Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes
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Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes

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Kafaraka.Un viaje de 150 años por 3 continentes

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Cuando en el último instante de mi vida, al que esté a mi lado tomándome la mano, yo le pregunte: ¿Eso es todo? Me gustaría que me respondiera: "tranquilo, no fue tan mal después de todo...¡valió la pena!"

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Información

Editorial
Youcanprint
Año
2020
ISBN
9791220308328
1 – Días distintos
“De 0 a 5 años aprendes, y luego solo repites”: este refrán argentino encierra una gran verdad que se refiere a todas aquellas costumbres, a veces cotidianas y automáticas, que realizamos inconscientemente. Una de las cosas que me enseñó mi padre, y llevo como bagaje de costumbres infantiles y que todavía hoy repito, es el rito de la primera cosa que hay que hacer a la mañana: agarrar el diario que el canillita dejaba en el jardín y leer las noticias del día, diría del día anterior. Hoy no le damos importancia, pero ese simple acto cotidiano quería decir estar informados con 24 horas de atraso sobre las noticias del mundo. Me había enseñado también a no comenzar a leer desde la última página, la del deporte, sino desde la primera hoja a donde están las noticias de política nacional. En la siguiente estaban las noticias nacionales, en la página 5 las noticias del exterior, y luego las editoriales, las noticias de crónica nacional y local, los avisos fúnebres, los clasificados y al final el deporte.
Mi padre leía mucho, libros de todo tipo, revistas cuando las encontraba, y sin dudas el diario. Algunas veces un lujo que se regalaba era hacer llegar desde la capital de la provincia, Santiago del Estero, un diario de Buenos Aires como La Nación o el Clarín, o si no de otras provincias como La voz del interior de Córdoba, cuidad a donde él había estudiado, o La Gaceta de Tucumán, una ciudad importante a 200 km de nuestra ciudad.
Cuando yo nací no había ni siquiera televisión, que en nuestro pueblo llegó alrededor del 1968. No estuvimos entre los primeros a tenerla. Iba a la casa de un amigo a ver los dibujitos animados que empezaban a las 6 de la tarde. La transmisión era desde las 18 hs hasta las 00 hs, a las 20 hs estaba el noticiero y a las 22 hs había una película y luego se terminaba todo.
Los dibujitos animados que me gustaba eran Tom y Jerry, Porky el chanchito, y de los argentinos Hijitus y Anteojitos, y series yankies como Los tres chiflados, que tenía como personajes a Joe, Larry y Curtis.
Pasa a menudo, que los niños peleen, y esa vez la venganza de mi amigo fue terrible. No podía ir más a su casa a ver la televisión. Pero sucede que de grandes enojos o desilusiones, uno siempre saca lo mejor de sí. Lo mejor después es relativo depende de cada punto de vista.
Mi padre tenía el consultorio en casa, al lado de la entrada principal en un lugar destinado para eso, en la famosa casa de mi infancia, al frente de la plaza Mitre y de frente a Dios, o mejor dicho de la iglesia de la Virgen del Rosario. Trabajaba todo el día, desde la mañana hasta la noche. En Fernández, se duerme religiosamente la siesta.
Esa tarde que mi amigo me echó de su casa sin dejarme ver los dibujitos animados, me fui a visitar a mi tío Nallip. Él tenía la ferretería más grande de Fernández. Aunque decirle “ferretería” no le hace justicia, porque les puedo asegurar que vendía, menos alimentos y ropa, de todo. Materiales de construcción de todo tipo, todo lo necesario para la casa, y esto incluía también los electrodomésticos de esa época.
Llegué tranquilo y le dije: “Tío, mi papá dice que Usted le lleve una televisión y le instale”. Porque no era solo comprar la tele, sino tambien había que instalar la antena para recibir la señal.
Mi tío sospechó de la situación, y si bien era consciente que un niño de 5 años no tenía autorización para hacer una compra tan importante en esa época, consintió a mi pedido. Sus empleados, Donato Luna y Marito, se pusieron de inmediato a la acción.
