Historia mínima de Argentina
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Este libro propone una aproximación general al pasado argentino. Se trata de un auténtico esfuerzo de síntesis que reconstruye las grandes avenidas de una historia en que se entretejen la política, la economía, la sociedad y la cultura. El recorrido inicia con los primeros asentamiento humanos millares de años atrás, y cierra con los debates, conflictos y desafíos que atraviesan Argentina al concluir la primero década del siglo XXI. Esta amplia cronología se despliega atendiendo a cuatro momentos: las poblaciones originarias; el periodo colonial; el proceso de independencia y de organización nacional; y por último la etapa contemporánea y el pasado inmediato.

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Información

Año
2014
ISBN
9786074625882
EL LARGO SIGLO XIX
PILAR GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS[1]
Si asociamos la historia del siglo XIX latinoamericana con el proceso de descolonización del continente, podemos sin lugar a dudas tomar como punto de partida el año 1808, cuando la presencia militar francesa en la península ibérica desencadena una crisis dinástica en España que desata el proceso de ruptura. Pero como ha sido señalado en el capítulo anterior estos cambios se inscriben en una cronología más amplia que remite tanto a los efectos de las reformas borbónicas en los equilibrios locales y regionales, como a los conflictos europeos que prefiguran una nueva geopolítica imperial que verá imponerse la primacía de Gran Bretaña en el comercio atlántico. Este capítulo concluirá con los festejos del centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Hemos diferenciado tres grandes periodos que estructuran nuestra exposición. Una primera etapa que se abre con la crisis monárquica y se cierra con la promulgación de la Constitución federal de 1853, durante la cual asistimos al derrumbe de la autoridad central y al lento y conflictivo ordenamiento del antiguo espacio virreinal en una confederación de provincias bajo la supremacía de Buenos Aires. Un segundo periodo que se inicia con el derrumbe de la confederación rosista y la promulgación de la Constitución federal de 1853, y culmina con la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880, se caracteriza por la pugna entre una autoridad nacional y las veleidades autonomistas de las provincias federadas. Ello alimenta una variedad de conflictos internos y externos, acompañados de una anarquía financiera que estallará en 1890. El tercer periodo, que calificamos de gran aceleración, corresponde a la etapa de consolidación del poder nacional asociado a un momento de gran expansión de la economía agroexportadora. La belle époque local combina así optimismo y crecimiento económico gracias a la intensificación de los flujos de capitales y de mano de obra. Los beneficios de este crecimiento serán empero desigualmente repartidos, alimentando el conflicto entre capital y trabajo que desentona con el optimismo prevaleciente. Ello se acompaña a finales del periodo de un resquebrajamiento del credo liberal tanto en lo político y jurídico como en lo económico, impulsando importantes cambios sociales, demográficos y políticos que anuncian el siglo XX.
El movimiento insurreccional y el largo proceso de construcción de una entidad política nacional
La etapa que se inicia con la crisis monárquica y la pérdida del Alto Perú (1808-1812) y se cierra con la promulgación de la Constitución federal de 1853 se caracteriza por la fragmentación del antiguo espacio virreinal y la multiplicación de conflictos entre las diferentes entidades que se reclaman depositarias de la soberanía. La dimensión política del proceso revolucionario que conjuga la ruptura del vínculo colonial con la fragmentación política de la soberanía provoca una desestructuración del espacio económico virreinal que introduce nuevos desacuerdos en torno al control de las entradas fiscales que ahora se concentran en los dos puertos que abren el acceso al mercado atlántico, el puerto de Buenos Aires y el de Montevideo. Es en torno a esta cuestión que van a definirse los “unitarios” (centralistas) y los federalistas en el Río de la Plata.
