Mujeres, una por una
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Mujeres, una por una

  1. 224 páginas
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Mujeres, una por una

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Freud enunció esta pregunta: "¿Qué quiere la mujer?". Lacan reformuló la pregunta y la transformó radicalmente al plantearla como: "¿Qué quiere una mujer?", ya que a ellas, decía, hay que tomarlas "una por una".Muchas veces se tiene la impresión de que, en lo concerniente a la cuestión de los sexos –a la sexualidad tanto masculina como femenina–, el discurso social se deja arrastrar hacia una pseudo-simplicidad. Sin embargo, la sexualidad no es una cuestión sencilla. Es el núcleo más opaco de lo humano y da cuenta de las modalidades propias a cada sujeto de obtener su satisfacción; más allá y más acá de su propia anatomía. Cada uno produce una respuesta singular a lo enigmático del sexo; a lo que no puede transmitirse como se transmitiría un conocimiento práctico, una técnica. La posición sexual es cuestión de una decisión electiva para el sujeto. Si lo masculino puede situarse en el marco de una lógica de lo universal, lo femenino se abre hacia una dimensión de incompletud. Eso hace que la feminidad sea un enigma fecundo que concierne tanto a los hombres como a las mujeres.Compilación de Shula Eldar.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2018
ISBN
9788424937973
Categoría
Psychology
Categoría
Psychoanalysis

III

LAS MUJERES Y SUS SÍNTOMAS

LAS MUJERES, EL AMOR Y EL GOCE ENIGMÁTICO

ESTHELA SOLANO-SUÁREZ

LA LÓGICA FEMENINA

La lógica de la sexuación freudiana es falocéntrica. Tanto para la niña como para el varón el proceso subjetivo de la distinción de la posición sexuada gira en torno de la presencia o ausencia del falo. No obstante, una disimetría se impone con relación al falo. El niño, al subjetivar la castración, encuentra la salida del Complejo de Edipo. La niña, por el contrario, se aleja de la madre como objeto de amor cuando su demanda de falo no encuentra satisfacción del lado de ésta y dirigiéndose hacia el padre entra, según Freud, en el Complejo de Edipo. La pasión fálica la orienta hacia el padre y luego esta orientación se dirige hacia los hombres.
Freud descubre tardíamente la importancia de la fase preedípica en la constitución de la sexualidad femenina, en el curso de la cual la demanda de amor de la niña hacia la madre es una demanda que comporta una exigencia ilimitada. Esta demanda imposible de ser satisfecha confluye hacia la decepción, ya que la madre, cualquiera sea su respuesta, no puede darle el falo que le falta.
En Freud esta dialéctica se centra alrededor de la demanda de amor, que comporta la demanda del falo. Por lo tanto, esta temprana relación de la niña con su Otro primordial se articula alrededor de la lógica del don que se estructura alrededor de la falta. Éste sería el ombligo del estrago en la relación madre-hija. En la axiomática freudiana la solución del exilio y de la soledad femenina, es decir, la resolución de la problemática de la falta y del no tener se realiza por la vía de la maternidad. El niño, metáfora o sustituto del falo que le falta a la madre, vendría a calmar o a remediar la reivindicación fálica. Sabemos que la vía de la maternidad para una mujer no subsume completamente la cuestión relativa a la pregunta: «¿Qué quiere una mujer?».
Para esta pregunta, que queda en suspenso para Freud, Lacan aporta una resolución. Para esto, fue necesario situarla en un espacio lógico más allá de la impotencia de la falta, para cernir la relación de la feminidad con lo imposible como real.
Lacan ha liberado a las mujeres de su pasión fálica en la medida en que da cuenta de la posición femenina como relevando de un espacio que se sitúa «más allá del Edipo», como también más allá del padre y de la lógica del Uno fálico.
La relación del varón con el tener fálico no es nada fácil. Esta relación se complica por el hecho de que el niño debe, desde una edad bastante temprana, acordar el órgano, sede de un goce extraño, a la función fálica: f (x).
Solamente si el órgano es la sede de la función fálica el hombre podrá disponer de su órgano en el registro del tener. Si el órgano toma el valor de la función, entonces el goce viril cobra sentido fálico. Gracias a la función fálica se instaura la semiótica sexual. Así, la función fálica que articula el sentido sexual a nivel del goce del órgano comporta una relación lógica con un conjunto cerrado: el del Uno del goce fálico. Este Uno, que encierra un órgano, una función y un goce, da consistencia al universal del lado masculino. El goce masculino responde a la lógica del «para todos», respondiendo así al universal del Uno del falo.
El goce femenino no queda, según Lacan, fuera del registro de la función fálica. Por esta razón las mujeres participan de la mascarada fálica y de la comedia fálica. Pero una mujer no debe pasar por esta operación de transmutar un órgano en función. Ella tiene que arreglárselas con la función sin el apoyo del órgano. Esto requiere una operación simbólica más complicada porque no se cuenta con el apoyo anatómico, corporal, imaginario, del órgano. Esta dificultad femenina puede revelarse como una riqueza. Como ella tiene que acceder a la función sin enredarse en el funcionamiento o disfuncionamiento de un órgano, ella accede más directamente a la concepción del estatuto de mero semblante de la función.
Así, ella ha tenido que confrontarse al hecho de que a pesar del valor semiótico de la función fálica, en lo decible, resuena lo imposible de decir.
La función fálica es la que sostiene el trabajo de las formaciones del inconsciente, las articulaciones y conexiones de los significantes entre sí, que es lo propio del inconsciente transferencial, soporte del trabajo de desciframiento del síntoma. Es la función fálica la que anima el sentido sexual de los síntomas. Pero a su vez ella enmascara lo Real, puesto que la función fálica se inscribe como suplencia del saber sobre lo sexual que no existe.
La lógica del no-todo, propia a la sexualidad femenina, descompleta el «todo sentido» fálico y es coherente con el «fuera de sentido», propio de lo Real. Esta perspectiva converge hacia el lugar en que el significante, es decir, el semblante, falta en el Otro, para escribir la relación sexual.
Así, lo ilimitado del goce femenino se asienta en una relación no-toda fálica. Por esto, ellas son más libres con respecto a los semblantes. También lo ilimitado de su goce hunde sus raíces en un imposible y como ellas no tienen que defender ningún órgano, con todo lo que esto comporta a nivel narcisista y a nivel de miedos y de angustias de las cuales el órgano es el soporte, ellas pueden tener una relación más fluida con el sin-sentido o fuera de sentido que se inscribe en ruptura con el código de la lengua.
Lacan enuncia en Aún que «el ser sexuado de esas mujeres no-todas no pasa por el cuerpo, sino por lo que se desprende de una exigencia lógica en la palabra».1
Debemos considerar, en consecuencia, que la dimensión del ser se encuentra disjunta de la dimensión del cuerpo. Como Jacques Alain Miller lo ha puesto en evidencia, Lacan en su conferencia «Joyce le Symptôme» enuncia que la relación al cuerpo en los «hablanteseres» es una relación que comporta el registro del tener y no el del ser. No somos un cuerpo, sino que tenemos un cuerpo. En esas condiciones, el registro del ser solo se articula a nivel de la palabra, a nivel de lo que se dice. El estatuto del ser proviene del lenguaje como lugar del Otro, el cual está fuera de los cuerpos «que por éste son agitados».2
Aquí reside la dificultad característica de la posición femenina, porque si el ser de las mujeres no-todas se desprende de una exigencia lógica de la palabra, ¿quién puede decir el ser de una mujer?
Si este ser sólo puede decirse a condición de tachar el «La» de «La mujer» que no existe, entonces el Otro del lenguaje impone que la dimensión del ser sexuado de las mujeres se someta a la exigencia del una por una. Quizás, el ser de una mujer se dice en la carta de amor; pero el ser de «La mujer» nos confronta con una dificultad lógica que es del orden de lo imposible de proferir.
Retomemos la cuestión relativa al cuerpo. Sólo tenemos un cuerpo; es decir, sólo accedemos a «la consistencia ideica del cuerpo» en la medida en que el cuerpo se anuda a la lengua y a lo real. Lalengua «sirve para otras cosas muy diferentes de la comunicación».3 Lalengua nos afecta, produciendo una serie de efectos en el cuerpo. Estos «efectos son afectos» y marcan en el cuerpo las huellas dejadas en éste por la lalengua. El efecto mayor de la lalengua sobre el cuerpo es el goce. Es la lengua la que despedaza el goce del cuerpo, recortándolo, produciendo así «los restos de los cuales yo hago el a, a leer el objeto pequeño a [...]».4
Otro efecto de la lalengua sobre el cuerpo es el efecto de no-relación. Este efecto de la lalengua se encuentra en oposición a la articulación del lenguaje. Los efectos del lenguaje se declinan en el eje del lazo de la relación de un significante con otro significante; lazo o articulación de la cual resulta un efecto de sentido. El efecto de no-relación de lalengua presentifica, por el contrario, el fuera de sentido y el fuera de lazo. El efecto de norelación caracteriza según Lacan a lo Real como imposible escritura, para los seres hablantes sexuados, de la relación con el Otro sexo. En consecuencia, el efecto mayor de lalengua sobre el cuerpo es la pérdida de toda orientación guiada por un saber instintivo con respecto a lo sexual. Por lo tanto, los seres hablantes son seres enredados y condenados al fracaso en lo que respecta a lo sexual.

