La magia de los árboles
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La magia de los árboles

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La magia de los árboles

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Información del libro

Firmemente enraizados en la tierra y con su copa abierta hacia el cielo, los árboles son uno de los símbolos vivientes más poderosos. Esta obra única se adentra en el rico bosque de nuestra memoria colectiva, recogiendo los principales mitos y creencias que existen en torno al árbol. Nos propone una nueva forma de mirarlos, junto al mejor modo de plantar y cuidar las especies más emblemáticas de la península ibérica.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2015
ISBN
9788416267248
Categoría
Geography
CAPÍTULO
IV
El roble
EL ÁRBOL REAL
EL ROBLE VASCO
El pueblo vasco se designa y distingue a sí mismo como euskaldun, el que habla euskera, y pertenece por tanto a una comunidad diferenciada en su cultura, concepción y sentimiento del mundo, de la vida. Quizá el aspecto que más nos interesa aclarar aquí es que el euskera y la mentalidad del euskaldun carecían de doblez o equívocos; en euskera (al menos antiguamente), todo lo que se dice, es, y era inconcebible hablar «de mentira», ya que los personajes de la mitología vasca, genios, dioses… son tan reales como el vecino de al lado por el hecho tan simple y determinante de tener nombre1.
Vemos así en las leyendas del Basajaun, Señor de los bosques euskaldun, cómo mediante engaños es despojado por Martín Txiki, héroe civilizador, de sus secretos conocimientos sobre herrería, molinería y agricultura. De esta forma, en la mitología vasca, el hombre alcanza un nuevo estadio en su evolución y relación con la tierra.
Se dice, con socarronería, que Dios hablaba euskera con Adán y Eva, y aquí es fácil relacionar esta lengua por su arcaísmo, por la sacralidad de su uso que parece desprenderse de lo anterior.
Aunque en contextos diferentes, uno legendario, otro histórico, podríamos hacer una comparación entre el estadio de inocencia y nobleza de espíritu de los basajaun y el de los indígenas norteamericanos (por poner un ejemplo conocido), entre las argucias del «héroe» Martín Txiki y las mentiras del hombre blanco, otro «héroe» capaz de romper sus pactos una vez tras otra sin sonrojarse lo más mínimo. Vemos pues, a las antiguas tradiciones y formas de vida víctimas, quizá en mayor medida, de su inocencia que de su falta de ambición.
Para ilustrar esta concepción de la vieja mentalidad, nada mejor que las palabras de un piel roja:
«Ser consciente de la existencia es aterrador y sagrado. Nuestra conciencia reflexiona sobre sí misma: las palabras nos son dadas. El verbo ha de ser tratado con respeto, si no su poder se vuelve incontrolado y obra para el mal. Mentir era impensable según las viejas costumbres, pues abusar de la palabra es poner en peligro la nación.»
Es precisamente el olvido de las viejas costumbres lo que origina el debilitamiento del pueblo, su pérdida de identidad y el alejamiento del paraíso terrestre.
El árbol aparece en distintas tradiciones bien conocidas como elemento central del Paraíso, es el guardián de este estado de conciencia humana, pero también es la puerta que nos posibilita la entrada y la salida.
En una leyenda vasca se cuenta cómo los árboles iban por su pie a los caseríos para ser quemados, pero una mujer se enredó una vez con sus ramas y dijo: «Sería mejor que no viniesen». Desde entonces hay que ir a buscarlos al monte2.
Hoja y bellota de Quercus robur.
El roble de Ondátegui
el roble de Guerediaga
el viejo roble de Gernika.
No es pues casual que el baztarrak o consejo de ancianos de este pueblo se arrimara al árbol, el más anciano, por su sabiduría y cualidades simbólicas y prácticas de pacificador e intermediario, pero también por su naturaleza afín a la mentalidad primigenia.
La palabra que se confía al árbol tiene un valor sagrado y por ello la asamblea se reúne a su sombra, el juramento y la justicia se hacen a su pie.
De esta forma vamos a ver cómo se organizaba un pueblo alrededor de su tótem vegetal, el roble, y es curioso cómo la palabra aritz designa en euskera tanto al roble como al árbol, indicándonos el sentido que tuvo esta especie de árbol «principal», el árbol por excelencia.
EL ROBLE EN ONDÁTEGUI
Una recopilación de tradiciones referentes al roble en el pueblo de Ondátegui nos dará una idea del protagonismo e importancia que este árbol ha tenido en la memoria de los paisanos hasta tiempos recientísimos.
En una campa aledaña del pueblo vive un enorme roble que sirve de escenario a la fiesta de San Lorenzo y los músicos se encaraman en la bifurcación de las primeras ramas para tocar. «El árbol gordo de Zanagua», le llaman los cigoitianos y dicen que tiene unos 600 años.
Por San Juan, los mozos de Ondátegui tenían que robar un roble de algún pueblo vecino y que sirviera para un varal de carro. Era condición necesaria que lo trajeran sin medio alguno de transporte del pueblo, no podían llevar carros ni animales: o lo arrastraban o robaban también una yunta o caballería en el pueblo vecino.
Una vez en Ondátegui se colocaba junto a la hoguera de San Juan y el domingo siguiente se desramaba y se hacía con esta leña otra hoguera, cuyas cenizas eran llevadas al alcalde, y este daba un dinero para el vino del festejo que celebraban a continuación los mozos. El varal, ya desramado, se subastaba para sufragar otros gastos de la fiesta.
