Historia mínima de la migración México-Estados Unidos
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Historia mínima de la migración México-Estados Unidos

Jorge Durand

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Historia mínima de la migración México-Estados Unidos

Jorge Durand

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Esta Historia mínima es un texto de síntesis y, al mismo tiempo, de largo aliento. Es un compendio por mucho tiempo meditado sobre los avatares y vicisitudes de los migrantes mexicanos que invariable y ancestralmente dirigen sus pasos al Norte, hacia el país vecino. Es también una historia de las políticas migratorias de ambos países en sus esfuerzos por modelar, conducir o controlar los flujos. Es la historia de un proceso centenario, pautado por seis fases o periodos en donde pueden distinguirse y delinearse diferentes patrones migratorios.

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Información

Año
2017
ISBN
9786076282007
1. PATRONES Y PROCESOS MIGRATORIOS ENTRE MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS
Desde fines del siglo XIX, el flujo migratorio entre México y Estados Unidos ha sido una constante en la relación entre ambos países. Desde luego han variado la forma y la intensidad, pero el fenómeno ha persistido a lo largo de más de un siglo porque responde a la confluencia de dos circunstancias hasta ahora irremediables: la oferta y la demanda de mano de obra. Éstas surgen entre los países que comparten una amplísima vecindad geográfica y tienen ciertas características: un país es rico en capital y pobre en mano de obra y el otro a la inversa; y porque entre los dos persiste una asimetría estructural dramática.
Las causas que han provocado la salida de trabajadores hacia Estados Unidos se hunden en el tiempo, pero puede decirse que han respondido a la sucesión de cambios drásticos que ha experimentado México en el transcurso del siglo XX: pobreza y violencia rural, altísimas tasas de natalidad, deterioro de los quehaceres agropecuarios, desigualdad regional y desajustes entre las actividades del campo y la ciudad. Posteriormente es necesario tomar en cuenta el desempleo, la crisis económica, la violencia y la impunidad. Situaciones que hablan, a fin de cuentas, de la escasez persistente de dinero en los sectores populares y campesinos, ya sea en forma de ingresos, salario digno, prestaciones mínimas o acceso al crédito y de una tradición centenaria de allegarse de recursos frescos vía la emigración.
También han sido documentadas las causas que han producido la demanda de mano de obra migrante en distintos momentos y ámbitos geográficos del desarrollo norteamericano: expansión de la economía agropecuaria en el sudoeste y de la red ferroviaria y carretera en el país, escasez de trabajadores nativos, surgimiento de mercados de trabajo en ciudades de California, Texas e Illinois. Posteriormente en Nueva York, Nevada y Georgia, así como la demanda y reclutamiento de trabajadores durante y después de la primera y segunda guerras mundiales, desarrollo industrial y requerimiento incesante de trabajadores en el sector de servicios.
A este contexto básico que mantiene la relación entre la oferta y la demanda de mano de obra, se añaden situaciones específicas, eventos de corto plazo, que responden a momentos de crisis o prosperidad económica en uno u otro lado de la frontera. Así, han surgido en el escenario coyunturas políticas, transformaciones tecnológicas y hasta episodios bélicos, que que de una u otra forma han impulsado o reforzado el proceso migratorio.
Es por eso que muchas de las explicaciones propuestas para entender este fenómeno centenario, terminan en una argumentación circular que puede priorizar la oferta o la demanda según los casos o la perspectiva que se asuma de país de origen o destino. Estudiosos de ambos países han vuelto, una y otra vez, sobre argumentos conocidos que se enmarcan en diversas y sucesivas corrientes de interpretación. Por un lado, factores como la pobreza, el desempleo, la falta de ingresos y de oportunidades; y por el otro: la oferta de empleo, el reclutamiento y los buenos salarios comparativos. Todo esto agilizado y facilitado por redes sociales efectivas y maduras y una frontera, primero libre, después porosa y últimamente vigilada y militarizada. De este modo, se ha dicho que cada modelo interpretativo acerca de la migración internacional suele contener explicaciones certeras, pero parciales de un fenómeno que se define por la complejidad, dinamismo y por el cambio incesante.
