Sobre las viñas muertas
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Sobre las viñas muertas

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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Sobre las viñas muertas

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Citas

Información del libro

José María Vargas Vila, inspirado por una joven jorobada que conoció durante un viaje en Amalfi, escribió esta novela titulada «Sobre las viñas muertas», la historia de Silvia Krauss Salvatti, una joven sensible que comienza a publicar sus versos en los periódicos napolitanos y que sufre la incomprensión de quienes no pueden ver más allá de su deformidad.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726680218
Categoría
Literature
Categoría
Classics

SOBRE
LAS VIÑAS MUERTAS

El cielo se diluía en un amatista claro, que se diría vivo, tanto así era de estremecido y, glorioso;
vibrante como los cielos, como los aires, como las aguas del golfo milagroso y divino, que en aquella hora, parecía extático bajo la caricia del Sol, enervante, en la ola de calor que empezaba a surgir de los cielos, y de las aguas, azules, como dos malaquitas gemelas, hechas para decorar la techumbre y el suelo de una mezquita de cristal, levantada como un exvoto a las victorias frenéticas del Sol...
era una como embriaguez de luz, en aquella calma dorada, con la cual el deslumbrante estío, cantaba sus propias apoteosis...
el Hotel Cappuccini, como una joya de acero, cincelada en el dedo de un Titán, alzaba su vieja mole enclavada en la roca dominando desde su altura, la mansedumbre del golfo, que semejaba una mujer dormida en la calma del paisaje, feliz de las caricias del aire, que como manos férvidas, recorrían su cálida desnudez;
el horizonte, era feérico, un horizonte de ensueño;
allá en la lejanía, como la proyección de una ciudad muerta, sobre las aguas dormidas, cual si apoyasen la cúpula deslumbrante, columnatas, pórticos, y ábsides, que como restos de un claustro misterioso, extendía sus perspectivas atrevidas y sus cinceladuras de ágata, hacia la lejana península de Sorrento, que semejaba en la línea horizontal, la curvatura grácil de un hipocampo juguetón sobre las olas...
el agua se hacía moaré, taciturna, de un violáceo tornasol y mórbido, allá donde tras el gris cerúleo de las olas salernitanas, entraba en la quietud febricitante y, pérfida de las paludes de Pœstum;
la visión lejana de aquel lis enfermo, solitario entre las aguas, hacía melancólico ese paisaje de quietud mórbida, en el fondo del cual, las olas hechas de una pesantez mineral, como si fuesen asfálticos, se veían dormidas en un apaciguamiento de letargia;
una tristeza de osarios prehistóricos, parecía venir de aquellos rosales lejanos, en el corazón de cuyas rosas duerme la Muerte, con un perfume tibio de áloe, y cuyos ramajes enfermizos, son como tentáculos misteriosos tendidos hacia la Eternidad...
fragmentos de glorias muertas, parecían flotar en aquellas ondas turbias y venenosas, llenas un día, del aliento sobrenatural de la Tragedia;
toda la poesía, y toda la belleza, siempre renovada del mar, se condensaban allí cerca, en ese golfo de Amalfi, azul y luminoso como un lento crepúsculo; quieto a la sombra de su corona de rocas y de arbustos, hecho transparente y diáfano, en la cantante luminosidad de la mañana estival;
el hall del Hotel Cappuccini, era como una bahía luminosa, entre los rosales rojos, y las clemátides olorosas, que desbordaban sobre la ancha baranda, y caían como en faraláses multicolores, sobre el muro escueto, donde rótulos y anuncios hacían policromías caprichosas bajo la caricia vegetal;
el viejo monasterio, hecho Hotel, no pierde en sus horas de calma, el aspecto de sus severidades conventuales;
su alma monástica, parece entonar el viejo salmo de su antigua grandeza espiritual, en esos momentos de soledad, en que sus claustros desiertos dejan ver, en la atmósfera de quietud que les conviene, la pureza impecable de sus líneas, el atrevimiento de sus volutas, sus arquitrabes florecidos de adornos, sus artesonados, donde se enreda aún el follaje lenitivo de su antigua flora mística;
