Más que unas memorias
eBook - ePub

Más que unas memorias

  1. 800 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Más que unas memorias

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Ramón Tamames no sólo pasa revista a las sucesivas encrucijadas de su vida privada y pública, sino que ofrece, además, una crónica personal de lo que ha sido la historia reciente de España y el largo y arriesgado viaje que ha llevado a todo un país desde la más incivil de las contiendas hasta su integración en el espacio democrático europeo.La búsqueda de los orígenes y el recuerdo de las dificultades que se cernieron sobre su familia en la posguerra inmediata abren paso a la reflexión sobre los años de intensa formación en el Madrid de la década de 1950.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Más que unas memorias de Ramón Tamames en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Desarrollo personal y Superación personal. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
RBA Libros
Año
2014
ISBN
9788490563069

PRIMERA PARTE

AÑOS DE APRENDIZAJE

1

ANCESTROS Y NIÑECES

PRIMEROS RECUERDOS

Lo más lejos que sé de mis orígenes familiares es de mi bisabuelo paterno, Manuel, que murió joven, de modo que al frente de la familia hubo de ponerse su hijo mayor —y abuelo mío—, Clemente. Este último nació en 1868, en septiembre, como él mismo recordaba con frecuencia cuando hablaba de «la Gloriosa», la revolución que lleva el nombre de ese mes y ese año. Y su lugar natal fue El Cubo del Vino, en la propiamente llamada Tierra del Vino, contigua a la Tierra del Pan, en Zamora, con ascendientes del pueblo de Tamame, en la vecina comarca del Sayago, fronteriza con Portugal. Mi padre nació en Cáceres, el 12 de enero de 1901, y como se dice en frase ya casi olvidada, «iba con el siglo».
En cuanto a los primeros recuerdos personales, se remontan a mis tres años, cuando en 1936 vivíamos en una casa muy amplia en el barrio de Chamberí de Madrid, nombre de resonancias castizas, a pesar de que en realidad proviene de la actual Saboya francesa. Pues, según se dice, fue Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V y saboyana ella, quien, a instancias de los pobladores de un naciente suburbio en el norte de la capital, les ofreció ese nombre.
La vivienda de mis padres tenía un sótano que durante la Guerra Civil (1936-1939) hizo las veces de refugio de toda la casa para los bombardeos. Tiempo de desasosiegos y miserias, en el que, la verdad sea dicha, mis hermanos y yo fuimos muy felices. Los «aviones de Franco» que sobrevolaban Madrid bombardeaban implacables, dejando muertos, heridos y destrucción. Y en varias ocasiones arrojaron panecillos en bolsas de papel rojo parafinado muy reluciente, algunos de los cuales cayeron en el jardín de nuestra casa. En su envoltorio llevaban escrito: «Con el trigo de nuestros graneros daremos pan a la España famélica hoy dominada por el terror rojo». Y todo el mundo decía: «¡No comáis esos panecillos, que están envenenados...!». Pero, naturalmente, acabamos comiéndonoslos y la verdad es que era un pan blanco muy bueno... aunque fuera de propaganda.
Recuerdo la entrada de las tropas nacionales en Madrid (28 de marzo de 1939), y a mi abuela, que era modista, a la máquina de coser, confeccionando a toda prisa una bandera bicolor, «nacional», con gamuza amarilla y un retal de un vestido rojo de mi madre; a fin de colocar la enseña en uno de los balcones que daban a la calle, según lo había ordenado algún bando militar escuchado por radio. Ese mismo día se llevaron a mi padre detenido, para no volver hasta dieciocho meses después. Le condenaron primero a muerte, luego a treinta años; y finalmente «lo soltaron», pues lo de «ponerle en libertad» era un eufemismo, dadas las circunstancias...
Las penurias en casa se traducían sobre todo en la monotonía del cotidiano rancho familiar, lo que desde entonces me hizo aborrecer la sopa de ajo, las gachas de almortas y las lentejas «con bicho dentro» que, como se decía entonces, «tienen hierro y proteínas». Esas lentejas eran conocidas por los madrileños como las «píldoras del doctor Negrín», el presidente del Gobierno de la República durante todo 1938 y hasta marzo de 1939.
Desde la niñez aprendí a apreciar el giro de las cuatro estaciones del año, y de temprana edad data igualmente mi especial querencia por el verdor de la vegetación y el sonido del agua:
—De su infancia, ¿de qué siente usted verdadera nostalgia? —me preguntó un día un periodista.
—De los grandes árboles del jardín de casa de mis padres, al final de la primavera, que con sus hojas ya crecidas ampliaban la resonancia de la lluvia hasta semejar un diluvio. Después, el olor a tierra mojada lo impregnaba todo. Con mi madre, desde la ventana, veía caer las gruesas gotas atravesando la arboleda...
Guardo con amor muy especial el recuerdo de ese lugar paterno, un escenario un tanto descuidado, lo que le daba —al menos en mi recuerdo transformado— un aire romántico. Había una higuera muy hermosa, y en los juegos infantiles, gateando, subíamos a sus ramas...
En una alta pared crecía una gran hiedra que reptaba más y más por el ladrillo desnudo, formando un jardín vertical, como ahora se dice, que se vio tristemente quebrado cuando unos obreros de Telefónica, en el tendido de nuevas líneas, para facilitar su trabajo, cortaron el viejo y renovante tejido vegetal de muchos años. Y entre las raíces de la enredadera, uno de los operarios, poco «zoologista» él, al descubrir una tortuga, un ser entrañable para nosotros, se llevó la gran sorpresa, ante una especie que debía de serle absolutamente extraña, lo que le llevó a exclamar: «¡Andá, qué cucaracha tan grande!».
Entre los árboles del jardín, el rey era un Ailanthus altissima, cuyo nombre linneano sólo conocí muchos años después, por un arquitecto italiano, Campos Benutti, en un paseo por los alrededores de Bolonia, dónde él, como técnico municipal de parques y entornos, había dejado prosperar una docena de esos hermosos árboles; que tienen una apariencia evocadora de las frondas del pintor Henri Rousseau:
Ése es el nombre —me dijo— del árbol que procede del Sudeste asiático, donde sus hojas servían de alimento para una variedad de gusanos de seda de calidad inferior. En el siglo XVIII, por algún marinero que trajo unas pocas semillas, el árbol entró en Europa... y hoy crece en los solares de las ciudades mediterráneas, sobre todo, en sus arrabales. Es muy umbroso, y dioico. Las hembras lucen flores rojas muy brillantes.
Sobresaliendo en una parte del jardín, prosperaba un inmenso plátano, el Platanus hispanicus, la especie más frecuente en Madrid, y cuyo nombre la mayoría de nuestros conciudadanos no acaban de aprenderse. Un árbol para mí admirable, tal vez premonitoriamente, pues con el tiempo lo vislumbré resplandeciente en el Largo de la ópera Jerjes, de Georg Friedrich Händel, con el sublime canto que integran las siguientes palabras: «Ombra mai fu di vegetabile, cara ed amabile, soave più...» [Jamás sombra de la naturaleza fue más amable y más tiernamente querida...].
En una pequeña caseta adosada a uno de los muros del jardín, los cinco hermanos Tamames Gómez teníamos nuestro «laboratorio», donde fabricábamos pólvora, fundíamos metales y tramábamos fechorías varias. Encapsulábamos la pólvora allí producida, en cartuchos de papel, que al arder en su extremo parecían soplillos de soldadores. Y también fabricábamos petardos, que estallaban ensordecedores, con gran escándalo en el vecindario. Hasta que un día, para evitar una eventual tragedia, la muchacha que trabajaba en casa desde tiempos inmemoriales para nosotros —Genoveva, del pueblo de Sotos del Burgo, provincia de Soria, a orillas del río Ucero—, y a quien siempre llamábamos Geno, decidió, por su cuenta y riesgo, acabar con el laboratorio... con gran indignación nuestra, y aplauso de la autoridad paterna.
En ese mismo jardín, durante la guerra, incurrimos en algunas acciones de alto riesgo. Una de ellas, un ataque aéreo, dejó un reguero de balas sin explotar; y las pusimos cuidadosamente sobre un montón de leña y hojarasca, para luego prenderles fuego. Afortunadamente, nos parapetamos en la caseta, pues las balas salieron disparadas en todas direcciones. Cuando nuestro padre se enteró del episodio, debidamente informado por Geno, la cosa pasó a mayores.

