España, una nueva historia
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España, una nueva historia

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España, una nueva historia

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José Enrique Ruiz-Domènec construye un gran relato sobre los momentos cruciales y las figuras fundamentales de la historia de España. Se trata de un libro vertebrado por una serie de estudios, imaginativos e iluminadores, y al tiempo rigurosos, sobre la romanización, el perfil del pueblo visigodo, los avatares de la formación del modelo político de los Omeyas, la creación de los reinos cristianos en la Edad Media, el ritmo de transformaciones que condujeron al estado dinástico de los Reyes Católicos, las alegrías y los sinsabores del Siglo de Oro, los sueños del reformismo ilustrado, la revelación del sentimiento patriótico en el curso de la Guerra de Sucesión y de la Guerra de la Independencia, la falta de vertebración de los proyectos políticos del siglo xix, incluido el de la Restauración, el laberinto del siglo XX con su trágico resultado de la Guerra Civil, la recuperación del pulso de la historia en la transición y los proyectos de futuro.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2017
ISBN
9788490569009
Categoría
Historia

EDAD MEDIA

(711-1492)

Par les livres que nos avons
Les geiz des anciiens savons
Et del siecle qui fu jades
Ce nos on nostre livres apris
Que Grece ot de chevalerie
Le premier los et de clergie
Puis vint chevalerie a Rome
Et de la clergie la some,
Qui or est an France venue
Deus doint qu’ele i sois renetue...
(Por los libros que tenemos / conocemos las hazañas de los antiguos / y conocemos los siglos que fueron. / Nuestros libros nos han enseñado / que Grecia fue en caballería / la primera y también en clerecía. / Luego la caballería pasó a Roma / y del saber da la suma, / llegó finalmente a Francia. / Dios quiera que aquí se conserve...)
CHRÉTIEN DE TROYES

5

711, LA FECHA Y LOS HECHOS:

