Victorina o heroísmo del corazón Tomo II
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Victorina o heroísmo del corazón Tomo II

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Victorina o heroísmo del corazón Tomo II

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Segundo volumen de la obra Victorina o heroísmo del corazón, de Concepción Gimeno de Flaquer. La novela, publicada originalmente en forma de folletín, supone una dura crítica contra las tradiciones machistas y opresoras de la época de la autora bajo el disfraz de una historia de amor frustrada.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726509090
Categoría
Literature
Categoría
Classics

CAPÍTULO VII.

Mario volvia á frecuentar el palacio del conde de Champ-Fleury diariamente.
La condesa recibia siempre al poeta-pintor en compañía de doña Clara.
La beata que amaba muchísimo á su sobrina, y que apreciaba al poeta-pintor bastante, dejaba sus trisagios y se hacia sociable para presidir aquella tertulia de dos, accediendo á los ruegos de Victorina.
Esta, cuando se hallaba acompañada por su tia, se creia á cubierto de la murmuracion y libre de la maledicencia.
El poeta-pintor continuaba apasionado cual siempre le hemos visto en el transcurso de nuestra narracion.
Le hacia el amor á Victorina, valiéndose de hipótesis y metáforas que Doña Clara no en tendia.
La condesa dominaba sus sentimientos; su virtud sofocaba su amor, y aunque experimentaba las más vivas emociones, no las dejaba asomar á su rostro.
Su lucha era más terrible que la que sostenia la hermana de Ricardo I, rey de Inglaterra, entre su amor y la religion de Malek-Adhel.
Sin embargo, la condesa permanecia siempre victoriosa.
El conde no se comunicaba con su esposa.
En todos los altos círculos se hablaba del divorcio de los condes como de una cosa cierta.
Una noche se hallaba Mario en un casino leyendo los periódicos, y varios jóvenes le interrumpieron, diciéndole:
—¿Dónde te metes, querido Mario?
—Ya lo veis, voy á todas partes.
—Parece que te adhieres demasiado á la aristocracia.
—Cual tengo por costumbre.
—Hoy más que nunca.
—Eso no es exacto: bien sabeis que siempre he frecuentado aristocráticos salones.
—Los poetas sois mariposas de salon, pero segun dicen, revoloteas constantemente hácia el mismo centro.
—¡Mariposas! ¿Y por qué nos llaman mariposas?
—Porque vais absorbiendo el jugo de distintas flores.
—El poeta se posa sobre la corola de una arrogante dalia y la encuentra sin perfume, gira en torno de una rosa y se hiere en sus espinas, hasta que vagando de flor en flor encuentra una que logra parar su inconstante vuelo.
—Luego te has fijado ya.
—No, la suerte adversa se opone á ello.
—El mundo te supone muy afortunado.
—Los juicios del mundo valen poco.
Yo he encontrado en mi camino un alma gemela de la mia; somos dos flores de un mismo tallo; pero el huracan nos separa, arrastrando nuestras hojas por la arena y sepultándolas en furiosos torbellinos.
—No seas hipócrita, todos sabemos que no te desdeña la dama de tus pensamientos.
—¡Ojalá fuera verdad lo que decis!
—¿No te es fiel tu amada?
—A mí no me ama ninguna mujer.
—¡Cuán modesto eres!
—Es la realidad; cualquiera consigue esos amores comunes, fáciles y amanerados; pero el amor de una mujer distinguida, el amor de una mujer de talento, que tanto tiempo busco incansablemente, ese no lo he podido encontrar.
—¿Y la condesa de Champ-Fleury?
—La condesa me ha rechazado bruscamente.
—Sin embargo, la visitas casi todos los dias.
—La condesa, que tan terminantemente me niega su amor, me distingue con una amistad sincera y franca.
—Cuán peligrosas son esas amistades.
—¿Por qué?
—Porque de la amistad que te concede, no hay más que un paso al sentimiento que te inspira.
—La condesa no dará ese paso jamás, estoy plenamente convencido.
—El terreno es resbaladizo.
—La condesa se sostiene á pié firme en ese terreno.
—La mujer es débil, y su planta vacila á cada instante en ese camino.
—La condesa es fuerte, y no atraviesa las sendas que le veda el deber.
—Se dice que para tí rompe su severidad.
—¡Mentira, mentira ruin, la condesa no me ha hecho la más leve concesion!
—La defiendes como un caballero de la Edad media.
—No necesita defensa; el que dude de sus virtudes, es un villano.
—El caso es que está divorciada de su marido.
—Falso, muy falso: yo trato á esa familia con mucha confianza, y conozco sus interioridades.
El conde está en París, donde va frecuentemente por negocios suyos.
—¡Entonces la condesa queda libre!
—La condesa vive con una parienta de su madre, señora muy respetable que vela por ella con amor maternal.
—Yo sé más que ustedes—añadió un tercero—he sabido por un íntimo amigo del conde, que hallándose éste un dia en un café tomando un ponche, oyó á varios jóvenes que se ocupaban de una mujer, se fijó un poco, y observó que la mujer en cuestion era la suya. Marchó á su casa desatinado, y dicen que insultó á la condesa; esta señora quedó privada, permaneció algunos dias en cama sufriendo vértigos y parasismos, y cuando recobró el dominio de sus facultades mentales, escribió al conde una carta muy fuerte, el conde no le contestó, y se fué á París sin despedirse de ella.