MADRID, CIUDAD PARADA EN EL TIEMPO, Y PRIMERAS LETRAS

El Madrid de mi infancia, ya en la posguerra, era una ciudad prácticamente parada en el tiempo, duramente castigada por la contienda más incivil sufrida en España. No se veían nuevas construcciones, por las penurias económicas y la falta de materiales de todas clases.
Todavía era muy frecuente la tracción animal, viejos carros de los que tiraban caballerías, mayormente mulas, o humildes asnos en el caso de los traperos, que se ocupaban de recoger los que hoy asépticamente conocemos como «residuos sólidos urbanos». Mientras esperaban la carga, los peludos borricos comían pienso de los talegos que les colgaban al cuello.
De los juegos fuera de casa, lo que más me gustaba era ir en las mañanas por el paseo de la Castellana, hasta los altos del Hipódromo, al pie de lo que es hoy el Museo de Ciencias Naturales, frente a los Nuevos Ministerios; que habían empezado a construirse durante la dictadura de Primo de Rivera, para casi terminarlos la República, en lo que antes fue el espacio destinado a carreras de caballos.
Al lado del Museo de Ciencias Naturales discurría un hilo de aguas limpias, cuyo régimen de funcionamiento no entendíamos, pero a veces tenía un cierto caudal y un día decidimos embalsarlo, construyendo una presa de tierra mezclada con guijarros. Sin saberlo, seguramente, estábamos presagiando lo que sería el régimen de Franco en ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Primera parte: años de aprendizaje
  5. Segunda parte: la edad de la razón
  6. Imágenes
  7. Notas