Historia de Roma desde su fundación. Libros IV-VII
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Tito Livio escribía con vistas a la utilidad y el servicio a Roma, a partir de la creencia en el valor instructivo y didáctico del conocimiento histórico.Livio supera la tarea de los analistas –que consignaban sin más los hechos políticos año a año, siguiendo la cronología de las magistraturas– y establece relaciones de causalidad entre acontecimientos, al tiempo que trata de captar la naturaleza moral de los protagonistas. No sólo relata los asuntos internos del estado romano –políticos, sociales, económicos, religiosos...– y de política exterior de la República –guerras, diplomacia, comercio con otros pueblos...– sino que trata de entender el significado de todos estos datos, de interpretarlos desde una perspectiva ética. Todo ello, claro, con vistas a la utilidad y el servicio a Roma, a partir de la creencia en el valor instructivo y didáctico del conocimiento histórico.Como episodios destacados del libro IV cabe mencionar las historias de Canuleyo, Espurio Melio y Cornelio; del V, la toma de Veyes y la ocupación de Roma por los galos, y su liberación bajo el liderazgo de Camilo.Un prólogo del libro VI informa de que se entra en un nuevo periodo de la historia. Menciona una segunda fundación de la Urbe, liberada de la ocupación gala, pues además de que se produce una renovación de los ánimos, se dispone por primera vez de textos escritos. En efecto, los libros VI al X (años 389-293 a.C.) relatan el proceso de recuperación interior y exterior de Roma, y su dominación de la Italia central –imponiéndose a latinos, ecuos, volscos y etruscos–. El libro VI incluye el acceso de los plebeyos al consulado, junto a campañas en el exterior. El VII narra victorias sobre los galos que ejemplifican el restablecimiento de la hegemonía romana frente a su más temible enemigo hasta entonces, y el inicio de los enfrentamientos con los samnitas (que durarán un siglo largo y ocuparán muchos libros).

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424931841
LIBRO IV
SINOPSIS
Los matrimonios mixtos y el consulado plebeyo (1-2).
Discurso de Canuleyo (3-5).
Los tribunos militares con poderes de cónsul (6-7).
Creación de la censura como magistratura patricia. Ayuda a Árdea, guerra con los volscos (8-10).
Colonia rútulo-romana en Árdea. Hambre, intriga monárquica en Roma (11-13).
Dictadura de Cincinato, muerte de Espurio Melio (14-16).
Defección de Fidenas. Guerra con Falerios, Veyos y Fidenas (17-19).
Los segundos despojos opimos (20).
Epidemia. Amenazas del exterior. Toma de Fidenas (21-22).
Etruria amenaza guerra. Nombramiento de dictador. Recortes de éste a la censura (23-24).
Tensiones electorales. Ecuos y volscos a la ofensiva en el Álgido. Victoria del dictador (25-29).
Consulados varios. Sequía. Tribunos militares. Dictador (30-31).
Guerra con Veyos y Fidenas, que es tomada de nuevo. Triunfo del dictador (32-34).
Pugna electoral: elección de tribunos militares, elección de cónsules (35-36).
Toma de Capua por los samnitas. Batalla contra los volscos: mal papel del cónsul, y relevante del decurión Tempanio (37-41).
Acusación contra el cónsul, presentada y retirada. Aumento de dos a cuatro censores, negociado (42-44, 5).
El cónsul Sempronio procesado y multado. La vestal Postumia, acusada (44, 6-13).
Conato de rebelión de los esclavos. Guerra con ecuos y labicanos (45-47).
Problemas con el reparto de tierras. Sucesivas tomas de Bolas por ecuos y romanos. El general Postumio muerto a pedradas por sus tropas (48-51, 6).
Toma de Ferentino (51, 7-8).
Epidemia, hambre. Dificultades para la guerra con ecuos y volscos. Popularidad del tribuno Menenio (52-53).
