Un capitán de quince años
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Un capitán de quince años

  1. 400 páginas
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Un capitán de quince años

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Índice
Citas

Información del libro

Durante su larga travesía hacia América, el bergantín Pilgrim pierde a toda su tripulación en un desgraciado accidente. De entre los pasajeros que quedan a bordo, el joven Dick Sand es el único que puede asumir el mando del barco. Sin experiencia y sin marinos competentes a su alrededor, el viaje para Dick y el resto de los pasajeros se convertirá en una auténtica odisea llena de peligros.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2018
ISBN
9788491871750
Categoría
Literature
Categoría
Classics

V

S. V.

Entre tanto, el Pilgrim había vuelto a emprender su ruta tratando de ganar lo más pronto posible el este. Esta incómoda persistencia de las calmas no dejaba de dar cuidado al capitán Hull, no porque le inquietara una semana o dos de retraso en una travesía desde Nueva Zelanda a Valparaíso, sino a causa del aumento de fatiga que este retraso podría causar a su pasajera.
Sin embargo, la señora Weldon no se quejaba, antes al contrario, tomaba filosóficamente su mal con paciencia.
La misma tarde del 2 de febrero perdieron de vista el casco.
El capitán Hull se ocupó en primer lugar de instalar todo lo convenientemente posible a Tom y sus compañeros. El sitio de la tripulación del Pilgrim, dispuesto sobre cubierta en forma de camareta, era muy pequeño para contenerlos. Se arregló de manera que pudieran alojarse bajo el castillo de proa. Por lo demás, estas pobres gentes, acostumbradas al rudo trabajo, no podían ser muy difíciles de contentar, y con tan buen tiempo caluroso y saludable, este alojamiento debía bastarles durante toda la travesía.
La vida de a bordo, sacada por un instante de su monotonía ordinaria por este incidente, recobró pronto su curso.
Tom, Austin, Bat, Acteón y Hércules, habrían querido ser útiles a bordo, pero como los vientos eran constantes, una vez arregladas las velas no había nada que hacer. Sin embargo, cuando se trataba de una virada de bordo, el viejo negro y sus compañeros se apresuraban a ayudar a la tripulación, y hay que confesar que cuando el colosal Hércules echaba mano a una maniobra se conocía enseguida. Este vigoroso negro, de seis pies de altura, valía él solo tanto como un aparejo.
Era un gozo para Jack mirar a ese gigante. No le tenía miedo, y cuando Hércules le hacía saltar en sus brazos como si fuera un muñeco de corcho, daba grandes gritos de alegría.
—Levántame muy alto —decía Jack.
—Ya lo ve, señor Jack —respondía Hércules.
—¿Es que peso mucho?
—Ni lo siento siquiera.
Este vigoroso negro valía él solo tanto como un aparejo.
—Pues bien, entonces súbeme más alto aún, todo lo que puedas estirar los brazos.
Y Hércules, cogiendo con su ancha mano los dos pies del niño, lo paseaba como hacen los gimnastas en el circo. Jack se vía grande, grande, y esto le alegraba mucho; trataba de hacerse el pesado, pero el coloso no lo conocía siquiera.
Dick Sand y Hércules fueron los dos amigos del pequeño Jack, y no tardó en tener un tercero.
Este tercer amigo fue Dingo.
—Levántame muy alto —decía Jack.
Ya hemos dicho que Dingo era un perro poco sociable. Esto debía ser indudablemente porque la sociedad del Waldeck no le conviniera; pero a bordo del Pilgrim ya fue otra cosa. Jack probablemente supo tocar al corazón del hermoso animal. Éste en breve se aficionó a jugar con el niño, a quien el juego le agradaba, y pronto se conoció que Dingo era uno de esos perros que tienen una predilección particular por los niños. Por otra parte, Jack no le hacía daño. Su mayor placer era transformar a Dingo en rápido corcel, y la verdad es que un caballo de esta especie es muy superior a un cuadrúpedo de cartón aun cuando tenga ruedas en las patas. Jack galopaba por consiguiente sobre el perro, que lo hacía con gusto, y Jack no le pesaba ni la mitad de lo que pesa un jockey a un caballo de carrera.
Pronto Dingo llegó a ser el favorito de toda la tripulación, a excepción de Negoro, que continuó evitando encontrarse con el animal, cuya antipatía hacia él continuaba siendo tan viva como inexplicable.
Sin embargo, Jack no olvidaba por Dingo a su amigo Dick Sand, y todo el tiempo que el servicio de a bordo no reclamaba al grumete lo pasaba con el niño.
Por supuesto que la señora Weldon veía siempre con la mayor satisfacción esta intimidad.
Un día, el 6 de febrero, habló de Dick Sand con el capitán Hull, y éste la hizo el mayor elogio del joven grumete.
—Ese muchacho —dijo a la señora Weldon— llegará un día a ser un marino; yo lo garantizo. Tiene un verdadero instinto de la mar y con este instinto suple lo que ignora aún forzosamente de las cosas teóricas del oficio. Lo que ya sabe es admirable, sobre todo cuando se piensa en el poco tiempo que ha tenido para aprenderlo.
