La sociedad novohispana
eBook - ePub

La sociedad novohispana

estereotipos y realidades

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La sociedad novohispana

estereotipos y realidades

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Esta obra trata de desmantelar algunos de los prejuicios dominantes en la visión de la historia del México virreinal y de advertir acerca de la forma en que éstos han contribuido a distorsionar la imagen del pasado.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La sociedad novohispana de Solange Alberro, Pilar Gonzalbo Aizpuru en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia de Latinoamérica y el Caribe. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2013
ISBN
9786074626681
III. LA IGLESIA: PRELADOS, INSTANCIAS
CONSULTA AL ARZOBISPO DE MÉXICO
Manuel Joseph Rubio y Salinas, arzobispo de México, fue también consultado acerca de la conveniencia de abrir el Colegio para sacerdotes indígenas que solicitaba el bachiller Julián Cirilo de Castilla. El prelado, oriundo de Castilla la Nueva y con una brillante trayectoria en España, había llegado a la Nueva España en 1749, cuando contaba ya con 46 años, siendo por tanto un adulto en plena madurez.[1] En respuesta a la cédula real que le pidió su parecer al respecto, el arzobispo contestó por un escrito que revela gran capacidad de reflexión, moderación y claridad mental. A diferencia del fiscal, Marqués de Aranda, el arzobispo ya lleva seis años viviendo en la Nueva España, en contacto estrecho con los novohispanos y en particular con los indígenas, puesto que la mayoría de las parroquias del arzobispado son pobladas en su mayoría de indios. En 1755, cuando contesta a la solicitud que le hizo el monarca, ya ha visitado, como es su obligación, al menos una parte de su amplio arzobispado, por lo que tiene una experiencia que le permite emitir opiniones fundamentadas.
Empieza su exposición recordando los principios de la evangelización en la Nueva España recién conquistada,[2] y el papel del mismo Cortés y de los virreyes que se empeñaron en introducir entre los indios “el uso de todas las artes, la agricultura, la arquitectura y todas las artes mecánicas”. Es obvio, los templos y palacios de Moctezuma, el orden y la riqueza de los mercados, las chinampas, los atuendos y adornos de los reyes y principales, etc., que deslumbraron a un Cortés o a un Díaz del Castillo no le parecen al arzobispo del siglo XVIII caber en la categoría de “artes”. El virrey, Conde de la Coruña, incluso, a pesar de las prohibiciones al respecto, estableció obrajes y fábricas de géneros de lana, “con lo que se desterró de entre ellos aquella deforme desnudez a que se habían acostumbrado y a los ojos de los españoles, aun con tanta repugnancia de la honestidad natural”. Tenemos aquí un claro ejemplo de relativismo cultural: para el prelado el vestirse con poca ropa —los hombres sólo visten una manta—, según estilan los indios, equivale a andar desnudos, pues los códigos occidentales imponen ocultar los miembros y la mayor parte del cuerpo. Además, los indios usan géneros de ixtle —los macehuales— y de algodón —los principales—, siendo sólo la lana —y otros géneros de origen occidental o asiático— aceptada como textil civilizado. No sólo las “artes” reconocidas como tales deben ser las del Viejo Mundo, en particular, en las modalidades que el Siglo de las Luces valora, sino también valores, conductas y hábitos tales como la “honestidad” que, según los criterios europeos de la época, consiste en primer lugar en ocultar la mayor parte del cuerpo humano y luego, en el uso de ciertos textiles y determinado tipo de vestimenta, con exclusión de otros.[3] Por otra parte, como es de esperarse en un hombre del siglo XVIII, la desnudez se opone a la honestidad “natural”, adjetivo muy frecuente en el vocabulario de la Ilustración. Esto implica sin duda que los europeos cumplen con la honestidad “natural” al cubrirse con ropa de lana mientras los indígenas que usan vestimenta de ixtle o algodón y no ocultan las partes de su anatomía que los europeos esconden, no participan de lo “natural”.[4]De modo que desde la Conquista, todos los poderes hicieron lo imposible para que “los indios saliesen de aquella infeliz condición en que los hallaron los españoles y en que hoy se conservan” […] y “se agotaron todos los arbitrios que es capaz de sugerir la humana providencia” para lograrlo. Pero todo resultó inútil y los indios siguen siendo como antes de la llegada de los españoles. La razón de esta situación no está clara: puede ser “porque no quieren disfrutarlo [todo lo bueno que se les aportó] o porque no se proporcionan a ello, con tal insensibilidad como si de forma voluntaria lo hubieran renunciado al modo de los que profesan la pobreza evangélica o la vida solitaria, o como si hubiera resucitado en el mundo el antiguo estoicismo”. La sencillez y austeridad de los indios que el obispo Palafox encarecía y que el mismo Rubio y Salinas no duda en comparar con la pobreza evangélica y el estoicismo, se vuelven ahora incomprensibles y hasta reprehensibles, pues se oponen a las nociones subyacentes de progreso, bienestar y al final de “policía” y “civilización” como las entienden las mentes ilustradas.[5] Sin ser un delito, rechazar el uso y gozo de los bienes materiales considerados como normales por las élites está convirtiéndose en una conducta considerada como reprobable. La sociedad de consumo de nuestros tiempos está en puertas.
