La mente del futuro
eBook - ePub

La mente del futuro

  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La mente del futuro

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La crisis del COVID-19 supone una oportunidad para replantearnos el futuro y tomar decisiones sobre nuestra psicología futura. ¿Encontraremos un punto medio entre individualismo egoísta y el espíritu de rebaño? ¿Aprovecharemos las nuevas herramientas, como Internet, para buscar este equilibrio? Como un druida que atiende a su tribu, el psicólogo Luis Muiño nos ofrece un libro reconfortante y esperanzador. Nos guía para dejar atras el miedo a la incertidumbre, para liberarnos del peso de las expectativas ajenas, para elegir relaciones enriquecedoras, para cuidar nuestra salud con sensatez, para hacer un mejor uso de las redes sociales... Y para adoptar otras muchas actitudes psicológicas indispensables para el nuevo mundo que se abre ante nosotros.Adéntrate en el hábitat del futuro: tu mente.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La mente del futuro de Luis Muiño en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Desarrollo personal y Salud mental y bienestar. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
RBA Libros
Año
2020
ISBN
9788491877585

1

DRUIDAS, BALCONES MUSICALES Y ERIZOS QUE SE JUNTAN (PERO POCO)

¿COMBINAREMOS LIBERTAD INDIVIDUAL CON CARIÑO COLECTIVO?

LA PUGNA ENTRE EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

Siempre me he sentido como un psicólogo de aldea. Desde pequeño quise ser como Panorámix, el druida de Astérix el galo, al que las gentes consultaban cuando les sucedía algo extraño. Sabían que él les aportaría una idea sencilla pero sensata. No buscaban en él ninguna solución espectacular que cambiara la vida de nadie, solamente una pequeña intervención que sirviera para que el día a día de la tribu continuara con tranquilidad.
La sabiduría de Panorámix le permitía encontrar soluciones sutiles, que mantenían el espíritu de grupo sin meterse demasiado en la vida de cada persona individual. Porque en la pequeña e irreductible aldea gala, cada persona tenía sus extravagancias y la diversidad se respetaba. Nadie le preguntaba a Obélix por qué cuidaba a su perro como si fuera un bebé. No se cuestionaba, tampoco, al pescadero por traer el producto en lentos bueyes desde Lutecia aunque su aldea esté junto al mar. Y, por supuesto, ningún lugareño se reía del jefe por su empeño en que lo portaran en un escudo a pesar de los porrazos continuos que le suponía ese método de transporte. Los habitantes de la aldea solo aceptan dejar a un lado sus excentricidades cuando es necesario ponerse de acuerdo por el bien común.
Ese es el tipo de vínculo grupal que mantenemos todos aquellos que —como los antiguos galos— provenimos de la esencia celta. Es una forma poco ortodoxa de relacionarnos con los demás, en la que se asume que cada cual toma sus propias decisiones y los demás solo tienen derecho a intervenir en sus vidas cuando los actos personales afectan al colectivo.
En el ámbito de la antropología es habitual distinguir entre sociedades colectivistas (las que fomentan la pertenencia al grupo como forma de sentirse apreciado) e individualistas (en las que la autonomía es un valor prioritario). Los miembros de las primeras suelen percibir que el grupo les exige una lealtad duradera a cambio de la protección que les ofrece. Por el contrario, los que se han criado en culturas individualistas han aprendido a ser autónomos: son libres pero, a cambio, tienen que asumir las consecuencias de sus actos.
En general, en terapia me resulta fácil saber quién ha mamado de una u otra forma de ver el mundo. Los educados en culturas colectivistas tienden a sentirse más seguros en sus decisiones cuando estas siguen la norma social. Por eso, suelen tener más autoestima incondicional: se sienten bien, aunque fallen de manera puntual. A cambio, se sienten muy culpables cuando lo que les pide el cuerpo es salirse de la norma, porque para ellos es muy difícil decepcionar las expectativas ajenas. Acaban reprimiendo cualquier opción vital que se salga de lo común y son proclives a los trastornos del estado de ánimo causados por el hastío vital o la represión de sentimientos u opciones minoritarias.
Por el contrario, los que se han alimentado de espíritu individualista llevan mucho mejor la tolerancia a la tensión: entienden el conflicto con los demás como parte de la vida. Se sienten mucho menos presionados por el grupo, pero el precio que pagan es el sentimiento de soledad. Son conscientes de que ellos llevan las riendas de su vida: toman las decisiones, pero, a cambio, tienen que apechugar ellos solos con las consecuencias. El estrés por la excesiva responsabilidad, el peso de la continua exigencia y la necesidad de mantener una imagen todopoderosa son el lado oscuro de las mentalidades más egocéntricas.

