Los primeros pobladores de Europa
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En la ciudad caucasiana de Dmanisi un grupo de paleontólogos, entre los que se encontraban los autores, halló los restos fósiles de homínidos de casi 1, 8 millones de antigüedad. Estos ejemplares se clasificaron como Homo georgicus, y posiblemente son la especie «puente» entre el Homo habilis y el Homo erectus.Este hallazgo es de una importancia decisiva porque abre nuevas vías de investigación sobre el debate en torno a la primera colonización humana de Europa y contribuye al desarrollo del estudio de la evolución de nuestros antepasados: en el año 2004, la última mandíbula encontrada en el yacimiento pertenecía a un «anciano» que había perdido los dientes y al cual debieron de alimentar los miembros de su familia o de su comunidad.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2014
ISBN
9788490563175
Categoría
History
Categoría
World History

1

OSCUROS ORÍGENES
Nuestro relato comienza muchos millones de años atrás. El planeta acababa de atravesar una de las peores crisis de su historia. Hace 65 millones de años, un bólido de unos 10 km de diámetro impactó en aguas cercanas a lo que hoy es la península de Yucatán, en México, creando un cráter de más de 150 km de diámetro e inyectando en la atmósfera una nube letal de polvo y cenizas. Como consecuencia, cerca del 70 % de las especies vivientes se extinguieron sin remisión. En los océanos, numerosos microorganismos planctónicos (foraminíferos, algas microscópicas...), moluscos (diversos bivalvos y cefalópodos extintos como los ammonites y los belemnites), así como una variada fauna de reptiles marinos (plesiosaurios, ictiosaurios y grandes lagartos marinos de la familia de los mosasaurios) llegaron súbitamente a su fin. En tierra firme, los ecosistemas terrestres se vieron sacudidos por la extinción de los últimos dinosaurios, en su mayoría enormes vegetarianos comedores de hojas como el ceratopsio Triceratops, los hadrosaurios Anatosaurus y Edmontosaurus o los titanosaurios Saltasaurus e Hypselosaurus, pero también sus depredadores asociados, los «pequeños» Dromaeosaurus y Velociraptor o el enorme Tyrannosaurus. Ningún animal terrestre de más de 25 kg sobrevivió a la crisis que asoló la Tierra hace algo más de 65 millones de años. Por el contrario, otros vertebrados que habían iniciado su andadura millones de años antes atravesaron esta terrible prueba sin grandes pérdidas. Éste fue el caso, por ejemplo, de ranas, salamandras, tortugas y cocodrilos. Junto a estos supervivientes se encontraban también diversos grupos de mamíferos placentarios, es decir, mamíferos que, como nosotros, estaban dotados de una placenta que permitía la gestación de las crías inmaduras en el seguro resguardo de la madre, a diferencia de otros vertebrados terrestres, como los reptiles, las aves o los mamíferos monotremas, en los cuales las crías se desarrollan a la intemperie en el interior de un huevo.
LOS PLESIADAPIFORMES
Una imagen muy extendida de la crisis de finales de la Era Mesozoica tiende a presentar a los mamíferos como un grupo que sólo empezó a diversificarse y a tener algún éxito «apreciable» a partir de la extinción de los dinosaurios. Pero esta imagen forzada por la dinomanía no se ajusta exactamente a la realidad. Antes de la extinción de los dinosaurios, diversos grupos de mamíferos habían iniciado ya su diversificación, sobrepasando el humilde estadio de «musaraña» que en general se atribuye a los representantes de este grupo en el Mesozoico. Entre ellos se encontraban los primeros ungulados (es decir, los primeros antepasados de todos los grandes herbívoros actuales) y, curiosamente, las primeras formas próximas a nuestro propio orden, los primates. Todos ellos lograron superar la gran crisis de hace 65 millones de años sin pérdidas apreciables, aunque no procede cantar victoria tan rápido. Así, algunos grupos de mamíferos, y más concretamente nuestros parientes marsupiales, estuvieron a punto de extinguirse sin remisión: un único género sobrevivió a la catástrofe, siendo el padre común de formas como los actuales koalas, canguros, zarigüeyas y semejantes. Pero no fue éste el caso de Purgatorious y su cohorte, los plesiadapiformes, primeros eslabones de la cadena que, muchos millones de años después, lleva hasta nuestros orígenes.
