Historia romana. Libros XXXVI-XLV
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Historia romana. Libros XXXVI-XLV

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Dado el alto puesto que ocupaba Dión en la administración imperial, el autor dispuso de fácil acceso a los archivos nacionalesDión fue un producto característico de la aristocracia oriental, un hombre de letras absorbido por el gobierno romano. Sus modelos literarios son Tucídides y Demóstenes –autores harto distintos–, y su concepción del rigor historiográfico no le impide usar recursos retóricos y figuras musicales, sobre todo en los frecuentes y extensos discursos, ni los efectos dramáticos. Las fuentes que más utiliza son los anales, Tito Livio y tal vez Tácito. Dado el alto puesto que ocupaba Dión en la administración imperial, el autor dispuso de fácil acceso a los archivos nacionales, de los que pudo extraer gran cantidad de datos para su obra. El estudio pormenorizado de todas estas fuentes le permitió componer una obra de gran valor documental.Sólo se han conservado completos los libros que van del XXXVI al LIV; del resto quedan fragmentos de extensión variable que se suelen editar acompañados de los resúmenes efectuados por diversos epitomadores, pues en muchas ocasiones estos epítomes es lo único que ha llegado hasta nosotros. En este volumen se incluyen los libros XXXVI-XLV, que abarcan desde la intervención de Pompeyo Magno en Creta (68 a.C.), hasta el inicio de la guerra civil (44 a.C.).

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424937027
LIBRO XLI
El libro cuadragésimo primero de la Historia romana de Dion contiene lo siguiente:
  1. Cómo César llegó a Italia y Pompeyo la abandonó para dirigirse por mar a Macedonia (1-14).
  2. Cómo César subyugó Iberia (18-25).
  3. Cómo César se dirigió por mar a Macedonia para enfrentarse a Pompeyo (39, 44-46).
  4. Cómo César y Pompeyo combatieron en tomo a Dirraquio (47-51).
  5. Cómo César venció a Pompeyo en Farsalo (52-63).
Duración: dos años en los que fueron magistrados 151 los que a continuación se relacionan:
[705/49]
L. Cornelio Léntulo, hijo de Publio; G. Claudio Marcelo, hijo de Marco.
[706/48]
G. Julio César, hijo de Gayo (por segunda vez); P. Servilio Isáurico, hijo de Publio.
[1 ] A continuación, [Curión] 152 llegó a Roma con una carta de César para el Senado, al empezar el mes, en el mismo momento en que Cornelio Léntulo y Gayo Claudio accedían al consulado; pero no la entregó a los cónsules hasta que llegaron al lugar donde se reúne el Senado porque temía [2] que la hicieran desaparecer si la recibían fuera. Incluso así, la retuvieron por mucho tiempo sin querer leerla, pero, al fin, se vieron obligados a hacerla pública por Quinto Casio Longino y Marco Antonio l53 , que eran tribunos de la plebe.
[3] Antonio, en efecto, iba a ser bien recompensado y promovido a altos destinos a cambio de haber actuado entonces a favor de César en este asunto.
En la carta estaba escrito, entre otras cosas, todo lo que César había hecho en bien del Estado, así como su defensa de [4] los cargos que se le imputaban. Prometía licenciar el ejército y dejar el mando, siempre que Pompeyo hicera lo mismo; pues decía que, si éste mantenía las armas, no era justo que a él se le obligara a entregarlas para que no quedase a merced de sus enemigos.
Cuando se llevó a cabo la votación sobre esta propuesta, [2 ] no de forma individual para evitar que los senadores votaran en contra de su verdadera opinión por vergüenza o por miedo, sino mediante el cambio de posición hacia uno u otro lugar del senado, nadie votó que Pompeyo entregara las armas (puesto que tenía sus tropas en las afueras), pero todos excepto un tal Celio, hijo de Marco, y el propio Curión, que llevaba la carta, votaron que lo hiciera César 154 . No digo [2] nada de los tribunos, porque ni siquiera estimaron necesario cambiar de posición ya que tenían la potestad de pronunciarse o no, según les pareciera oportuno. Así que decidieron eso, pero Antonio y Longino no permitieron que se ratificara nada de ello ni ese día ni el siguiente.
