Discursos III
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Discursos III

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Elio Arístides es uno de los principales autores de la denominada Segunda Sofística, secundado por Dión de Prusa. En su época gozó de una fama enorme, y se le tuvo por uno de los grandes oradores de la Antigüedad, llegándosele a parangonar con sus antecesores áticos de los siglos V y IV.Elio Arístides (117-189 d.C.) es uno de los principales autores de la denominada Segunda Sofística, secundado por Dión de Prusa (cuyos discursos ocupan cuatro volúmenes de la Biblioteca Clásica Gredos). En su época gozó de una fama enorme, y se le tuvo por uno de los grandes oradores de la Antigüedad, llegándosele a parangonar con sus grandes antecesores áticos de los siglos V y IV, incuso con Demóstenes. Fue un modelo principal para los oradores griegos posteriores hasta la era bizantina.Una de sus aportaciones más originales a la oratoria y la literatura griegas consiste en la composición en prosa de himnos a los dioses, cuando la práctica siempre había sido escribirlos en verso. Y no precisamente porque éste se le resistiera (en algún texto conservado Arístides hace gala de maestría en la versificación), sino porque juzga que la prosa es más natural, versátil, flexible y ajena a la rigidez de los esquemas métricos.Hay que destacar así mismo sus narraciones autobiográficas. Sus Discursos sagrados son una biografía espiritual inusitada en la literatura antigua: consisten en una descripción de la vida interior del autor durante su extensa permanencia en Pérgamo, cuando solicitaba al dios Asclepio una curación para una enfermedad, y refieren por extenso sueños y decisiones tomadas a partir de los mismos. El texto resulta de enorme interés por la profundidad y la intensidad de la introspección autobiográfica que efectúa Arístides. Como atractivos secundarios cabe citar las múltiples referencias al mundo de la vigilia, de donde brota un fresco de la clase alta de Asia Menor en el siglo II, y el entronque con la literatura de la oniromancia, en especial con La interpretación de los sueños, de Artemidoro (publicada también en Biblioteca Clásica Gredos).

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424932589
XI-XV
DISCURSOS LÉUCTRICOS
INTRODUCCIÓN (XI-XV L-B; XXXIII-XXXVII D)
La situación aludida en los Discursos léuctricos es la que se produjo después de la victoria tebana en Leuctra (371 a. C.). Espartanos y tebanos compitieron por hacerse con el apoyo de Atenas, que se entendía decisivo para una nueva e inevitable confrontación. Jenofonte en el libro VI de sus Helénicas (VI 4, 19 y sigs.) ofrece el relato histórico de las circunstancias en las que se sitúan las cinco declamaciones de Elio Aristides1. A esta fuente historiográfica se deben sumar otras de carácter literario. La influencia de Isócrates y Demóstenes ha sido oportunamente destacada2. Es de señalar que las argumentaciones expuestas por los distintos oradores muestran que Elio Aristides tenía una profunda comprensión y conocimiento de la situación política de la Hélade en el s. IV a. C.
De los cinco discursos —presentados en forma de pares contrapuestos y uno de conclusión— dos recomendaban apoyar a Tebas, dos a Esparta y el quinto propugnaba la neutralidad, opción que efectivamente se impuso en Atenas. Es notoria la capacidad de Aristides para buscar nuevos perfiles argumentales en torno a unos mismos sucesos3 y éste es uno de los aspectos que ha contribuido a asentar la opinión de que los Discursos léuctricos son las mejores declamaciones de Aristides4.
Tampoco en este caso hay referencias externas o internas que permitan establecer una fecha de composición de estos discursos.
1 Sobre las fuentes de los Discursos léuctricos, cf. BURCHARDT, Quibus e fontibus..., págs. 25 y sigs.; y BOULANGER, Aelius Aristide..., págs. 387-390.
2 BOULANGER, Aelius Aristide..., págs. 289 y sig.
3 Cf. KENNEDY, «The Sophists», op. cit., pág. 21.
4 Así, ESCALÍGERO que decía que no tenían parangón con las restantes declamaciones de Aristides; cf. DINDORF, I, pág. 610. No se trata, sin embargo, de una de las obras más elaboradas del sofista; cf. KENNEDY, «The Sophists», op. cit., pág. 21.
