XXXVII
CORINTÍACO
INTRODUCCIÓN
El discurso XXXVII del corpus de Dión, denominado Corintíaco , es con absoluta evidencia extraño a las maneras estilísticas de Dión de Prusa. Sus formas reiterativas, vacías de entusiasmo, delatan un autor más bien frío y academicista. La opinión de A. Emperius (1832), que lo atribuía a Favorino de Arlés, se ha impuesto hasta convertirse en una relativa pacifica possessio .
El tema de la estatuas ya fue tratado por Dión en sus espléndido discurso XXXI, pronunciado en Rodas. Además, el autor se confiesa romano (§ 25 y 26), aunque profesa la ideología griega, practica sus costumbres y domina su lengua. Frente a los griegos, que se hacían romanos en hábitos y costumbres para agradar a los amos del momento, él sigue las formas griegas hasta en el vestido.
Favorino (85-143 d. C.) fue discípulo y admirador de Dión. Según Filóstrato en su Vida de los Sofistas , ambos pertenecen al grupo de los sofistas filósofos, es decir, al de aquellos filósofos que a su profundidad doctrinal unían una apreciable habilidad retórica. Los dos son doctos maestros de elocuencia, declamadores muy cotizados, preocupados por la filosofía, aunque Favorino acabara inclinándose por las posturas escépticas frente al estoicismo de Dión.
Nacido en Arlés, al sur de la Galia, había estudiado en Marsella y recalado en Roma. En la capital del imperio, llegó a gozar de gran fama, y fue particularmente apreciado por el emperador Adriano, quien fue más bien indulgente con ciertas debilidades de conducta del sofista. Filóstrato cuenta que la elocuencia de Favorino era tanta, y la belleza de su pronunciación tan agradable, que acudían a oírle incluso los que no entendían el griego. Tenía la voz atiplada, carecía de barba, era andrógino y presentaba un aspecto típico de los eunucos. El mismo Favorino presumía de tres paradojas que se daban en su persona: era galo y dominaba el griego; eunuco, y había sufrido un proceso de adulterio; había tenido diferencias con el emperador y seguía vivo (Vida de Sofistas I 489, 1 y 3).
Éste es, pues, el perfil del que es considerado autor de este discurso. Un personaje lo suficientemente importante como para que se le hubiera dedicado una estatua en Corinto, lo mismo que a otros ilustres próceres de la historia griega. Él mismo nos informa de que la ciudad premiaba a los visitantes ilustres dedicándoles una estatua conmemorativa. En Corinto, dice, había una avenida o Paseo de Grecia para tales dedicatorias (§ 7). Entre otros distinguidos con ese honor, se encontraba el autor del discurso. Pero lo que le lleva a pronunciarlo es la desaparición de la estatua que en otro tiempo le había dedicado el pueblo de Corinto. Ése es el tema central propiamente dicho. La euforia que sintió en la visita anterior, en la que todo fueron distinciones y agasajos, se convirtió en desolación cuando, en una nueva visita, constató que su estatua había desaparecido.
La presentación del tema va acompañada de datos abundantes sobre Corinto, su geografía, sus costumbres, su historia, su política. El orador capta la benevolencia con halagos generosos. Corinto tiene, según el orador, la hegemonía sobre las demás ciudades porque la protegen Poseidón y Helios, los dioses del agua y el fuego respectivamente (§ 11-12). Fue la ciudad que desterró de Grecia las tiranías, y la que colaboró eficazmente al establecimiento de las democracias, incluida la ateniense (§ 17).
A partir del § 22, adopta el autor una actitud de acusado que presenta su defensa ante los jueces. No es justo, dice, portarse así con un hombre que tanto se distinguió por su aprecio hacia la ciudad, que le dedicaron una estatua. Antes de la erección, era una cuestión discutible; después, hay que respetar la fuerza de los hechos. Para derribar una estatua, deben presentarse razones convincentes. Pues condenar sin pruebas podría conducir a errores, tales como la condena de Sócrates.
Es vergonzosa la costumbre de cambiar los nombres de las estatuas; costumbre que conduce a estridentes absurdos, como el de un Alcibíades lisiado o las numerosas estatuas con nombre romano y figura griega. Pues es ridículo atribuir, mediante un nombre superpuesto, la representación de un personaje hermoso a otro contrahecho. Como es una llamativa incoherencia quitar los nombres griegos para esculpir en su lugar nombres romanos. Porque la figura seguirá siendo griega en su vestido y en su porte.
