Anatomía de la memoria
eBook - ePub

Anatomía de la memoria

  1. 576 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Anatomía de la memoria

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

A principios de la década de los setenta, en el norte de México, un grupo de estudiantes conocido como Los Enfermos inició un movimiento revolucionario que pretendía instaurar un nuevo orden nacional. El entonces joven poeta Juan Pablo Orígenes formaba parte de aquel grupo. Cuarenta años después, el Ministerio de Cultura encarga a Estiarte Salomón escribir la biografía del escritor con el propósito de publicar, a manera de homenaje, sus obras completas. Será en las conversaciones que mantiene con Salomón, cuando Orígenes, enredado en el delirio de su propia memoria, descubra que algo en su pasado quedó incompleto y volverá a recorrer las calles de la ciudad tratando de recuperarlo. Desde la pesadilla de la impostura, la conspiración y las traiciones, Orígenes se reencuentra con aquellos Enfermos de su juventud, pero el país ha cambiado y otros grupos de enfermos aparecen en el trayecto de esa búsqueda: no se trata de lo que el poeta y los Enfermos hicieron en aquellos años, sino de lo que harán ahora: el Ensayo de Resurrección, el regreso de la Enfermedad al país.Estructurado a la manera de un tratado anatómico y en estrecha relación conAnatomía de la melancolía, de Robert Burton, Anatomía de la memoriaes la historia de la descomposición y recomposición de los recuerdos, de cómo nos aferramos a lo perdido o, en resumen, como dice uno de los epígrafes del libro, citando al poeta Guillermo Sucre, de cómo "la memoria no perfecciona el pasado, sino la soledad del pasado".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Anatomía de la memoria de Eduardo Ruiz Sosa en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literature General. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Candaya
Año
2020
ISBN
9788415934882
Categoría
Literature

