Disputaciones tusculanas
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Disputaciones tusculanas

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Disputaciones tusculanas

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Las Disputaciones tienen como tema central el modo de alcanzar la felicidad y la serenidad; como no se trata de una obra simplificadora, tratan los mayores obstáculos para obtenerla.Las Disputaciones tusculanas (del año 44 a.C. y dirigidas a Marco Bruto) consisten en un tratado filosófico en cinco libros, compuesto en forma de conversaciones entre dos personajes, M. y A. Su tema central es cómo alcanzar la felicidad y la serenidad, y puesto que no se trata de una obra fácil, afronta con valor los mayores obstáculos para la consecución de este fin. El propio Cicerón nos ofrece un esquema de la obra en el prólogo a Sobre la adivinación: "las Disputaciones tusculanas [...] trataban de los fundamentos de la vida feliz, la primera sobre el desprecio de la muerte, la segunda sobre soportar el dolor, la tercera sobre mitigar el dolor, la cuarta sobre las perturbaciones psicológicas y la quinta sobre la corona de toda la filosofía, la afirmación (estoica) de que la virtud es en sí misma suficiente para la vida feliz." La obra posee la fuerza de lo íntimamente sentido, y tiene un trasfondo biográfico: fue escrita al año de la muerte de su amada hija Tulia, que sumió a Cicerón en una profunda tristeza. En sus últimos tres años se apartó de la vida política y se recluyó en su villa de Túsculo, donde se consagró a la creación literaria; éste es el más personal de los escritos de esta época.

