástima: personas con alto nivel de formación en su profesión (arquitectos, economistas, abogados, médicos, periodistas, ingenieros, policías, políticos, deportistas o profesores de cualquier asignatura) no comunican bien. No comunican bien ni sus proyectos, ni siquiera lo que saben, lo que aprendieron en la universidad o en la escuela especializada.
Observen en su vida cotidiana: hay médicos que comunican las peores noticias sin tacto alguno; arquitectos que se creen más importantes que su edificio y así lo expresan; ingenieros que hablan solo para los de su secta tecnológica; abogados convencidos de que su licenciatura jurídica equivale a hablar como Demóstenes; profesores que creen que con explicaciones densas —cuando no confusas— generarán mayor admiración entre el alumnado; entrenadores de fútbol seguros de que un envoltorio grosero en sus declaraciones y discursos estimulará la virilidad de sus jugadores. ¡Ah! Y periodistas que antes de escribir o hablar harían bien en ordenar sus ideas y, de paso, comprobar la veracidad de las noticias.
Estamos hablando de un asunto grave, de gran trascendencia: la deficiente comunicación de los profesionales supone siempre pérdida de competitividad para ellos mismos y para sus empresas, perjudica la formación de líderes y limita gravemente la productividad en general. En estos tiempos difíciles con tantas incertidumbres económicas globales y locales, «el mundo necesita gobernabilidad y, en casi todos los países, liderazgo político», nos ha advertido Mijaíl Gorbachov, expresidente de la URSS.[1] Liderazgo en los países y también en las empresas, cabría añadir. Y es muy difícil que surjan líderes si no dominan el arte de comunicar.
No comunicamos suficientemente bien, salvo excepciones, ni presencialmente, ni por teléfono, ni por correo electrónico, ni en las reuniones, ni en las conferencias. Se detecta a diario. En cualquier intervención en público afloran los defectos más habituales: improvisamos, hablamos demasiado, hablamos muy alto, o muy bajo, escuchamos poco, no estructuramos bien el mensaje, no vocalizamos bien... ¡No solemos decir correcta y pausadamente ni nuestro propio nombre, ni el de la empresa o entidad a la que representamos!
La globalización también nos ha desnudado ante esa realidad. Nuestras economías están cada vez más interrelacionadas y, en consecuencia, los profesionales de distintos países más interconectados. En esos encuentros, en congresos, reuniones, gestiones de venta o de promoción, a españoles, portugueses y latinos en general les falla la conexión. Sin rodeos: comunicamos bastante peor que otros y, en consecuencia, estamos en condiciones de inferioridad en la batalla competitiva.
¿Por qué sucede esto? Hay un cúmulo de circunstancias que han conducido a esta situación, pero básicamente lo que sucede es que en la universidad, y en la escuela en general, en todos esos países, se olvidaron de enseñar una asignatura fundamental: la comunicación, la capacidad de expresarse con eficacia.
Para ser precisos, no es la única asignatura que se olvidaron de impartir. No se enseñó comunicación, pero tampoco emprendimiento. Y así nos va. La mayoría de licenciados, ante todo, prefieren ser funcionarios o empleados por cuenta ajena. La cultura de la seguridad ante la vida y la aversión al riesgo se impuso sobre la creatividad y la formación de empresas. Pero hay más: en algunos países, por ejemplo España, no nos enseñaron suficientemente, ni nos exigieron, idiomas extranjeros. Así hemos llegado a una situación en la que ni siquiera los presidentes de Gobierno de la democracia —con alguna excepción, en el caso de Felipe González, que sabía francés, y de Leopoldo Calvo Sotelo, que incluso leía en alemán— no manejaban habitualmente ninguna lengua distinta al castellano. Si bien es cierto que José María Aznar estudió inglés al dejar la presidencia. Ello condena a una situación de inferioridad evidente en cumbres internacionales y es refuerzo de esa máxima sobre la definición contemporánea de «español» que le escuché al profesor Xavier Mena: «Ciudadano del mundo que se pasa la vida estudiando inglés».[2]
Además, en la escuela primaria y en secundaria no hubiera estado mal aprender también normas del código de circulación, porque seguramente habría menos accidentes. O educación afectivo-sexual, y tendríamos menos dramas entre los adolescentes. Por ambos déficits pagamos un amplio tributo.
Pero aquí debemos centrarnos fundamentalmente en la comunicación. Jorge, director de Marketing para España de una empresa internacional de perfumería, se sincera así: «Yo no creo tener menos capacidad profesional que mi colega americano o mi colega francesa. ¿Y por qué ellos hablan en público con naturalidad —al menos aparentemente—, son convincentes, se ajustan a los tiempos, seducen a los directivos y a los participantes en nuestra convención anual? En cambio yo... no duermo bien la noche anterior a mi convención y no me despego del PowerPoint porque lo tengo por mi salvavidas».