IV

HÍGADO, LINFA, BILIS, MÉDULA
DEL LATÍN Medulla
PARTE ESENCIAL DE LAS COSAS, LA ENTRAÑA, LO MÁS OCULTO «DICEN, EN EFECTO, QUE HAY TRES CONSTITUCIONES DE LOS CUERPOS HUMANOS: UNA POR LA QUE SE MANTIENEN SANOS, OTRA POR LA QUE ENFERMAN Y LA TERCERA, INTERMEDIA, POR LA QUE CREEN ESTAR SANOS PERO ESTÁN A PUNTO DE CAER EN DOLENCIAS Y PELIGROS POR CIERTO PODER DESTRUCTOR QUE YA ESTÁ DENTRO DE SUS CUERPOS» DIOSCÓRIDES
Casi nadie está hecho
tan solo con lo propio
Roberto Juarroz
Es aún, otra vez, la cal
el hueso frío en nuestras manos, la
médula negra de la policía
Antonio Gamoneda
Contra el dolor por la muerte de los amigos o, por otra parte, contra los vanos temores, etc. «[…] los estudiantes aplicados se ven afectados normalmente por gotas, catarros, reumas, caquexia, bradipepsia, ojos enfermos, piedra, cólicos, indigestiones, estreñimiento, vértigo, flatulencia, consunciones, y todas las enfermedades que proceden de estar demasiado tiempo sentados» (Secc. II, Miembro III, Subsecc. XV)
Ella come por rabia, come por decepción, come por amor, come por pena. Come por modestia, orgullo y nostalgia. A bocados salió del vientre de su madre. En la tumba, cuando no le quede otra cosa, se comerá el ataúd y los clavos
Elías Canetti
RECUERDA,
tú que dominas la mente y la materia
y que puedes hablar con los muertos,
recuerda
que Lida Pastor tenía diecisiete años,
alguna vez. Que había cerrado la puerta porque estaba detrás del mostrador viendo a los ojos que apenas brillaban en lo oscuro del único muchacho que entró esa noche. Que tenía todavía muy vivo el recuerdo del primer estudiante que se metió en la casa huyendo de la policía o de otros estudiantes o de quién sabe quién. Que nunca supo su nombre. Que eso fue ¿cuándo?, ¿tres, cuatro años antes?
Le hacía gracia: a esos muchachos les decían Enfermos y para esconderse, para encontrar salvación y amparo, se metían en una farmacia.
Como si buscaran la cura de un veneno.
Como si de verdad buscaran algo.
Una vez le contó a Macedonio Bustos, años después, cuando Macedonio se fue a vivir a aquella casa de la calle Colón y empezó a trabajar como encargado de la Botica Nacional, le contó, pues, que muchas noches, cuando su madre no la dejaba dormir porque vivía con las horas volteadas y a media noche le hacía el desayuno, y cuando el tío Liberato Pastor caminaba por la casa buscando el origen de algún ruido insoportable que tenía seguramente metido en la cabeza, ella abría la pequeña puerta que comunicaba la enorme sala de la casa con la bodega trasera de la botica y se dormía ahí, como emparedada y lejos de todo, aislada entre los dos muros que separaban y unían la casa y la botica, y que una noche de ésas escuchó un ruido metálico, un retorcerse de cuerpos, una respiración agitada:
apenas al otro lado de la puerta que daba a la botica volvió a escuchar un borboteo de aire, un silbido de flauta rota y pensó, quizá porque siempre le aturdían los males de su madre y del tío Liberato, que aquellos ruidos eran los mismos que él buscaba: despacio abrió la puerta y salió a la botica y algo empezó a moverse en un rincón, recogiendo las extremidades y metiendo la cabeza entre las rodillas, una cabeza melenuda y negra y silenciosa, y ella se quedó viendo a aquel muchacho, que estaba llorando, como cualquiera se queda viendo a una araña monumental que se repliega:
pero había un lloro entrecortado y vergonzoso, o una tos ahogada entre las manos, o quizás el cansancio de haber llegado corriendo atrabancado con el Jesús en la boca y el Diablo en el cuerpo; quizás el miedo a la muerte y todos sus mitos: la prisión, la tortura, la despaciosa muerte de los rebeldes, el empalamiento,
decían que se hablaba de esas cosas, que aquello les pasaba a los estudiantes,
y por eso, Lida, que conocía la ternura y la compasión porque aprendió a tenérsela a sí misma cuando su madre y su tío dejaron de prestarle atención, le puso sobre la rodilla una mano pálida como una nube vacía, sin lluvia, y el muchacho, que no era mucho mayor que ella, levantó la mirada y vio entre lo oscuro otra cosa más oscura que la noche, hecha de ojos y piernas, de sonrisa y paciencia, y no se dio cuenta de que ella ya había cerrado la puerta con llave, de que nadie más iba a entrar, de que estaba a salvo, y de que ella, como muchas veces, casi siempre, estaba desnuda.
Eso le contó a Macedonio;
se lo contaba cada tanto tiempo como si no se lo hubiera dicho nunca, como si él lo olvidara,
o como si a él no le doliera que ella hubiera amado a otros muchachos antes o después que a él, como si él no tuviera memoria, como si él no fuera el que fue, el único que la veía durante el día: ella misma se lo había dicho:
A ti te quiero cuando es de día;
como si el amor de los otros no fuera para él una herida,
como si la herida no fuera para él lo más parecido al amor,
como si de verdad el tiempo, en vez de empeorar las cosas, las remediara.
Pero no había remedio,
recuerda,
que Macedonio
una vez,
cuando él era el muchacho que Lida Pastor más amaba, cuando todavía los dedos de la mano estaban en su sitio y ninguna cosa filosa le reventó toda la medicina que le quedaba por estudiar, todos los cuerpos del anfiteatro y todos los cortes quirúrgicos que le quedaban por delante, cuando aún asistía a la Facultad de Medicina, cuando por las noches Lida Pastor lo citaba siempre en la Botica Nacional y le dejaba la puerta abierta y las luces apagadas, cuando lo llevó a conocer a su madre y le dijo:
A mi madre la perdí hace muchos años,
y entró en la casa y encontró las pinturas tatuadas en las paredes, y esperaba a que volviera Lida Pastor y su madre, que apareció de entre los arrayanes y los mangos reventados por la tierra del patio y le explicó la naturaleza de aquel museo,
recuerda que una vez
un día,
cuando despertó muy temprano, solo en la mañana de la botica, desnudo y sin ella a su lado, atravesó la puerta pequeña que comunica con la casa y la buscó por las habitaciones, por la cocina, los baños, el patio, sin encontrarla, y entonces se acercó a la habitación del fondo, allá detrás donde a fin de año crecen las nochebuenas, y el resto del tiempo espinan las bugambilias y los guamúchiles, y despacioso como el verano fue metiendo la cabeza en aquella oscuridad