El conde no se ha cuidado de lavar la mancha caida en la honra de su mujer, pues, segun las crónicas, está entretenido en París con algo más interesante para él que su honra. El cree culpable á la condesa, y la desprecia sin más averiguaciones.
—¡Qué horror!—exclamó Mario fuera de sí—calumnian nuestra pura amistad, quieren empañar el brillo de su limpio nombre. Esa voz la habrá esparcido algun cobarde infame, vengándose de las negativas de la condesa.
Si su marido no ha hecho su deber, yo buscaré al calumniador y le destrozaré el corazon, como él ha destrozado la honra de esa mujer inmaculada.
¡No hay virtud más acrisolada que la suya! Es una mujer invencible, inexorable, inaccesible á sentimientos amorosos.
¡Pobre mujer; la han calumniado conmigo y ni siquiera me ha dicho una palabra!
¿Qué habia de decirme? Se hubieran manchado sus labios al pronunciar cualquiera frase referente á un asunto tan rastrero.
¡Esa mujer ha venido al mundo para sufrir!
Es una santa, es una mártir.
Señores, ustedes son testigos de que hago un testimonio público, una defensa del honor de esa mujer, de la dignidad que conserva incólume, de su preclara virtud.
Ahora, todos tienen ustedes obligacion de hablar con respeto de la condesa.
Hubo tal firmeza, tanta energía, tanta verdad en el acento de Mario, que todos quedaron confundidos por su noble conducta.
Habia sido un ilustre campeon.
El grupo se disolvió seguidamente, y en el gabinete de lectura del casino quedó el poeta con uno de los que habian presenciado el combate.
El jóven se aproximó al poeta, y le dijo cautelosamente:
—Señor mio, tengo una deuda pendiente con usted.
—No tengo el gusto de saber quién es usted, caballero.
—Si yo hubiera tenido el honor de conocerle antes de esta noche, es muy probable no hubiera contraido con usted tan sagrada deuda.
—Explíquese usted, porque no le comprendo.
—No es extraño; pronto voy á ponerle al corriente de todo.
Para quedar en paz con mi conciencia necesito dar á usted una completa satisfaccion.
Mario miraba á su interlocutor con gran curiosidad.
Este empezó así:
—Tengo la idea de que soy el que ha proporcionado á la condesa los disgustos que ha pasado con su marido, aunque no fué intencion mia originárselos.
—¿En qué se funda usted para abrigar esa creencia?
—¿Recuerda usted lo que ha referido uno de los que se acaban de marchar, acerca de unos jóvenes que hablaron ignominiosamente de la condesa en torno de la mesa de un café.
—Sí; lo recuerdo.
—Pues bien; yo fuí el necio que aludiendo á unos ligeros datos que tenia recogidos, datos esparcidos por un amante desdeñado, yo fuí, repito, el que sobre ellos inventó una historia acerca de la vida de esa señora, que sólo conozco de nombre, y que usted me ha enseñado á respetar.
—¿Con qué objeto relató usted tan infame invencion?
—Con el objeto de hacerme oir por los que anhelan ardientemente el desenvolvimiento de sucesos privados sepultados en la tumba del misterio, quise darme la importancia de gran noticiero, interesando á los oyentes, estúpidos cual yo, y me apoyé en argumentos hijos de mi fantasía.
Mi petulancia gozaba al hacer creer á mi público que me eran familiares los episodios de la vida de la condesa.
Por lo que esta noche se ha dicho en el casino, infiero que el conde, caballero que no conozco, y que al parecer se hallaba en una mesa contigua á la mia, se apercibió de los chistes, sátiras y epigramas que inspiró la falsa historia narrada por mí.
La casualidad teje las más complicadas redes, los más estrechos lazos, para hacernos caer en ellos al no observarlos nuestra tranquila y peligrosa confianza.
¡Oh la casualidad es muy traidora! ¡Que grandes descubrimientos ha hecho la casualidad!
¡Cuántos hombres le deben su gloria! ¡Cuántos su fortuna! ¡cuántos su ruina!
Yo soy la causa de los malos tratamientos que habrá sufrido la condesa, yo el orígen de sus penas, tal vez de sus lágrimas, tal vez del divorcio.
¡Oh no me lo puedo perdonar! ¡soy un monstruo de iniquidad que á mí mismo me doy miedo! ¡Ay si se pudiera retroceder en la vida!
—En la vida no se pueden borrar las páginas escritas, tirada ya la edicion; pero se puede poner tras ellas una fe de erratas, se puede corregir la edicion mal hecha.
—¿Puedo yo enmendar mi obra?
—¡Facilmente! hay males que tienen reparacion.
—¡Qué felicidad; daria mi existencia por devolverle la ventura perdida!
—No le puede usted dar felicidad, pero puede usted hacerle recobrar el buen concepto que en algunos círculos ha perdido, puede usted devolverle la paz, la calma, puede usted hacer que recobre el imperio que le permitia ejercer su altiva dignidad, su noble altivez. ¡Que se alce grande, cual siempre, que anonade á los que se han gozado en su...

Índice

  1. Victorina o heroísmo del corazón Tomo II
  2. Copyright
  3. CAPÍTULO PRIMERO.
  4. CAPÍTULO II.
  5. CAPÍTULO III.
  6. CAPÍTULO IV.
  7. CAPÍTULO V.
  8. CAPÍTULO VI.
  9. CAPÍTULO VII.
  10. CAPÍTULO VIII.
  11. CAPÍTULO IX.
  12. CAPITULO X.
  13. CAPITULO XI.
  14. Sobre Victorina o heroísmo del corazón Tomo II