¿ES POSIBLE EL ENCUENTRO SEXUAL?

Si todo lo sexual está dominado por el fracaso, ¿cómo es posible, entonces, que haya encuentros sexuales? La respuesta de Lacan es que este imposible impone una especie de aparato de sustitución como es, por ejemplo, el fantasma. El fantasma inconsciente hará que tal hombre encuentre a tal mujer y no a otra, y sobre todo, no a todas las otras.
Aquí, la solución femenina y la solución masculina difieren.
La solución masculina es la que dominó en el psicoanálisis hasta Lacan. Es la teoría freudiana de «Tres Ensayos de teoría sexual».5 En el ejercicio de la sexualidad un hombre sustituye el objeto a causa del deseo al Otro que no existe. «En la medida en que el objeto a desempeña en alguna parte —y desde una partida, de una sola, la del macho— el papel de lo que ocupa el lugar de la pareja que falta, se constituye lo que solemos ver surgir también en lugar de lo real, a saber, el fantasma».6
Así, un hombre no goza de una mujer, no goza de «La mujer», él goza de un objeto que es el objeto a del fantasma. Por intermedio del objeto a el hombre crea «La mujer que no existe», encontrando así su alma, es decir, el Uno de su relación narcisista a la imagen fálica que lo sostiene. El goce del lado masculino es del Uno y no del Otro, por esta razón el goce masculino no necesita del dispositivo de la palabra, como es el caso del lado femenino.
Retengamos que el fantasma es lo que hace lazo entre dos cuerpos sexuados causando la contingencia de un encuentro. Por esta razón, el fantasma es una suplencia de la relación sexual que no se escribe.
Cuando se pasa del registro de la contingencia al registro de la necesidad y...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. I. LA DIFERENCIA DE LOS SEXOS EN EL DISCURSO SOCIAL
  3. II. MALTRATOS
  4. III. LAS MUJERES Y SUS SÍNTOMAS
  5. IV. ESCRITURA Y ARTE
  6. SOBRE LOS AUTORES
  7. NOTAS