Historias. Libros I-IV
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Historias. Libros I-IV

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Historias contra los paganos, obra de tesis y providencialista, fue durante toda la Edad Media uno de los principales libros escolásticos para el estudio de la Antigüedad.Paulo Orosio (principios del s. V d.C.) fue un sacerdote, historiador y teólogo cristiano originario de la península Ibérica. Poco sabemos de su vida, y este poco está ligado a sus viajes y sus libros: a raíz de invasiones germanas huyó apresuradamente de la península hacia Hipona, donde se puso en contacto con san Agustín, a la sazón ya una figura muy conocida en toda la cristiandad. Éste le encomendó hacer un viaje y escribir un libro: desplazarse a Palestina para entregar unas cartas a Jerónimo de Estridón, y redactar una historia que demostrara que la caída de Roma –saqueada en 410 por el visigodo Alarico– no había tenido nada que ver con el surgimiento del cristianismo, a diferencia de lo que afirmaban ciertos sectores latinos. Historiae Adversus Paganos (Historias contra los paganos) es la obra capital de Orosio, y en cierta medida complemente la Ciudad de Dios de su maestro, puesto que se centra en el devenir de los pueblos paganos para ilustrar que, por su propio carácter, llevaban el germen de su destrucción dentro de sí, que ésta no les había advenido de afuera. En un principio la obra pretende ser universal, aunque se acaba centrando exclusivamente en Roma. De sus siete libros, los seis primeros tratan hechos anteriores a Cristo, y el último, posteriores: el esquema está concebido para demostrar que las desdichas del mundo fueron mucho mayores antes de su llegada. Pretende mostrar también, como tesis principal, que Dios no sólo permitió la expansión de Roma, sino que la propició para que en su apogeo augústeo naciera Jesucristo y la cristiandad pudiera superponerse al extenso ámbito del Imperio.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424930752
LIBRO IV
Desde la guerra contra Pirro hasta la destrucción de Cartago.
Reflexiones en torno al poco valor que, en época de Orosio, se da a calamidades de épocas pasadas (Pról.) .
Guerra de Roma contra Tarento y Pirro: captura por parte de los tarentinos de una flota romana; reacción de Roma; llegada de Pirro y su primera victoria sobre los romanos; segundo enfrentamiento en Apulia con victoria romana; Pirro se traslada a Sicilia (1). A la última victoria romana sigue una peste en la ciudad (2, 1-2); tercera derrota de Pirro, su regreso a Grecia y su muerte en Argos (2, 3-7). Nuevo levantamiento y derrota de los tarentinos, apoyados ahora por los cartagineses; prodigios ocurridos en Roma en la época; victoria de los romanos sobre los picentinos y nuevos prodigios y desgracias internas: lluvia de leche, sublevación de esclavos entre los vulsinienses, peste en Roma, adulterio y condena de una vestal (3-5).
Guerras Púnicas: orígenes y costumbres de los cartagineses; campañas cartaginesas, bajo el mando de Maceo, en Sicilia y Cerdeña en época de Ciro; nuevas campañas en Sicilia bajo el mando de Himilcón en época de Darío; conjuración de Hanón para tomar el poder en Cartago en época de Filipo; envío de legados cartagineses a Alejandro tras conocerse la caída de Tiro en manos del general macedonio; derrota de Cartago en Sicilia frente a Agatocles. Comparación entre estas desgracias cartaginesas y las desgracias de época cristiana (6). Intervención de Roma en Sicilia contra Hierón y los cartagineses, en favor de los mamertinos; huida de los cartagineses bajo el mando de Aníbal el Mayor (7, 1-6); victoria naval de Duilio frente al mismo Aníbal (7, 7-10); victoria de L. Cornelio Escipión frente a Hanón, sucesor de Aníbal (7, 11-12); traslado de las operaciones a África; episodio de la enorme serpiente abatida por Régulo y sus soldados; primera victoria de Régulo y posterior derrota y captura del mismo al incorporarse Jantipo al frente del ejército cartaginés; intervención de los cónsules Emilio Paulo y Fulvio Nobilior, que logran derrotar a los cartagineses; continuación de las operaciones en África y Sicilia hasta la derrota final de Cartago (8-10). La paz y las desgracias que siguieron: inundación e incendio de Roma y enfrentamiento con faliseos y galos cisalpinos (11-12, 1).
Durante un año permanecen cerradas las puertas de Jano: reflexiones sobre este hecho (12).
Derrota del general cartaginés Hamílcar en España; ejecución de legados romanos entre los ilirios; sacrílegos sacrificios llevados a cabo en Roma; lucha con los galos gesatos (13).