Proceso insurreccional y dislocación del espacio rioplatense
Las dos incursiones de las tropas británicas en el Río de la Plata en 1806 y 1807 introducen, como ya se ha señalado, una serie de cambios que marcarán el derrotero de la insurrección en la región. La destitución del virrey Sobremonte implica una alteración en las reglas de funcionamiento de las instituciones políticas, singularmente validadas por la corona al nombrar al defensor de la plaza de Buenos Aires, Santiago de Liniers, virrey interino. La invasión británica deja, por otro lado, una población movilizada y organizada militarmente en cuerpos milicianos, brindando a los jefes de esta “ciudad en armas” una base inédita de poder. La experiencia introduce igualmente frentes de tensión entre aquellos que resisten la ocupación y quienes juran fidelidad al rey inglés, como lo expresa el prior de Santo Domingo, fray Gregorio Torres, en nombre de las diferentes órdenes religiosas, mientras que el obispo Lué se resiste a hacerlo. Ello acentúa la escisión entre el clero regular y el clero secular que condicionará en parte la actitud de unos y otros frente a la crisis española que estallará un año más tarde.
Durante el otoño austral de 1808 llegan las primeras y confusas noticias de la situación metropolitana, a las que se agregan las enviadas desde Río de Janeiro por el emisario de la infanta Carlota, hermana de Fernando VII y princesa consorte-regente de Portugal. La confusión no podía ser entonces mayor. Mientras que José Bonaparte y Carlota Joaquina reclaman simultáneamente el reconocimiento de su autoridad sobre los dominios americanos, en España la población se organiza en juntas gobernativas que se dirigen igualmente a los americanos en representación del rey cautivo. El virrey interino, Santiago de Liniers, intenta, no sin dificultad, asentar su autoridad sobre el principio de fidelidad a Fernando VII que implica, según su propia lectura, el mantenimiento del statu quo. En su nombre logra desbaratar la conjuración del cabildo de Buenos Aires en enero de 1809 y reprimir los movimientos altoperuanos de Chuquisaca y la Paz, aunque no consigue impedir la constitución de una Junta de Gobierno en nombre de Fernando VII en Montevideo, junta que desconoce su autoridad. A pesar de la inegable habilidad de Liniers para erigirse en fiel defensor de los intereses del monarca español, en el contexto de ocupación de la península por las tropas napoleónicas, esta posición era difícilmente sostenible debido a que sus orígenes franceses ofrecían un flanco fácil para quienes buscaban desacreditar sus intenciones legitimistas. La Junta Central en España decide finalmente nombrar a Baltazar Hidalgo de Cisneros como nuevo virrey, y el arribo de este al Río de la Plata, en junio de 1809, permite en efecto acabar con la secesión de Montevideo y asentar el poder virreinal sobre la autoridad de la Junta Central española. Será, sin embargo, un breve periodo de respiro. La caída de Andalucía, que acarrea la disolución de la Junta Central y su posterior reemplazo por un Consejo de Regencia, coloca al nuevo virrey nombrado por la desaparecida junta nuevamente en una situación delicada. A las primeras noticias llegadas sobre la caída de Andalucía, el cabildo de Buenos Aires convoca un cabildo abierto a fin de tomar posición respecto de las alarmantes noticias que llegan de la península. En ausencia del rey, la corporación urbana se autoproclama depositaria de la soberanía pero intenta evitar decisiones que pudiesen aparecer como irreversibles nombrando una junta de gobierno presidida por el ex virrey Cisneros e integrada por exponentes de las diferentes tendencias entonces manifiestas: realistas, moderados y autonomistas. La solución de compromiso se revela poco aceptable y genera rápidamente el descontento de las milicias urbanas y de la población de Buenos Aires, cuya movilización compele al ex virrey a renunciar a la junta, y una nueva Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del señor don Fernando VII se constituye el 25 de mayo de 1810. Esta última es presidida por Cornelio Saavedra, jefe del primer regimiento de patricios y de gran ascendencia sobre las milicias, y cuyos secretarios, Mariano Moreno y Juan José Paso, son ferviente promotores de un cuestionamiento radical del pacto de sujeción. La doble iniciativa de la junta, de desconocer la autoridad del Consejo de Regencia y atribuirse la representación del reino genera la desconfianza y la abierta hostilidad de ciertas ciudades que, como Montevideo, Córdoba, Salta, Potosí y Asunción, van a impugnar la decisión tomada en la capital. Actitudes díscolas que Buenos Aires decide cortar de raíz con el envío de un ejército revolucionario destinado a hacer reconocer su autoridad en el conjunto del territorio, paralelamente a la constitución de una Junta Grande integrada por los representantes de los diferentes cabildos del virreinato que integraban la junta con mandato imperativo.