y alcanzó a divisar
sentado frente al espejo
a un hombre con vestido que se dibujaba en la cara la cara de una mujer,
o la cara de Amalia Pastor,
o lo que Macedonio recordaba que era la cara de Amalia Pastor, la madre de Lida, la madre que había perdido hace muchos años, la madre que hablaba de las pinturas y que curaba a los enfermos de la estirpe,
un hombre que se parecía muchísimo a Lida, o a Amalia, o a las dos, y que no se dio cuenta de que Macedonio Bustos, en aquel tiempo un muchacho de unos veinte años, lo estaba viendo desde la puerta abierta de la habitación:
se echó para atrás como si pisara descalzo entre las ramas espinosas de los árboles más espinosos, y cuando creyó que nadie desde dentro, es decir, aquel hombre, desde dentro de la habitación, ya no podía verlo, salió disparado hecho una bala loca hacia la puertecita que comunicaba con la botica y que había dejado abierta de par en par en la sala de la casa, justo debajo del retrato de una mujer,
que ahora le parecía un hombre,
que se llama Elvira Pastor, le habían dicho, y que había enfermado de una depresión grave dos o tres décadas antes del nacimiento de Lida Pastor,
salió por la puerta de la botica hacia la calle, sin todavía encontrar por ningún lado a la muchacha, y se fue a la Facultad a tomar las primeras clases del día:
quizá fue por el susto que algunos pensaron que iba borracho,
pero aquella mañana, en el anfiteatro, frente al cuerpo de un muchacho que había muerto, dijeron, de un balazo en el costado, y que llevaba meses metido ahí bajo los cuchillos de los estudiantes, acartonada la piel, endurecida la piel como si fuera un tubérculo rancio, Macedonio vomitó, lloró y dijo, entre arcadas, el nombre de Lida Pastor.
Yo siempre creí que había fantasmas en esa casa, le dijo a Estiarte Salomón.
Recuerda,
tú,
que no sabes lo que falta,
que nunca supiste encontrar en el pozo la luz, que nunca tuviste calma,
recuerda
que de niña, cuando las cosas deben ser simples y el dolor es el recuerdo de una caída, un juguete roto, un regaño de los padres, Lida Pastor conoció otras cosas:
el mundo tenía otro orden, o tenía otros límites, o se acababa en un punto distinto, o había una palabra dicha en la voz de alguien que, entonces sí, era Amalia Pastor, que paseaba por el patio de la casa entre los árboles de arrayán y la monstruosa ceiba, esa mano con las uñas anaranjadas y sin recortar, entre las gallinas y los pollos que correteaban dando saltos como si soñaran con volar, y que quizá lo lograron un día porque desaparecieron de pronto en una nube de plumas, y cuando Amalia se acercaba a ella, a su hija a la que habían llamado Lida, que jugaba tirada en el suelo arrastrándose entre los gusanos que iba sacando de la tierra con un tenedor, le tocaba el pelo con una mano vaporosa y le decía:
Vete a dormir, es muy tarde;
pero Lida Pastor veía en el cielo, entre las ramas de los árboles, allá en el fondo, el sol encendido y quemante, una lumbre cegadora, y su madre, con cara de no haber dormido nunca, se alejaba flotando entre las plantas, espantando sin querer a las gallinas que picoteaban el suelo,
recuerda,
que luego, la hija metía los gusanos en una cazuela y se iba a la cocina, se subía en un banco para alcanzar la estufa y encender el fuego: entonces veía el retorcerse de aquellas vísceras de la tierra y escuchaba, o creía escuchar, el crujir de un espanto, de una muerte sin remedio: desde lejos quizá cocinaba alguna cosa dulce o inocente, si uno no supiera lo que de verdad hacía; y con el tenedor y la delicadeza de un meñique devolvía al interior de la cazuela a los gusanos que intentaban salirse escalando las paredes del recipiente,
buscando salvación,
y cuando ya ninguno se movía y flotaban en una especie de licor caliente y amargo los echaba en un frasco de cristal, lo cerraba y lo guardaba en la habitación del fondo del patio, donde ella dormía.
La infancia de Lida Pastor fue así, y fue corta.
Recuerda
que un día se enteró de la muerte del tío Liberato,
que vivía con ellas desde siempre, que tenía los mismos ojos que ellas dos, ligeramente rasgados, oscuros y con un glaucoma enterrado en los más hondo, germinando poco a poco, que algún día brotaría como una flor gris y opaca que trae consigo la ceguera y los bultos difusos y las sombras,
el tío Liberato Pastor, hermano de Amalia, ocupaba una de las dos habitaciones en el centro de la casa, escuchaba música por las tardes y leía los diarios por la noche porque así, decía, a la mañana siguiente podía recordar el origen de todas sus pesadillas,
escuchaba ruidos por la casa, voces o ladridos o el timbre de la puerta o el timbre del teléfono o las manos de alguien que esculcaba algún cajón donde él había escondido alguna cosa, y se pasaba horas a veces buscando el origen de aquellos desórdenes, sin nunca encontrar nada,
nada que aliviara la desesperación,
al principio, cuando Lida era pequeña, el tío Liberato, que siempre quiso ser ingeniero y construir puentes, pasaba mucho tiempo con ella en el patio enorme de la casa, construyéndole castillos y barcos con puertas y despojos que encontraban en el tejabán del fondo, esa caseta con techo de lámina donde el sol entraba por redondos agujeros de luz, pequeños soles que caían verticales atravesando las telarañas, y donde se guardaba todo lo que nadie quería,
y por eso, por los juegos y los barcos encallados en el patio, la sonrisa grande y recta como una mazorca de maíz, las historias inventadas y todo lo demás, Lida Pastor condescendía con el tío Liberato cuando él buscaba el origen de aquellos ruidos y lo ayudaba a perseguir, a esculcar, a vigilar los rincones de la casa esperando la revelación de algún secreto,
mientras tanto, Amalia Pastor parecía cada vez más un espíritu: la veía poco, casi no hacía ruido, era apenas un estornudo en algún rincón, una cuchara removiendo el pozo de la taza de café, un apartar las r...

Índice

  1. I
  2. II
  3. III
  4. IV
  5. V
  6. Página final