todo el encanto arquitectónico de la vieja Abadía, se mostraba esa mañana silenciosa, en que la luz era como un inquieto pintor, empeñado en poner en evidencia la belleza de aquel joyel de piedra, profanado por el espíritu mercantil de la época, y, el alma vulgar y pesada de los turistas cosmopolitas;
en ese momento, el hall, estaba solitario; era la hora del baño, y, los viajeros todos estaban en la playa...
sólo había alguien, sentado cerca a la baranda enguirnaldada, en el ángulo donde las lianas hacían un refugio apacible, contra el exceso de luz...
era una forma femenina, toda en blanco y oro, como una sinfonía matinal;
¿habéis visto el reflejo del sol, sobre una placa de metal bruñido?
así era el resplandor de sus cabellos rubios, sobre su larga frente pensativa;
sus ojos verde-azul, tenían la acuidad luminosa de un ámbar opalino;
un gesto de amarga quietud, sinuaba sus labios, de un rojo tan pálido, que apenas era visible, en la nitidez del cutis, a través del cual, ligeras venazones azules, hacían un tejido de lis;
su aire, un poco triste, le daba el aspecto de algo frágil, pero vibrante, como un cristal sonoro, en el fondo del cual, se percibieran las palpitaciones de un ser vivo y luminoso;
inclinaba la cabeza sobre un libro, que leía con avidez, y su perfil de virgen sienesa, de esa palidez mate, peculiar a las ceras de Lúca della Robbia, se dibujaba sobre el azul infinito que le servía de fondo, con la pureza nítida y perfecta, de un esmalte bizantino;
¿era una niña?
¿era una mujer?;
los cabellos desanudados, le cubrían el busto por completo, tanto así eran de profusos, y ocultando los lineamientos del cuerpo, impedían definirlos;
solo, al fin de piernas muy cortas, pies diminutos, primorosamente calzados, se veían alcanzando a penas a tocar el suelo, con esfuerzo;
su aspecto delicado, lleno de un esplendor interior que la espiritualizaba, cual si fuese hecha de algo inmaterial y sutil, le daba el aire de una muñeca, luminosa y preciosa, llena de un encanto indefinible;
sus ojos, se alzaron del libro, y contemplaron el golfo, fijamente, tenazmente, amorosamente, con una mirada de ensueño;
se diría que lo habían absorbido, tanto así se hicieron, de claros, de radiosos y de profundos;
hay almas, hechas para contemplar el mar, y para amarlo;
el Mar, como todas las cosas grandes y sublimes, puede ser mirado por todos, pero no puede ser contemplado por todos...
ver, es un gesto exterior, un acto físico, ajeno a toda espiritualidad; contemplar, es un gesto interior, un gesto psíquico, muy lejos de toda animalidad...
la contemplación verdadera, se confunde fácilmente con la adoración sincera;
contemplar, es, la forma absoluta de comprender;
comprender, es igualar…
igualar el Mar... comprender el Mar... es decir:
ser tenebroso, profundo, luminoso y bello, como el Mar…
ser Artista, y ser Poeta;
la pequeña creatura que contemplaba el Mar, contemplándolo, parecía hacerse inaccesible, cual si viviese una doble Vida, hecha de altura y de profundidad;
sus ojos, se hacían fulgentes y trasparentes, como el cristal de una lámpara preciosa, tras el cual, una luz muy viva hiciese irisaciones violentas;
el camino de la Ensoñación; la gran Avenida de los Sueños, feérica, quimérica, interminable; parecía extenderse ante ella, como el jardín reflorido de todos los ensueños de la Tierra;
y, tal vez uno por sobre todos, se alzaba de los meandros del sueño, para cantar en su corazón, con la dulzura de un canto nocturno, y volar sobre él, como un pájaro de nácar con alas de oro, hacía la rosa púrpura de los besos imposibles;
con la mano en la mejilla, quedó como hipnotizada, por el ardor calmado de sus sueños, deslumbrada por el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, y tal vez por aquel que había en su corazón, puro y suave, como el sueño de un niño, bajo la ternura de las rosas.