Proceso revolucionario
Con la constitución de la Junta Gobernativa en mayo de 1810 se inicia el proceso revolucionario en la región, que concluye con la declaración de independencia de las Provincias Unidas de América del Sur, en 1816 y la promulgación de la primera Constitución republicana de corte centralista en 1819, cuya ampliación provoca el derrumbe del poder central y la desintegración territorial del antiguo espacio virreinal. Durante esta primera etapa (1810-1816), que la historia tradicional calificaba de revolución que avanza bajo la “máscara de Fernando VII”, vemos enfrentarse a los llamados “realistas”, los autonomistas y los independentistas que se basan cada uno de ellos en lecturas diferentes de la crisis y cuyas respuestas a la misma están dictadas por complejas redes de alianzas constituidas en torno a la defensa de intereses económicos y de fidelidades a diferentes instituciones —cabildo, junta, triunvirato, directorio—, mediante las cuales se busca garantizar una base política a las distintas facciones enfrentadas. Los gobiernos que se suceden entonces al ritmo de destituciones, conspiraciones y movilizaciones populares deben, asimismo, confrontar diferentes focos militares abiertos en el Alto Perú, en la Banda Oriental y en Paraguay, que tienen como resultado la pérdida del Alto Perú luego del desastre militar del brillante tribuno de la revolución, improvisado comandante del ejército, Juan José Castelli, en Huaqui, en junio de 1811. A ello se agrega la derrota del ejército de Manuel Belgrano, otro elocuente jurista hijo de uno de los más ricos y exitosos comerciantes de la región, secretario del Consultado de Comercio y gran defensor del libre comercio, enviado por Buenos Aires a Paraguay en enero de 1811 (y que concluye con la declaración de la independencia del Paraguay en 1813). En la Banda Oriental, vecino territorio ribereño, la prolongación del conflicto comporta un triple peligro para Buenos Aires debido a las fuerzas realistas que allí se concentran, a la disidencia patriótica contra Buenos Aires que lidera José Artigas en una vasta región litoral y a la amenaza latente de una expansión militar portuguesa con el objetivo de controlar la ladera oriental del Río de la Plata. La guerra deviene rápidamente el horizonte de la revolución, según la expresión consagrada de Tulio Halperín-Donghi. Pero a diferencia de otras regiones del imperio, el poder revolucionario logra controlar parte del ex territorio virreinal y sustancialmente la ciudad capital con su puerto atlántico del que dependían buena parte de las economías regionales y que, como veremos luego, ofrecía recursos para financiar una campaña continental que contribuirá al definitivo triunfo de las fuerzas independentistas en América del Sur. El Río de la Plata no solo fue la única región del imperio donde el poder insurreccional no conoció reveses de las fuerzas realistas sino también una de las pocas que no aplicaron la Constitución de Cádiz.
