Obra miscelánea declamaciones
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Obra miscelánea declamaciones

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Enodio, obispo de Pavía, es un testimonio espléndido para conocer el agitado mundo que media entre el fin de la Roma imperial y el comienzo de la Edad Media cristiana.Magno Félix Enodio (Arlés, c. 473 - Pavía, 521) fue uno de los autores latinos más prolíficos del siglo VI d.C. Santo, obispo de Pavía, poeta, maestro de retórica y gramática, teólogo y embajador, vivió de cerca las intrigas políticas y las luchas religiosas de su época, lo que le convierte en un testimonio de primera mano para conocer el fascinante y agitado mundo que media entre el fin de la Roma imperial y el comienzo de la Edad Media cristiana, en el contexto del fortalecimiento de los lazos entre el poder político y el religioso y del surgimiento de la mentalidad cristiana. Las obras que presentamos son, en la primera parte (Opúsculos), una miscelánea de temática diversa: el Panegírico a Teodorico, vidas ejemplares de ilustres personajes del mundo cristiano, diatribas contra enemigos religiosos, cartas, tratados teológicos y educativos y decretos; la segunda parte (Declamaciones) está compuesta de un grupo de poemas y de discursos de diversa índole: controversias judiciales, causas criminales, temas éticos, religiosos e incluso mitológicos.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424937317
OPÚSCULO I
(263)
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 1 comienza el Panegírico pronunciado por Ennodio, siervo de Dios, en honor del clementísimo rey Teodorico.
RESUMEN
El proemio contiene una captatio benevolentiae . Un panegírico es el único medio al alcance del pueblo para pagar a Teodorico la devolución de la libertad. Ennodio emprende ese canto con los recursos de la retórica, comenzando por una recusatio , es decir con una proclama de su falta de idoneidad para acometer la empresa. No obstante, con pureza de intención, pretende de este modo dar gracias a Dios y al rey (1-4).
En un segundo proemio, que contiene la propositio y la diuisio del Panegírico, pasa revista a los triunfos de la carrera de Teodorico, que son fruto de sus virtudes: su clemencia (pietas) y su valor (virtus) , su suerte (felicitas) y su esfuerzo (labor) , la rapidez (celeritas) con la que supera obstáculos naturales, que para otros supondrían un freno (tarditas) . Tras un breve recorrido por la educación, llega a las hechos del héroe y a la narración de las hazañas que ha protagonizado (5-10).
En primer lugar, durante sus años en Constantinopla (459-469/70) 2 , cuando en su adolescencia —sine annorum suffragio —, derrotó al usurpador Basilisco e hizo posible la restauración en el poder del emperador Zenón, hechos que le valieron el consulado en 484 (11-15). Sigue una exaltación de la familia de Teodorico (descendiente de antepasados ilustres, que ha sabido conservar la nobleza recibida de ellos) y una alocución a la antigüedad: a los personajes ilustres de origen humilde que ésta propone, concretamente C. Atilio Régulo Serrano, un homo nouus , que Ennodio contrapone a Teodosio, un rex genitus (16-18).
El escritor expresa a continuación su dificultad para elegir, entre las empresas gloriosas del rey, aquellas que va a cantar: se centra en su victoria contra los búlgaros. Sigue un largo excursus sobre las costumbres de este pueblo (19-22). Aquí acaban los años de la vida del rey, anteriores a su llegada a Italia.
Ésta sufre, asolada por el gobierno tiránico de Odoacro, que Ennodio describe. Para el bien del país —romana prosperitas —, y provocada por un favor del cielo —caelestis fauor —, surge una ocasión de guerra y Teodorico marcha al frente de su pueblo, cuyo desplazamiento describe, en medio de un invierno especialmente crudo (23-27).
Narración de la batalla contra los gépidas en el Ulca (489), de camino hacia Italia. Se intercala una comparación entre Teodorico y Catón. Este apartado acaba con una alusión a empresas que pasa por alto (praeteritio ) (28-35).
Comienza la narración del enfrentamiento con Odoacro (36). Tras haber criticado a éste, Ennodio muestra la superioridad de Teodorico al vencerlo, primero en Isonzo y un mes más tarde en Verona. Se describen los preparativos de Odoacro para la segunda batalla, así como el desarrollo del combate: comienza al alba; tras haberse vestido y haber dirigido un discurso a su madre y a su hermana, Teodorico comparece en el campo, donde enseguida cambia la suerte a su favor y hasta el río Ádige combate de su parte. Al final, la llanura aparece llena de cadáveres y Ennodio expresa su deseo de que la escena se conserve en la memoria para siempre (37-47).