LA INVASIÓN ÁRABE-BEREBER Y GUADALETE

Vuestro mando, según digo
llamemos a Dios loado
por juntar lo derramado
que perdió el rey don Rodrigo.
Y a vosotros, subcesores
destos reinos herederos
llamémoslos juntadotes
con nonbre de emperadores
sin que España se perdiera
por el conde don Julián.
ANTÓN DE MONTORO, Cancionero
El año 711 es una fecha importante en la historia de España; también un hito en la memoria social. ¿Hasta qué punto compartimos a comienzos del siglo XXI el sentir tradicional sobre la invasión árabe-bereber de 711 y sus efectos en la historia de España? Como es natural, hoy se conocen mucho mejor los detalles de aquellos siete días, del 19 al 26 de julio, en los que se decidió el futuro del reino visigodo. Aun así, todavía me sorprende las cosas que se suelen decir sobre este hecho relacionándolo con la situación internacional creada tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001 y lo rápido que dejamos de lado la capacidad crítica gracias a ese afán irrefrenable de la comparación de épocas y situaciones que nada tienen que ver entre sí. Los buenos y sólidos maestros que analizaron las crónicas que de algún modo se hicieron eco de la invasión contenían toda la prudencia y circunspección de un hecho con muy pocas huellas en el terreno y escasa presencia en los documentos de archivo; a pesar de su maestría técnica e intelectual, a la que pocos se resisten en el caso de Evariste Lévi-Provençal por ejemplo, existían puntos oscuros que fueron tema de una aproximación literaria. En 1970, el novelista Juan Goytisolo publicaba Reivindicación del Conde Don Julián, donde seguía instintivamente la figura de este personaje, que durante siglos recibió el calificativo de traidor. Precisamente por entonces los arabistas buscaban pruebas de su existencia más allá de los relatos cronísticos, y comenzaban a revisar a fondo el 711. El asunto se animó con la aparición de la versión española del libro de Ignacio Olagüe Les Arabes n’ont jamais envahi l’Espagne (1969), con el título La revolución islámica en Occidente (1974), donde se cuestionaba resueltamente el mismo concepto de invasión (por cierto que en 2004 se reeditó la obra en Córdoba por la editorial Plurabelle a cargo del gobierno de Andalucía). Esta propuesta favoreció el interés por la figura de don Julián y la leyenda a él adscrita. En efecto, de entre todos los protagonistas del 711, quizás ninguno vivió de un modo más enigmático e invisible para la posteridad que don Julián, ya que la suya fue una actitud revestida del aire de los perdedores; y por ese motivo, en cierto modo, se puede decir que el enigma afecta a su propia identidad: aún se discute si fue un conde godo, un funcionario bizantino o un jefe bereber. Puesto que la leyenda recubrió la realidad histórica, la curiosidad sobre sus actos salpicaba más su nombre que sus ideas políticas. ¿Por qué hizo lo que hizo? Don Julián ha sido desde siempre el ejemplo perfecto del traidor, es decir, del individuo que por motivos personales entra en connivencia con el enemigo. Para un alma inmensamente sensible como, al parecer, era la suya, el estupro de su hija por don Rodrigo fue motivo suficiente para la venganza, al tener que elegir entre el honor familiar mancillado y el destino de su patria, mucho más que su afinidad con la familia de Vitiza, cuyos herederos se mostraron abiertamente favorables a la ayuda de las tropas bereberes en su querella con el último rey godo. También resulta enigmático saber de dónde era señor o gobernador. Ceuta ha sido la ciudad más veces citada, aunque recientemente se propone Cádiz, de modo que el topónimo árabe al-Chazira al-Jadra se considera una arabización de la isla de Gadeira, es decir, la isla de Cádiz, más que una referencia a Algeciras. Las crónicas y los cancioneros dan vueltas sobre el personaje y su acción. Hoy, sin embargo, nos tomamos la invasión árabe-bereber del 711 de otra manera, convencidos de que realmente se produjo, o como reza el capítulo de un libro de Pierre Guichard «los árabes sí que invadieron Hispania», aunque los cronistas sean poco fidedignos en detalles y cronología.
El hecho del 711 se encuentra apresado en dos posturas opuestas pero curiosamente similares. La primera postura, muy familiar a los lectores habituales de libros de historia, es la autosatisfecha idea de que España era el único rincón del globo en el que el islam perdió una guerra secular, una guerra calificada intencionadamente de Reconquista, y que duró ocho siglos, justamente hasta la toma de Granada por los Reyes Católicos; idea que no tenía en cuenta ni Sicilia, ni los Balcanes, ni los territorios del mar Negro. En esa línea, el hecho del 711 se convertía en motivo para extraer una determinada lección política: basta con señalar el carácter singular de esta invasión y de la guerra que siguió para indicar que la Reconquista forjó el carácter «español», lejos de los enervantes refinamientos del lujo, preocupado tan solo de lo necesario para la vida, sin pompas, y a menudo, sin privilegios, dando lugar a un placentero sentido de la igualdad y de la vida de frontera. La segunda postura es la creencia de que el hecho del 711 produjo una sociedad de tres religiones, tres culturas (e incluso tres razas), en cuyo crisol se forjó el carácter español, a contratiempo, dando lugar a la figura del guerrero de la frontera, luego del hidalgo y el conquistador, el bandolero y el guerrillero; iconos todos ellos de una habilidad ilimitada para la expansión y la conquista, o la vida lejos del trabajo, que culminaría con el pícaro entre los pobres y el don Juan entre los ricos. Hasta hace poco limitada al mundo académico, esta ilusión de las tres culturas se ha convertido también en un alegato político en los últimos años, como apunta Rosa María Rodríguez Magda. La semejanza consiste en la incapacidad de las dos posturas para aprehender el pasado tal como fue, y en una interdependencia simbiótica, puesto que la arrogancia de la primera presta credibilidad a los argumentos de la segunda.
La conclusión no puede ser más deprimente. El hecho del 711 corre el riesgo de convertirse en un palacio de cristal. El problema de una representación lapidaria de la invasión árabe-bereber no es la descripción sino el mensaje que deja atrás cualquier estudio, esto es, el único modo de avanzar hacia el futuro consiste en cuestionar el tono afligido ante la derrota de don Rodrigo y las circunstancias que la acompañaron, incluida la supuesta traición del conde don Julián. Pero esa aproximación cada vez más oficial, por bien intencionada que sea, no mejora nuestra apreciación y nuestra conciencia del hecho y la circunstancia del 711. Solo es un sucedáneo. En lugar de encontrar un relato que englobe todos los detalles, se promueve un museo imaginario, donde se reúnen fragmentos diversos. El hecho como tal ya no tiene una forma narrativa propia; cobra significado solo por referencia a nuestras presentes y con frecuencia conflictivas maneras de ver el pasado de España. Esta actitud provoca una extraña sensación entre la gente hoy en día, ya que gran parte de lo que durante décadas, incluso siglos, parecía familiar y permanente está quedando relegado con enorme rapidez en el olvido. Entonces ¿qué es lo que podemos llegar a perder por mirar el hecho del 711 sin atender a sus múltiples contornos? Por curioso que pueda parecer, el propio significado de esa historia.

