BACANTES
INTRODUCCIÓN
1. En contraste con los dramas precedentes, Bacantes es una tragedia paradigmática en todos los sentidos, una tragedia formalmente irreprochable, un drama de una tensión trágica constante, sin concesiones melodramáticas ni novelescas, tan admirablemente construido como el Agamenón de Esquilo o el Edipo Rey de Sófocles 1 . Esta obra póstuma del más joven de los tres grandes tragediógrafos atenienses es el único drama dionisíaco que ha llegado hasta nosotros. Tratando un tema directamente relacionado con Dioniso, el dios de la máscara y el teatro, Eurípides ha sabido alcanzar acentos de una sinceridad emotiva y religiosa, de una poesía tan honda y tan clara, que más de un brillante comentarista ha querido ver en esta tragedia, arcaizante y de tema tradicional, el prototipo de la Tragedia Griega como representación religiosa 2 . Pero las Bacantes no es una tragedia primeriza, es una de las últimas tragedias; es una pieza de despedida del más innovador y escandaloso de los dramaturgos de Atenas.
No deja de ser paradójico, pues, que sea Eurípides, ese supuesto crítico de los mitos tradicionalos, ese arruinador de la sabiduría trágica, según la perspectiva propuesta por F. Nietzsche, quien nos haya ofrecido la imagen más acabada de un drama dionisíaco, en el sentido más nietzschiano del término. Y no menos paradójico resulta que para rastrear los orígenes rituales de la tragedia algunos filólogos quieran recurrir precisamente a esta pieza, en las postrimerías del género trágico, a más de un siglo de su creación, obra no del alba, sino del crepúsculo.
De ahí que algunos hayan escrito del «problema de las Bacantes» , e incluso del «enigma de las Bacantes» . ¿Cuál es la significación más profunda de este drama aparentemente arcaico y religioso? ¿Qué quería decir el viejo poeta, el «racionalista» o «el irracionalista» Eurípides con esta obra de despedida? 3 .
2. En Bacantes Eurípides ha regresado a una tragedia de estructura tradicional, con algunos rasgos antiguos, que en su construcción y su tonalidad recuerda la manera de Esquilo. El gusto arcaizante se percibe en ciertos detalles formales, alguno de los cuales encuentra paralelos en otras piezas suyas de la última etapa. (Por ejemplo, desde el punto de vista métrico, encontramos los versos líricos de metro jónico o los diálogos en tetrámetros trocaicos —que también abundan en Ifigenia en Áulide —. Las amplias narraciones de los Mensajeros para relatar los sucesos exteriores a la escena son también un procedimiento tradicional.) Pero el arcaísmo fundamental reside en dos puntos: en la utilización del Coro como elemento esencial en la acción dramática y en la elección del tema: una teomaquia con Dioniso.
Comencemos por destacar la función del Coro en la construcción del drama. En contraste con otras tragedias tardías, en las que los cantos corales resultan comentarios marginales, a modo de intermedios líricos sentidos cada vez más como superfluos, a veces sustituidos por solos líricos de algún actor y más tarde en trance de desaparición, en las Bacantes tenemos cinco cantos corales (una larga párodos y cuatro stásima más breves), dispuestos de acuerdo con las normas más ortodoxas del drama. El Coro es quien da nombre a la tragedia y sus intervenciones marcan siempre, en sus diversos tonos, la nota de fondo a la acción.
El Coro es el primer ámbito de resonancia emotiva de la peripecia escénica, situado entre los grandes héroes a los que afecta la catástrofe, y los espectadores afectados por la catarsis trágica de la compasión y el terror. Con su comentario sentencioso, limitado en ocasiones, el Coro aporta su mediación a la recepción de los temas patéticos. En cierto modo los espectadores conectan su sentir con la visión dramática del Coro, que sirve de elemento de unión y de distanciamiento con el mito dramatizado.
