Obras menores. La república de los Atenienses.
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Las 'Obras Menores' se componen de: Hierón, Agesilao, La República de los Lacedemonios, Los ingresos públicos, El jefe de la caballería o El hipárquico, De la equitación, De la caza.Hierón. Agesilao. La república de los lacedemonios. Los ingresos públicos. El jefe de la caballería. De la equitación. De la caza.Hierón: Da la impresión al comienzo de que va a plantear una cuestión meramente individual, como es la del mayor o menor placer que pueden disfrutar el tirano o el ciudadano. Mas, a medida que se avanza en la lectura, se constata que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo y que, en realidad, si al tirano no le va bien, es porque está enfrentado con toda la ciudad.Agesilao: Es un elogio con dos partes bien diferenciadas; la primera resume la vida del rey Agesilao y la segunda exalta sus virtudes principales.La república de los lacedemonios: Es un escrito de alabanza y admiración del régimen político de Esparta. El autor entiende que la pasada grandeza de Esparta se debe a su sistema de vida, superior al del resto de los griegos, que ha compensado con creces su escasa población.Los ingresos públicos o Las rentas: Este opúsculo constituye, posiblemente, el último escrito de Jenofonte. El fin del escrito es alcanzar la autarquía en el terreno económico, ya que la vía imperialista ha resultado un fracaso estrepitoso que no ha dejado más que el recelo de los demás pueblos griegos.El jefe de la caballería o El hipárquico: Es un tratado técnico sobre los deberes que ha de tener en cuenta el jefe de la caballería para poder mejorarla y granjearse, a la vez, las simpatías del Consejo. Pertenece, pues, a la literatura didáctica.De la equitación: Es el mejor tratado técnico de Jenofonte. Es una pieza maestra y subraya su perfecta ordenación en contraste con el De la caza. El tratado va unido al El jefe de caballería, cuyos contenidos se complementan según el propio autor.De la caza: Se duda si realmente esta obra pertenece a Jenofonte. Consta de trece capítulos en los que analiza todos los factores que afectan a esta actividad, desde el origen mitológico a hasta una alabanza de los auténticos cazadores frente a los políticos ambiciosos que van a la caza de amigos.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424930936
JENOFONTE
HIERÓN, AGESILAO, LA REPÚBLICA DE LOS LACEDEMONIOS, LOS INGRESOS PÚBLICOS O LAS RENTAS, EL JEFE DE LA CABALLERÍA O EL HIPÁRQUICO, DE LA EQUITACIÓN, DE LA CAZA

HIERÓN

INTRODUCCIÓN
El Hierón da en sus comienzos la impresión de que va a plantear una cuestión meramente individual, como es la del mayor o menor placer que pueden disfrutar el tirano o el ciudadano de a pie. Mas, a medida que se avanza en su lectura, nos vemos obligados a rectificar, al constatar que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo y que, en realidad, si al tirano no le va bien, es porque está enfrentado con toda la ciudad, como dice en 6, 14.
Lógicamente, en la segunda parte, Simónides no ve otro medio para cambiar la triste situación del déspota, que fomentar el bien público antes que su bien particular; o, mejor dicho, que el medio de que el gobernante consiga la felicidad es lograr, a la vez, la felicidad de toda la comunidad, como viene a decirse en 11, 1.
En una palabra, estamos ante una obra más que nos confirma la estrecha vinculación, en la época clásica, del individuo y la pólis, de lo privado y lo público, y que destaca que no hay otra vía para conseguir el común bienestar, así como que cualquier obstáculo que se interponga entre ellos, como el del tirano, impedirá su consecución.
Fecha de composición
Hay autores que piensan1 que el Hierón fue escrito después del año 358 a. C., basándose en la afirmación de 3, 8 sobre las conspiraciones de los familiares del tirano. Efectivamente, ven en este pasaje una alusión a los sucesos de los tiranos de Tesalia (Helénicas VI 4, 33-37), cuando Polifrón asesinó a su hermano Polidoro —ambos, hermanos de Jasón y sucesores suyos— y Polifrón, a su vez, fue asesinado por Alejandro, que, más tarde, también se convirtió en víctima de su esposa y de los hermanos de su mujer.
Asimismo, Higgins2 dice que Jenofonte se decidió a escribir esta obra movido, quizás, por el fulgurante engrandecimiento y caída de Jasón en la década de los años 70 y por las actividades del amigo de Platón, Dionisio el Joven, en los años 360, en Siracusa.
Marchant-Bowersock3 enumeran diversos acontecimientos relacionados con los tiranos de la época: Dionisio el Viejo, Dionisio el Joven y los ya aludidos Jasón de Feras y sus sucesores, acontecimientos en los que han intentado justificar las diferentes fechas: ca. 383, 367 y 359 a. C. Por otro lado, advierten que no es necesdario suponer que Jenofonte tuviese en cuenta algún acontecimiento particular o persona determinada cuando escribió el Hierón. Simplemente sería, según ellos, un diálogo socrático sobre un tema que le atraía especialmente. Se inclinan estos autores por una fecha tardía, los últimos años del escritor, a juzgar por la lengua y las influencias retóricas de la obra.