ARGUMENTO DE LOS DICURSOS LÉUCTRICOS1
Después de la guerra del Peloponeso, una vez que habían [1] vencido a los atenienses, quisieron los lacedemonios someter también a sus propios aliados y en primer lugar marcharon contra los tebanos. Pero los tebanos asociados con los atenienses obtuvieron después una victoria2. Por fin, cuando fueron ellos solos y entablaron una batalla en Leuctra, obtuvieron una completa victoria3. Después de la victoria hicieron una nueva campaña contra los lacedemonios4 y los lacedemonios mandaron una embajada a los atenienses para pedir una alianza5, pero también los tebanos mandaron una embajada con intención de impedir esto.
[2] Aristides con este material compuso cinco discursos, el primero en favor de los lacedemonios, el segundo en favor de los tebanos, el tercero en favor de los lacedemonios, el cuarto en favor de los tebanos, el quinto en pro de no ayudar ni a uno ni a otro. Son admirados tanto por su fuerza como por sus argumentos. Éste es el argumento, pero el argumento pragmático está sin escribir6.
1 Este argumento es un escolio que se encuentra en algunos de los manuscritos de Aristides y fragmentariamente es mencionado en algunos de los manuscritos de Libanio; cf. LENZ, P. Aelii Aristidis..., vol. I, fasc. 4, pág. 675.
2 Se refiere a la victoria obtenida en el 395 en la localidad beocia de Haliarto donde murió Lisandro y en la que lucharon como aliados atenienses y beocios contra los lacedemonios; cf. JEN., Hel. III 5, 16-22; TOD, A Selection..., n. 101.
3 ARISTÓTELES en Política I 270 dijo que Esparta fue aplastada de un solo golpe: la batalla de Leuctra. Para la batalla, cf. esp. JENOFONTE, Helénicas VI 4, 4-15.
4 JEN., Hel. VI 5, 22-32.
5 JEN.E, Hel. VI 5, 33-36.
6 El anónimo autor del escolio está utilizando terminología retórica. Cf. BEHR, P. Aelius Aristides..., I, pág. 491 n. 5.
XI. PRIMER DISCURSO LÉUCTRICO: A FAVOR DE LOS LACEDEMONIOS
Proemio
Atenienses, me he levantado con la [1] idea de que, si no fuera demasiado ingenuo confesarlo, admitiría estar a punto de decidir y confirmar a quién de los dos apoyaré, y si alguien que se levantase un poco después demostrara que no tengo razón y argumentara algo mejor, sería el primero en dejarme persuadir. Tal buena disposición en favor de uno u otro no tuve en el pasado. Diré lo que me hizo levantarme animosamente y me persuadió para inclinarme a favor de unos, diré y mostraré de igual manera la opinión que tengo sobre unos y otros, sacando a relucir en primer lugar lo fundamental de ambos.
Yo quiero que uséis a los tebanos contra los lacedemonios [2] y a los lacedemonios contra los tebanos y que a ninguno de los dos le vaya mejor de lo que conviene a nuestra ciudad. Si estuvieran en igual situación y tuvieran ambos la misma consideración, no habría problema. Puesto que la balanza se ha inclinado tanto del lado de los tebanos, temo la debilidad de unos y la fuerza de otros. Si fuera necesario [3] por medio de alguna acción enmendar la debilidad mencionada y terminar con esa fuerza, tendríamos por de pronto dos tareas y después habría que ejecutar cada una en su momento oportuno. Puesto que han coincidido ambas cosas, me parece necesario aprovechar esta coyuntura y aportar [4] a los unos tanto cuanto conviene quitar a los otros. Pues creo que al ser éstos equiparados por nosotros se verán forzados por sus circunstancias, pero cuando sea anulado uno u otro, nuestra solicitud será sobre los vencedores. Con estas reflexiones como fundamento manifiesto que ocurrirá lo que acaso parezca fuera de lugar: si nos mantenemos al margen de ambos, pasaremos peligros por uno o por otro, pero si ayudamos a los más débiles, en el futuro estaremos en una posición intermedia entre los dos.