Primeros cuestores plebeyos. Guerra continuada con ecuos y volscos (54-57).
Problemas para declarar la guerra a Veyos (58).
Expediciones en zona volsca. Toma de Ánxur. Institución de la paga al ejército (59-60).
Asedio de Veyos. En zona volsca, Artena tomada y arrasada. Veyos de nuevo centro de la guerra (61).
Los matrimonios mixtos y el consulado plebeyo
[1 ] Les sucedieron los cónsules Marco Genucio y Gayo Curiacio 1 . Fue un año de hostilidades internas y externas. A principios del año, en efecto, Gayo Canuleyo, tribuno de la plebe, presentó un proyecto de ley de matrimonio 2 entre patricios y plebeyos, [2] proyecto con el que los patricios estimaban que se manchaba la pureza de su sangre y se trastocaban sus derechos familiares. Y, por otra parte, la alusión a que se permitiese elegir de entre la plebe a uno de los cónsules, dejada caer por los tribunos cautelosamente en un principio, fue tomando cuerpo, después, hasta el extremo de que nueve tribunos suscribieron una proposición, en el sentido de que el pueblo tuviese la posibilidad de elegir a los cónsules de entre la plebe o el patriciado, a su voluntad. Ahora bien, si [3] esto se llevaba a efecto, el poder supremo no sólo se compartía con los más humildes, sino que pasaba, por completo, pensaban, de la nobleza a la plebe. Por eso, se alegraron [4] los patricios, al oír que la población de Árdea se había separado de Roma debido al injusto pronunciamiento sobre su territorio 3 , que los veyentes habían saqueado los confines del territorio romano, y que volscos y ecuos andaban inquietos a causa de la fortificación de Verrúgine 4 : hasta ese extremo preferían una guerra desafortunada a una paz ignominiosa. Recibidas, pues, estas [5] noticias, exagerándolas incluso para que, entre tantos rumores de guerra, se apagasen las proposiciones de los tribunos, disponen que se haga un alistamiento y se preparen las armas y la guerra con la mayor intensidad, mayor aún, a ser posible, que durante el consulado de Tito Quincio. Entonces, Gayo Canuleyo se limitó a gritar en el [6] senado que, en vano, los cónsules amedrentaban a la plebe para desviarla de su interés por las nuevas leyes, que jamás, estando él con vida, llevarían a cabo la leva antes de que la plebe se pronunciase sobre los proyectos presentados por él y sus colegas, y convocó rápidamente una asamblea.
Al tiempo que los cónsules incitaban al senado en contra [2 ] del tribuno, el tribuno incitaba al pueblo en contra de los cónsules. Decían éstos que ya no se podía seguir soportando los excesos de los tribunos, que se había llegado ya al límite, que se suscitaban más guerras dentro que fuera, y que esto ocurría por culpa de los patricios tanto como de la [2] plebe, de los cónsules tanto como de los tribunos; que todo aquello que un Estado recompensa, va siempre a más con la mayor intensidad, y que así se gestaban los buenos ciudadanos, [3] los buenos soldados; que las mayores recompensas en Roma las recibía la sedición, timbre de gloria permanente [4] para los individuos y para la colectividad. Que tuviesen presente cómo era la majestad del senado que habían recibido de sus padres, y cómo la que iban a entregar a sus hijos, o en qué medida podía la plebe vanagloriarse de ver incrementada su importancia y su grandeza. Que no se ponía ni se iba a poner término a aquella situación, mientras las sediciones tuviesen éxito y sus promotores [5] recibiesen cargos públicos. ¡Qué objetivos, y de qué alcance, se proponía Gayo Canuleyo! Suponen confusión de familias, trastocamiento de auspicios públicos y privados, de forma que no existe nada limpio, nada puro; que, suprimida toda diferenciación, nadie pueda identificarse a [6] sí mismo ni a los suyos. ¿Qué otro alcance tienen, en efecto, los matrimonios mixtos, sino propagar los acoplamientos