Historia de Roma desde su fundación. Libros XXI-XXV
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Livio compuso su monumental obra, de dimensiones casi inabarcables, movido por su intenso patriotismo. Esperaba iluminar un presente problemático con una exposición cabal del desarrollo de la ciudad y el imperio, y ofrecer un texto aleccionador a partir de su concepción moral de la historia.Igual que Salustio, Tito Livio concibe la historia de Roma como un proceso de decadencia; como fabio Píctor, atribuía su grandeza a las virtudes antiguas; comparte con los analistas la intención moralizadora. Como a Cicerón, le mueve el deseo de no dejar en el olvido los hechos dignos de recuerdo, y cree en el valor moral de los ejemplos. En la gran disyunción entre una historiografía pragmática, analítica, racional y objetiva y una historia moral, simbólica, subjetiva y retórica, Livio pertenece a la segunda. Los rasgos esenciales de este clásico de la historiografía –aparte de las dimensiones colosales y enciclopédicas de su obra– son su carácter moral y ejemplarizante, político y cívico, y el patriotismo que lo animó.La tercera década (libros XXI-XXX) es básicamente la historia de la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-201 a.C.). Hasta el libro XXV se narran los años de predominio cartaginés (218-212 a.C.): asedio y toma de Sagunto, marcha de Aníbal sobre Italia, con la travesía de los Alpes, y sus primeras victorias en Tesino y Trebia, lago Trasimeno y Cannas, intervención de Filipo V ("primera" guerra macedónica), conquista cartaginesa de Tarento y desastre de los Escipiones en Hispania. Pero también hay victorias romanas: en Hispania, en Benevento y Nola, toma de Siracusa y sometimiento de Sicilia. En conjunto, pues, se perciben en paralelo a la admisión del poderío militar cartaginés los primeros indicios de la ascendencia romana.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424932091

LIBRO XXI

SINOPSIS

Preámbulo a la Segunda Guerra Púnica. Sus orígenes (1 -3 ).
Retrato de Aníbal (4 ).
Caps. 5-20: SAGUNTO .
Pasos previos al ataque de Sagunto. Embajadas saguntina y romana (5 -6 ).
Ataque a Sagunto. Aníbal herido. Brecha en la muralla (7 -8 ).
La embajada romana, no recibida por Aníbal, se dirige al senado cartaginés (9 -10 ).
Nueva ofensiva sobre Sagunto. Ataque a la ciudadela (11 -12 , 3 ).
Tentativa de paz de Alcón y Alorco (12 , 3 -13 ).
Toma de Sagunto: exterminio (14 -15 ).
Reacciones en Roma; preparativos para la guerra (16 -17 ).
Embajada romana a Cartago, Hispania y la Galia, con poco éxito (18 -20 ).
Caps. 21-38: MARCHA DE ANÍBAL HASTA ITALIA .
Aníbal prepara e inicia la marcha por tierra hacia Italia. El sueño de Aníbal (21 -22 ).
Travesía de los Pirineos. Inquietud en la Galia al paso de Aníbal (23 -24 ).
Levantamientos antirromanos en el norte de Italia. Llegada de Aníbal al Ródano (25 -26 ).
Aníbal cruza el Ródano. Cambate de caballería (27 -29 ).
Arenga de Aníbal al iniciar la marcha hacia los Alpes (30 -31 ).
El cónsul Cornelio pasa a Génova a esperar a Aníbal, que tiene dificultades en el ascenso a los Alpes (32 -34 ).
El paso por la cumbre de los Alpes (35 -36 ).
El descenso de los Alpes (37 -38 ).
Caps. 39-46: TESINO .
Preámbulos a la batalla del Tesino: los ejércitos, los generales (39 ).
Arenga de Escipión (40 -41 ).
Aníbal convierte a los prisioneros en soldados suyos (42 ).
Arenga de Aníbal (43 -44 ).
Movimientos previos: batalla del Tesino (45 -46 ).
Caps. 47-56: TREBIA .
Movimientos de tropas en torno a Placencia y luego al Trebia (47 -48 ).
La guerra por mar. El cónsul Sempronio se dirige al Trebia (49 -51 ).
Disparidad de criterios tácticos entre los dos cónsules (52 -53 ).
Aníbal tiende una emboscada (54 ).
Batalla del Trebia (55 -56 ).
Caps. 57-63: OTRAS ACCIONES BÉLICAS .
Roma: alarma, elecciones consulares. La acción en Placencia y Victúmulas. Marcha de Aníbal a Etruria (57 -58 ).
Batalla cerca de Placencia (59 ).
Hispania: operaciones bélicas de Escipión, Hannón y Asdrúbal (60 -61 ).
Roma: prodigios. Controvertida toma de posesión del consulado por Flaminio. Marcha del ejército a Etruria (62 -63 ).