Solicitud ateniense por los necesitados
[5] Al considerar todo ello he dejado de ser neutral y éste es el motivo por el que he optado por los lacedemonios. Pero vuestra inclinación hacia la filantropía y a anticiparos a los quejosos desafortunados antes de que pidan ayuda, no permitiría que estos asuntos fueran considerados con precisión. Me consta que cuando el heraldo, al que los tebanos os enviaron con una corona, anunció el resultado de la batalla, lo escuchasteis con malestar y desagrado, y que estuvisteis tan lejos de alegraros con él que ni lo llamasteis al pritaneo ni le hicisteis ningún gesto amistoso1. Así es cierto el viejo refrán: cada uno de los desafortunados tiene una buena fortuna común con el carácter de esta ciudad, por el que son salvados2.
Preguntaré al que os pueda recordar lo hecho por los lacedemonios [6] en la guerra de Decelia3, quiénes participaron con ellos. Creo que no fueron los samios, sino más bien aquellos a los que se deberá ayudar por pensar que no tienen culpa. Si se debe atribuir tales cosas a la oportunidad y la filantropía, es justo que se olvide por igual lo que han hecho. Y no el tener deseos de venganza contra los lacedemonios, que fueron convencidos por los tebanos desde el principio, se esforzaron en mitad de la contienda en terminar con ella y después se les impidió4, en tanto no se hacen reproches a los tebanos que actuaron desconsideradamente hasta el final. Pero si es debido pedir cuentas a unos y a otros, lo que, por los dioses, no lo considerara yo adecuado, si ninguno pudiera convencerme, ¿por qué se debe acusar a los que no es posible distinguir de los otros? Pues, como diría quien lo examinara con detención, los unos compartieron las peores acciones de los otros.
Peor los tebanos que los lacedemonios
Y ciertamente si se debe comentar algún [7] suceso seleccionado, en tanto se dejan de lado sus acciones bélicas conjuntas, observemos lo hecho y decidido por unos y otros después de la guerra, pues encontraremos que la decisión de los tebanos era la destrucción de nuestra ciudad, su esclavitud y que ninguno quedara libre5. Evito añadir el nombre de la ciudad a estas palabras de mal augurio. Ni siquiera antes el persa decidió tales cosas sobre nosotros, sino que pensó que bastaba si conseguía que hicieramos voluntariamente lo que ordenaba6. Por el contrario la decisión de los lacedemonios fue la que ahora consideran que deben obtener de vosotros: seguiré [8] habitando su ciudad y no sufrir nada irremediable. Y, en efecto, yo me pregunto, si los lacedemonios estuvieron de acuerdo con los tebanos y apoyaron esa acción y ningún dios prestó ayuda en este asunto, ¿qué impediría a los tebanos buscar aliados a los que convoquen contra los lacedemonios? [9] Además —séame concedido decir esto sin afán de polémica—, si se analiza el asunto con toda justicia, se hallará a los lacedemonios merecedores de perdón tanto por lo que hicieron en la guerra, como por lo que hicieran después. ¿Por qué? Porque la esencia misma de la guerra provee de una excusa a los que combaten por el poder y la hegemonía, si en algo se han excedido, pero los que combaten por una pretensión distinta y se hallan en una situación diferente y cometen los excesos que cometieron los tebanos entonces podían en justicia sentirse avergonzados, porque han desenmascarado su crueldad y tienen una naturaleza perversa.
