Laberinto veneciano
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Laberinto veneciano

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Laberinto veneciano

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Laberinto venecianoes una invitación a descubrir la Venecia más misteriosa y secreta, aquella que vive tras el Gran Canal y sus palacios. Convencida de que hay que aprender a caminar para llegar a ninguna parte, Marina Gasparini nos ofrecerá un itinerario fuera de programa, jalonado por la belleza de lo discretro y de lo mínimo: los ecos de la campana Marangona, el olor de las algas marinas cuando se hielan, una hornacina con una virgen de cabellos enredados, el león alado de San Marcos… A todo ello se sumará el acercamiento a algunos de los cuadros, grabados y esculturas que pueblan esta ciudad de imágenes -lasCarceride Piranesi, "Orfeo y Eurídice" de Canova, "El joven de laAccademia" de Lorenzo Lotto…- y la mirada de algunos visitantes que, como Joseph Brodsky, Marcel Proust o María Zambrano, recorrieron y meditaron la ciudad de las calles de agua…EnLaberinto venecianola observación estética se une a la psicológica o moral, por lo que de la contemplación puntual de una imagen surgen relaciones que llevan a reflexiones sobre la pérdida, el abandono, lapietas, la memoria, la experiencia mística o la poesía. Y es que enLaberinto venecianoMarina Gasparini Lagrange da forma no sólo al laberinto que Venecia exhibe en su singular arquitectura, sino a aquel otro laberinto que muy dentro de ella le suscita la ciudad y por el que el lector sólo se podrá desplazar desde la complicidad.