Los plesiadapiformes toman su nombre de Plesiadapis, el más común y mejor conocido miembro de este grupo, del que se conservan varios cráneos y esqueletos parcialmente completos en diversos yacimientos del Paleoceno (el primer período de la Era Cenozoica, más conocida como «edad de los mamíferos»). Sin embargo, cualquiera que hubiese contemplado a este grupo en su entorno, difícilmente habría reconocido en ellos a la semilla de los actuales antropoides. El cráneo de Plesiadapis se parecía más por su diseño al de un roedor que al de un auténtico primate, con un largo morro armado en su extremo anterior de un par de potentes incisivos en forma de cincel y separados del resto de piezas dentarias por un espacio vacío llamado «diastema». Además de su largo morro, los plesiadapiformes mantenían una serie de rasgos arcaicos, como es la posesión de manos y pies con garras en lugar de uñas planas y un primer dedo del pie (o «hálux») no oponible —a diferencia de lo que ocurre con la mayor parte de primates... ¡excepto en nosotros!—. En lugar de primates, a nuestro imaginario observador este grupo de mamíferos arborícolas se le habrían antojado más bien ardillas, corriendo y saltando de rama en rama en las copas de los árboles más altos, ayudados de sus miembros flexibles y de sus largas colas. ¿Qué movió, entonces, a los paleontólogos del siglo XX a identificar a estos arcaicos placentarios como los primeros eslabones de la cadena que lleva al ser humano? Pues la presencia en ellos de una serie de caracteres dentarios que los diferencian de los otros grupos de mamíferos primitivos y que parecen anunciar las tendencias que luego desarrollarán los primates propiamente dichos: grandes incisivos centrales, segundos premolares con aspecto de molar, cúspides de premolares y molares bajas, últimos molares alargados y otros más.
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FIG. 1.1. Reconstrucción del esqueleto de Plesiadapis tricuspidens del yacimiento de Cernay (Francia).
Representados a finales de la Era Mesozoica por el género Purgatorius, los plesiadapiformes experimentaron una extraordinaria diversificación en el primer período de la Era Cenozoica, el Paleoceno. Entre 65 y 50 millones de años atrás, numerosas formas como Plesiadapis, Carpolestes, Paromomys, Phenacolemur y hasta 30 géneros más colonizaron los bosques de Europa y Norteamérica, deviniendo uno de los grupos más florecientes de principios de la Era Cenozoica. Ya nos hemos referido a Plesiadapis, una forma relativamente grande que podía llegar a los 5 kg y que, a tenor de su robusto esqueleto y de las proporciones de sus extremidades, debía de pasar buena parte de su tiempo en tierra, colonizando el sotobosque de las selvas primigenias del Paleoceno.
En el extremo opuesto, las formas más primitivas de plesiadapiformes, como Berruvius, apenas alcanzaban los 20 g (las dimensiones de una musaraña actual). Berruvius pertenecía a la familia de los microsiópidos que, como su nombre indica, incluye a los miembros más arcaicos y de talla más reducida del grupo, y que algunos autores relacionan con los actuales lémures voladores del sureste asiático. Como muchos pequeños mamíferos de su tiempo, hoy sabemos que Berruvius mantuvo una dieta básicamente insectívora, a juzgar por sus dientes agudos y de cúspides afiladas. Por el contrario, otras formas de talla mayor, como Chiromyoides, de unos 300 g, debió de mantener una dieta diferente, basada sobre todo en semillas y frutos secos, tal como lo indican su corto y potente morro y sus profundas mandíbulas. Esta variante «cascanueces» de los plesiadapiformes llegó a su cénit con los denominados carpoléstidos, los cuales no sólo desarrollaron unos potentes incisivos en forma de cincel (como los Plesiadapis o Chiromyoides), sino que transformaron su último premolar en una especie de enorme muela cortante, bien adaptada para la sujeción y el procesamiento de semillas y vegetales duros.