—Hay que añadir —respondió la señora Weldon—, que es un excelente sujeto, un muchacho seguro muy superior a su edad y desde que le conocemos no ha merecido jamás ni una sola reconvención.
—Sí —respondió el capitán—, es un buen muchacho, justamente apreciado y querido por todos.
—Terminada esta campaña —dijo la señora Weldon—, sé que mi marido tiene intención de hacerle estudiar un curso de hidrografía para que pronto pueda obtener un nombramiento de capitán.
—Y el señor Weldon tiene razón —respondió el capitán Hull—. Dick Sand hará un día honor a la marina americana.
—Este pobre huérfano empezó dolorosamente su vida —observó la señora Weldon—; ha tenido una escuela muy dura.
—Sin duda, señora Weldon; pero no han sido en vano las lecciones. Ha comprendido que hay que hacer algo en este mundo y está en buen camino.
—Sí, el camino del deber.
—Mírele ahora, señora Weldon —replicó el capitán Hull—. Está al timón con la vista fija en la mesana. No se distrae ni un momento de los movimientos del buque. Dick Sand tiene ya la seguridad de un viejo timonel. ¡Buen principio para un marino! Nuestro oficio, señora Weldon, es de los que necesitan comenzarse desde niño. El que no ha sido grumete, nunca llegará a ser un marino completo, al menos en la marina mercante. Es necesario que todo se convierta en lección y por tanto que sea todo al mismo tiempo instintivo y razonado en el hombre de mar, lo mismo la resolución que hay que tomar, que la maniobra que haya que ejecutar.
—Sin embargo, capitán Hull —respondió la señora Weldon—, no faltan buenos oficiales en la marina de guerra.
—No —respondió el capitán Hull—, pero, a mi parecer, los mejores han comenzado casi todos la carrera desde niños, y sin hablar de Nelson y algunos otros, los peores no son los que han empezado como grumetes.
En este momento se vio surgir por la chupeta de popa al primo Benedicto siempre absorto y tan fuera de este mundo como estará el profeta Elías cuando vuelva a la tierra.
El primo Benedicto se puso a pasear por la cubierta como un alma en pena, escudriñando con la vista los intersticios de los parapetos, huroneando bajo los gallineros, pasando su mano por entre las junturas de las tablas de la cubierta en los sitios en que la brea estaba desconchada.
—Eh, primo Benedicto —preguntó la señora Weldon—, ¿continúas pasándolo bien?
—Sí... prima Weldon... Lo paso bien sin duda, pero deseo llegar a tierra.
—¿Qué busca ahí bajo ese banco, señor Benedicto? —preguntó el capitán Hull.
—Insectos, señor —respondió el primo Benedicto—; ¿qué queréis que busque sino insectos?
—¡Insectos! No será en la mar donde enriquecerá su colección.
—¿Y por qué, señor? No es imposible encontrar a bordo alguna muestra de...
—Primo Benedicto —dijo la señora Weldon—, reniega del capitán Hull. Su barco está tan limpio que no encontrará nada que cazar.
El capitán Hull se echó a reír.
—La señora Weldon exagera —repuso—. Sin embargo, señor Benedicto, yo creo que perderá el tiempo registrando nuestros camarotes.
—Ah, lo sé perfectamente —dijo el primo Benedicto alzando los hombros—, por más que he hecho...
—Pero en la bodega del Pilgrim —replicó el capitán Hull— acaso encontrará algunas cucarachas ejemplares, por lo demás, poco interesantes.
—Poco interesantes son los ortópteros nocturnos que han incurrido en las maldiciones de Virgilio y de Horacio —respondió el primo Benedicto enderezándose—. Poco interesantes los parientes próximos del periplaneta orientalis y del kakerlac americano que habitan...
—Que infestan... —dijo el capitán Hull.
—Que reinan a bordo... —replicó orgullosamente el primo Benedicto.
—Hermoso reinado...
—¿No es usted entomólogo?
—No lo soy nunca, a costa mía.
—Vamos, primo Benedicto —dijo la señora Weldon sonriendo—, no desee que seamos devorados por amor a la ciencia.
—No deseo nada, prima Weldon —respondió el fogoso entomólogo—, sino poder añadir a mi colección algún raro ejemplar que le haga honor.
—¿No estás satisfecho con las conquistas que has hecho en Nueva Holanda?
—Verdaderamente que sí, prima Weldon. He tenido la suerte de adquirir uno de esos nuevos estafilinos que hasta ahora no se habían encontrado sino a algunos cientos de millas más lejos, en Nueva Caledonia.
En este momento, Dingo, que jugaba con Jack, se aproximó saltando al primo Benedicto.
—Largo, largo —dijo éste rechazando al animal.
—¡Amar a las cucarachas y detestar a los perros! —dijo el capitán Hull—. ¡Oh, señor Benedicto!
—Y a éste que es tan bueno —dijo Jack cogiendo con sus manecitas la enorme cabeza de Dingo.
—Sí... no digo que no... —replicó el primo Benedicto—, pero ¿qué queréis? Este diablo de animal no ha realizado las esperanzas que su hallazgo me había hecho concebir.
—¡Gran Dios! —exclamó la señora Weldon—, ¿esperabas poderle clasificar en el orden de los dípteros o de los himenópteros?
—No —respondió gravement...