entre patricios y plebeyos, al estilo casi de los animales, de forma que el que nazca no sepa a qué sangre, a qué culto pertenece, mitad patricio y mitad plebeyo, sin [7] estar de acuerdo ni siquiera consigo mismo? Les parece poco trastocar todo lo divino y lo humano: los agitadores de las masas se disponen ya al asalto al consulado. Al principio se limitó a meras palabras su intento de que uno de los cónsules fuese nombrado de entre la plebe; ahora se presenta una proposición de ley tendente a que el pueblo elija los cónsules de entre los patricios o la plebe, a su voluntad. Y, sin lugar a dudas, elegirán a los plebeyos más sediciosos: así pues, los Canuleyos y los Icilios serán cónsules. ¡Que Júpiter Óptimo Máximo no permita que el poder [8] de la majestad real caiga tan bajo!; ellos morirán mil veces antes de permitir que se acepte una deshonra semejante. Están convencidos de que también los antepasados, de [9] haber previsto que, al hacerle todas las concesiones, la plebe no iba a ser más considerada con ellos, sino más intratable presentando unas exigencias cada vez más injustas una vez satisfechas las primeras, hubiesen afrontado [10] cualquier clase de lucha antes que consentir que tales leyes les fuesen impuestas. Por haber cedido en la referente a los tribunos, se volvió a ceder, y no se puede poner término si [11] en un mismo Estado hay tribunos de la plebe y patricios: tiene que ser suprimido este estamento o aquella magistratura, y hay que salirle al paso a la osadía temeraria mejor tarde que nunca. ¿Es que van ellos a empezar por sembrar [12] impunemente la discordia concitando a los vecinos a la guerra, y después van a impedir que la ciudad se arme y se defienda contra las guerras que ellos han provocado? Cuando no les ha faltado más que llamar al enemigo, ¿no van a consentir que se alisten ejércitos contra los enemigos, sino que va a tener Canuleyo la osadía de declarar en el [13] senado que, a no ser que los patricios acepten sus leyes, como las de un vencedor, él impedirá que el reclutamiento se lleve a efecto? ¿Qué otra cosa es esto, sino amenazar con que hará traición a la patria, que dejará que sea asediada y conquistada? ¿Qué aliento no supondrán esas palabras, no para la plebe de Roma, sino para los volscos, ecuos y veyentes? ¿No van a esperar que teniendo a Canuleyo por [14] caudillo, podrán encaramarse a lo alto del Capitolio y de la ciudadela? Si los tribunos no les han quitado a los patricios, juntamente con sus derechos y majestad, también el coraje, los cónsules están dispuestos a servirles de guía para hacer frente a la infamia de unos ciudadanos antes de hacer frente a las armas enemigas.
Discurso de Canuleyo
[3 ] Precisamente cuando estas manifestaciones tenían lugar en el senado, Canuleyo habló a favor de sus leyes y en contra de los cónsules en estos términos: [2] «Ciudadanos de Roma: creo haberos hecho notar, sin duda, en anteriores y repetidas ocasiones, qué profundo desprecio hacia vosotros sentían los patricios, qué indignos os consideraban de vivir con ellos en una [3] misma ciudad, dentro de unas mismas murallas; pero mucho más ahora, dado el encarnizamiento con que se han alzado contra mis proyectos de ley, con los cuales no se hace más que recordar que somos conciudadanos suyos, y si bien no tenemos los mismos posibles, sí vivimos, sin [4] embargo, en la misma patria. En uno de los proyectos pedimos el derecho al matrimonio que se les suele conceder a los vecinos y a los extranjeros: nosotros mismos hemos concedido el derecho de ciudadanía, que es más que el de [5] matrimonio, incluso a enemigos vencidos. En el otro proyecto no presentamos ninguna innovación, sino que reclamamos y llevamos a la práctica algo que corresponde al pueblo: que el pueblo romano confíe los cargos públicos a quien quiera.