En muchos pueblos alaveses, y claro está de otras provincias, existieron antiguas normas concejiles que obligaban a los vecinos a plantar anualmente un número de árboles (en Álava, generalmente entre dos y ocho). En Aspuru se dice que deben plantarse tres frutales por vecino, ya sean de «manzana, pera, roble, haya o cualquier frutal», y en Gobeo se aclara que en tal obligación están «inclusos los señores curas». Además otras leyes regulaban la reposición de arbolado, el cuidado y limpieza del monte, su usufructo y la implantación de viveros. La plantación de árboles debía hacerse en tierras particulares o comunales. («Ordenanzas de buen Gobierno de los concejos de Alava», Alfonso María Abella y García de Eulate)
De esta forma todos los vecinos eran responsables y beneficiarios del mantenimiento de los montes.
En Ondátegui y todo el valle de Zigoitia existía además la costumbre y ley (yo la he oído a los moradores, ignoro si esta tradición está recogida en alguna ordenanza escrita), de presentar al ayuntamiento al menos «seis robles de seis hojas», es decir de seis años, para poder casarse. El guarda iba a verlos.
El coloso de Valentín, inmenso roble junto a una ermita asturiana y el roble de Basetxetas (Vizcaya).
Sin este requisito no se concedía ningún permiso y esto originó, según me contaba «Chucho», alguna especulación por parte de espabilados que plantaban muchos robles para venderlos luego a quienes querían casarse «antes de tiempo».
REUNIONES EN TORNO AL ÁRBOL
Los robles de Vizcaya
«Antiguamente, los hombres debían reunirse para tratar de alguna cuestión importante, además de en las iglesias y casas consistoriales, en ciertos lugares del campo que conservaban prestigio en el recuerdo de las personas.
A orillas del Bidasoa, entre Vera y Lesaca, hay un prado que, hasta hace 15 o 20 años, tenía unos árboles viejísimos, magníficos, sitio apacible, muy a propósito para que en él se unieran los vecinos de las dos villas que hubieran de hacerlo por alguna circunstancia. Este prado se llama «Batzar leku» –lugar de reunión– («batzarre» es reunión; «leku», lugar, viene probablemente del latín «lucus»),
Pero ahora, las reuniones y negocios se hacen sobre todo en las tabernas; la taberna es el punto de mayor vida social, el lugar de placer.»
(J. C. Baroja, «De la vida rural vasca»)
El árbol sagrado, y de una forma especial en muchas culturas el roble, ha sido centro de la actividad social de innumerables pueblos.
En este sentido cabe resaltar el árbol de Gernika por su fama y significado entre los vascos.
«El que allí da frescura y sombra a un prado es el árbol famoso de Gernika, a oír reales consultas enseñado.»
Bajo este y muchos otros árboles de concejo, los alcaldes y el pueblo celebraban sus reuniones y juicios. Las juntas generales que se hacían entre los representantes de diferentes ayuntamientos se celebraban también bajo robles, que cobraban de este modo una importancia aún mayor y a su amparo se hacían las leyes.
El de Gernika fue el centro geográfico y de la vida política de un pueblo cuyos «líderes» espirituales eran robles. Esta tradición se remonta a tiempos muy lejanos; se dice que ya se reunían las juntas de la comarca bajo el roble, cuando Gernika aún no era poblado sino campa.
En el señorío de Vizcaya, antes de tomar posesión de su cargo, el señor debía jurar, bajo este y otros robles juraderos, fidelidad a los fueros, libertades y costumbres de la tierra.
Bajo el árbol santo3 juraron los Reyes Católicos y muchos otros, como condición indispensable para lograr el reconocimiento de los vizcaínos y acceder al título de «señor de Vizcaya»4.
Asimismo se reunía la asamblea general del gobierno de Vizcaya cada dos años. Las juntas primitivas se hacían bajo el roble, más tarde en la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, a pocos pasos de aquel, siempre el comienzo y el fin de la reunión tenían lugar bajo el árbol.
Del mismo modo que la sucesión en el señorío de Vizcaya se hacía hereditariamente, también se sustituye el venerable cuando muere, por los retoños que de forma previsora cuidan los vizcaínos. El actual se plantó en 1860. El anterior vivió hasta 1892 y se dice databa del siglo XIV. La convocatoria a las reuniones se realizaba mediante hogueras encendidas y toque de bocinas desde la cima de montes estratégicos.
Era así en la antigüedad el símbolo y custodio de la paz y la libertad del pueblo. Su papel de testigo cobraba mayor importancia si se tiene en cuenta que las leyes no eran escritas, y que en estas reuniones se resolvían conflictos entre vecinos, pueblos, linajes y bandos contrarios. En 1876, con la abolición de los fueros se puso fin a esta inspirada estructura política.
Aún se conservan otros árboles junteros, aunque no conozco ningún otro que todavía sirva de «casa de Juntas» (el mismo roble de Gernika tiene hoy un significado un tanto folklórico).
Imprescindible mentar también la campa de Guerediaga, donde se reunían los representantes de la Merindad de Durango alrededor de otro roble junto a una ermita, en un altozano que domina la región. Un semicírculo de mojones (cuya presencia iremos viendo que es muy significativa) servía de asiento a este consejo de ancianos. El viejo roble que presidía murió a fines del siglo XVI, a causa de las obras de la carreter...

