Obras II
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Obras II

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Desde Horacio ningún poeta latino había escrito un corpus tan sustancial de versos líricos: por eso se le ha llamado el Horacio cristiano. Fue enormemente popular en la Edad Media.Aurelio Prudencio Clemente (348-después de 405 d.C.) es un poeta latino cristiano, natural de la Hispania Tarraconense (el origen exacto es materia de controversia). Fue dos veces gobernador provincial y oficial de alto rango en la corte de Honorio, hasta que, a los cincuenta y siete años, se retiró de la vida pública para consagrarse a la composición de poesía devota.Su obra consiste en dos ciclos de poemas en metros líricos (uno de himnos para varios momentos del día, el otro de himnos de alabanza a los mártires, todos ellos de Occidente y en gran parte hispanos), dos poemas didácticos sobre la doctrina de la Trinidad y sobre el origen del mal, varias descripciones de escenas bíblicas y la famosa Psychomachia, poema alegórico que representa el combate por el alma humana entre las virtudes y los vicios. Prudencio adopta las formas clásicas en el lenguaje, la métrica y las figuras retóricas, pero el contenido y los personajes son por completo cristianos. Introduce en la poesía latina una línea de pensamiento alegorizante proveniente de la interpretación cristiana del Antiguo Testamento. Su estilo, abundante en imágenes y figuras retóricas, infundió vigor a un lenguaje que trataba por vez primera la virtud heroica de los mártires.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424932640
LIBRO DE LAS CORONAS
(LIBER PERISTEPHANON)
I
HIMNO EN HONOR DE LOS SANTOS MÁRTIRES EMETERIO Y CELEDONIO DE CALAHORRA
Escritos están en el cielo los nombres de dos mártires, que Cristo allí anotó con letras de oro1, los mismos que entregó a la tierra con marcas de sangre.
Poderosa y feliz en el mundo la tierra de Iberia por esta corona2; a Dios pareció este lugar digno de albergar sus huesos, [5] haciendo que fuera modesto anfitrión de sus cuerpos bienaventurados.
Esta tierra, empapada de doble asesinato, absorbió aquellas olas calientes y ahora sus lugareños visitan las arenas impregnadas de su sangre santa, implorando con rezos, con votos y ofrendas.
También llega aquí el colono del mundo exterior, pues [10] por todas las tierras ha ido corriendo un rumor, publicando que aquí se hallan patronos del orbe a los que pueden acudir suplicantes.
Nadie que aquí haya rogado ha acumulado en vano sus preces sinceras, contento se vuelve de aquí el suplicante, enjugadas [15] sus lágrimas, al sentir que ha conseguido todo aquello que con justicia ha solicitado3.
Tan grande es el desvelo con que nos apoyan en nuestros peligros: no permite que nadie exhale sin efecto un soplo de su voz; escuchan y al punto lo transmiten al oído del rey eterno.
Entonces se derraman sobre las tierras desde la fuente [20] misma generosos dones que bañan las dolencias de los suplicantes con aquellos remedios que andaban buscando; el Cristo bueno jamás negó nada a sus testigos4,
testigos a los que el miedo a las cadenas o a la dura muerte no impidió reconocer al único Dios al precio de su sangre, pero ese gasto de su sangre se lo recompensa una luz más prolongada5.
[25] Es éste un bello modo de muerte6, éste el digno de honrados varones, ofrendar a la espada enemiga esos miembros que han de consumir los achaques, compuestos de lánguidas venas, y vencer al enemigo con la muerte.
Bella cosa sufrir el azote del sable del perseguidor, a través de esta ancha herida se abre a los justos la noble puerta y el alma, lavada en la fuente roja7, se eleva desde su [30] asiento en el corazón.
Y no habían llevado antes una vida ajena al duro trabajo estos soldados a los que Cristo llama a eterna milicia: su valor, avezado a la guerra y las armas, combate en favor de los altares.
Abandonan los pendones del César, eligen el signo de la cruz y en lugar de las enseñas de dragones infladas por el [35] viento8 que antes portaban prefieren el ilustre leño que sojuzgó al dragón.
Consideran despreciable llevar dardos en sus diestras libres de trabas, hostigar murallas con bélica maquinaria, ceñir cuarteles con trincheras, ensuciar de cruentas masacres sus manos impías.
El cruel mandatario que por aquel entonces gobernaba [40] la corte del mundo había a la sazón ordenado a los segundos sucesores9 de Israel acudir a los altares, hacer sacrificios a los negros ídolos, ser desertores de Cristo.
Ceñido de espada este azote acosaba la libertad de la fe, [45] pero aquélla, impertérrita por su amor a Cristo, salía brava al encuentro de varas, segures y ahorquillados garfios10.