[6] »¿Qué razón hay, por consiguiente, para que revuelvan cielo y tierra, para que, hace poco, haya estado a punto de producirse en el senado una agresión contra mí; para que digan que emplearán la fuerza y proclamen que violarán [7] esta potestad inviolable? Si al pueblo romano se le concede la libertad de voto para que confíe el consulado a quien quiera, si ni siquiera a un plebeyo se le cercena la esperanza de alcanzar, caso de merecerlo, el poder supremo, ¿no va a poder subsistir esta ciudad?, ¿está acabado, por eso, el imperio? El que uno pregunte si un plebeyo va a ser cónsul, ¿equivale a decir que va a ser cónsul un esclavo o un [8] liberto? ¿Os dais bien cuenta de qué profundo es el desprecio en que vivís? Os quitarían, si se pudiera, vuestra participación en la luz que nos alumbra; les indigna que respiréis, que podáis hablar, que tengáis figura humana. Es más: [9] dicen que es contra religión (con perdón de los dioses) el nombrar cónsul a un plebeyo. Decidme, por favor: aunque no se nos permite el acceso a los Fastos ni a los Comentarios de los pontífices 5 , ¿no sabemos, al menos, lo que todo el mundo, incluso un extranjero sabe, que los cónsules ocuparon el lugar de los reyes y no tienen derecho o majestad alguna que no hayan tenido antes los reyes? ¿Es que no [10] estáis seguros de haber oído contar alguna vez que a Numa Pompilio, que no era patricio ni siquiera ciudadano romano, se le fue a buscar al país sabino y reinó en Roma por mandato del pueblo con el refrendo del senado, y que, [11] más adelante, Lucio Tarquinio, ni romano ni siquiera itálico de origen, hijo de Demárato de Corinto e inmigrante procedente de Tarquinios, fue hecho rey en vida de los hijos de Anco; que, después de él, Servio Tulio, hijo de una [12] prisionera de Cornículo, de padre desconocido y madre esclava, ocupó el trono en razón de sus cualidades naturales y de sus méritos? ¿Y qué voy a decir de Tito Tacio el Sabino, con el que el propio Rómulo, padre de Roma, compartió el trono? Por consiguiente, mientras no se despreció [13] por su origen a nadie en quien resaltase el mérito, el imperio romano fue a más. ¡Avergonzaos ahora vosotros de un cónsul plebeyo, mientras que nuestros antepasados no menospreciaron a reyes venidos de fuera, y ni siquiera después de la expulsión de los reyes se cerró Roma al mérito extranjero! Los Claudios, en efecto, procedían de la [14] Sabina después de la expulsión de los reyes, y los aceptamos no sólo como ciudadanos, sino incluso como miembros [15] del patriciado. Un extranjero puede llegar a ser patricio y, después, cónsul; un ciudadano romano, si pertenece a la plebe, ¿verá tronchada la esperanza de llegar al consulado? [16] ¿Es que no creemos, en definitiva, que pueda ocurrir que haya entre la plebe un hombre valeroso y esforzado, buen civil y buen militar, que se parezca a Numa, a Lucio [17] Tarquinio o a Servio Tulio? ¿O bien, ni aun en el caso de que lo haya, le permitiremos acceder al timón del Estado, y vamos a tener cónsules parecidos a los decénviros, lo más aborrecible de la humanidad, patricios sin embargo todos ellos, más que a los mejores reyes, que eran hombres nuevos?