Era la picaresca de los que, sin peso de gloria que los avalara y sin méritos relevantes, recurrían a la fórmula arbitraria de quitar el nombre de un dios o un héroe para poner el suyo propio. O el sistema de honrar públicamente a un ciudadano sin más gastos que los del picapedrero que borra la inscripción antigua y auténtica para poner la nueva espúrea. La práctica de los corintios, a la que se refiere el autor del discurso, es la misma que Dión denunció en Rodas con mayor gracia y contundencia (cf. XXXI 9). Con la agravante de que eran los mismos magistrados los que practicaban un cambalache que tenía más de trapicheo político que de justo reparto de premios honoríficos.
CORINTÍACO
Cuando por vez primera estuve de visita en vuestra [1] ciudad, hace ya unos diez años, y ofrecí mis discursos a vuestro pueblo y a sus autoridades, tuve la impresión de ser vuestro amigo, más aún, vuestro familiar, como no lo fue ni siquiera Arión de Metimna 1 . Pues no hicisteis ni una estatua de Arión. Y cuando hablo de vosotros, hablo de vuestros antepasados y de Periandro 2 , el hijo de Cípselo 3 . En tiempo de Cípselo vivió Arión, que fue el primero de los hombres que compuso un ditirambo, el que le dio este nombre y lo enseñó en Corinto 4 .
[2] Fue tan querido de los dioses, que, en una ocasión en que regresaba por mar con grandes riquezas, que se había granjeado entre los tarentinos y los griegos de aquella región, cuando estaba a punto de ser arrojado al mar por los marineros, les rogó que le permitieran cantar. Así cuentan que hacen los cisnes que van a morir y presienten la muerte: [3] como si embarcaran su alma a bordo de una canción 5 . Arión, pues, cantaba, y en el mar había bonanza y tranquilidad. Los delfines oyeron la canción, y al oírla, se abalanzaron alrededor de la nave. Cuando Arión terminó, como los marinos no demostraron ningún cambio, se arrojó al agua, y un delfín se puso debajo y transportó al cantor hasta el Ténaro 6 tal como se encontraba ataviado. Salvado Arión de este modo, llegó a Corinto antes que los marinos, y contó estos sucesos [4] a Periandro. Arribados a su vez los marinos, y llevado el suceso a juicio, los marinos fueron condenados a muerte. Y Arión —y no precisamente Periandro, sino Arión— se hizo una estatua de bronce no muy grande y la erigió sobre el Ténaro. En la estatua se representaba a sí mismo sentado sobre su bienhechor 7 .
Por aquel mismo tiempo, Solón también estuvo en Corinto [5] huyendo de la tiranía de Pisístrato, pero no de la de Periandro. Pero es que no era lo mismo. Pisístrato fue tirano de Atenas después de disolver la democracia; en cambio, Periandro lo fue por haber recibido el reino de su padre 8 . Y aunque los griegos lo llamaban tirano, los dioses lo llamaron rey. ¿O no es esto lo que quiere decir el oráculo?:
Feliz es este varón que llega a mi casa,
Cípselo, el hijo de Eetión, rey de la afamada Corinto,
él y sus hijos 9 .
Uno de ellos fue Periandro, quien sucedió a su padre. Este [6] Periandro fue proclamado rey por los dioses, y sabio por los griegos. Mayor título que él, jamás adquirió ningún rey ni tirano; ni siquiera Antíoco, llamado el Divino 10 , ni Mitrídates, por sobrenombre Dioniso 11 . El mismo Pítaco de Mitilene 12 se hubiera sentido orgulloso de que lo llamaran a la vez tirano y sabio. Pero de hecho, prefiriendo el segundo nombre, renunció a la tiranía. Ahora bien, Periandro era sabio con unos pocos, pero tirano con muchos. En cambio, tirano [7] y sabio a la vez, era el único. A visitarlo vino Solón, que participó de sus bienes en común, pues, en efecto, las cosas de los amigos son comunes 13 . Sin embargo, no consiguió tener una estatua, y no porque menospreciara las estatuas, pues apreciaba much...