Preámbulo a la Segunda Guerra Púnica. Sus orígenes
En este punto de mi obra tengo derecho [ 1 ] a decir por adelantado lo que muchos historiadores manifiestan en los inicios del conjunto de la suya: que voy a narrar por escrito la guerra más memorable de cuantas se llevaron jamás a cabo, la que hicieron los cartagineses, capitaneados por Aníbal, contra el pueblo romano. En efecto, no hubo otras naciones o pueblos más [2] dotados de recursos que midieran sus armas, ni estos mismos contaron en ningún otro momento con tantos efectivos y tantas fuerzas; se confrontaban, además, unas artes bélicas que no les eran recíprocamente desconocidas, sino que las habían experimentado ya en la Primera Guerra Púnica, y la suerte de la guerra tuvo tantas alternativas y su resultado final fue tan incierto que corrieron mayor peligro los que vencieron. Fue casi mayor, incluso, el encono [3] que las fuerzas con que se enfrentaron, llenos de indignación los romanos porque los vencidos tomaban la iniciativa bélica en contra de los vencedores, y los cartagineses porque a su entender se había ejercido sobre los vencidos un dominio tiránico y cicatero. Se cuenta 1 , por otra parte, [4] que Aníbal, cuando tenía nueve años, al pedir a su padre Amílcar, entre carantoñas infantiles, que lo llevase a Hispania, en el momento en que estaba ofreciendo un sacrificio con la intención de pasar allí a su ejército una vez finalizada la guerra de África 2 , fue acercado al altar y con la mano puesta sobre la víctima obligado a jurar que tan pronto como pudiera se convertiría en enemigo del pueblo [5] romano 3 . La pérdida de Sicilia y Cerdeña traía a mal traer a aquel hombre de gran espíritu, pues en su opinión se había entregado Sicilia al dar por perdida la situación de forma demasiado precipitada, y en cuanto a Cerdeña, los romanos se habían apoderado de ella a traición durante la rebelión de África, imponiéndole encima un nuevo tributo 4 .
[ 2 ] Torturado por estos sentimientos, durante la guerra de África que tuvo lugar inmediatamente a continuación de la paz con Roma y duró cinco años 5 , y luego en Hispania, durante nueve años, actuó de tal forma incrementando el [2] poderío cartaginés que resultaba evidente que andaba dándole vueltas a la idea de una guerra de mayor alcance que la que estaba haciendo y que, si hubiese vivido más tiempo, conducidos por Amílcar los cartagineses habrían llevado a Italia la guerra que 6 llevaron conducidos por Aníbal.
[3] La muerte de Amílcar, muy oportuna, y la corta edad de Aníbal aplazaron la guerra. En el período intermedio entre el padre y el hijo, durante casi ocho años ocupó el mando Asdrúbal, que en la flor de la edad, según cuentan, [4] se ganó primero la voluntad de Amílcar, luego fue promocionado a yerno en atención sin duda a los otros rasgos de su carácter, y como era el yerno, fue puesto en el poder por influencia del partido de los Barca, más que mediana entre la tropa y la plebe, aunque claramente en contra de la voluntad de los nobles 7 . Asdrúbal, recurriendo a la prudencia [5] en mayor medida que a la fuerza, estableciendo lazos de hospitalidad con los reyezuelos y ganándose nuevos pueblos por la vía de la amistad con sus principales más que por la de la guerra o las armas, incrementó el poderío cartaginés. Sin embargo la paz no le supuso una mayor [6] seguridad: un bárbaro, despechado porque había hecho morir a su amo, le cortó la cabeza públicamente, y, apresado por los que estaban alrededor, con la misma expresión en su rostro que si hubiera escapado, a pesar incluso de ser sometido a tortura conservó tal semblante que, sobreponiéndose con alegría a los dolores, incluso parecía estar sonriendo. Con este Asdrúbal, dado que había mostrado [7] una sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos e incorporarlos a su dominio, había renovado el pueblo romano el tratado de alianza 8 según el cual el río Ebro constituiría la línea de demarcación entre ambos imperios y se les respetaría la independencia a los saguntinos, situados en la zona intermedia entre los dominios de ambos pueblos.
No había dudas acerca de quién iba a suceder a Asdrúbal [ 3 ] ocupando su puesto; la iniciativa militar por la que el joven 9 Aníbal había sido llevado inmediatamente a la tienda de mando y había sido aclamado general con un griterío unánime desbordante, era secundada por el favor [2] popular. Cuando apenas era un adolescente, Asdrúbal, por carta, le había llamado a su lado 10 , y también en el senado había sido tratada la cuestión. Mientras que los Barca se empeñaban en que Aníbal se habituase a la vida militar [3] y sucediese a su padre en el poder, Hannón, jefe del partido contrario, dijo: «Parece que Asdrúbal pide una cosa justa, pero yo, sin embargo, no creo que se deba conceder [4] lo que pide». Como atrajo la atención de todos por la sorpresa ante un pronunciamiento tan ambiguo, añadió: «Cree Asdrúbal que la flor de la edad que él brindó al padre de Aníbal para que la disfrutara la puede a su vez reclamar del hijo con todo derecho; pero no está bien, en absoluto, que a cambio del aprendizaje de la milicia nosotros habituemos a nuestros jóvenes al capricho de los generales. [5] ¿Es que tenemos miedo a que el hijo de Amílcar tarde demasiado en ver los poderes desmedidos y esa especie de tiranía de su padre, y que nosotros tardemos más de la cuenta en ser esclavos del hijo de un rey a cuyo yerno se le han dejado nuestros ejércitos como en herencia? [6] Yo estimo que se debe mantener a ese joven en casa sometido a las leyes, a las autoridades, que se le debe enseñar a vivir con los mismos derechos que los demás, no vaya a ser que en algún momento esta pequeña chispa provoque un enorme incendio».