[4 ] »Pero es que, después de la expulsión de los reyes, dirán, ningún plebeyo fue cónsul. ¿Y qué más? ¿Es que no debe producirse ninguna innovación? Y lo que aún está por hacer —pues en un pueblo nuevo son muchas las cosas que no se han hecho aún—, ¿no procede hacerlo ni aun en caso [2] de que sea útil? Cuando reinaba Rómulo no existían los pontífices ni los augures: fueron creados por Numa Pompilio. No existía el censo de ciudadanos ni la distribución en [3] centurias y clases: fue obra de Servio Tulio. Jamás habían existido los cónsules: fueron creados después de la expulsión de los reyes. No había existido el poder ni el título de dictador: comenzó a existir en tiempos de nuestros padres. No había tribunos de la plebe, ni ediles, ni cuestores: se estableció su creación. En el transcurso de los diez últimos años creamos y eliminamos de la república a los decénviros [4] legisladores. ¿Quién pone en duda que, fundada Roma sin límite en el tiempo, desarrollándose sin límite en el espacio, se establecerán nuevas formas de poder, nuevos sacerdocios, nuevos derechos familiares e individuales?
[5] »El hecho mismo de que no existiese el matrimonio entre patricios y plebeyos, ¿no lo fijaron los decénviros en estos últimos años, siendo el precedente público más detestable, la mayor injusticia para con la plebe? ¿Es que puede darse un agravio mayor o más notorio que el considerar a una parte de los ciudadanos indigna del matrimonio, como si estuviese contaminada? ¿Qué otra cosa es peor que sufrir [6] destierro, relegación, en el recinto de unas murallas comunes? Toman medidas para que no nos mezclemos por la afinidad del parentesco, para que no se una a la suya nuestra sangre. Pues bien, si esto mancilla esa nobleza vuestra, [7] que no tenéis por origen ni por sangre al ser la mayoría oriundos de Alba 6 y de la Sabina, sino por haber sido promocionados a senadores por designación de los reyes 7 o, después de la expulsión de los reyes, por mandato del pueblo, ¿no podíais conservarla pura con medidas de tipo privado, no tomando esposas plebeyas ni dejando que vuestras hijas y hermanas se casasen, sino con patricios? Ningún plebeyo tomaría por la fuerza a una doncella patricia: [8] es ése un capricho de patricios; nadie hubiera obligado a nadie a un compromiso de matrimonio contra su voluntad. Pero, en realidad, el prohibirlo por ley, el abolir el [9] matrimonio entre patricios y plebeyos, eso es, en definitiva, afrentar a la plebe. ¿Por qué, entonces, no proponéis que no exista el casamiento entre ricos y pobres? Lo que siempre [10] en todas partes correspondió a la iniciativa privada, que cada mujer entrase como esposa en la casa que le pareciese y el hombre tomase esposa en la casa en que se hubiese comprometido, eso vosotros lo sometéis a las ataduras de una ley llena de arrogancia, para dividir con ella a la sociedad y hacer dos Estados de uno solo. ¿Por qué no [11] decretáis que un plebeyo no sea vecino de un patricio, ni pueda ir por el mismo camino, ni participar en el mismo convite, ni situarse en el mismo foro? ¿Es que es algo diferente, en la práctica, el que un patricio se case con una plebeya o un plebeyo con una patricia? ¿En qué cambia el derecho, en definitiva? Porque es que los hijos siguen la [12] condición del padre 8 . Ni pretendemos, con el matrimonio con vosotros, ninguna otra cosa que contar como seres humanos, como ciudadanos, ni hay razón alguna para que os opongáis, a no ser que os guste contender para afrentarnos y humillarnos.
[5 ] »Después de todo, ¿a quién pertenece, en último término, el poder supremo, al pueblo romano o a vosotros? La expulsión de los reyes, ¿supuso el poder absoluto para [2] vosotros, o una libertad igual para todos? ¿Es procedente que el pueblo romano pueda sacar una ley, si es su voluntad, o cada vez que sea presentado ...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. NOTA INTRODUCTORIA
  5. LIBRO IV
  6. LIBRO V
  7. LIBRO VI
  8. LIBRO VII
  9. ÍNDICE GENERAL