El Coro de Bacantes tiene, además, una singular personalidad y una peculiar apariencia. Como extranjeras lidias, vestidas con los hábitos rituales del dios, blandiendo sus tirsos y timbales, comparten con el Extranjero-Dioniso la persecución y el triunfo. Como las jóvenes fugitivas que forman el Coro de las Suplicantes de Esquilo, su destino está ligado al resultado de la acción dramática. Expresan, pues, de un modo muy directo los temores y angustias, y la exaltación emocional de los diversos episodios. Como el propio Dioniso, presentan una doble faz. Por un lado, son las entusiastas portadoras de un evangelio de gozo, predican con afán proselitista su invitación a una agreste felicidad, a una religiosa forma de vivir que choca contra la inflexible y tiránica legalidad de Penteo, tirano de tragedia, abocado a la desgracia en su ceguera mental 4 . Pero, a la vez, estas ménades, amantes de la placentera libertad y de la comunión con la naturaleza, amenazan con su fuga montaraz y su éxtasis y sus delirios las normas ciudadanas, y exultan de júbilo ante la feroz venganza de Dioniso, perpetrada en el descuartizamiento de Penteo. El Coro refleja bien, en su aspecto atractivo y repelente, la ambivalencia del dionisismo: su euforia festiva y su desafío a las civilizadas normas de la cordura. Lo que impulsa a tomar el tirso y hacerse bacante es el entusiasmo dionisíaco, que, como una forma de locura religiosa, de manía , puede ser bendición, pero también castigo, como para Ágave y las mujeres de Tebas. En cierto modo es el Coro quien nos da la réplica emocional humana a la actitud apasionada de Penteo. Su antagonista, el Extranjero que es Dioniso, permanece sonriente e inalterable, como dios que es, frente a sus enojos y amenazas. Las mujeres del Coro, más capaces de sufrimiento y de pasión, están sujetas a los más opuestos cambios de ánimo. Las ménades asiáticas de la orchestra representan también a otro coro, el de las mujeres tebanas que, abandonando sus niños y sus hogares, danzan por los repliegues del Citerón poseídas por el delirio báquico, y luego destrozarán a Penteo. El Coro en escena no interviene directamente en la venganza; sí sufre la persecución y el encarcelamiento; pero de algún modo se continúa en ese otro tropel de ménades cuyos sorprendentes hechos relata el Mensajero y que, acaudilladas por el dios y por Ágave, ajusticiarán al protagonista.
¿Hasta qué punto el espectador ateniense podía identificarse con el sentir de este Coro extraño? ¿Hasta dónde sus cantos reflejan los anhelos de felicidad, las nostalgias del viejo Eurípides?
3. El tema tratado por Eurípides tiene una larga tradición en la dramaturgia ateniense. Ya a Tespis, el fundador de la tragedia, se le atribuye un Penteo . Esquilo dedicó una trilogía ligada a la leyenda tebana sobre el nacimiento y la victoria de Dioniso sobre la resistencia a su culto, que comprendía tres tragedias (Sémele o las Portadoras de agua , las Cardadoras de lana y Penteo) y un drama satírico (las Nodrizas de Dioniso) , y otra a la leyenda similar de la oposición del rey tracio Licurgo al culto báquico (Edonos, Basárides, Jóvenes muchachos y el drama satírico Licurgo) . Otros autores de tragedias retomaron estos motivos míticos. Polifrasmon escribió un Licurgo (hacia 467), Jenocles unas Bacantes (primer premio en 415), Iofonte, el hijo de Sófocles, otra tragedia Bacantes o Penteo , Espíntaro una Sémele fulminada , Cleofonte otras Bacantes , Queremón un Dioniso , Cárcino una Sémele y el cínico Diógenes otra pieza del mismo título. De todas estas piezas nos quedan sólo los nombres y unos exiguos fragmentos de Esquilo. (Entre los latinos, Nevio y Pacuvio compusieron tragedias sobre el tema, muy influidas sin duda por la obra de Eurípides.)
En su núcleo argumental la leyenda dionisíaca narra un mismo hecho, que se repite en la Tebas de Cadmo, en la Tracia de Licurgo, en el Orcómenos de Atamante, en Tirinto y en Argos con las hijas de Preto. Una familia real se niega a aceptar la divinidad de Dioniso y se opone al culto báquico; el dios la castiga enloqueciendo a las mujeres y destrozando a los descendientes masculinos de la familia, descuartizados por sus madres delirantes. Tal como este núcleo argumental se presenta en el caso de Penteo, puede advertirse en su desarrollo la pervivencia de algunos elementos del ritual dionisíaco, elementos muy antiguos con paralelos en otros cultos mistéricos. Penteo es ejecutado como una víctima propiciatoria, como el phármakos que recoge sobre sí los pecados de la comunidad para expiarlos con su muerte, inmolado en un sparagmós ritual, un despedazamiento en vivo a manos de las ménades (al cual en el ritual debía seguir la omophagia , la comida de la carne cruda del animal sacrificado, a lo que en la tragedia de Eurípides sólo se alude). El travestimiento de Penteo con indumentaria femenina y báquica, su refugio en un árbol, que no será cortado sino arrancado de cuajo, la conducción de su empalada cabeza como un triunfo de caza, evocan actos de un ritual dionisí...