El autor se dirige a continuación a Roma y elogia la clemencia de Teodosio a su respecto (48). La narración continúa tras la batalla de Adda, a orillas del río Ádige. Teodorico muestra su clemencia hacia los enemigos que se le rinden. El rey debe afrontar la traición de los seguidores de Odoacro, con Tufa a la cabeza, que se habían pasado a sus filas. Ennodio reconoce la intervención de la gracia divina en la victoria del rey y no sabe si darle gracias o alabarlo. Tras una nueva praeteritio se mencionan otros hechos favorables al sóberano, sobre todo tres: su triunfo sobre los hérulos, la pacificación de los burgundios y el fin del traidor Federico (49-55).
Aunque sea un paréntesis, aquí comienza un nuevo capítulo del Panegírico: Ennodio se vuelve a la política interior, a los hechos que Teodorico ha realizado a favor de la paz. Bajo su reinado, Roma se rejuvenece. Describe la honradez que reina en la corte y la energía de que el soberano da pruebas. La perfección de la virtud en el príncipe da testimonio de la mano de Dios (56-59).
Vuelve a hablar de guerras: contra los gépidos, que se habían apoderado de Sirmium ; contra los búlgaros, en defensa del aliado Mundo, que había sido atacado por el emperador de Oriente, Anastasio. En estas campañas, en las que no toma parte personalmente Teodorico, destaca especialmente Pitzia, uno de sus generales, que recibe un pequeño panegírico, ensalzando sus virtudes, sobre todo la clemencia. Sigue una nueva declaración de modestia por parte de Ennodio (60-69).
A continuación se menciona a los vándalos, unidos por lazos de amistad con Teodorico, y a los alamanes, que habitan dentro de los confines de Italia y se anexionan al reino ostrogodo. Entre estas dos partes se incluye, en el párrafo 71, una nueva declaración de modestia del autor y una manifestación de su afecto por Teodorico, cuyas cualidades elogia (70-73).
La sección siguiente está dedicada a alabar los méritos cívicos del rey: favorece las letras, sobre todo la elocuencia y es generoso con los descendientes de quienes se comportaron con lealtad; a la ignorancia e inactividad que caracterizaban la época anterior sucede ahora un tiempo de esplendor de la cultura (74-77).
Introduce un nuevo capítulo al comparar al ostrogodo con Alejandro, cuya grandeza han exagerado los poetas, mientras los méritos del rey hablan por sí mismos; concretamente, Teodorico es superior a Alejandro en su fe cristiana, su cualidad más importante. De otra parte, rechaza los títulos vanos y la ostentación: lo que le interesa es la sustancia, no la apariencia (78-81).
Sigue otra declaración de modestia de Ennodio, quien se siente no apto para llevar a cabo la tarea a la que ha sido llamado y que se ha esforzado por cumplir (82). Se describen los ejercicios militares que realiza la juventud goda en tiempos de paz, equiparables a las luchas de gladiadores que ofrecían al pueblo Rutilio y Manlio, subrayando la inutilidad de éstos por contraste con el adiestramiento de los jóvenes godos (83-86).
El autor elogia las virtudes de Teodorico, gracias a las cuales confirma que se merece el trono, que ya le era debido por su noble cuna (87-88).
Los capítulos 89-93 contienen el retrato del rey: la belleza de su aspecto y su gran estatura revelan su realeza. Pero además reúne cualidades tan grandes que cualquiera de ellas ha constituido la excelencia de otros. Concluye con el augurio de que tenga pronto un heredero.
[1] I Príncipe venerable: que a aquél su profesión le suponga un obstáculo para entonar tus alabanzas; que a aquél otro —a quien un deber cualquiera ha sustraído a tu protección— la consideración de la magnitud de la empresa le aparte de escribir tu elogio 3 . Que sea entonces todo el pueblo, a quien tus empresas han convertido en deudor tuyo, quien te recompense con un panegírico, devolviendo con loas —¡qué cambio más desigual!— lo que ha obtenido con tu sudor. La libertad, dependiente de tus armas, ha aprendido —es lo único de lo que es capaz— a expresar públicamente su alegría con elogios 4 . Es tarea tuya, ínclito 5 , premiar el afecto que, como bien comprendes, [2] no puede ir más allá de la capacidad de tus súbditos. Será competencia de tu sagrado discernimiento calibrar la exigencia hacia éstos, que, bien lo sabes, te sirven con todas sus fuerzas. Que tu majestad 6 juzgue mi ofrenda literaria digna de tus altares 7 , porque es necesario apelar a lenguas bien expertas para que el brillo de las obras no se apague, al envejecer. Que una cadena de relatores obligue a que el paso del tiempo no reclame para sí todo lo que has hecho: vos, en efecto, dais paz a las artes y a las letras, que os proporcionarán la inmortalidad.