EFECTOS DE UNA INVASIÓN

El 19 de julio de 711 un ejército de árabes y de bereberes atravesó el Estrecho a la altura de Tarifa y derrotó tras una semana de combates al rey visigodo Rodrigo en los arenales del río Guadalete, aunque el lugar exacto es aún sujeto de debate. 711 es por tanto el umbral de una nueva época y de un debate político. ¿Comenzó en ese año el largo y tortuoso conflicto entre el islam y la cristiandad con escenario en la península Ibérica? Hay quienes creen que sí, y que además en ese suceso está la clave de la situación actual. Se puede matizar, y es posible proponer alternativas acordes con lo que en realidad sabemos, que sin embargo no es mucho, de la «invasión árabe».
En una de sus agudas observaciones sobre la historia universal, el monje Beda el Venerable, que falleció en el monasterio de Jarrow el 731, definía la expansión islámica en el último tercio del siglo VII como un hecho «detestable y hostil a todos». Beda se da cuenta de lo inútiles que han sido hasta ese momento los escudos para impedir «su dominación de la mayor parte de Asia y también hasta una parte de Europa» y sentencia que no hay reyes con valentía suficiente para hacerles frente. La derrota de Rodrigo desencantó al microcosmos cristiano; y en vez de una animosa respuesta de la población, se impuso la desidia. Sin apenas resistencia, capitularon Sevilla, Córdoba, Toledo, así como un millar de villae y de aldeas, entre muestras de júbilo de los esclavos y los siervos que ingenuamente creyeron en su pronta liberación. Después de las conquistas de Zaragoza, Barcelona y Narbona, los francos y los sajones comprendieron al fin que el peligro era real y no se limitaba al Regnum visigodo. Eso debieron pensar quienes aconsejaron por ejemplo a una dama de Britania que no viajara al Mediterráneo, posiblemente con destino a Jerusalén, hasta que «los ataques y las amenazas de los sarracenos remitiesen de la tierra de los romanos».
La situación es desesperada, escribió Arnulfo en su obra De locis sanctis, una especie de guía de peregrinación de la época, abriendo las puertas de la cristiandad latina al problema islámico. El 692, el califa ‘Abd al-Malik comenzó la construcción de la cúpula de la Roca sobre un solar perteneciente al templo judío de Jerusalén. Era una explícita declaración de que tenían el propósito de quedarse allí para siempre (de hecho ha sido así), que esa ciudad sagrada para los judíos y los cristianos también lo era, y con sobrados motivos, para los musulmanes. La nueva cúpula compite con la vieja cúpula del Santo Sepulcro erigida por el emperador Constantino, a instancias de su madre santa Helena y de otras mujeres piadosas de la región. En el interior, una inscripción árabe con un texto del Corán expone con claridad a los peregrinos musulmanes el juicio de Alá sobre el cristianismo. Ese gesto era al mismo tiempo el final de un proceso comenzado el mismo día de la Hégira (622), cuando el Profeta llamó a los fieles a propagar el islam en todo el mundo, y el comienzo de un imperio de matriz árabe sobre las cenizas del Imperio persa sasánida, otrora el rival del Imperio romano en Oriente Próximo. De todos los rincones del mundo conocido llegaban noticias de la rápida sumisión a la nueva religión. Con el paso de los años, la voz del muecín sobre el minarete, un elemento arquitectónico que se convertirá en uno de los mayores iconos del mundo musulmán, comienza a escucharse en las ciudades sirias, armenias, persas o griegas; también en Tunicia y el Magreb y, finalmente, en las ciudades hispanas. Ante la ruina de la civilización visigoda la historia se transforma en escatología.