Ya han sufrido suficiente los lacedemonios
[10] Ciertamente si alguien considera que el análisis de estos temas ha pasado, pero busca el pretexto de la presente guerra, veo que juzga que los lacedemonios cometieron injusticia y cree que se debe estar de parte de los tebanos. Yo por mi parte ni lo creo en modo alguno ni tampoco diría que Fébidas fue quien trastocó estas cosas y nada se hizo de común acuerdo, sino que cuando le llamaron los propios tebanos, a los que no les gustaban las circunstancias presentes, Fébidas se presentó entrando en la ciudad y ocupó la Cadmea7. Pues ciertamente al escuchar todo ello fue posible a los que estaban en casa pedirle que volviera, castigarlo, sacar sus fuerzas de allí y mostrarse enfadados, lo que distaron mucho de hacer8. Si [11] hubiéramos dificultado a los tebanos en su deseo de tomar venganza, ciertamente hubiéramos cometido injusticia y no hubieramos actuado de acuerdo con nosotros mismos. Pero una vez que se han vengado, ansían proseguir. No creo que sea necesario, so pretexto de justicia, concederles la más cruel de las acciones, someter el Peloponeso y al resto de los helenos. Pues esto es lo que significa la destrucción de los lacedemonios. Si antes de la batalla hubieran [12] ambos enviado a pedir ayuda igual que hacen ahora, yo habría apoyado a los tebanos —me refiero sin discusión—. ¿Por qué? Porque hubiera creído que la petición de los lacedemonios era para contribuir a esclavizar a los tebanos, en tanto, la de los tebanos para tomar justicia de los lacedemonios. Yo hubiera creído mucho mejor este discurso que el anterior. Pero si en el momento de presentarse la embajada [13] ya han conseguido lo que pretenden, no veo la forma de nuestra ayuda. Pero yo, y nadie se moleste por esta consideración fuera de lugar, si al principio hubieran enviado las dos embajadas, hubiera apoyado a los tebanos, pero si después de la batalla las hubieran enviado de nuevo, como ahora hacen ambos, de buena gana hubiera aconsejado cambiar. Pues cuando la guerra comenzó, hubiera pedido ayudar a los que estaban siendo tratados de forma injusta, pero cuando el motivo por el que les hubiéramos ayudado estuviera satisfecho, hubiera creído una de dos, o se detenían necesariamente o si actuaban de forma inmoderada, de nuevo debíamos contenerlos. Y en la misma medida en que antes les hubiéramos ayudado de manera decidida, [14] así y más afirmo ahora que nos debemos oponer. Pues después de alcanzar la justicia por la que decían esforzarse no paran, llegan por el camino de la justicia a la acusación de los lacedemonios y dejan de lado el motivo de la guerra por el que convenía entonces ir contra los lacedemonios. Pues no se vengan por lo que han sufrido, sino que con lo que han conseguido pretenden conseguir más. Así pues, se ha cumplido lo que les era debido, por lo que consiguieron ayuda. Pero en la actualidad se sabe que su conducta tiene los rasgos de lo injusto, por lo que con razón les pondremos [15] dificultades. Además no sería razonable ayudar entonces a los lacedemonios para esclavizar a los tebanos ni ahora apoyar a éstos para destruir a los lacedemonios. Ciertamente es mucho más adecuado, Zeus y dioses, que los tebanos desistan por nosotros a que participemos por ellos en esta acción.
[16] Pues sucede, sucede, en efecto, que los que se defienden sin mesura cometen injusticia. Y si alguno con los actos con los que castiga, comete injusticia en ellos, de nuevo comienza el proceso. ¿A qué me refiero? Los lacedemonios marcharon contra los tebanos. Bien. Así también los lacedemonios pagaron su deuda a los tebanos. Este es el final de los reproches. Lo que después de esto hagan los tebanos es, por así decirlo, el comienzo de un segundo acto de injusticia y un nuevo ciclo. Esto no sólo afecta a ciudades, [17] sino que también todo lo relativo a particulares cae bajo el mismo principio. Alguien ha sido castigado por algo. Ésta ha sido, por así decirlo, la conclusión de su mala acción. Pero si el que tuvo su satisfacción ...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. INTRODUCCIÓN
  5. V-VI: DISCURSOS SICILIANOS
  6. VII: A FAVOR DE LA PAZ CON LOS LACEDEMONIOS
  7. VIII: A FAVOR DE LA PAZ CON LOS ATENIENSES
  8. IX-X: A LOS TEBANOS: SOBRE LA ALIANZA
  9. XI-XV: DISCURSOS LÉUCTRICOS
  10. XVI: EMBAJADA A AQUILES
  11. ÍNDICE GENERAL