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Información

Editorial
Candaya
Año
2020
ISBN
9788415934905
Categoría
Viajes

X

Una temprana mañana de verano mientras caminaba por el Molo, me encontré mirando La pallad’oro. Inesperadamente empezaron a planteárseme preguntas, una detrás de otra: Por qué de todas las deidades es la Fortuna la que está en la Punta della Dogana da Mare. Por qué es ella quien señala, con la vela que sostienen sus manos, el viento que llega a la ciudad. Cuáles son los aires que desde 1678 requieren de esta divinidad. Quién es la Fortuna. Qué representa, qué simboliza. Y es que intuimos que cuando la Fortuna es representada en Venecia tiene también algo que decirnos sobre la ciudad. Entonces, qué tendrá que decirnos. Toda ciudad, lo sabemos, tiene sus símbolos y sus maneras de contarse. Todas las ciudades se escriben desde la historia que han vivido y que las ha hecho posibles. O imposibles. Sabemos, siguiendo el ejemplo de Marco Polo ante el Gran Khan, que a las ciudades podemos contarlas desde múltiples perspectivas y más de un punto de vista. Lo importante es contarlas.
No son respuestas lo que vengo a ofrecerles. Vengo a contarles algo. Les daré mi lectura e interpretación sobre la presencia de la imagen de la Fortuna en la Punta della Dogana da Mare. La Fortuna, siguiendo la denominación de Ernst Gombrich, es una imagen simbólica y como tal es fuente viva para la tradición artística e imaginal. En uno de sus ensayos Gombrich80 afirma: La simbología, desde hace bastante tiempo, es considerada una rama de la psicología... y la psicología, como lo sabemos, estudia el alma humana. De tal modo que no es difícil establecer una estrecha relación entre las imágenes simbólicas y su aparecer en el arte, y el arte, aunque sea necesario decirlo siempre de nuevo, es un asunto de alma. Entonces, ¿qué nos tiene que decir sobre el alma la imagen de la Fortuna de Venecia?
Lejos estoy de poder ofrecerles una lectura iconológica con el rigor y la riqueza erudita de quien ha sido uno de mis maestros: Aby Warburg. Él no sólo es el padre de los estudios en ‘Iconología’, por sobre todo, Warburg nos legó un modo de leer en el arte y la cultura. Esta lectura suya, tan propia y personal, propició que las diferentes disciplinas (arte, literatura, historia, antropología, filosofía, etc…) conformaran un continuus, uniéndose y entrelazándose en el hacer de la cultura. Y entiendo por cultura no sólo una manera de vivir, sobre todo y ante todo, cultura es un darle forma a la vida. En estos momentos, creo, vale la pena señalar que la cultura, la propia, expresa también una manera personal de ‘ver’. Dicho esto y estableciendo los parámetros desde los cuales hablaré, no me queda sino reiterarles que la lectura que les ofreceré es una posibilidad entre tantas. Ante ustedes expondré el recorrido por el que transité intentando responder una pregunta que se convirtió por algunos meses en una hermosa y estimulante obsesión en mi vida. Y espero poder transmitirles algo de la pasión y la curiosidad que me acompañaron en esta travesía.
Antes de ser Fortuna una personificación fue una fuerza que los griegos imaginaron como los vientos y el mar. La imaginación de los griegos encontró en la naturaleza el asidero para expresar aquello que no podía controlar. De esta manera, en sus inicios la Fortuna estuvo estrechamente unida a una fuerza natural que arrasaba dejando despojos y ruinas a su paso, o bien, mantenía a los hombres oteando el horizonte a la espera de una brisa que acercara los vientos y alejara a Ifigenia de su anunciada tragedia. Esos vientos que acompañan la navegación son los de Odiseo, y serán también los de Agamenón y Menelao. En el vivir cotidiano del pueblo griego, los vientos no sólo acompañaban la travesía, éstos también decían del mar. De los vientos dependía un viaje sin sobresaltos: buena parte de los misterios del mar se erigen sobre la inestabilidad de su elemento. Estamos acostumbrados a decir que no hay nada más “traicionero” que el mar e, igualmente, la relación imaginal nos lleva a afirmar que no hay nada más traicionero que la Fortuna. ¿Acaso cuando en el pasado se decía ‘buona fortuna’ no se estaba haciendo referencia a la travesía marina que estaba por iniciarse? Sabemos que la tradición clásica ha utilizado la imagen de la navegación para expresar poéticamente el hecho mismo del vivir. Desde Homero son los vientos y el mar los que hacen posible el cuento y el canto: la épica, el contar y la tragedia se inician con tempestades y calma piatta. Walter Benjamin81 dijo hermosamente: En la perspectiva de la épica la existencia es un mar. No hay nada más épico que el mar. Vale la pena recordar que la épica nos mete de lleno en la tradición oral, en el cuento y en el mito. Sospecho que algunos de ustedes ya se estarán preguntando qué tiene que ver todo esto con la Fortuna della Dogana.
Desde la Punta della Dogana la Fortuna señala los nuevos vientos de la ciudad. Sin embargo, intuimos, su presencia en Venecia alude a algo más que ráfagas y travesías. Cuando la Fortuna llega a Venecia, el mito de la Serenissima ha entrado en decadencia. Deberán pasar muchos años antes de que los poderosos de la ciudad acepten el declive de Venecia. En aquel entonces era impensable que la Serenessima hubiese comenzado a vivir su larga decadencia; pero como una jugarreta del destino, fue aprobada la imagen de la Fortuna para la dogana da mare. Seguramente quienes aceptaron la imagen de la diosa desconocían la relación imaginal y simbólica que ella tenía con la decadencia. ¿Acaso la Fortuna no podría estar señalándole a la ciudad la necesidad de una nueva visión? Con la divinidad en lo alto de la dogana, Venecia, sin saberlo, comienza a dar forma a una imaginería que le permitirá contarse de nuevo. Con la Fortuna llega a la ciudad no sólo una nueva realidad, con ella comienza una nueva manera de decirse, de fabularse: de mirarse.