Mi padre me contó, muchos años más tarde, que le había parecido escuchar algunos ruidos en el techo mientras atendía en su consultorio pero que no podía ir a ver: tenía siempre el consultorio lleno de gente, sus consultas duraban por lo menos una hora por paciente. Era médico, psicólogo o simplemente la gente iba para recibir un consejo, en especial sobre el futuro de los hijos, las escuelas a donde mandarlos o cosas por el estilo. Cuando al final terminó de atender el consultorio me encontró sentadito en el piso, mientras comía un pedazo de sandía (son muy ricas en Fernández) y miraba los “tres chiflados” riéndome a carcajadas. “Hola Papi” le dije, “El tío nos puso la televisión y se ve muy bien”. Conociendo a mi padre, por sus adentros se reía, y creo que por la satisfacción de tener un hijo tan emprendedor. No sé que le habría contado a mi mamá, la ahorradora de la familia, para que no me retara. Retar es un eufemismo: por mucho pero mucho menos volaban las ojotas, trapos mojados y otros métodos educativos muy eficaces. De alguna manera mi padre habría pagado esa óptima inversión.
Como les decía el diario había sido por mucho tiempo el único modo para estar informado durante mi infancia, pero quedó como costumbre, respetando el viejo dicho según el cuál “de 0 a 5 aprendes, y luego solo repites”.
En 1985, tenía 22 años y todavía leía el diario cada mañana que Dios nos enviaba a la tierra. No vivía más en Fernández, nos habíamos mudado a Santiago del Estero muchos años antes, puesto que mi mamá había proyectado que nosotros teníamos que terminar la secundaria en la capital de la provincia. Digamos una elección estratégica, considerando los estudios universitarios que no eran opcionales en la dotación familiar.
Un día de mayo de ese mismo año, leyendo el diario de mi ciudad, El Liberal, entre todas la páginas, entre todos los artículos, en el medio de miles de anuncios de todo tipo, leí uno muy pequeño: “El Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, llama a convocatoria para asignar 25 becas de estudio para jefes de departamento y encargados de manutención de máquinas para trabajar la madera. Firmado Cónsul Italiano en Santiago del Estero”.
Eso era todo, dos líneas en un pequeño diario de provincia.
Aquellas líneas me impactaron, pero no tanto como para reaccionar de inmediato o tomar una decisión sobre el tema. Comenzaban a surgir pensamientos tales como “ya veo, no es para mí”, “Quien sabe para quienes será realmente”, “No estoy a la altura de una cosa así”, “Por ahora estoy muy ocupado”, “Mi familia me necesita” (mi padre mientras tanto se había enfermado). No era el monento.
Pero hice algo fuera de lo común: recorté el anuncio y lo puse en un cajón de mi escritorio. Era raro pero ese anuncio parecía estar escrito para mí.
Desde hace dos años dirigía la maderera de la empresa familiar; por motivos para mi inexplicables en ese entonces, me encontré a los veinte años trabajando en la empresa de construcciones “Cheein Hermanos”, en donde mi padre era socio minoritario.
Me acuerdo cuando mis primos me presentaron a los más de cientos de obreros y empleados: “Desde hoy José será el jefe, que tengan un buen día”. Nada más. Sin experiencia de gestión de personal, ni de madera, ni de máquinas para trabajarla, ni de logística industrial, me puse a trabajar con mucha dedicación para dar lo mejor de mí.
El recorte del diario hablaba de “máquinas para trabajar la madera”, mucha coincidencia, no pude ser indiferente. Ese pedacito de papel quedó ahí por algunas semanas, y casi me olvidé. La vida siguía con su rutina, trabajaba por la mañana y tarde, y a la noche iba a la universidad. Estar muy ocupado no me permitía analizar lo que estaba haciendo. Pasa a menudo, que la rutina mata al pensamiento estratégico.