Esta parcialidad de las explicaciones científicas, se manifiesta además en la formulación de políticas migratorias que recogen y se basan en esos estudios científicos. Sin embargo, la mayor parte de las veces se recurre a las interpretaciones. Por esa y por otras razones, la puesta en marcha de políticas migratorias ha dado lugar a fenómenos y problemas distintos que se procuró entender y resolver. Merton los señala acertadamente como “consecuencias no esperadas” o anticipadas.
Aun así es importante mencionar que la puesta en marcha de políticas migratorias ha logrado incidir en el curso de la corriente migratoria entre México y Estados Unidos. Como se sabe, la creación de instrumentos legales forma parte de la tradición norteamericana de normar para imponer. La migración no ha sido una excepción. A lo largo del siglo XX, Estados Unidos ha recurrido con frecuencia a la legislación para enfrentarse a las corrientes inmigratorias procedentes de diversas partes del mundo. México, en cambio, ha eludido de manera sistemática la discusión y más aún el surgimiento de cualquier tipo de normatividad que regule la salida de población. Además, en la última ley migratoria promulgada en 2011, se excluyó el tema de la emigración y el marco legal se limitó a lo que se ha llamado una ley de extranjería para regular el ingreso.
Por otra parte, puede decirse que en la práctica la oferta de mano de obra mexicana ha tenido, históricamente, escasa capacidad para tomar iniciativas en cuestiones migratorias. Si bien en la decisión de migrar intervienen factores individuales, en el nivel social y estructural, el flujo migratorio responde y se adecua a las señales y a los estímulos que llegan del exterior. Desde luego no existe un ajuste perfecto entre ambos factores y en muchas ocasiones se constata que la oferta ha reaccionado de manera lenta y en otras de manera explosiva.
Por el contrario, la demanda de trabajadores parece haber tenido un papel mucho más activo en la configuración del flujo migratorio entre ambos países: sus señales imponen ritmos, orientan geográfica, sectorial y genéricamente a los trabajadores, marcan condiciones, introducen cambios en la dinámica de desplazamiento y ubicación de los migrantes. En Estados Unidos, los actores de la demanda —empresarios agropecuarios, empresarios urbanos, contratistas, trabajadores y organizaciones gremiales y sociales— han buscado incidir en la definición de políticas migratorias de tal manera que éstas respondan a sus intereses o, a lo menos, no los afecten de manera severa. La participación de los actores sociales y de sus organizaciones en la toma de decisiones respecto a la migración, define otro contraste con México. Como sabemos, en nuestro país, la consulta a las regiones, sectores y grupos sociales involucrados en la migración no ha ido más allá de algunos actos faraónicos de magros resultados para la vida y el destino de los migrantes.
Con todo, hay que decir que la demanda de trabajadores ha sido un factor con capacidad para influir y orientar el proceso migratorio pero no para detenerlo. En la lógica del capital, a mayor oferta de mano de obra, menores salarios. Por lo tanto, corresponde a la política pública poner los límites y encauzar el flujo, lo que ahora se conoce como gobernanza.
De cualquier modo, las políticas migratorias definidas por razones de índole política y demanda de trabajadores que responden a motivos económicos, parecen haber sido una de las arenas más poderosas de la migración México-Estados Unidos. Este escenario ha dado lugar a procesos y patrones migratorios, que es necesario definir y precisar, ya que en ocasiones los términos se utilizan como sinónimos o de manera indistinta.
PROCESOS Y PATRONES MIGRATORIOS
El proceso migratorio comprende tres dimensiones básicas: social, temporal y espacial. En primer lugar, es un proceso social porque va más allá de las experiencias individuales y se explica por un conjunto de factores económicos y políticos con repercusión en múltiples áreas de la sociedad. El proceso afecta tanto a los migrantes y sus familias, como a la comunidad, al país y a las regiones de origen y destino. Por eso no se trata de una aventura individual, aislada, sino que las decisiones personales se encuadran en procesos históricos y sociales complejos.
En segundo lugar, el proceso migratorio por definición tiene una dimensión temporal, porque se desarrolla en un discurrir histórico y en un proceso evolutivo. En ese sentido, el proceso implica ciertas fases clásicas como la partida, donde se destacan las causas; el tránsito, donde se analizan las característica del flujo; el arribo, donde se estudian las dinámicas de adaptación e integración y, finalmente, el retorno y la reintegración. Es decir, deben tomarse en cuenta estas tres dimensiones y al mismo tiempo poder definir etapas que subdividan un proceso de mediana o larga duración. En el caso mexicano se desarrolla a lo largo de 130 años.