La decisión que toma la junta de Buenos Aires en 1810 de no enviar representantes a las Cortes de Cádiz, que arrastra la posterior negativa de jurar la Constitución en 1812, instala la cuestión constituyente en el centro de la dinámica insurreccional, otorgando a los grupos radicales y a los jefes militares reformistas el contexto propicio para convocar una asamblea constituyente que se reúne en enero de 1813. Si bien esta excluye de su juramento la fidelidad a Fernando VII e introduce una serie de reformas liberales, como la supresión del tributo, la libertad de vientres para los esclavos y la libertad de imprenta, no se resuelve a declarar la independencia y posterga la promulgación de un texto constitucional. Hay que recordar que el ambiente era poco propicio a los fervores revolucionarios. Entonces la relación de fuerzas estaba cambiando en la península y en Europa y el muy probable retorno de Fernando VII al trono era fuente de fluctuaciones en la política en el Río de la Plata, alimentando temores que efectivamente se concretaron en mayo 1814 con la restauración absolutista y la manifiesta intención de Fernando VII de recuperar sus colonias americanas. Esos fueron los años más difíciles del movimiento insurgente en el Río de la Plata y en toda las regiones del imperio que debieron hacer frente a la cada vez más explícita intención de Fernando VII de reconquistar militarmente las colonias díscolas. Si Buenos Aires logró mantenerse como sede de un poder autonómico que no terminaba de definir sus fundamentos, estaba lejos de controlar militarmente el conjunto del territorio. El año 1813 fue particularmente incierto con los desastres militares de Belgrano de Vilcapugio y Ayohuma, en el Alto Perú (hoy territorio boliviano), frente a las tropas realistas dirigidas por el general Joaquín de la Pezuela, que obligó al Ejército del Norte a emprender una nueva retirada hasta Jujuy, exponiendo continuamente las tierras bajas de Salta y Jujuy a los ataques realistas. La heroica defensa del frente norte por los “gauchos de Güemes” —calificativo con el que la historiografía argentina recuerda la guerra de guerrillas a la que se entregan en la provincia de Salta las milicias irregulares bajo el comando de Martín Miguel de Guëmes, un militar descendiente de la alta burocracia colonial y que abraza, como tantos otros, la carrera de la revolución— tiene como efecto consolidar el poder de caudillos locales que constituyen una nueva amenaza para el poder central. Al este, las tropas de Carlos María de Alvear —un militar que había combatido en España contra los ejércitos de Bonaparte y que en 1812 regresa a su tierra natal con José de San Martín para servir en el ejército revolucionario— habían ciertamente terminado con las fuerzas realistas en la Banda Oriental, pero la disidencia de José Gervasio Artigas, líder de la revolución oriental, arrastra a las provincias del litoral de los ríos (Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes) asociadas en 1815 a la Liga de los Pueblos Libres, que quedan bajo su protección. Al oeste, la reorganización militar frente a la nueva amenaza realista también crea nuevas tensiones entre poderes locales y autoridad central. En Chile, la derrota de Rancagua en octubre de 1814 acaba con la Patria Vieja transformando la vecina república en una nueva amenaza para el poder insurgente rioplatense. Todo ello dificulta también la obtención de apoyos de las potencias del Atlántico. Con la ocupación francesa, Gran Bretaña se había convertido en gran aliada de las monarquías ibéricas, imponiéndose una neutralidad que la Francia de la Santa Alianza rompe apoyando a Fernando VII en su proyecto de reconquista del imperio. Estados Unidos, en guerra contra Gran Bretaña, tenía otras prioridades. Se inicia entonces la etapa más crítica de la revolución que llevó a que el director supremo considerara la posibilidad de negociar un retorno a la obediencia al rey de España. Sin embargo, la idea de una marcha atrás tampoco era fácilmente negociable. La restauración monárquica en España no brindaba demasiadas garantías para los grupos autonomistas y generaba la abierta hostilidad de los más radicales. La nueva amenaza realista en Chile terminó de convencer a los más reticentes de la oportunidad que presentaba el proyecto del nuevo jefe de la expedición al Alto Perú, nombrado en reemplazo del derrotado Belgrano, el teniente coronel José de San Martín. Convencido de que la insurrección no se ganaría militarmente por el Alto Perú, como las múltiples derrotas lo demostraban, San Martín planteó la necesidad de un cambio de estrategia, diseñando el audaz plan de una campaña continental, proyectando el ataque