Contenido
El contenido de este diálogo entre el tirano Hierón y el poeta Simónides se centra en la pregunta inicial que plantea el poeta: la distinta situación del tirano y del particular en lo que atañe a alegrías y tristezas.
La postura, invariable, de Hierón es que el tirano goza menos y sufre más que el ciudadano corriente; justamente la contraria del poeta, para quien el tirano disfruta mil veces más y sufre muchísimo menos.
A lo largo de los once capítulos, se pasa revista pormenorizada a los diversos aspectos de la vida privada y pública, y se intenta averiguar quién sale más favorecido en esas situaciones desde la perspectiva del placer.
Punto de partida son los sentidos del hombre (vista, oído, olfato, gusto y tacto), que son la primera fuente de placer o dolor para el individuo. La investigación se centra, en primer lugar, en las distracciones que nos llegan por la vista, esto es, los espectáculos. Hierón afirma que no puede asistir a los espectáculos públicos por la falta de seguridad en que se encuentra; y que los privados resultan muy caros para el tirano. Simónides le replica que no podrá decir lo mismo del segundo sentido, ya que sus oídos son constantemente halagados. A ello responde Hierón que los elogios realmente agradables son los que se hacen en libertad y no por adulación.
Respecto al gusto, Simónides cree, como todo el mundo, que el tirano come y bebe mejor, porque sus platos se salen de lo corriente. Mas, según Hierón, las fiestas agradan por lo que encierran de novedad o sorpresa y los manjares gustan solamente si hay apetito; condiciones éstas que no suelen darse en la mesa del poderoso. En consecuencia, dice él, los particulares disfrutan más de las fiestas y banquetes. Y asimismo, de los perfumes y olores agradables, gozan más los que acompañan al tirano que el propio tirano.
Simónides pasa, luego, a considerar los placeres del amor en el doble plano de la sexualidad griega, para concluir que en este terreno sale beneficiado el tirano, ya que puede estar con las personas de mayor belleza. Hierón, sin embargo, no está de acuerdo; pues, en cuanto al matrimonio, nos proporciona dinero, prestigio y placer el que se hace con personas más importantes, mientras que, en otro caso, es una deshonra; lo que le sucede al tirano, a menos que se case con una extranjera. Y respecto al amor con jovencitos, como Daíloco, por una parte, se desea lo que no puede conseguirse y, por otra, el amor debe ser voluntario, no forzado. Ahora bien, el tirano nunca puede estar seguro de si es correspondido con este amor o está ante un amor fingido por el miedo.
En el capítulo 2 se trata de la posesión de bienes externos o riquezas y, en particular, de la facilidad del tirano para realizar la conocida máxima que resume el código pagano de las relaciones con el prójimo: hacer bien a los amigos y mal a los enemigos. Hierón soslaya, de momento, en su respuesta la cuestión planteada por el poeta y enumera otros bienes de los que disfruta más el particular: paz, viajes, seguridad e, incluso, la guerra, cuyas ventajas se convierten en problemas para el tirano.
El capítulo 3 versa sobre la amistad y el amor de amigos y familiares, y poco puede gozar de ella quien, como el tirano, es víctima frecuente de sus conspiraciones.
La falta de confianza y seguridad en sus súbditos, que se hace patente en el miedo constante a ser envenenado, es la cuestión planteada en el capítulo 4. Aquí también responde Hierón con una paradoja a la pregunta sobre las riquezas que Simónides le había propuesto en el capítulo 2: los tiranos son, en realidad, pobres, ya que no pueden cubrir sus necesidades, o sea, aventajar a otros tiranos, poseer ciudades, puertos y territorios, pagar a sus ejércitos, etc.
Triste también es el destino del tirano que admira, como sus súbditos, a los hombres valientes, sabios y justos, y se ve obligado, por recelo, a servirse de personas injustas, corrompidas y serviles, según dice Hierón en el capítulo 5.
En el capítulo 6, Hierón añora los placeres perdidos de que disfrutaba cuando era un simple ciudadano: amistad y conversación con los amigos, banquetes, embriaguez, sueño. El temor destruye su felicidad y lo pone en una guerra perpetua. Simónides replica que no exagere, pues también en la guerra podemos comer tranquilos, confiados en la guardia, y el tirano tiene vigilantes a sueldo que le protegen; pero Hierón le rebate, al puntualizar que éstos se venden al mejor postor y, por tanto, no se puede confiar en ellos. En cuanto a las posibilidades del tirano para hacer bien a los amigos y mal a sus enemigos, él cree que en la práctica no es así, ya que sus favorecidos lo que desean es perderlo de vista, una vez recibido el favor, y a sus enemigos no puede encerrarlos a todos, pues entonces encerraría a la ciudad entera.