«KEEP THE STREETS EMPTY FOR ME»

A principios del siglo XXI, se hablaba mucho de la deriva individualista del mundo entero. Muchos psicólogos alertaban de la inflación de ego que se podía notar en todos los países. Desde Ecuador a Sudáfrica, pasando por la India, Italia o Australia, la tendencia al «Yo-Mi-Me-Conmigo» parecía evidente. La psicóloga Jean M. Twenge, en su libro Generation Me,1 retrataba a los jóvenes de esa época como personas arrogantes cuyo egocentrismo los hacía pasar de una infancia de «niños tiranos» que abusan de sus padres a una madurez de ejecutivos narcisistas que causan todos los males de la sociedad.
El fenómeno era obvio, también, según otros analistas.Alguno de ellos era capaz, incluso, de definir los hitos que nos habían llevado hasta aquí. El estadounidense Roy Baumeister hablaba de varios saltos de nivel en este videojuego individualista al que, según él, estábamos jugando. El cristianismo como religión predominante, el Renacimiento y la Reforma protestante que llegaron después, la Ilustración y su forma de ver el mundo, el movimiento romántico y, por último, el impacto del capitalismo fueron, según este ensayista, saltos cualitativos que convirtieron nuestra sociedad en un mundo egocéntrico. Según Baumeister, esos hitos han creado fenómenos que nos han llevado a despegarnos del grupo de manera progresiva. Una de esas variables, por ejemplo, es el autoconocimiento: la práctica general de la confesión, que el cristianismo introdujo en el siglo xiii, inició ese camino que ha terminado en la psicología moderna. Conocerse a uno mismo es esencial en una cultura individualista.
Esos hitos también nos ayudaron a cambiar los criterios mediante los cuales nos definimos: a partir del siglo xvii, la identidad deja de asociarse con el linaje familiar. Hoy en día ya no nos definimos por aquello de «¿Y tú de quién eres?», que se preguntaba en los pueblos. Nuestra identidad es completamente individual: nos definimos a través de las redes sociales o de nuestro prestigio profesional. Hemos pasado del estereotipo local («Es que los de mi pueblo somos...») al branding como estrategia para crear una marca personal.
El resultado final es que estos acontecimientos históricos han cambiado nuestra forma de relacionarnos con la sociedad. La rebeldía romántica acrecentó el individualismo de aquel que se siente en conflicto con el mundo. El capitalismo, por su parte, nos habla de la necesidad de autorrealización privada, un crecimiento personal que no tiene por qué armonizarse con la felicidad social.

BUSCANDO LO MEJOR DE CADA UNO

¿Cómo afectan las dos primeras décadas del siglo XXI —con jalones como el desarrollo de Internet, la crisis económica o la pandemia— a ese análisis? Los partidarios de que nuestra sociedad es cada vez más egoísta creen que estos hitos acentuarán la tendencia. Según ellos, el aislamiento al que nos llevan las nuevas tecnologías y la sospecha del prójimo como posible fuente de contagio acrecentarán el egocentrismo más salvaje. Un meme que se hizo popular durante el coronavirus plasmaba esa inquietud. Era un tuit que decía: «¡Qué ganas tengo de que acabe la cuarentena para seguir enganchado al móvil en otro sitio!».
Pero yo creo que hay otra posibilidad. Podemos aprovechar los acontecimientos de las primeras décadas del siglo XXI para caminar hacia un tipo de mente que trascienda la dicotomía entre individualismo y colectivismo. A los que estamos imbuidos de ese espíritu celta del que hablo siempre nos pareció que esa dicotomía era una falsa elección. No pensamos que haya que elegir entre nosotros y nuestro rebaño. En ese sentido, siempre recuerdo la revelación que me supuso descubrir una drástica frase que Fritz Perls proponía como mantra a sus pacientes: «Yo hago lo mío, y usted hace lo suyo. No estoy en este mundo para adaptarme a sus expectativas.Y usted no está en este mundo para adaptarse a las mías. Usted es usted y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos, será hermoso. De lo contrario, cada uno podrá seguir en paz su propio camino». Acababa de encontrar la plasmación en palabras de ese espíritu personalista, que nos respeta nuestras decisiones individuales pero también nos anima a juntarnos con otras personas si nos resultan nutritivas.
Mi aldea gala es un barrio de Madrid. Se llama Malasaña y es, posiblemente, uno de los lugares más concurridos del mundo. Sus calles están llenas día y noche. Por las mañanas, con una vida de pueblo, poblada de personas que hacen la compra o van y vienen porque trabajan en pequeños comercios. Por las tardes, con la animación de los niños que juegan y gritan como si no hubiera un mañana (y, en efecto, para ellos no lo hay: siempre es hoy). Por las noches, Malasaña se convierte en un centro de ocio bohemio, de cultura estimulante y charlas entre risas.
En mi barrio se produce esa mezcla entre colectivismo e individualismo. Por una parte, hay fenómenos que muchos antropólogos relacionarían con el primer rasgo cultural. Hay, por ejemplo, una crianza casi colectiva de los niños, que suelen estar cuidados y recibir cariño de varios de los padres del barrio. Hay, también, un asociacionismo muy activo. Y el nivel de conocimiento entre vecinos es tal que, igual que en los pueblos, no es raro bajar a la calle a por pan y volver horas después porque uno ha acabado de cañas con un amigo y luego con otro y con otro...
Pero también hay variables relacionadas con el individualismo: la mayoría de los habitantes del barrio somos autónomos y llevamos nuestros negocios de forma completamente privada. Y hay una total libertad en lo que se refiere a asuntos morales, normas de convivencia familiar, comportamiento o formas de vestir. Es muy raro ver que alguien critique la conducta de otro mientras no le afecte en el plano personal. La apertura a la diversidad se da con completa naturalidad.