Finalmente, el proceso migratorio tiene una dimensión espacial porque implica un cambio de residencia y de adscripción laboral. Incluso, este cambio puede conllevar la adquisición de una nueva nacionalidad. La mudanza se desarrolla en un espacio con un referente geográfico muy preciso, que al mismo tiempo puede ubicarse en un contexto geopolítico internacional.
Tradicionalmente, para el estudio de las migraciones se tomaban en cuenta los lugares de origen, tránsito y destino de la migración. Pero en la actualidad se ha complicado el análisis al tomarse en cuenta los “circuitos migratorios” que articulan procesos de migración interna e internacional; los “circuitos migratorios transnacionales” que se circunscriben y limitan a lo internacional desde la perspectiva transnacionalista, así como los llamados espacios o “campos sociales transnacionales”, los “flujos migratorios” y los “territorios circulatorios”. Para realizar un análisis del proceso migratorio es necesario tomar en cuenta este conjunto de dimensiones e interacciones sociales, temporales y espaciales.
Por su parte, el patrón migratorio hace referencia a las características o modalidades que definen y distinguen los procesos en sus diferentes fases. Un proceso migratorio puede desarrollar patrones diversos a lo largo del tiempo. En el caso mexicano, por ejemplo, el patrón migratorio de la época de los braceros se caracterizaba por ser legal, temporal, masculino y de origen y destino agrícolas. Estas características lo distinguen de otras fases.
De igual manera, el proceso migratorio de un país puede tener diferentes patrones dependiendo de las regiones o sectores sociales involucrados. Por ejemplo, en el caso peruano el patrón migratorio de los sectores medios, se distingue del de los sectores populares. En el caso mexicano, los migrantes de la región histórica, tienen un patrón diferente al de la región fronteriza vecina de Estados Unidos.
El sentido sociológico del término “patrón”, se refiere al tipo, perfil, modelo o camino que orienta o define el proceso migratorio de cada etapa en particular. Un proceso puede tener varios patrones que se desarrollan a través del tiempo o de manera simultánea.
La definición de un patrón migratorio, implica una tipología, lo que requiere de un esfuerzo de abstracción y, al mismo tiempo, supone una simplificación y una delimitación de los rasgos fundamentales. Como diría Alejandro Portes: trabajar y elaborar tipologías, es el primer paso en un proceso de teorización.
Además del proceso y patrón migratorios, es necesario distinguir las políticas migratorias que tratan de imponer un modelo. En el caso de la migración entre México y Estados Unidos la redefinición de una política migratoria, ocurre por lo general cuando el fenómeno social llega a situaciones límite desde el punto de vista norteamericano y ha sido la respuesta legal a una situación difícil de manejar con los recursos legislativos disponibles. El cambio de política supone la búsqueda de un nuevo modelo migratorio, es decir, se trata de moldear la situación con relación a objetivos distintos y a corregir desajustes, para lo que es preciso diseñar instrumentos legales novedosos.
En términos generales, las políticas migratorias suelen oscilar entre dos alternativas extremas. La primera es definitiva y supone el desplazamiento e integración de la población inmigrante en Estados Unidos; la segunda promueve la temporalidad, por lo que supone el retorno del trabajador migrante a su país, en este caso México. En suma, una es inmigración a secas y la otra suele acompañarse de ciertos adjetivos como laboral, temporal o estacional.
Por su parte, el modelo migratorio, se refiere a lo que debería ser el flujo migratorio en términos ideales. Es decir, de acuerdo con los objetivos propuestos por la política migratoria. Por lo regular, la atención ha estado puesta en la selección del perfil del inmigrante definitivo, ya que éste pasa a integrarse a la sociedad receptora. En cambio, para el caso de los migrantes laborales se suelen obviar requisitos y hacer concesiones respecto a criterios como raza, educación, capacitación y recursos económicos. Al fin y al cabo se requieren sólo brazos que, se supone, deben regresar a su lugar de origen.
El patrón migratorio también es un perfil, pero ajustado a la realidad, a un periodo preciso. De alguna manera, es el modelo migratorio que pretende modelar una política específica que confronte la acción y la r...

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