Pero volvamos un poco atrás. La personificación que nosotros llamamos Fortuna es el nombre con el que la Tyche griega fue bautizada al llegar al mundo romano. Retomemos brevemente a la Fortuna tal como fue imaginada por los griegos. Será de ahí de donde surgirá y se expandirá buena parte del mundo imaginal y simbólico que dicen de esta divinidad. Y será el motivo del azar y la suerte el más conocido de los que se refieren a ella. En esta imaginería que realza lo azaroso como dominio de la diosa, se pone en evidencia la fuerza irracional, arbitraria y perversa que puede representar: ella otorga ciegamente dones y miserias sin mirar a quién beneficia o a quién perjudica. Sin embargo, por el momento serán otros los aspectos de la Fortuna que pondremos en evidencia.
Tyche, la divinidad que posteriormente será llamada Fortuna, nos dice Roger Hinks en su Myth and Allegory in Ancient Art82, es la más grande personificación de la decadencia de la antigüedad. La ausencia de los dioses comienza a decir de la decadencia clásica griega. La decadencia como el momento en que el hombre comienza a encontrarse solo consigo mismo, es decir, responsable de sus actos. Entre la decadencia y el abandono de los dioses, se alza Fortuna. Werner Jaeger83 en su fundamental Paideia afirma que Tyche ocupa el lugar de los bienaventurados dioses… Entonces, ya nuestra acciones no son movidas o impulsadas por algún dios, pero tampoco somos todavía completamente responsables o del todo conscientes de nuestros actos. Entre un momento y otro se concretiza la hegemonía del poder de la Fortuna. Después de ser Fortuna la divinidad que simbolizaba la inestabilidad y lo impredecible de los mares, los griegos la escogieron como personificación de la caducidad, de la decadencia: Tyche, la Fortuna, simboliza y representa en sí misma la pérdida de un mundo al tiempo que las incertidumbres del nuevo que surgirá después de la caída.
Fortuna, por una parte, es imagen y cobra vida en la decadencia de la cultura griega, por la otra, es la vía que conduce a la consciencia y la individualidad. Con la Fortuna pasamos de la noción mítica de lo colectivo a la concientización de lo individual. Del mito y la religión, a la filosofía y la pregunta por el ser. Creo necesario señalar que la transición que va del politeísmo al monoteísmo pasa por Tyche (Fortuna). La Fortuna no sólo es una divinidad de la decadencia, es también una divinidad de transición.
Y cuando digo que la Fortuna simboliza y representa en sí misma la pérdida de un mundo al tiempo que las incertidumbres del nuevo que surgirá después de la caída, ¿no se deja escuchar en estas palabras una posibilidad hacia la presencia de esta divinidad en la Punta della Dogana da Mare? Imaginemos por un momento un gesto banal y cotidiano, un gesto que cambió la historia de la Serenissima Republica de Venecia, un gesto que en este caso, nada tiene de banal y mucho menos de cotidiano. Unas llaves cambian de mano: la Serenissima pierde bastiones y territorios fuera de sus fronteras. El 27 de septiembre de 1669, Francesco Morosini, comandante de Candia, coloca en manos otomanas las llaves de la ciudad. La “Serenissima Repubblica di Venezia”, después de años de guerras y litigios, pierde definitivamente Candia. Robert Mantran en su ensayo recogido en Venezia e la difesa del Levante. Da Lepanto a Candia 1560-167084, no duda en afirmar: El período de tiempo que en el siglo XVII va hasta el año de la paz en 1671, marca el inicio de la decadencia veneciana… El momento glorioso de Venecia ha llegado a su fin.
Y pocos años después, a principios de 1675, el Senado de Venecia encargó a la “Procuratia de Supra” la decisión de decorar el antiguo depósito de la Dogana da Mare.
Fueron varios los proyectos presentados al Senado para la Dogana da Mare. La escogencia final estuvo entre Longhena, arquitecto de la Basílica de La Salute, y el ingeniero del Magistrato delle Acque, Giuseppe Benoni. A finales de mayo de 1677 los Procuradores examinaron atentamente los dos proyectos y escogieron el de Benoni por la uniformidad que guardaba con las construcciones existentes85. Y sólo como curiosidad señalo que la decisión de los Procuradores crea cierta inquietud y es cuestionada en 1840 por Lazzari en su libro sobre Benoni. No entiende por qué el ingeniero fue favorecido ante Longhena, quien no sólo era arquitecto, sino que ya había sido ampliamente celebrado por su diseño para La Salute. Y una vez que el proyecto fue adjudicado y los dineros públicos fueron puestos a disposición para la construcción de la nueva dogana, el 27 de junio de 1678 le fue suscrito un contrato a Bernardo Falconi para la ejecución en cobre de dos atlantes y la Fortuna, la conocida Palla d’oro. En ningún archivo de la ciudad encontré nada que pudiera dar un poco de luz a este proyecto. Por lo tanto suscribo la opinión de André Corboz cuando afirma que ante el desconocimiento casi total del programa iconográfico lo que queda es interpretar la obra.