Silvia, Silvia—dijo una voz muy amable, y, una dama elegante, ya entrada en años, salió por la puerta del comedor, y avanzó en la terraza asoleada, bañada de una sombra de azul marino; la ensoñadora apartó los ojos y el alma, de las visiones interiores, y de aquellas exteriores que contemplaba, y, muy triste por el derrumbamiento brusco de su castillo de sueños, volvió a ver hacia donde la llamaban;
sus labios, parecieron desprenderse del beso mudo, de los labios cerrados del Silencio.
Mamá—dijo con una voz muy tierna;
y, se puso en pie; y, avanzó hacia aquella que venía en su busca;
nunca hubo ruina de idealidad mayor, que ver marchar a aquel sér bañado de luz...
aquello, no era una niña, no era una mujer...; era algo inhumano y cruel, triste de mirar...:
se diría un escarabajo en marcha;
la Naturaleza, que la había deformado, no había dejado humano en ella, sino el rostro; aquella cabeza triste y pensativa, que se alzaba ahora, sobre los hombros en arco, y, la enorme joroba que la columna dorsal, horriblemente deformada, hacia bajo los cabellos de oro;
marchaba a pasos menudos, y sus brazos se veían tan largos, que parecían los de un orangután, que tocase el suelo con las manos; unas manos, largas, pálidas, huesudas, en las cuales, las piedras preciosas de los anillos, hacían reflejos insultantes;
la madre, avanzó hacia ella, la estrechó en sus brazos, y la besó, en la frente, con un beso tan tierno, tan suave, que parecía lleno del temor de romper aquel sér frágil, que tenía todo el aspecto de un niño; el pequeño ser deforme, se estremeció bajo aquella caricia, y sus manos descarnadas, se adhirieron como dos cartílagos, al rostro materno; sus bellos ojos de ámbar irradiaron de ternura, y, sus labios sinuosos, aristocráticos, amargos de tristeza, besaron con pasión la frente venerable;
bastaba ver el ardor de aquel beso, que parecía sitibundo de ternuras, el fulgor de aquellos ojos hidrófanos, mendigadores de amor, el temblar de aquellas manos, necesitadas de recibir y dar caricias, para comprender que aquella era una alma vibrante, apasionada y delicada, una de esas almas combustibles, hechas para arder y perecer, devoradas por la llama sacramental de la pasión, en el altar de los sueños imposibles, de rodillas ante el Amor Integral, implacable, como un sacrificio en la Noche, estéril, como el corazón salvaje y cruel de la Nada triunfal;
de brazo marcharon las dos mujeres, por la gran terraza luminosa, entonces solitaria, y, desaparecieron en la penumbra del corredor, lleno de sombras indecisas y taciturno, como un gran muro de Silencio...
se fueron, como huyendo de la luz enemiga, humillante para aquel ser abrumado de Injusticia;
y, se perdieron, como tragadas por la boca de la Soledad, en cuyo corazón se apagan todos los gritos, y crecen y se enorgullecen todos los sueños; hasta los sueños coléricos de la Desesperación...
y, el Sol, quedó cantando su fanfarria estival, en la terraza desierta, llena de la reverberación ardiente de las arenas lejanas...
Nunca las almas sensibles y mórbidas, aquellas hiperestesiadas por la sensación aguda de los refinamientos mentales, habían saboreado el néctar perverso y cruel del Dolor ajeno, como cuando leyeron en el «Mattino», el «Pópolo», y otros periódicos napolitanos, los primeros versos de Silvia Krauss Salvatti;
la sensación aguda, la emoción profunda, el soplo pasional y trágico que llenaban aquellos cantos, llenaron las almas todas, como el perfume enervante de un bosque respirado en la noche, como una música intensa y turbadora, escuchada en las soledades de un estuario, y que trajera en su armonía errabunda, toda el alma salobre de los mares, y el alma de las tardes sangradas y dolientes, húmedas con el beso nupcial de los crepúsculos...
una angustia desconocida llenaba aquellos cantos, como preludios rimados por arpas lentas, por violine...

Índice

  1. Sobre las viñas muertas
  2. Copyright
  3. PREFACIO PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
  4. SOBRE LAS VIÑAS MUERTAS
  5. Sobre Sobre las viñas muertas
  6. Notes