Retrato de Aníbal
Pocos, pero prácticamente los mejores, [ 4 ] se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad.
Enviado Aníbal a Hispania, nada más llegar se ganó a todo el ejército: los soldados veteranos [2] tenían la impresión de que les había sido devuelto el Amílcar joven; veían la misma energía en sus rasgos, la misma fuerza en su mirada, la misma expresión en su semblante, idéntica fisonomía. Después, en muy poco tiempo, consiguió que lo que tenía de su padre fuese lo menos importante en orden a granjearse las simpatías. Nunca un mismo [3] carácter fue más dispuesto para cosas enteramente contrapuestas: obedecer y mandar. No resultaría fácil, por ello, discernir si era más apreciado por el general o por la tropa. Ni Asdrúbal prefería a ningún otro para confiarle el mando [4] cuando había que actuar con valor y denuedo, ni los soldados se mostraban más confiados o intrépidos con ningún otro jefe. Era de lo más audaz para afrontar los peligros, [5] y de lo más prudente en medio mismo del peligro. No había tarea capaz de fatigar su cuerpo o doblegar su moral. El mismo aguante para el calor y el frío; su manera de [6] comer y beber, atemperada por las necesidades de la naturaleza, no por el placer; el tiempo de vigilia y de sueño, repartido indistintamente a lo largo del día o de la noche; el tiempo que le quedaba libre de actividad era el que dedicaba [7] al descanso, para el cual no buscaba ni muelle lecho ni silencio: muchos lo vieron a menudo echado por el suelo, tapado con el capote militar, en medio de los puestos de guardia o de vigilancia militar. No se distinguía en absoluto [8] entre los de su edad por la indumentaria, sí llamaban la atención sus armas y sus caballos. Era, con diferencia, el mejor soldado de caballería y de infantería a un mismo tiempo; el primero en marchar al combate, el último en [9] retirarse una vez trabada la pelea. Las virtudes tan pronunciadas de este hombre se contrapesaban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, [10] ningún escrúpulo religioso. Con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ver quien iba a ser un gran general.
Pasos previos al ataque de Sagunto. Embajadas saguntina y romana
[ 5 ] Pero desde el día en que fue proclamado general, como si le hubiese sido asignada Italia por decreto como provincia y se le hubiese encargado la guerra contra [2] Roma, persuadido de que no había momento que perder no fuese a ocurrir que también a él como a su padre Amílcar y después a Asdrúbal lo sorprendiese alguna eventualidad mientras andaba en vacilaciones, [3] decidió hacer la guerra a los saguntinos. Como al atacarlos iba a provocar con toda seguridad una reacción armada por parte de los romanos, llevó primero 11 a su ejército al territorio de los ólcades 12 —pueblo éste situado en el territorio de los cartagineses más que bajo su dominio, al otro lado del Ebro— para que pudiese dar la impresión, no de que había atacado a los saguntinos, sino de que se había visto arrastrado a esta guerra por la concatenación de los hechos, una vez dominados y anexionados los pueblos [4] circundantes. Asalta y saquea la rica ciudad de Cartala 13 , capital de dicho pueblo; sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se someten a su dominio imponiéndoseles un tributo. El ejército victorioso y cargado de botín es conducido a Cartagena a los cuarteles de invierno. Allí, repartiendo con generosidad el botín y abonando debidamente [5] las pagas militares atrasadas se aseguró por completo las voluntades de conciudadanos y aliados y a principios de la primavera 14 puso en marcha la guerra contra los vacceos 15 . Sus ciudades de Hermándica 16 y Arbocala 17 [6] fueron tomadas por la fuerza. Arbocala se defendió largo tiempo gracias al valor y al número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermándica después de unirse a los exiliados [7] de los ólcades, pueblo dominado el verano anterior, instigan a los carpetanos 18 , y atacando a Aníbal a su regreso [8] del territorio vacceo no lejos del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército cargado con el botín. Aníbal obvió [9] el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el silencio en el lado enemigo vadeó el río, levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando. Dio orden a la caballería de [10] que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre carpetanos y tropas auxiliares [11] de ólcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos [12] por naturaleza y confiando además en el número, y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por medio, lanzando el grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando [13] alguno, por...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. NOTA TEXTUAL
  5. LIBRO XXI
  6. LIBRO XXII
  7. LIBRO XXIII
  8. LIBRO XXIV
  9. LIBRO XXV
  10. ÍNDICE