La cárcel embarga sus cuellos, enredándolos en los duros botones de una cadena, el torturador aplica sus manos salvajes11 en cada tribunal, la verdad es tenida por crimen, se castiga la voz de la fe.
Entonces la virtud, batida por la espada, golpeó el triste [50] suelo y, colocada sobre pesarosas piras, absorbió con su boca las llamas12; entonces para los justos fue dulce ser quemados, dulce soportar el hierro.
En nuestro caso, los pechos queridos de los dos hermanos13, a los que leal camaradería había unido durante toda su vida, se llenan de ardor. Dispuestos se hallan a sufrir cualquier cosa que la suerte última les traiga,
[55] ya haya que exponer su cuello al hacha pública después de haber sufrido la violencia de los restallidos del látigo, después de los estrados14 de fuego, ya haya que ofrecer el pecho a los leopardos o los leones.
«¿Nosotros, descendientes de Cristo, nos vamos a consagrar a Mammón15 y, siendo portadores de la forma de Dios, serviremos al siglo? ¡Lejos el que el fuego celestial se [60] mezcle con las tinieblas!16.
Baste que nuestra vida, atrapada bajo nuestro primer juramento, haya pagado todas sus deudas y cumplido con los asuntos del César; ahora es tiempo de pagar a Dios lo que de Dios es propio17.
Marchaos, jefes de estandartes, y vosotros, tribunos, alejaos18; llevaos estos collares de oro, premio a los heridos, [65] nos llama ya lejos de aquí la insigne milicia de los ángeles.
Cristo preside allí cohortes vestidas de blanco19 y, reinando desde su alto trono, condena a los dioses infames y a vosotros, que os forjáis deidades con monstruos ridículos.»
[70] Tal diciendo se cargan de mil castigos los mártires: la retorcida rigidez de la soga envuelve ambas manos con sus nudos y el acero rodea y rae sus cuellos con pesadas roscas.
¡Ay descuidado olvido de un tiempo pasado que calla! Se nos niegan esos detalles y se acalla la propia tradición, [75] pues un día un súbdito blasfemo sustrajo los documentos
para evitar que las generaciones, instruidas por la evidencia de esos libros, con dulce lengua esparcieran y divulgaran por los oídos de su descendencia los detalles, momento y modo de este martirio20.
Sin embargo, esto es lo único que esconden los viejos [80] silencios: si criaron largos cabellos21 bajo continuas cadenas, cuáles fueron los dolores o cuál el triunfo con que los enalteció el torturador.
Pero hay un mérito que no nos es oculto ni envejece con el tiempo22: que sus ofrendas, enviadas a lo alto, levantaron el vuelo a través de los aires para mostrar, al tiempo que su brillo se adelantaba, que el camino del cielo está franco.
El anillo de uno de ellos, representación de su fe, es [85] transportado por una nube; el otro, según cuentan, da como prenda el pañuelo de su cara y ambas cosas, arrebatadas por el soplo de las alturas, penetran en las honduras de la luz.
Por la bóveda del claro cielo se esconde el brillo del oro y la blancura del tejido huye de las miradas que lo siguen por largo trecho; son elevados hasta los astros23 y ya no se [90] les ve más.
Esto lo vio la concurrencia, lo vio el propio verdugo y detuvo su mano, quedándose inmóvil, y palideció de asombro; mas, con todo, continuó su golpe, para que la gloria de aquéllos no muriera.
¿Te convences ahora, bruta gentilidad pretérita de los vascones24, de qué sagrada era la sangre que inmoló vuestro [95] cruel error? ¿Te convences de que los espíritus de aquellas víctimas fueron devueltos ante Dios?
Mira qué a la vista son aquí25 domeñados los feroces demonios que al modo de lobos atrapan y devoran los corazones. estrangulan incluso las mentes y se mezclan con los sentidos.
[100] Entonces el hombre, ya lleno de su propio enemigo26, se detiene enloquecido, resoplando espumarajos de baba, volviendo sus ojos inyectados en sangre27, y hay que purificarlo con un interrogatorio por culpas que no son suyas.
Podrías oír quejumbrosos gemidos, aunque no hay allí torturador; su cuerpo es desgarrado por los azotes, aunque [105] no se ve látigo alguno; crece él colgado de ataduras invisibles.
De este modo la virtud de los mártires golpea al sucio ladrón28; ella lo re...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. Contra el discurso de símaco (Contra orationem Symmachi)
  5. Libro de las Coronas (Liber Peristephanon)
  6. Rótulos a escenas históricas [Doble Alimento] (Titvli historiarvm [Dittochaeon])
  7. Prudencio acerca de sus propias composiciones [Epílogo] (De opvscvlis svis Prvdentivs [Epilogvs])
  8. Índice General