Segunda Guerra Púnica: Aníbal toma Sagunto, pasa los Pirineos y los Alpes y derrota a los romanos junto al Ticino y Trebia (14). Prodigios ocurridos en Roma en esta época: disminución de la esfera solar, escudos en el cielo, etc. (15, 1); Trasimeno (15, 2-7); Cannas y sus secuelas (17); Escipión Africano pasa a España y toma Cartagena; el cónsul Levino opera en Sicilia; Hasdrúbal, hermano de Aníbal, es derrotado cuando llevaba refuerzos a su hermano; éxitos de Escipión Africano en España, y su paso y victorias en África (18). La paz (19).
Guerra Macedónica: victorias de Flaminino en Macedonia y Esparta; distintas operaciones de los pretores en España, Etruria, Siria y Galatia; muerte de Escipión Africano y Aníbal; victoria sobre Perseo (20).
Operaciones de Sergio Galba en España (21).
Tercera Guerra Púnica y destrucción de Cartago (22-23).
Prólogo
Cuenta Virgilio que Eneas consolaba a los compañeros que tristemente le quedaban, tras pasar él mismo peligros y naufragios los suyos, con estas palabras: «Quizás en otro tiempo nos agrade incluso [2] recordar estas calamidades» 338 . Esta frase, que fue concebida con gran propiedad en una ocasión, lleva consigo siempre un triple significado por los distintos efectos que produce, a saber: uno, con relación al pasado, cuando éste es considerado tanto más agradable en palabras cuanto más triste se nos transmite en los hechos; otro, con relación al futuro, porque éste es considerado siempre mejor, por cuanto se nos hace más [3] apetecible por hastío del presente; y con relación al propio presente no puede establecerse ninguna comparación justa con desgracias de ninguna otra época, precisamente porque el presente, cualquiera que sea, nos afecta con mayor molestia que el pasado o que el futuro, los cuales, aunque se nos pinten muy exagerados, no [4] existen en ese momento. Es como si alguien, molestado en la noche por pulgas y sin poder por ello dormir, recuerda casualmente otros insomnios que sufrió largo tiempo en otra ocasión a causa de fiebres altísimas; soportará, sin duda, peor la molestia de las pulgas que el recuerdo de otros insomnios. Pero, aunque de acuerdo [5] con el sentido común pueda parecer que esto es así en consonancia con las circunstancias, sin embargo, ¿habrá alguien acaso que diga abiertamente, incluso en medio de la propia molestia, que las pulgas son más peligrosas que las fiebres? ¿O que acepte de peor grado el tener insomnio estando sano que el no haber podido dormir porque está a las puertas de la muerte? Dado que esto [6] es así, yo, a estos nuestros contemporáneos delicados y quejumbrosos, les concedo, en último caso, que consideren excesivamente graves, porque las sufren, estas desgracias con las cuales ahora, porque así conviene, somos advertidos 339 ; sin embargo, no acepto que las consideren también más graves al compararlas con las pasadas. Es lo mismo que si alguien, al levantarse por [7] la mañana de un lecho blandísimo y de una alcoba comodísima ve que la superficie de los lagos está helada por el frío de la noche y que el campo está blanco, y, tomando como base esta inesperada visión, dice: «hoy hace frío»; este hombre me parecería a mí que no debe ser corregido, porque lo ha dicho siguiendo el uso común o bien su propia convicción. Pero si, tembloroso, [8] vuelve a la alcoba y se cubre tapándose aún más en el lecho, diciendo que sin duda hace tanto frío cuanto no hizo en otro tiempo en los Apeninos cuando Aníbal, atrapado y agobiado por la nieve, perdió elefantes, caballos y gran parte de su ejército, entonces yo a este [9] hombre, que se asusta con la misma facilidad que un niño, no sólo no lo soportaría cuando dice estas cosas, sino que lo sacaría del propio lecho, testigo de su vagancia, para llevarlo ante el pueblo y la muchedumbre; y le mostraría, una vez que estuviera fuera, a los niños jugando, disfrutando y sudando en y con el hielo, para [10] que su vana locuacidad, viciosamente alimentada de molicie, aprendiera que no es violencia lo que hay en el tiempo, sino pereza en él; y para que ese mismo charlatán, cuya locuacidad ha de ser valorada en contraste con la realidad, se convenza, no de que las molestias que sus mayores soportaron fueron pequeñas, sino de que es él el que no es capaz de soportar ni siquiera las pequeñas.
[11] Pero todo esto lo probaré con mayor evidencia trayendo a la memoria las propias desgracias de los antepasados comenzando en primer lugar, según el orden de los tiempos, por la guerra de Pirro. La causa y el origen de la misma fueron los siguientes.