Indignados por esto los demás, votaron cambiar las vestiduras, [3 ] pero tampoco se ratificó esta medida por el veto de los mismos; sin embargo la decisión fue inscrita y se llevó a efecto, porque todos, al punto, salieron del Senado y cambiaron su toga para entrar de nuevo y deliberar acerca del castigo de los tribunos. Viéndolo éstos, al principio se opusieron, [2] pero después tuvieron miedo —sobre todo cuando Léntulo les advirtió que salieran antes de que se produjese la votación— e hicieron muchas protestas apelando a testigos y después fueron en busca de César con Curión y Celio, poco preocupados porque habían sido excluidos del orden senatorial. Eso se decidió entonces y, según la costumbre, [3] encomendaron a los cónsules y a los demás cargos la protección de la ciudad; después los senadores salieron fuera del pomerio 155 al encuentro del propio Pompeyo y reconocieron [4] ante él que había disturbios, le entregaron dinero y tropas y votaron además que César entregara el mando a sus sucesores y que licenciara sus tropas en un plazo determinado o sería considerado enemigo por ir en contra de la patria.
[4 ] César, cuando se enteró de esto, se dirigió a Arimino saliendo entonces por primera vez de su jurisdicción y, tras reunir a sus soldados, ordenó a Curión y a los que habían llegado con él que les explicaran lo ocurrido; después de esto, excitó sus ánimos diciéndoles cuanto la ocasión requería. [2] A continuación, tras haberlos exaltado, marchó abiertamente contra la propia Roma atrayéndose sin combate todas las ciudades que encontraba, porque las guarniciones las abandonaban, unas por inferioridad numérica y otras porque preferían su causa. Pompeyo, cuando se enteró tuvo miedo, sobre todo cuando conoció por Labieno 156 todos los planes de [3] César; porque Labieno, tras abandonar a César, se había pa sado al otro bando y le había contado todos los secretos de éste. Uno se extrañaría de ello porque, hasta entonces, César le había otorgado los mayores honores, hasta el punto de haberle dado incluso el mando sobre todas las legiones transalpinas, cuando estaba en Italia; la causa fue que, cuando [4] este Labieno consiguió riquezas y fama, empezó a mostrarse más altivo de lo que convenía a su rango y César, viendo que éste se colocaba a su mismo nivel, ya no lo trataba con el mismo aprecio. Así que Labieno, que no llevaba bien este cambio y al mismo tiempo temía que le sucediera alguna desgracia, se cambió de bando.
Pues bien, Pompeyo, teniendo en cuenta lo que le había [5 ] sido revelado sobre César, cambió de planes porque no tenía todavía una fuerza capaz de combatirle y porque vio que los que estaban en Roma —especialmente sus partidarios, pero también los demás— temían la guerra por el recuerdo de las luchas de Mario y Sila y querían verse libres y a salvo de ella; así que envió a César como legados voluntarios a Lucio [2] César que era pariente suyo y a Lucio Roscio que era pretor, por si, de alguna manera, podían evitar su ataque y después llegar a algún acuerdo en términos razonables. Como César contestó entre otras cosas precisamente lo que ya había escrito en la carta y además que quería tratarlo en persona con Pompeyo, la mayoría no lo escuchó con agrado [3] porque temía que pactaran algo contra ellos; sin embargo, como los embajadores hablaban haciendo grandes elogios [4] de César y acabaron prometiendo que nadie recibiría daño alguno de su parte y que licenciaría las legiones inmediatamente, se alegraron y le enviaron de nuevo a los mismos legados y reclamaban gritando sin interrupción que ambos depusieran las armas del todo y a la vez.