El Dispensador del misterio divino no pretende otra cosa [3] de las mentes humanas sino que entiendan de qué Ser procede la capacidad de conocer. Entre quienes están próximos a Dios, reconocer quién ha concedido un beneficio, es ya haberlo devuelto. Lo que desciende del cielo sólo puede pagarse a precio de himnos de alabanza. El Creador del mundo es invitado a conceder dones más valiosos con palabras llenas de armonía 8 .
[4] A todo esto se añade, que el elogio del príncipe debe fluir del sagrario de un corazón puro y que la conmemoración de tu majestad exige no solamente elegancia estilística, sino que debe emprenderla un hombre de buena conciencia. En los actos de culto a Dios la mente serena ofrece el sacrificio sin palabras. Protegido por la pureza de sus actos, incluso un mudo puede participar en el culto. Así pues, la razón que parecía impedirlo, me invita sin embargo a hacerlo. Ojalá un discurso sincero 9 concuerde con mis secretos sentimientos y el esplendor de mi corazón no disienta de lo que voy a pronunciar.
[5] II Salve, pues, rey supremo bajo cuyo dominio el sabor de la libertad ha recuperado su vigor. Salve, oh tú, estabilidad de la república 10 : porque sería injusto narrar exclusivamente tus éxitos y distinguirlos con una separación retórica de la prosperidad de toda una época. Si enumero las guerras de mi rey, encuentro tantas como triunfos. Ninguno de tus enemigos ha salido a tu encuentro, sino para ser sumado a tus proezas. Quien ha resistido a tu voluntad se ha colocado entre tus trofeos, porque siempre procuró gloria, o a tu clemencia quien se [6] sometió, o a tu valor quien tomó las armas contra ti. Quien te vio en la batalla, fue vencido; quien en la paz, no tuvo nada que temer. Ni dejaste de cumplir en la prosperidad lo que habías prometido respetar, ni tu rigor decayó en el campo de batalla. Tu camino, constelado por muchos obstáculos, contempló victorias cada día y no opuso impedimentos a tu avance: estuvo tan obstruido por las legiones de tus enemigos, como para negarte el acceso, y tan expedito ante tu ímpetu, como si no te perjudicaran las medidas preventivas de tus enemigos.
Si estos éxitos son achacables a tu suerte, ello es bagaje [7] propio de un príncipe; si a tu esfuerzo, eso es algo que está por encima de cualquier alabanza. Al acometer, con hados favorables, las primeras batallas contra las fuerzas de la naturaleza —para que tus enemigos perdieran la esperanza de resistirte—, sometiste a tu voluntad en primer lugar las diversas condiciones climáticas, las cadenas montañosas y las arrogancias de los ríos 11 . Mentiría si dijera que en algún momento el calor o el frío supusieron un impedimento a tus planes, que fuiste obligado por una crecida de aguas o por la necesidad de beber, o que frenaron tu marcha las cumbres de los Alpes, de una altura tal que se unen con el cielo.
No fueron capaces de resistir aquellos a quienes encontraste [8] tras haber superado sus defensas naturales, porque las regiones abruptas brindan seguridad a las gentes a quienes protegen y los que dominan terrenos resguardados viven con ánimo despreocupado en el ocio. Ante ti, ni una región llana opuso un contrincante par, ni un lugar inaccesible se libró del saqueo, a no ser que sus habitantes se presentaran en tono suplicante. Quien se h...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. INTRODUCCIÓN GENERAL
  5. BIBLIOGRAFÍA
  6. SIGLAS
  7. INTRODUCCIÓN, MISCELÁNEA (OPÚSCULOS)
  8. OPÚSCULO I
  9. INTRODUCCIÓN, DECLAMACIONES
  10. DECLAMACIÓN I
  11. Índice