EL HOMBRE DE LA ROCA

Târiq ibn Ziyâd es bereber. Un africano recién convertido al islam, al servicio del gobernador árabe Musa ibn Nusayr, en cuyo nombre pone pie cerca de la roca que hoy llamamos en su nombre Gibraltar, vale decir, Roca de Târiq. Fue el responsable directo de la conquista del reino visigodo. Las diferencias con su jefe contienen algunas de las observaciones más lúcidas sobre el significado de la presencia árabe en España en el decisivo 711; pero, de momento, quiero recordar que la sucesión de campañas realizadas por Târiq tras su victoria en el Guadalete van más allá de una mera aplicación del jihâd promovido por el Profeta como medio de extender el islam. Que el rudo bereber frío, en busca de una tierra prometida, logre en pocos meses la ocupación del reino visigodo es un misterio. Ignacio Olagüe ha sentenciado memorablemente que «los árabes no invadieron la Península», y que ese honor debe concederse a una confusión de la gente que aceptó a los musulmanes pensando que eran monofisitas, a quienes respetaban desde los viejos tiempos del arrianismo de los primeros visigodos.
Con todo, esa no es la forma de abordar la cuestión. Los bereberes de Târiq llegaron a la península Ibérica (hay pocas dudas al respecto), luego le siguieron tropas regulares al mando de Musa y finalmente, aunque en fecha tardía (hacia el año 740), un ejército sirio con sus emblemas y organización social. Olagüe tiene razón al señalar que los detalles de esa conquista proceden de crónicas tardías, cristianas y árabes, con una clara intención propagandística, repletas en la mayoría de los casos de leyendas difíciles de aceptar como la traición de don Julián, el gobernador visigodo de Ceuta, ofendido por el estupro causado por el rey Rodrigo a su hija; la del tesoro de Salomón escondido en una casa de Toledo; o la no menos fantasiosa de los juristas mâlikíes de Egipto propensos a interpretar los hechos como señales de Alá; o la de los cronistas áulicos árabes cuya intención era halagar a las dinastías gobernantes, fueran las que fueran. A pesar del interés que nos puedan suscitar las crónicas como expresión de un estado de ánimo en la vida política de dos civilizaciones enfrentadas entre sí, no podemos olvidar que esas fuentes tienden a la invención.
La sociedad española actual merece un relato acorde con lo que probablemente ocurrió en los primeros años posteriores a 711, porque una narración de los hechos ajustada a la realidad de la época forma parte del derecho a comprender aquel pasado y sus efectos en la conciencia política y social durante siglos. Una vez más Olagüe no se achica ante las evidencias aportadas por la arqueología, una ocupación del suelo y el reparto de propiedades por parte de los invasores con el beneplácito, más o menos pasivo, de la población hispana, si bien tiene argumentos para explicarlo sin recurrir a la presencia de tropas árabes. Sin embargo, el espíritu de la guerra está presente en la aplicación de las leyes sobre la propiedad agraria y el ganado; incluso cuando se habla de coexistencia entre vencedores y vencidos se hace sobre la base de una aceptación sin fisuras de las leyes islámicas, dramatizando la situación extrema de los que no estaban dispuestos a aceptar de buen grado esa imposición. Eso debió ocurrir en la población de El Bovalar, cerca de Serós, en la ribera del Segre, cuyos restos arqueológicos denotan una destrucción violenta a comienzos del siglo VIII. Târiq pertenece a una generación de bereberes que, para evitar el recelo de los gobernadores árabes, se convirtieron en fervorosos islamistas. Después, las crónicas transformaron los pactos con los obispos y aristócratas visigodos seguidores de Agila II en el modo habitual de la instalación del islam en el antiguo reino de los visigodos. ¿Por qué tanta desidia? Este es uno de los enigmas de la historia de España, difícil de resolver y que aún requiere no solo de nuevas investigaciones de campo sino de atinadas lecturas de los escasos textos conservados sobre la invasión árabe.

6

UNA TIERRA, DOS PUEBLOS, DOS HISTORIAS

(711-985)

El riesgo que corremos es conferir el peso decisivo a las metáforas y no a la tierra. En este sentido, investigar las complejidades de un paisaje distante provoca reflexiones sobre el propio paisaje interior y sobre los paisajes familiares que llevamos en la memoria. La tierra nos obliga a intentar comprender qué somos nosotros mismos.
BARRY LÓPEZ
¿Acaso muchos de nosotros no experimentamos la imperiosa necesidad de examinar desde otro punto de vista la vida española durante los siglos VIII, IX y X? ¿No es acaso prioritario en el día de hoy el estudio de la especificidad cultural y la herencia étnica mucho más que el de la conciencia nacional que, desde el período de la Restauración hasta el último tercio del siglo XX, inspiraron las principales investigaciones y marcaron a los líderes creadores de opinión? En un nivel básico, este cambio resulta revelador en el uso del término al-Andalus en lugar de España musulmana, aunque solo sea porque los análisis comienzan con la casa, la familia y el parentesco para después avanzar hacia las redes sociales, la organización del regadío, la fiscalidad, la cultura del poder, el arte y la literatura.
Si busco ahora una fórmula rápida para definir el perfil de la península Ibérica en estos tres siglos creo que la más concisa sería decir que fue la edad de la formación. Todo en la España actual, más que milenaria en este sentido, parece asentarse sobre el fundamento de lo que en esos siglos se hizo, y la propia definición territorial parece sur...

Índice

  1. PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN
  2. INTRODUCCIÓN
  3. EL MUNDO CLÁSICO (211 A. C.-711 D. C.)
  4. EDAD MEDIA (711-1492)
  5. EDAD MODERNA (1492-1808)
  6. EDAD CONTEMPORÁNEA (1808-1948)
  7. ÉPOCA ACTUAL (1948-2017)
  8. EPÍLOGO
  9. LECTURAS RECOMENDADAS