La incomprensión crece en Jorge después de revisar su currículum, que es bastante equivalente al de sus colegas. Si su formación es la misma que la de su homólogo americano y la de su colega francesa que, según él, habla «de forma tan estructurada»... ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está precisamente en ese déficit de formación inicial que tampoco se resolvió ni en escuelas superiores, ni posteriormente en la experiencia laboral en la mayoría de casos.
Ahí está el secreto profundo de por qué los latinos comunicamos tan mal, con las excepciones que, afortunadamente, podemos encontrar. Y ese mal generalizado se hace especialmente dramático para los profesionales porque comunicar bien es ganar oportunidades directivas, comerciales, sociales y de liderazgo.
Es más: las deficiencias comunicativas explican, en parte, la baja productividad de nuestras economías. Se pierden demasiadas horas en reuniones que podrían terminar antes y a las que se llega sin prepararlas y sin fijar objetivos. O se cierran sin articular unas conclusiones, y sin levantar acta. En cualquier centro de trabajo se tarda demasiado tiempo en identificar y resolver problemas cotidianos. La comunicación interna es deficiente en casi todas las empresas, compañías mediáticas incluidas. Y el uso de las herramientas (teléfono, correo electrónico, PowerPoint y hasta micrófonos) está generalmente viciado y es poco eficaz.
Pero la deficiente comunicación se hace más patente al salir al exterior, porque a los problemas generales se suma el escaso conocimiento de idiomas que lleva a que, con frecuencia, en los mercados exteriores se detecten etiquetas de productos procedentes de países latinos con faltas de ortografía en inglés o francés. Como el nivel es bajo en los países de origen, nadie ha reparado en ello.
Cualquier observador exterior se da cuenta de ese error enseguida. Alan Solomont, primer embajador de Obama en España, declaró al poco de llegar a Madrid: «No quiero criticar pero España, creo, se vende mal. Ha cambiado de manera admirable, y los españoles no deberían olvidarlo ahora, en esta fase difícil. A veces creo que España no se valora lo suficiente a sí misma».[3]
La comunicación es, sin duda, nuestra asignatura pendiente porque nuestros ingenieros tienen conocimientos similares a los de los ingenieros franceses, los economistas reciben una formación equivalente a la que se ofrece en Alemania y lo mismo sucede en las escuelas de arquitectura y de marketing, o en las facultades de medicina. En comunicación básica, solo en comunicación y en idiomas, nuestra formación es inferior. Y, en consecuencia, en la vida profesional competimos en peores condiciones con nuestros homólogos de otros países. Busquemos en esa dirección la explicación a una parte de nuestros problemas. Y comencemos a resolverlos.
Empecemos por admitir que la comunicación es central en nuestras vidas, aunque nadie nos hubiera advertido de ello. O no lo suficiente. Podría alegarse que eso se sobreentiende, que no hace falta decirlo. Pero resulta que sí hace falta subrayarlo: la comunicación es determinante en nuestras vidas en el ámbito profesional, político, empresarial y cultural. Y, por supuesto, en el ámbito personal.
Actuamos como si no lo fuera, como si con saber leer y escribir ya resultara suficiente, como si con eso ya supiéramos comunicar. Para comunicar bien, además, hace falta saber hablar y sobre todo escuchar. Porque una cosa es hablar y otra muy distinta comunicar. Hay quien habla de forma incontenible y apenas comunica. En ese caso, como primera noticia comunica que no sabe comunicar. No sabe hacer llegar las ideas, las informaciones, los argumentos a la audiencia.
Fíjense bien: eso pasa también con demasiada frecuencia entre periodistas, políticos, empresarios y profesionales de diversas especialidades. Hablan, pero no comunican. El propio Gorbachov, en la entrevista citada, nos advertía: «La enfermedad de nuestro tiempo es la incontinencia verbal. Se gastan muchas palabras en proclamas pero no se concreta nada. Son mensajes vacíos».
Por tanto, tomemos en serio la comunicación. Dedicarle atención y algún recurso supone ganar eficacia, satisfacción, liderazgo, tiempo, posición y, seguramente, resultados económicos. Pero sobre todo, haremos mejor las cosas que hacemos. Hay que recuperar la estimulante satisfacción por el trabajo bien hecho: este es un componente importante de la competitividad y la innovación.
Y, sobre todo, no hay que desesperarse porque todavía estamos a tiempo: se puede recuperar la capacidad de comunicar mejor con alguna dedicación. Se pueden aprender habilidades comunicativas de forma eficaz. Vamos ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Cita
  5. Prólogo. Con toda confianza
  6. Primera parte: La educación y la empresa
  7. Segunda parte: Las personas
  8. Tercera parte: Las técnicas
  9. Agradecimientos
  10. Notas