En el capítulo 7, Simónides espera salir más airoso en el terreno de los honores que es lo que verdaderamente distingue al ambicioso de los demás hombres y de los animales, y que por sí solos justifican la tiranía. Hierón rebate esa afirmación con el mismo argumento utilizado en el tema del amor: las muestras de respeto motivadas por el miedo, como levantarse, ceder el paso y hacer regalos, no son verdaderos honores. Simónides queda en una posición realmente embarazosa. Ha agotado todos los temas, y entonces, ante la actitud negativa y pesimista de Hierón, le hace abiertamente la pregunta que andaba flotando en el ambiente de este diálogo: ¿por qué, entonces, no dejas la tiranía? Él se defiende como puede, sin rendirse jamás, y responde, con una nota de humor negro, que ni siquiera eso le está permitido, pues jamás podrá resarcir de los graves males ocasionados. La horca es la única ventaja del tirano.
Tal vez haya que ver en este último párrafo un rasgo de ironía del poeta Simónides que expresa, por la propia boca de Hierón, la triste realidad del tirano, receloso de todos y de todo, aborrecido por todos, abocado a su propia destrucción.
Después de este clímax se podría haber dado por concluido el diálogo, pero Simónides vuelve del revés los propios argumentos del tirano y, en los capítulos finales: 8, 9, 10 y 11, le propone un proyecto ideal de gobierno que no está reñido con el amor, el cariño y el respeto de sus súbditos, sino que, al contrario, ofrece más posibilidades de acrecentarlo. Aunque Simónides no lo afirme explícitamente, es una forma sutil de decirle con ironía que no hay otro camino para dejar la tiranía que transformarla en un gobierno justo y normal que fomente el bienestar de todos.
Sin embargo, debe notarse que el poeta al comienzo de este plan, capítulo 8, no usa el término «tirano», sino árkhein (mandar, gobernar), que no tiene las connotaciones negativas del primero. Ya sea un modo irónico de condenar la tiranía, como dice Higgins4, ya sea otro motivo cualquiera, el hecho está ahí y hay que anotarlo.
Simónides empieza explicando que de actos que realizan por igual el tirano y el particular, como el saludo, la alabanza, gratificaciones, cuidado de enfermos, regalos, tolerancia de la vejez, el gobernante obtiene mayor agradecimiento que el particular y, por eso, es más amado. Pero Hierón no pasa por alto las pesadas cargas propias del tirano, como impuestos, vigilancia, castigos, mercenarios que le salen caros al ciudadano.
En el capítulo 9, Simónides objeta que hay ocupaciones enojosas y ocupaciones gratas, como castigos y premios. El gobernante debe ocuparse de las segundas y encargar las primeras a otros, de modo que en todos los asuntos públicos lo atractivo recaiga sobre él, como hace el arconte con los coros: él reparte los premios, mas los coregos y otros se encargan del trabajo y corrección. Deben establecerse premios para todas las actividades, incluso para la agricultura y el comercio, así todo marchará mejor y los ingresos mayores compensarán los gastos.
Después de estos alicientes económicos, el capítulo 10 plantea el espinoso problema de los mercenarios. El plan de Simónides es convertirlos en protectores de todos los ciudadanos y de sus bienes, tanto en la ciudad como en el campo, y no sólo de los bienes privados del tirano. De este modo, los súbditos se convencerán de su necesidad y contribuirán a su mantenimiento, a la vez que defenderán sus intereses.
El último capítulo es una exhortación al fomento de los gastos públicos cuyas ventajas son notorias para el país y para el propio tirano; ya que la ciudad será más fuerte, las rentas mayores y los enemigos la respetarán.
Por la misma razón de que lo beneficioso para la ciudad lo es también para el tirano, le aconseja, para evitar recelos, que prepare la ciudad entera para las competiciones contra otros gobiernos y no lo haga él personalmente con sus cuadrigas. Ésta es la única vía para atraerse el amor, la amistad y el respeto; en una palabra, para ser afortunado y no blanco de envidias.
Si contemplamos en su conjunto el diálogo, advertimos dos partes bien diferenciadas en su presentación: los siete capítulos primeros, dos tercios aproximadamente, y los cuatro últimos, el otro tercio. En la primera parte se describen por el mismo tirano con tintes muy negros los aspectos desagradables de la tiranía, para concluir con la propuesta de la horca como su única salida. En la segunda, Simónides pretende hacerle ver que hay otra solución más natural y, sobre todo, más favorable para el tirano y sus súbditos, que es convertir la tiranía en un gobierno justo mediante un programa ideal, pero realizable, en teoría al menos, que le facilitará a él la felicidad que ahora no posee y la prosperidad a todo...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. JENOFONTE: OBRAS MENORES
  5. PSEUDO JENOFONTE: LA REPÚBLICA DE LOS ATENIENSES
  6. ÍNDICE GENERAL