Entonces, Pompeyo se arredró por ello (pues sabía bien [6 ] que estaría con mucho en inferioridad de condiciones frente [2] a César si quedaban a merced del pueblo) y, antes de que volvieran los embajadores partió para Campania en la idea de que allí podría combatir con más facilidad y ordenó que le siguiera todo el Senado junto con los que ocupaban los cargos, después de concederles impunidad por su ausencia de la ciudad mediante un decreto y de advertirles que tendría al que se quedase atrás exactamente en la misma consideración que a los que actuaban contra él. Además les ordenó [3] que decretaran llevarse el dinero público y todos los exvotos de la ciudad, con la esperanza de reclutar soldados [4] en masa sirviéndose de ello. En efecto, todas las ciudades de Italia, por así decirlo, le tenían tanta simpatía que, habiendo oído poco tiempo antes que estaba gravemente enfermo prometieron hacer sacrificios públicos por su curación, y nadie podría negar que con ello le habían hecho un gran y manifiesto honor; porque no hubo nunca otro para quien se hubiera votado algo semejante, fuera de los que después tuvieron poder absoluto; sin embargo no confiaba en que no lo [5] abandonaran por temor a uno más fuerte. Ratificaron sus propuestas acerca del dinero y los exvotos, pero no se movió ni una cosa ni otra; porque, informados entretanto de que César no había dado una respuesta conciliadora en absoluto a los legados, y de que les había hecho reproches en [6] la idea de que habían difundido falsos rumores contra él, e informados además de que sus soldados eran muchos y audaces y podían causar todas cuantas desgracias de cualquier clase suelen anunciarse para infundir temor en tales casos, los senadores se arredraron y partieron a toda prisa antes de poner la mano ni en el dinero ni en los exvotos.
[7 ] En consecuencia su partida fue en todo lo demás confu sa y desordenada. En efecto, los que partían —eran todos, [2] por así decirlo, los más notables tanto del Senado, como del orden ecuestre e incluso de la plebe— en teoría marchaban a la guerra, pero en la práctica sufrían la experiencia de los vencidos; pues, obligados a abandonar su patria y sus ocupaciones, y forzados a considerar los muros ajenos más familiares [3] que los suyos, se afligían terriblemente. Así, los que salían con todas sus pertenencias y los suyos, se alejaban de los templos, de sus casas y de la tierra de sus antepasados en la idea de que iban a ser enseguida de sus oponentes y tenían el propósito, si llegaban a salvarse, de establecerse en Macedonia y Tracia, porque no ignoraban las intenciones de Pompeyo. Mientras que los que dejaban en su tierra a sus [4] hijos a sus mujeres y el resto de sus bienes más estimados creían tener alguna esperanza de volver a la patria, pero partían más a disgusto que los otros porque se separaban de lo más querido y se exponían a una doble desgracia; pues al [5] entregar lo suyo a su peor enemigo, ellos mismos iban a correr peligro si actuaban con cobardía, pero si mostraban valor, iban a ser privados de ello y además no iban a tener como amigo a ninguno de los dos sino a ambos como enemigos: a César, porque no se habían quedado, y a Pompeyo, porque no se habían llevado todo consigo. De modo que no [6] sabían qué decidir, qué pedir a los dioses ni qué esperar y, al tiempo que sus cuerpos se despedían de los suyos, se les partía el alma.
Eso sentían los que se veían empujados al exilio, mientras [8 ] que los que se quedaban tenían sentimientos diferentes pero, en cierto modo, equivalentes. Pues, en efecto, al quedar separados de sus parientes, como se veían privados de sus defensores y prácticamente incapaces de defenderse a sí mismos, expuestos a la guerra y en poder del futuro dueño de la ciudad, no sólo se sentían desgraciados por miedo a [2] los ultrajes y los asesinatos como si ya hubieran tenido lugar, sino que también o maldecían a los que se marchaban deseándoles las mismas desdichas, irritados con ellos porque los abandonaban, o, aunque se mostraran indulgentes porque partían obligados por la necesidad, se temían lo mismo. Y todo el resto de la plebe, aunque no tuvieran ni el [3] menor parentesco con los que se exiliaban, se afligían por ellos, temiéndose unos que sus vecinos, otros que sus compañeros se marcharían lejos de ellos y pasarían por experiencias terribles. Pero sobre todo lloraban por sí mismos: [4] porque, al ver que los magistrados, el senado y los demás que tenían algún poder —no sabían si al menos alguno de ellos se había quedado— les abandonaban al mismo tiempo que a la patria, y al caer en la cuenta de que aquellos no habrían querido irse si no hubieran amenazado al estado [5] muchos y graves peligros, ellos mismos, privados de gober nantes y privados también de aliados, parecían en todos los aspectos niños huérfanos y mujeres viudas, y [se sabían] los primeros [expuestos] a la ira y a la codicia de los que les seguían *** 157 y por el recuerdo de los anteriores sufrimientos —unos sabían por experiencia, otros, porque lo habían oído, cuántos y de qué categoría habían causado Mario y Sila— no suponían ninguna moderación en César, sino que incluso esperaban sufrir algo mucho más terrible, porque la mayor parte de su ejército la formaban bárbaros.