Un día, como pasaba muy seguido en ese período, discutí con uno de mis primos que manejaba la empresa. En esos dos años había aprendido muchas cosas, y podía disentir sobre algunos temas de la gestión de la empresa. Tenía 22 años, y él 42. Mi padre, el menor de los hermanos, se había casado casi a los 50 años y por lo tanto era normal que tuviera primos más grandes que yo.
En los momentos de choques dialécticos, amarguras, desilusiones, heridas narcisistas, autoestima humillada, me detengo. La rutina no tiene más importancia, me paro. En ese momento, tal vez por deseos de revancha, me acordé de ese pedacito de papel. Lo tomé en mis manos, vi la firma y busqué la dirección del vicecónsul italiano en Santiago del Estero, acordé una cita y fui.
El señor Demarco me dijo: “Mire, yo no sé nada, tengo este formulario para completar, pero hay que presentarlo en la embajada en Buenos Aires, buena suerte, aunque…” y se paró, sin decir nada más, levantando la mirada al cielo y abriendo los brazos. ¿Qué quería decir? Hoy lo sé, pero en ese momento no lo había entendido.
Llené el formulario, que al final era solo un curriculum vitae organizado, y preparé mi viaje para Buenos Aires. En esos tiempos para viajar a la capital se necesitaba una cierta organización. El avión era para los extra ricos, los demás teníamos que hacer casi 20 horas de colectivo para recorrer los 1300 km que separan a Santiago del Estero de Buenos Aires.
“Dios está en todas partes, pero atiende solo en Buenos Aires” como dicimos los argentinos de las provincias. Tenía 22 años, y no tenía miedo de hacer un viaje así. Además, desde que fui a hablar con el vicecónsul, tenía que terminar el trámite que había empezado.
Me organicé para llegar a Buenos Aires a la mañana temprano, así poder ir a la embajada y volver ese mismo día por la noche: dos noches en colectivo entre ida y vuelta, para no gastar plata en un hotel.
En esos años, durante el viaje, el colectivo tenía varias paradas, en las cuales uno podía ir al baño y comer algo. Hoy, el mismo viaje demora 12 horas, no tiene paradas, incluye cena y desayuno, dos baños incluidos, televisión, azafata, asientos camas; son colectivos de dos pisos, enormes y muy cómodos. En el 1985 todo eso era ciencia ficción, y si me lo hubieran contado como es ahora, no les habría creído. Ademas hoy habríamos hecho todo por mail o con una app en alguna página de internet. Era un mundo muy diferente.
Después de este viaje tan desafiante, llegué a la embajada italiana. Extrañamente no era en el consulado, a donde generalmente se tramita todo tipo de documentación, había que hablar con el responsable cultural de la Embajada Italiana. La embajada se encuentra en un edificio antiguo en una de las mejores zonas de Buenos Aires. Parecía un cuento fantástico, pero yo no le daba tanta importancia. Tenía que entregar el formulario y volver a casa.
Llegó la hora de la cita y el responsable cultural, un señor con barba que parecía haber salido del libro Corazón de De Amicis, me recibió la documentación, me miró, sonrió, levantó los brazos como lo había hecho el vice cónsul, y me dijo: “Yo en su lugar no me hubiera hecho semejante viaje inútilmente”
¿Perdón, Cómo? Le pregunté.
“Nosotros estamos obligados a publicar estas convocatorias, pero ya sabemos quienes participarán al curso. Son los hijos de embajadores extranjeros en Italia, parientes de cónsules, o recomendados que mandan las empresas extranjeras que gastan millones de dólares en esas máquinas. Ud no tiene ninguna de esas características, no tiene ninguna posibilidad, lo lamento mucho”
Me quedé petrificado, o tal vez helado.
Con mucho pragmatismo le respondí: “Me hice este largo viaje, Ud. recíbame el formulario, si quiere cuando me vaya lo puede tirar a la basura sin que yo lo vea”. Asentí, nos saludamos y me fui.
Saliendo me puse a admirar con calma la majestuosidad de la embajada, realmente un edificio bello e imponente. Pensé que había sido un lindo sueño, que había visto un hermoso lugar, que por lo menos la charla había sido agradable, que tenía que volver a mi casa y seguir con mi vida, que de todos modos no era tan mala, al contrario me gustaba lo que estaba haciendo, aunque con muchos obstáculos.