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Información

Editorial
Gredos
Año
2016
ISBN
9788424937089

LIBRO I

Habiéndome liberado por fin, si no por completo, al menos [1] [1 ] en gran parte, de las fatigas de la abogacía 1 y de mis deberes de senador, he regresado, Bruto 2 , atendiendo a tus insistentes exhortaciones, a esos estudios que, postergados por las circunstancias pero siempre presentes en mi ánimo, he vuelto a reemprender ahora, después de haberlos interrumpido durante un largo período de tiempo 3 , y, puesto que el sistema y la enseñanza 4 de todas las disciplinas que atañen al camino recto del vivir forman parte del estudio de la sabiduría que se denomina filosofía 5 , he pensado que yo debía arrojar luz sobre esta cuestión en lengua latina, no porque piense que la filosofía no pueda aprenderse en lengua griega y con maestros griegos, sino porque yo siempre he tenido la convicción de que nuestros conciudadanos, o se han mostrado en sus creaciones originales más sabios que los griegos, o han mejorado cuanto han recibido de ellos, me refiero naturalmente a aquellos campos que han considerado dignos de dedicarles sus esfuerzos 6 .
[2] Es innegable que nosotros preservamos mejor y con mayor decoro las costumbres y las normas de vida, así como la administración de la casa y de la familia, mientras que en lo tocante al estado no hay duda de que nuestros antepasados lo han templado 7 con instituciones y leyes mejores. ¿Y qué decir del campo militar en el que nuestros compatriotas no sólo han sobresalido por su valor, sino en un grado mayor aún por su disciplina? Además, si nos fijamos en los logros que se consiguen con las dotes naturales y no con la cultura libresca 8 , ni Grecia ni ningún otro pueblo pueden resistir la comparación con nosotros. ¿En quién existió alguna vez una dignidad, una firmeza, una probidad, una fidelidad y una excelencia moral tan extraordinaria en todos los campos que pueda parangonarse con nuestros antepasados? 9 .
Grecia nos superaba en cultura y en todos los géneros literarios, [3] campo en el que era fácil vencer ya que nosotros no les oponíamos resistencia. En realidad, mientras entre los Griegos la clase más antigua de los hombres cultivados 10 es la de los poetas, si es cierto que Homero y Hesíodo vivieron antes de la fundación de Roma y Arquíloco durante el reinado de Rómulo 11 , nosotros, hemos adoptado la poesía más tarde. Aproximadamente unos quinientos diez años después de la fundación de Roma Livio ofreció una representación bajo el consulado de Gayo Claudio —hijo de Claudio el Ciego— y de Marco Tuditano, un año antes del nacimiento de Ennio, que había nacido antes que Plauto y Nevio 12 .
[2 ] Como puede verse, nuestros compatriotas han conocido o acogido 13 a los poetas en época tardía. Aunque en los Orígenes 14 se manifiesta que, durante los banquetes, los invitados tenían la costumbre de cantar, acompañados de la flauta, las hazañas de los hombres ilustres, no obstante, que la poesía no gozaba de honor alguno lo pone en evidencia un discurso de Catón, en el que reprochó a Marco Nobilior, como si de una infamia se tratara, el hecho de que hubiera llevado con él poetas a su provincia; como es bien sabido, cuando era cónsul, él había llevado consigo a Ennio a Etolia 15 . Como era natural, cuanto menor era la consideración de que gozaban los poetas, tanto menor era el interés que despertaban 16 ; a pesar de ello, aquellos que sobresalieron en el género poético por sus grandes dotes naturales no fueron incapaces de mantenerse a la altura de la gloria de los griegos.
¿Debemos pensar que, si a Fabio, hombre nobilísimo, se [4] le hubiera reconocido como un mérito el hecho de dedicarse a la pintura, no habría habido también entre nosotros muchos Policletos y Parrasios? 17 . El reconocimiento alimenta las artes y la gloria enciende en todos la afición por las mismas, mientras que las actividades que gozan de un descrédito general caen siempre en el olvido. Los griegos pensaban que el grado máximo de instrucción consistía en el canto acompañado de instrumentos de cuerda, por eso se dice de Epaminondas 18 , hombre a mi juicio entre los primeros de Grecia, que cantaba a las mil maravillas acompañado de la cítara, mientras que Temístocles 19 , unos años antes, por haber rehusado tocar la lira en un banquete, fue tenido por un inculto. Esa es la razón de que en Grecia florecieran los músicos, y todos aprendían el arte musical y a quien la ignoraba se consideraba que había descuidado bastante su [5] educación. La geometría gozó de la mayor consideración entre los griegos y por esa razón nada brilló más que las matemáticas; nosotros, por el contrario, hemos restringido el ámbito de esta ciencia a la simple función utilitaria de la [3 ] medida y el cálculo. Ahora bien, en compensación, hemos abrazado con rapidez la oratoria 20 , que en un principio no se basaba en la enseñanza, sino simplemente en la aptitud para hablar, aunque después se convirtió en una enseñanza 21 . La tradición nos dice, como sabemos, que Galba, el Africano y Lelio fueron personas cultas, mientras que Catón, que era de mayor edad que ellos, sentía una gran pasión por la cultura 22 ; más tarde vinieron Lépido, Carbón, los Gracos 23 ; desde entonces hasta nuestros días nuestros oradores han alcanzado un nivel que les permite no ser inferiores, o no serlo en absoluto, a los griegos. La filosofía no ha sido objeto de atención hasta nuestros días y no ha recibido ninguna luz de las letras latinas: a mí me toca darle esplendor y vida, de manera que, si en mi vida activa he sido de alguna utilidad a mis conciudadanos, desearía también prestarles algún servicio, si me acompañan las fuerzas, desde mi retiro. Y yo debo [6] poner todo mi empeño en este campo, sobre todo porque se dice que existen ya muchos libros escritos sin criterio alguno por autores que indudablemente son personas magníficas, pero carentes de los conocimientos suficientes. Ahora bien, puede darse el caso de que uno tenga opiniones acertadas y no sea capaz de expresarlas con elegancia, mas expresar por escrito sus propios pensamientos cuando no se es capaz ni de ordenarlos, ni de expresarlos con claridad, ni de atraer al lector con ningún tipo de deleite, es propio de un hombre que abusa sin moderación alguna de su ocio y de los medios que la lengua le ofrece. De aquí que ellos 24 sean los únicos que leen sus libros en compañía de sus seguidores y que nadie les ponga la mano encima excepto quienes desean que se les permita la licencia de escribir de esa misma manera. Por ese motivo, si yo he contribuido un poco con mi ocupación a la gloria de la elocuencia, con un empeño aún mayor abriré las fuentes de la filosofía, de las que también manaba mi elocuencia.
[4 ] [7] Pero, del mismo modo que Aristóteles, hombre dotado de cualidades innatas, conocimiento y elocuencia, estimulado por la fama del orador Isócrates 25 , comenzó a enseñar a los jóvenes el arte de hablar y a unir la sabiduría 26 con la elocuencia, así también yo tengo el propósito de, sin abandonar una prístina pasión por la elocuencia, cultivar este arte más elevado y más rico 27 . Siempre he tenido la convicción de que la forma más perfecta de filosofía es la que es capaz de tratar de los argumentos más importantes con un lenguaje copioso y elegante; a un empeño de esta naturaleza me he dedicado con tanta pasión que he llegado incluso al atrevimiento de tener disertaciones a la manera de los griegos. De modo que, poco después de tu partida 28 , en mi villa de Túsculo, en presencia de varios amigos íntimos, he querido poner a prueba de qué era capaz en este campo. Del mismo modo que antes me ejercitaba en declamar las causas judiciales, actividad a la que nadie le ha dedicado más tiempo que yo, así también ahora me dedico a esta declamación senil 29 . Yo invitaba a proponer un tema sobre el que se deseara oírme hablar y trataba sobre él sentado o paseando. El [8] resultado es que yo he recogido en otros tantos libros las cinco disertaciones, como los griegos las llaman. El procedimiento que utilizaba era el siguiente: cuando quien deseaba oírme había expresado su parecer, yo lo rebatía. Éste, como tú sabes, es el antiguo método socrático de rebatir la opinión del interlocutor. Es indudable que Sócrates pensaba que éste era el camino más fácil de descubrir lo que más se asemeja a la verdad, Mas, para que nuestras discusiones puedan seguirse de un modo más adecuado, en lugar de narrarlas, las expondré en forma de diálogo. Comenzarán, por lo tanto, de la forma siguiente 30 :
—En mi opinión la muerte es un mal. [9] [5 ]
—¿Para quienes están muertos o para quienes deben morir?
—Para ambos.
—Luego es una infelicidad, puesto que es un mal 31 .
—Sin duda.
—Por esa razón son infelices aquéllos a quienes les ha sobrevenido ya la muerte y aquéllos a quienes les tiene que sobrevenir.
—Sí, ésta es mi opinión.
—Luego no hay nadie que no sea infeliz.
—Absolutamente nadie.
—Entonces, si tú quieres ser coherente contigo mismo, todos los que han nacido o van a nacer, no sólo son desgraciados, sino siempre desgraciados. Si tú dijeras en efecto que sólo los que deben morir son desgraciados, ciertamente no podrías exc...

Índice

  1. Anteportada
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. Introducción
  5. Bibliografía
  6. Sinopsis
  7. Libro I
  8. Libro II
  9. Libro III
  10. Libro IV
  11. Libro V
  12. Índice General