La relación de Fortuna con los mares y los vientos hace sin duda comprensible su presencia en la dogana de Venecia. La fortuna de un mercante veneciano reposaba en buena medida en los vientos que la diosa Fortuna hiciera soplar sobre la embarcación. En el Renacimiento la relación entre Tempestad y Fortuna era clara y definida. (Edgar Wind en su lectura sobre ‘La Tempesta’ de Giorgione dice que esta es una imagen de la Fortuna.) ¿No recordamos cómo Antonio, el mercante de Venecia, pierde toda su fortuna por la tempestad que golpea implacablemente sus naves cargadas de mercancía? En aquellos tiempos del Renacimiento muchos de los contratos mercantiles en el exterior se firmaban En nombre de Dios y de la Buena Fortuna.
Dicho esto, volvamos a la Fortuna de la dogana y agarrémosla por los pelos. Y el mechón, o mejor dicho, los cuatro cabellos que tiene en la cabeza decían en la antigüedad de la personificación de la Occasio o Kairos, la Oportunidad. En la antigüedad Fortuna y Oportunidad fueron dos divinidades distintas, la Edad Media las unió y desde entonces es usual encontrarlas en una misma imagen. A la Fortuna, como a la Oportunidad, hay que agarrarla por los pelos: apenas se nos acerca ya comienza a alejarse. Se mueve tan rápidamente que sólo nos queda intentar atraparla por sus cabellos movidos por el viento.
Pero volvamos al programa iconográfico de nuestra Fortuna. ¿Quién determinó la iconología de los Atlantes sosteniento el globo con la Fortuna? Bernardo Falconi une dos mitos en los que pareciera que el único punto de unión entre ambos es la presencia del mundo. La tierra que los Atlantes sostienen titánicamente en las espaldas, es la misma esfera en la que sobre un pie se alza la Fortuna. ¿Acaso se quiso expresar algo que se nos escapa al unir a los titanes con la Fortuna? Quizá la respuesta es mucho más sencilla: los Atlantes que arrodillados cargan sobre sus espaldas el peso del mundo, alzan sobre éste a la Fortuna. De esta manera, la altura desde la que Fortuna se equilibra sobre un pie, no sólo la hace claramente visible a las miradas, sobre todo la incorpora activamente en el diálogo visual de las figuras e imágenes que, ‘a vuelo de pájaro’, se observan sobre ese fragmento de cielo de la ciudad.
Paola Rossi86 nos dice que Bernando Falconi estuvo activo en Venecia desde 1657, comenzando su actividad en la ciudad esculpiendo a San Teodoro y los cuatro ángeles en la cúspide de la fachada de la Escuela de San Teodoro en Campo San Salvador. Posteriormente afirma que de Falconi es poco lo que se sabe, añadiendo que mientras estuvo en Venecia fue mucho lo que viajó, y esto, sin duda, determinó la discontinuidad estilística que se hace sentir en algunas de sus obras venecianas, acentuando de esta manera el rasgo evasivo de su carácter. Pareciera que Falconi es tan inaferrable como la Fortuna de la que es autor.
Y Pietro Selvatico87 cuando describe en 1847 la Fortuna de la Dogana, supo ver en la divinidad una imagen de la Venecia caída: Encima de las tres galerías corren pequeñas terrazas y en el medio se alza un cuadrado del que a su vez se eleva otro cuadrado sobre el cual están dos atlantes arrodillados llevando a sus espaldas un globo sobre el que está una estatua giratoria de la Fortuna. Desgraciadamente todo este conjunto no está tratado con la perfección que hubieran deseado los maestros; sin embargo, hay un movimiento en las líneas y una grandiosidad en el conjunto que recrea la mirada, mientras al mismo tiempo hace pensar en la grandeza de la Venecia caída y en los vientos que cambiaban en miles de formas su versátil imagen.
Entre la Edad Media y el Renacimiento, poetas y filósofos no dejaron de señalar que eso que viene denominado como Mala Fortuna puede ser la vía hacia una toma de conciencia que los buenos influjos de la divinidad no hubiera propiciado. Lo que Boecio, Ovidio, San Agustín, Dante, Petrarca, y Shakespeare, entre otros, señalan con especial énfasis es que es en las desgracias y en ‘las malas’ cuando el hombre tiende a detenerse y >mirar dentro de sí. La imaginería con la que poetas y filósofos nos han hablado de Fortuna es tan amplia como las vueltas que puede dar el mundo sobre el que ella está en pie o la rueda sobre la que Boecio la hará girar. Boecio utilizó el tópico de la Consolación para hablar de Fortuna, Petrarca prefirió hablar de Remedios contra la Fortuna, Shakespeare nos señala que la vida es tema y motivo de la literatura gracias a los giros de Fortuna y al conocimiento que ella otorga. Por su parte, Ripa en su Iconología personifica a la Mala Fortuna como una mujer sobre una barca que, según nos dice, es la vida misma. La Fortuna es la vida porque la vida es ventura. Y por ser la vida ventura, por ser impredecible, es que vale la pena de ser contada. No en balde Francesco Guicciardini señaló: Quien reflexiona justamente no puede negar que en los asuntos humanos la Fortuna tiene un grandísimo poder. El poder de Fortuna es el de su arbitrariedad e irracionalidad. Ante ella y sus embates se erigió una ética. Dijeron que sólo la virtud podía vencer o anular la fuerza y poderío de la divinidad. Así lo creyeron. Así lo pensaron. Y el paso que va de Fortuna a la Divina Providencia no es largo ni tortuoso, pero esto forma parte de otra historia, de otro cuento.
Sólo cuando estamos en las malas, Fortuna es recordada. A ella la evocamos cuando nos da la espalda, cuando en su giro nos despoja de bienes y nos deja pérdidas. Y cuando Venecia la alza en la Punta della Dogana, seguramente ha comenzado a sentir los primeros embates que le anuncian su decadencia. ¿Será por eso que se le rinde homenaje? Venecia, al poner a la Fortuna a señalar los vientos, no sólo honra a la divinidad, seguramente, acompañándose de su patrocinio, espera conjurar algunos de los males que han caído sobre ella.
La arquitec...

Índice

  1. I
  2. II
  3. III
  4. IV
  5. V
  6. VI
  7. VII
  8. VIII
  9. IX
  10. X
  11. XI
  12. BIBLIOGRAFIA
  13. Página final