[9 ] Como todos ellos se encontraban en esta situación y ninguno la sobrellevaba fácilmente fuera de los que creían contarse entre los amigos de César, e incluso éstos no se atrevían a un compromiso firme por los cambios de carácter que adopta la mayoría ante las circunstancias, no era fácil imaginar cuántos desórdenes ni cuánto dolor reinaría con la partida de los cónsules y los que se habían ido con ellos. [2] Toda la noche alborotaban recogiendo sus pertenencias y yendo de un lado a otro y, al amanecer, una gran tristeza les sobrecogía a todos en los templos (pues hacían sus oraciones deambulando cada uno a un sitio); invocaban a los dioses, besaban el suelo y cada vez que contaban los peligros a los que habían sobrevivido se lamentaban de abandonar su patria, cosa a la que nunca antes se habían atrevido. Un gran [3] lamento surgía junto a las puertas. Unos se abrazaban y se despedían de la patria como si la vieran por última vez, otros lloraban por su propia suerte y suplicaban junto a los que se iban, y la mayoría maldecía porque se sentían traicionados; pues todos los que se quedaban estaban ahí con toda su prole y mujeres. Después, unos emprendían la marcha [4] y otros los seguían detrás. Unos se demoraban y eran retenidos por sus amigos y otros se abrazaban estrechándose durante mucho tiempo. Los que se quedaban, siguiendo a los que se exilaban, los llamaban ya desde muy lejos y les daban muestras de compasión e invocaban a los dioses pidiendo que se los llevaran con ellos o se quedaran en casa. Y en esto se producía un gran griterío por cada uno de los [5] que partían y por parte de los demás también, lágrimas sin cuento. No tenían la menor esperanza de ir a mejor en tales circunstancias; lo que esperaban, en primer lugar los que se quedaban, después los que partían, eran sufrimientos. Uno [6] podía imaginar viéndolos que habían surgido dos pueblos y dos ciudades a partir de una sola y que una era desterrada y se exilaba mientras que otra quedaba atrás cautiva.
Pues bien, Pompeyo abandonó la ciudad así, llevando consigo a muchos de los senadores (aunque algunos se quedaron, unos porque eran favorables a César, otros porque se mantenían neutrales); además hizo a toda prisa levas en las ciudades, reunió dinero y mandó guarniciones a cada sitio.
César, cuando se enteró, no se apresuró a ir a Roma [10 ] (porque sabía que Roma quedaba como recompensa para los que vencieran y decía que no luchaba contra ella como si le fuera hostil, sino, naturalmente, en su defensa, contra sus adversarios), sino que, tras enviar cartas por toda Italia [2] en las que citaba a juicio a Pompeyo y exhortaba a los demás a tener valor, les pedía que se quedasen en su tierra y les hacía muchas promesas. Fue después contra Corfinio, porque, ocupada por Lucio Domicio 158 , no se le unía, y, después de vencer en una batalla a algunos que se le enfrentaron, [3] puso cerco a los demás. Entonces, Pompeyo, como ésos estaban cercados y muchos de los demás se inclinaban hacia César, ya no tuvo ninguna esperanza en Italia y decidió cruzar el mar hacia Macedonia, Grecia y Asia; porque se crecía con el recuerdo de sus éxitos de allí y de sus relaciones [4] de amistad con esos pueblos y sus reyes 159 . También Hispania era toda partidaria suya, pero no podía trasladarse allí con seguridad porqu...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. DIVERGENCIAS RESPECTO A LA EDICIÓN DE BOISSEVAIN
  5. LIBRO XXXVI
  6. LIBRO XXXVII
  7. LIBRO XXXVIII
  8. LIBRO XXXIX
  9. LIBRO XL
  10. LIBRO XLI
  11. LIBRO XLII
  12. LIBRO XLIII
  13. LIBRO XLIV
  14. LIBRO XLV
  15. Índice General