UN BAÑO GRUPAL PUNTUAL ES BUENO PARA LA MENTE

Me gusta llamar personalismo a esa mezcla que rompe la falsa dicotomía e intenta aunar la libertad que da el individualismo con el cariño social que ofrece el colectivismo. Quiero defender que nuestra psicología puede avanzar hacia un tipo de mente que se siente independiente del grupo, pero que elige asociarse a otras mentes cuando cree que le favorece. Los últimos acontecimientos nos brindan esa oportunidad. De hecho, sentí en mi barrio ese espíritu desde el principio de la pandemia.
En Malasaña aceptamos el confinamiento por protección individual. En general, no tuvimos problemas en recluirnos en nuestros hogares y aprovechar la libertad que nos daba Internet para relacionarnos con personas de todo el mundo buscando afinidades, teletrabajar en nuestros modernos y peculiares oficios y vivir nuestras vidas con total libertad fuera de las miradas ajenas.
Pero a la vez buscamos el cariño del rebaño. La música nos unió. En mi calle salíamos a los balcones a las ocho de la tarde a aplaudir conjuntamente a los sanitarios. Un buen día, un vecino sacó un altavoz y, de manera espontánea, se organizó todos los días una especie de garito formado por balcones en los que la gente bailaba. Yo llegué incluso a cantarle a alguien el «Cumpleaños feliz», una canción que odio de manera especial y que considero el acúfeno social más insidioso de la historia de la humanidad. Pero cómo no unirse a un fenómeno que creció hasta autoorganizarse como ritual colectivo: en otra de las calles del barrio se organizó un día un festival2 con un DJ que coordinaba a un vecino que tocaba clásicos del jazz, a otros que interpretaban música del siglo xvii con instrumentos originales, a alguien que se arrancaba con «La llorona» y a los demás que bailaban disfrazados. En el tipo de cultura personalista que tenemos la oportunidad de crear, la música puede ser una de las formas de sentimiento colectivo. Nos une, pero...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Portadilla
  4. Prólogos por Mónica González y Molo Cebrián
  5. 1. DRUIDAS, BALCONES MUSICALES Y ERIZOS QUE SE JUNTAN (PERO POCO)
  6. 2. TERMÓMETROS, FRIKIS ORGULLOSOS DE SERLO Y UN BARÓN RAMPANTE
  7. 3. CABAÑAS LLENAS DE HIKIKOMORIS, VAMPIROS TÓXICOS Y GRUPOS INTELIGENTES...
  8. 4. FOLLAMIGOS, PUENTES INESTABLES Y PREGUNTAS QUE DESCOLOCAN
  9. 5. BURBUJAS PERSONALES, HATERS Y PERSONAS QUE SON MEJORES QUE YO MISMO
  10. 6. PECES DESMEMORIADOS, POLÍTICOS MENTIROSOS Y FANTASMAS
  11. 7. HÁMSTERES, EL ESCONDITE INGLÉS Y UN SAXOFONISTA
  12. 8. SIESTAS, VIDEOJUEGOS COMPLICADOS Y PLACERES SENCILLOS
  13. 9. MÁQUINAS QUE MANDAN, VICIOSOS Y PSEUDORRELACIONES
  14. 10. CEBRAS, TAXIS Y AGUJEROS NEGROS
  15. 11. CISNES QUE NO SON TAN NEGROS, ENFERMEDADES METAFÓRICAS Y UN BOXEADOR LUCHADOR
  16. 12. CUÑADOS, UN TERRORISTA ACCIDENTAL Y UN ESPEJO NEGRO
  17. 13. PERROS ALQUILADOS, TROLES Y MICROGESTOS COPIADOS
  18. 14. VENTANAS, CARRILES CONTRARIOS Y VACAS VACUNADAS
  19. 15. VOLCANES, DRUIDAS QUE NO ESCRIBEN PERO SÍ, Y SEGUNDAS VIDAS
  20. Lista de canciones
  21. Notas