Índice

  1. PRIMERA PARTE. I EL BERGANTÍN GOLETA PILGRIM
  2. II. DICK SAND
  3. III. EL OBJETO PERDIDO
  4. IV. LOS SUPERVIVIENTES DEL WALDECK
  5. V. S. V.
  6. VI. UNA BALLENA A LA VISTA
  7. VII. PREPARATIVOS
  8. VIII. LA YUBARTA
  9. IX. EL CAPITÁN DICK SAND
  10. X. LOS CUATRO DÍAS SIGUIENTES
  11. XI. TEMPESTAD
  12. XII. EN EL HORIZONTE
  13. XIII. ¡TIERRA! ¡TIERRA!
  14. XIV. LO QUE CONVIENE HACER
  15. XV. HARRIS
  16. XVI. LA MARCHA
  17. XVII. CIEN MILLAS EN DIEZ DÍAS
  18. XVIII. LA TERRIBLE PALABRA
  19. SEGUNDA PARTE. I. LA TRATA
  20. II. HARRIS Y NEGORO
  21. III. EN MARCHA
  22. IV. LOS MALOS CAMINOS DE ANGOLA
  23. V. LECCIÓN SOBRE LAS HORMIGAS EN UN HORMIGUERO
  24. VI. LA ESCAFANDRA
  25. VII. UN CAMPAMENTO A ORILLAS DEL COANZA
  26. VIII. NOTAS DE DICK SAND
  27. IX. KAZONDE
  28. X. UN DÍA DE GRAN MERCADO
  29. XI. UN PONCHE OFRECIDO AL REY DE KAZONDE
  30. XII. UN ENTIERRO REAL
  31. XIII. EL INTERIOR DE UNA FACTORÍA
  32. XIV. ALGUNAS NOTICIAS ACERCA DEL DOCTOR LIVINGSTONE
  33. XV. HASTA DÓNDE PUEDE CONDUCIR UNA MANTÍCORA
  34. XVI. UN MGANGA
  35. XVII. A LA DERIVA
  36. XVIII. DIVERSOS INCIDENTES
  37. XIX. S. V.
  38. XXXVIII. CONCLUSIÓN
  39. NOTAS