De las dos famosísimas batallas que los romanos protagonizaron con el poderosísimo rey Pirro, estimulado por los tarentinos, en las cuales resultaron totalmente vencidos y totalmente vencedores, y de la cruel peste que, al terminar esas batallas, afectó a Roma y a todo su territorio
[1 ] En el año 464 de la fundación de la ciudad, los tarentinos, cuando vieron, mientras estaban en un espectáculo teatral 340 , que la armada romana pasaba casualmen por allí, la atacan hostilmente; apenas cinco naves pudieron librarse mediante la huida; el resto de la armada fue arrastrado hacia el puerto y allí fue totalmente aniquilada; los capitanes de las naves fueron ejecutados, los soldados aptos para la guerra asesinados [2] y los restantes vendidos por dinero. Los legados que fueron inmediatamente después enviados por los romanos a Tarento para quejarse por las injurias recibidas, fueron expulsados por los tarentinos recibiendo injurias aún mayores. Por todo ello estalló una cruel [3] guerra. A los romanos, que calcularon la calidad y cantidad de enemigos que les atacarían, les obligó la necesidad extrema a poner en armas incluso a los proletarios, es decir, a alistar en el ejército a aquellos que estaban siempre sin hacer nada por la ciudad con la única finalidad de suministrar descendientes 341 : y es que es inútil preocuparse por la prole, si no se mira por los peligros presentes.
Así pues, un ejército romano bajo el mando del cónsul [4] Emilio 342 ataca todos los territorios de los tarentinos, asóla todo a fuego y hierro, asalta muchas fortificaciones y venga cruelmente la injuria desacostumbrada que habían recibido. Después, las fuerzas tarentinas, apoyadas [5] ya por muchos destacamentos de pueblos vecinos, se vieron incrementadas sobre todo por Pirro, el cual, a causa de la magnitud de sus fuerzas y de sus proyectos, se atrajo para sí la dirección y representación de la guerra. Efectivamente, con la intención de vengar las [6] injurias hechas a Tarento, por cuanto era una ciudad fundada con espartanos y unida por la sangre a Grecia, trajo todas las fuerzas del Epiro, Tesalia y Macedonia; fue el primero, incluso, que trajo a Italia veinte elefantes, hasta ahora desconocidos por los romanos. Era un enemigo terrible por tierra y por mar, por sus hombres y sus caballos, por sus armas y sus bestias, y, finalmente, por sus fuerzas y sus engaños. El único reparo [7] es que, engañado por ambigua respuesta 343 de aquel falaz oráculo y embustero charlatán de Delfos, al que ellos consideraban como un gran adivino, consiguió lo mismo que otro que no hubiese consultado.
[8] Pues bien, la primera batalla entre el rey Pirro y el cónsul Levino 344 se entabló junto a la ciudad campana de Heraclea y en las proximidades del río Siris 345 ; el día se consumió en un sangriento enfrentamiento, estando todos dispuestos, por uno y otro bando, a morir, sin [9] acordarse de la huida. Pero cuando los romanos vieron a los elefantes introducidos entre las filas que combatían, con su amenazante aspecto, su malsano olor, y su terrible corpulencia, sorprendidos y aterrorizados por el nuevo tipo de combate, se dieron a la fuga, al asustarse [10] sobre todo los propios caballos. Sin embargo, cuando Minucio, el centurión de la primera compañía de hastados de la cuarta legión, cortó con su espada la trompa extendida hacia él de un elefante y obligó al animal, atormentado por el dolor de la herida, a alejarse del combate y a enfurecerse con los suyos, y los soldados de Pirro comenzaron a asustarse y a perturbarse por la loca carrera del elefante, se impuso el final de la batalla, aconsejado también por la llegada de la noche.
[11] La vergonzosa huida de los romanos fue el indicio de que ellos fueron los derrotados: de ellos se dice que cayeron catorce mil ochocientos ochenta soldados de a pie y que fueron capturados mil trescientos diez; en cuanto a soldados de a caballo cayeron doscientos cuarenta y seis y fueron capturados ochocientos dos; se perdieron [12] veintidós estandartes. No se nos ha transmitido, del otro lado, qué cantidad de aliados de Pirro murió, sobre todo porque es costumbre de los historiadores antiguos no reseñar el número de muertos del bando vencedor para que sus pérdidas no manchen la gloria de la [13] victoria; sólo lo recuerdan casualmente cuando los caídos son muy pocos, con el fin de que la escasez de pérdidas aumente la admiración y el miedo hacia su valor; tal, por ejemplo, sucedió con Alejandro Magno con ocasión del primer combate de la guerra pérsica: se dice que sólo le faltaron en su ejército nueve soldados de a pie frente a los casi cuatrocientos mil enemigos muertos. Sin embargo, ...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. INTRODUCCIÓN GENERAL
  5. BIBLIOGRAFÍA
  6. LIBRO I
  7. LIBRO II
  8. LIBRO III
  9. LIBRO IV
  10. Índice