Todo esto fue hacia fines de junio del 1985.
Conté todo lo que pasó a mi familia, no me acuerdo lo que me dijeron, y todo terminó ahí. Pero había algo raro a mi alrededor, sentía algo diferente, una sensación nueva, una magia particular. De eso sí me acuerdo, estaba como en una nube. Tal vez la nube que me llevó ese recorte, y al final me había sugerido que existían otros caminos y que el mundo no teminaba en esa pequeña ciudad del norte argentino.
Comenzaba el frío en mi ciudad. Dura solo un par de meses, desde la mitad de junio hasta la mitad de agosto. Seguía trabajando en la maderera en el complejo industrial La Candelaria (llevaba el nombre de mi abuela paterna), a donde aprendí a trabajar con mi tío Juan, mi mentor en el trabajo.
A los 14 años ya había hecho una pasantía en La Candelaria, con mi tío Juan. Mi madre tenía el temor que yo creciera en el bienestar sin darle importancia al trabajo. Un sabio concepto, pero era muy exagerada al respecto. Me pasé trabajando todo el verano con mi tío Juan. Me buscaba a las 6 de la mañana con su ayudante personal, el señor Battaglia, ya el nombre era todo un programa. Por dos meses me hizo contar pernos y tornillos que estaban dentro de cajas industriales. Tenía que hacer el inventario. Después de una semana me dí cuenta que era un trabajo inútil. La cuenta daba siempre 500, muy previsible considerando que llegaban de la fábrica.
Me atreví a hablar con mi tío, y le dije: “Tío Juan, es obvio que, llegando de la industria, la cuenta de pernos y tornillos será siempre 500. No tiene sentido”.
Él riendo, me dió una palmadita amorosa en la espalda y me respondió: “Josecito, aquí se hace como yo digo. Hoy tal vez no entiendes el valor de lo que estas haciendo, pero un día lo entenderás”.
Lamentablemente ya no puedo decírselo, pero se lo escribo: “Tío Juan, tenías razón, ahora lo entiendo y te agradezco”
Cuando volví a trabajar en La Candelaria, ya a los veinte años, me seguía siempre el mismo tío Juan, que sobre todo al principio me ayudó mucho. Siempre estuve contento de trabajar con él. Ha sido como mi segundo padre.
Para comunicarnos en la empresa, nosotros pseudo dirigentes usábamos radios portátiles. Mis primos eran radio aficionados y habían construido este sistema de intercomunicación por radio muy eficaz.
Un día a p...

Índice

  1. Cover
  2. Indice
  3. Frontespizio
  4. Copyright
  5. 1 – Días distintos
  6. 2 - Eran otros tiempos
  7. 3 – En la nave espacial
  8. 4 - Qué hermosa eres Roma
  9. 5 - El mar
  10. 6 - El primer día de escuela
  11. 7 – Aprendiendo
  12. 8 - Luna de miel
  13. 9 - Luna de miel italiana
  14. 10 - Solo se trata de vivir o sobrevivir
  15. 11 - Campeones del mundo
  16. 12 - Pescador de hombres
  17. 13 - Adiós Italia
  18. 14 – Y la vida continúa… también sin nosotros
  19. 15 - Un grupo de amigos
  20. 16 – El trabajo es salud
  21. 17 - Aldo
  22. 18 - Egoísta… por supuesto, ¿porqué no ?
  23. 19 - El Pollo y El Sindaco
  24. 20 – Democracia, esa desconocida
  25. 21 - Pierdomenico
  26. 22 - The End… first time
  27. 23 - Romagnolos al trabajo
  28. 24 - La Candelaria
  29. 25 - Una guerra útil
  30. 26 – Entrenando al heredero
  31. 27 – De clandestino a manager
  32. 28 - The end… second time
  33. 29 - Kafaraka
  34. 30 - Mi papá no hablaba mucho