Índice

  1. Portada
  2. Página de derechos de autor
  3. Índice
  4. A MODO DE INTRODUCCIÓN
  5. CAPÍTULO I: EL TIEMPO DE LOS ÁRBOLES
  6. CAPÍTULO II: EL ABEDUL (la iniciación)
  7. CAPÍTULO III: EL CENTRO DEL MUNDO (el cetro real)
  8. CAPÍTULO IV: EL ROBLE (el árbol real)
  9. CAPÍTULO V: EL MUÉRDAGO (la corona del rey)
  10. CAPÍTULO VI: EL FRESNO (el árbol del mundo)
  11. CAPÍTULO VII: LOS TRES REINOS (madera, materia y madre)
  12. CAPÍTULO VIII: EL TEJO (la rueda del rey)
  13. CAPÍTULO IX: EL SENDERO DE LA SERPIENTE
  14. CAPÍTULO X: EL AVELLANO
  15. CAPÍTULO XI: NUESTRA SEÑORA DEL ÁRBOL
  16. CAPÍTULO XII: EL ESPINO ALBAR
  17. CAPÍTULO XIII: LOS ESPÍRITUS DE LOS ÁRBOLES
  18. CAPÍTULO XIV: EL SAÚCO BENDITO
  19. CAPÍTULO XV: ÁRBOLES SAGRADOS
  20. CAPÍTULO XVI: EL GINKGO (la leyenda de un árbol)
  21. CAPÍTULO XVII: EL LAZO ESPIRITUAL
  22. CAPÍTULO XVIII: EL DRAGO
  23. CAPÍTULO XIX: EL ÁRBOL DE LA VIDA
  24. CAPÍTULO XX: LA ABUELA HAYA
  25. CAPÍTULO XXI: EL ÁRBOL, EL AGUAYLA VIDA
  26. CAPÍTULO XXII: LOS SAUCES (la pureza)
  27. CAPÍTULO XXIII: SETOS
  28. CAPÍTULO XXIV: EL CASTAÑO
  29. CAPÍTULO XXV: PLANTACIÓN DE ÁRBOLES
  30. CAPÍTULO XXVI: EL NOGAL (el árbol de oro)
  31. CAPÍTULO XXVII: EL REGRESO DE LOS BASAJAUN
  32. APÉNDICES