al bastión realista del Perú por el Pacífico. Ello implicaba franquearse un paso a través de la cordillera de los Andes, enorme masa montañosa que cuenta en esta región con picos que alcanzan los 6 900 metros. José de San Martín fue sin duda el militar patriota con mayor genio estratégico. Hijo de un funcionario colonial, empieza una brillante carrera militar en España sirviendo a la corona en diferentes escenarios bélicos: en África contra los “moros” y en la península ibérica y Francia durante la guerra de independencia, destacándose en la batalla de Bailén, en la que su heroica actuación le mereció el grado de teniente coronel. Ganado a la causa de la independencia —muchos afirman que se afilia a la masonería en Cádiz y que allí toma contacto con varios promotores de la independencia americana—, pide su retiro del ejército español y luego de una corta estadía en Londres, donde conoce a otros independentistas americanos y según algunos crea la logia de Los Caballeros Racionales o Logia Lautaro; de ahí se embarca hacia Buenos Aires con otros oficiales masones ganados, entre quienes se encuentra Carlos María de Alvear, para integrarse al ejército patriota. Las autoridades revolucionarias le encargan a su llegada la formación de un regimiento de granaderos a caballo, con el que hará su bautismo de fuego en la batalla de San Lorenzo, gracias a la cual San Martín logra frenar las incursiones del ejército realista de la Banda Oriental hacia la ladera occidental del río Paraná. Inmediatamente después se le otorga la comandancia del desahuciado Ejército del Norte, desde donde diseña su estrategia continental de la guerra independentista. En 1814 logra que Gervasio Posadas, flamante director supremo de las Provincias Unidas, lo nombre intendente de Cuyo. Ello le permite instalarse en la ciudad de Mendoza, cabecera de intendencia y excelente lugar para organizar un ejército con el que emprender una campaña militar hacia Chile. Aunque su aptitud política no igualó su genio militar, su participación a la Logia Lautaro fue un instrumento eficaz para lograr los apoyos políticos necesarios para emprender su expedición militar. En este contexto de aislamiento y amenaza de desagregación territorial, el nuevo director supremo sustituto, Ignacio Álvarez Thomas, decide convocar a un congreso constituyente que se reúne en la provincia de Tucumán en marzo de 1816. San Martín consigue influir sobre la decisión del congreso de declarar la independencia, alegando que debía llegar a Chile representando a la autoridad de un país independiente y no de un poder rebelde. El 9 de julio de 1816 el congreso declara la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica. San Martín obtiene igualmente del nuevo director supremo y probablemente hermano de la Logia Lautaro, Juan Martín de Pueyrredón, un sólido apoyo para emprender la audaz travesía de la cordillera de los Andes que le permite lanzar la guerra ofensiva contra las fuerzas realistas en Chile en 1817 y la expedición libertadora desembarca en Perú en 1820, proclamando en 1821 la independencia del Estado peruano.
Entre los congresistas de Tucumán el consenso fue menor respecto a la forma de gobierno que debía adoptarse. Si los defensores de la república no faltaban, la restauración monárquica en Europa persuadió a más de un diputado de la conveniencia de optar por una monarquía constitucional, mejor adaptada al concierto de las potencias europeas en Viena en 1815 en torno a la restauración monárquica. El problema que se plantea aquí, como en otras partes del imperio, es el de las dificultades de encontrar algún miembro de las familias reales europeas que garantizase la continuidad sin comportar un riesgo para los poderes tan trabajosamente conquistados por los criollos. Manuel Belgrano piensa hallar la solución en la restauración de una dinastía inca, proposición que es igualmente desechada. Todo ello prolonga los trabajos del congreso que en 1817 se traslada a Buenos Aires, donde se promulga en 1819 la primera constitución de corte centralista, desconociendo con ello los reclamos autonomistas de las diferentes ciudades-provincias del antiguo virreinato del Río de la Plata. La cons...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. INTRODUCCIÓN. Pablo Yankelevich
  5. TIEMPOS PREHISPÁNICOS. Raul Mandrini
  6. CONQUISTA Y COLONIA. Jorge Gelman
  7. EL LARGO SIGLO XIX. Pilar González Bernaldo de Quirós
  8. SUFRAGIO UNIVERSAL Y PODER MILITAR. Marcelo Cavarozzi
  9. EL PERONISMO. Loris Zanatta
  10. DICTADURAS Y DEMOCRACIAS. Marcos Novaro
  11. INTELECTUALES Y DEBATE CÍVICO EN EL SIGLO XX. Carlos Altamirano
  12. BIBLIOGRAFÍA
  13. LOS AUTORES
  14. COLOFÓN
  15. CONTRAPORTADA