LOS PRIMATES DEL EOCENO: ADÁPIDOS Y OMÓMIDOS
Los plesiadapiformes todavía se encontraban presentes en el siguiente período del Cenozoico, el Eoceno, hace unos 50 millones de años. Ahora bien, durante esta época se produjo la eclosión de los primeros primates verdaderos (también conocidos como euprimates), cuyos caracteres aún podemos reconocer en algunos grupos actuales como los lémures de Madagascar o los tarseros de Borneo y Sumatra. Estos primitivos miembros de nuestro orden, agrupados básicamente en las familias de los adápidos y los omómidos, se convirtieron a mediados del Eoceno en los grupos dominantes de primates, desplazando de forma definitiva a los últimos plesiadapiformes. Adápidos y omómidos eran en realidad muy diferentes de los arcaicos plesiadapiformes y, en ellos, podemos identificar ya los caracteres que son comunes a todos los primates actuales. Muchas de estas diferencias se refieren a características asociadas a un modo de vida plenamente arborícola. Así, a diferencia de los plesiadapiformes, estos grupos presentaban morros más cortos, en tanto que su órbita ocular estaba cerrada en la cara posterior por una barra de hueso, lo que indica una mayor relevancia del sentido de la vista frente al olfato. Las garras de los plesiadapiformes fueron sustituidas por verdaderas uñas planas, mientras que el pulgar se hizo oponible, facilitando la capacidad aprehensora y trepadora de estos primates. Su dentición era también muy diferente, ya que, en lugar de un diseño de tipo roedor, con largos incisivos separados del resto de dientes por una diastema sin dientes, adápidos y omómidos presentaban denticiones completas dotadas de unos pequeños incisivos. En estos grupos son los caninos los que aumentaron de tamaño y pasaron a jugar un papel más relevante. Por lo demás, y a diferencia de los plesiadapiformes, podemos hacernos una imagen «viviente» de estos lejanos primates de principios de la Era Cenozoica, ya que adápidos y omómidos se relacionan con dos grupos de primates primitivos actuales, como son los lémures (en el caso de los adápidos) y los tarseros (en el caso de los omómidos).
Los adápidos constituían el grupo dominante de primates durante el Eoceno, habiéndose diversificado en numerosos géneros y especies tanto en Europa como en Norteamérica. El cráneo de los adápidos presentaba un morro relativamente alargado, parecido al de los actuales lémures de Madagascar. Como en el caso de los lémures, algunos adápidos desarrollaron grandes crestas sagitales en la bóveda del cráneo, que servían como punto de anclaje a una potente musculatura masticatoria. Su esqueleto locomotor era también muy parecido al de los lémures, con patas relativamente largas, un largo tronco y una cola así mismo larga. Entre los más antiguos representantes de esta familia se encuentra Cantius, un pequeño adápido cuyo peso no excedía los 5 kg y que, probablemente, llevaba una dieta basada en frutos, a juzgar por sus premolares y molares, dotados de cúspides bajas conectadas por crestas cortantes. Al igual que la mayor parte de adápidos, es muy posible que Cantius fuera un primate de hábitos...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Presentación
  5. Prólogo
  6. 1. Oscuros orígenes
  7. 2. Memorias de África
  8. 3. Amanecer en el Cáucaso
  9. 4. Los homínidos de Dmanisi
  10. 5. Interludio andaluz
  11. 6. ¿Por qué salieron de África?
  12. 7. Final de trayecto
  13. Epílogo
  14. Bibliografía recomendada
  15. Fotos