Tampoco se logró sacar a los indios “de la aspereza de los montes, de los barrancos y dispersión en que vivían”, situación combatida desde el siglo XVI con la congregación forzosa de los indígenas en pueblos concebidos según el modelo peninsular.[6] El inconveniente que denuncia el prelado es la incomunicación que resulta de esta dispersión, que se agrava con la multiplicidad de lenguas nativas y hasta la diferencia absoluta que existe entre unas y otras. Los que fueron reunidos en pueblos, se les otorgó suficientes tierras, ejidos, pastos y aguas para su mantenimiento y unas leyes precisas se expidieron para impedir su eventual enajenación. Estas provisiones también resultaron inútiles pues
[…] nada de esto ha bastado para que dejen de despojarse de todo y que el dominio pasase a los españoles, viviendo ellos más felices de colonos de éstos o como siervos adscritos en sus haciendas o ingenios y todo género de predios rústicos. Pueblos enteros, y numerosos, se encuentran, en que no tienen un palmo de tierra en qué sembrar ni aún en qué vivir, y tales son los más de la comarca de esta ciudad,[7] porque todos viven de su trabajo personal, alquilándose como gañanes en las haciendas o profesando las artes mecánicas rudamente [sic], porque con perfección nada ejercitan; son carpinteros, albañiles, herreros y aún escultores y pintores, y ninguno tiene herramienta ni los instrumentos de su arte ni oficina propia y sólo presentan sus personas para trabajar a la dirección de los maestros de todas artes, que o son españoles, o mestizos, o mulatos.[8] Finalmente en todos estos oficios viven como miserables jornaleros. Si llegando a la vejez, o antes, los preocupa alguna enfermedad, no tienen más recurso que a la mendiguez o a morir de necesidad.
Quiero hacer algunos comentarios respecto a esta cita. En primer lugar, se plantea la cuestión de la propiedad de las tierras, ejidos, pastos y aguas que se otorgaron a las comunidades indígenas. De nuevo tocamos aquí un problema de antropología y etnohistoria histórica que no podemos resolver en este ensayo. En efecto, ¿que significa la propiedad de tipo castellano y, en última instancia, romano, para un indígena mesoamericano acostumbrado desde hace milenios a formas muy distintas de tenencia de la tierra? ¿Y qué significa para un español la propiedad comunitaria de los indígenas? Por otra parte vemos que, al menos a mediados del siglo XVIII, los indígenas — por lo menos los del valle de México y tal vez del arzobispado—, reacios a aceptar en ciertos campos valores y comportamientos introducidos por los europeos, no se niegan a convertirse en “colonos” —los futuros peones de las haciendas decimonónicas que el prelado no duda en llamar “siervos”, en una acertada comparación con el feudalismo europeo—. También se vuelven trabajadores “personales”, como nuestros actuales albañiles, plomeros y demás artesanos que hoy día todavía esperan en plazas públicas ser alquilados por algún vecino para ejecutar una tarea determinada. Estos trabajadores a destajo ni siquiera poseen herramientas propias y, como los proletarios del siglo siguiente, alquilan su fuerza de trabajo y sus habilidades. En este punto, al menos, la aculturación fue exitosa: ahora los indígenas, si bien siguen siendo miserables, se desempeñan a nivel individual y no colectivo, como en los ya lejanos tiempos prehispánicos, son libres de alquilarse con quien sea para cualquier trabajo.
En cuanto al hecho de que los indios se dedican a ciertas artes pero “rudamente”, la cuestión es más compleja. En efecto, lo hemos señalado, lo que los españoles distinguen como “artes” corresponde a las diversas habilidades que en Europa se consideran bajo esta categoría.[9] Por tanto, escapan a la esfera del “arte” los textiles de factura indígena, la alfarería, el arte plumario, el de la laca, la música virreinal culta y más aún popular que incorpora instrumentos y ritmos indígenas, la escultura y la decoración barroca tardía de tantas iglesias y capillas pueblerinas y serranas, las artes menores que hoy día llamamos —aun con cierto dejo despectivo por parte de algunos sectores de la población mexicana actual—, las “artesanías”. Además, sabemos que muchos de los lienzos que ostentan las firmas de los pintores más famosos del siglo XVIII mexicano —para sólo citar a uno, Miguel Cabrera— fueron pintadas en talleres donde trabajaban numeroso artesanos/artistas, algunos o muchos de los cuales eran indígenas. Si bien su margen de innovación y espontaneidad era reducido, a la vez por los códigos severos que regían el arte de la pintura y por la supervisión estrecha del maestro que al final firmaba el lienzo, es obvio que la mera técnica de los asistentes indios —pero también negros y sobre todo mestizos y mulatos en el siglo XVIII— distaba de ser “ruda”, porque de haberlo sido, el maestro no habría admitido al trabajador en su taller. En última instancia, debemos señalar el hecho de que a mediados del siglo XVIII, quienes habían trabajado toda su vida “alquilando sus personas” no tenían con qué asegurar su vejez ni en qué caerse muertos. La crítica expresada aquí por el arzobispo Rubio y Salinas en el sentido de que los indígenas no se preocupan por asegurar su vejez y sus eventuales enfermedades resulta anacrónica pues corresponde a una mentalidad moderna que considera la prevención y el ahorro en vista de los probables infortunios y de la vejez como imprescindibles.[10]
Por lo que se refiere a las ciencias,
[…] ha sido el progreso de los indios cortísimo; son muy raros en tanto tiempo los que se han señalado en esta carrera y apenas hay memoria de uno u otro; y la mejor prueba de esto es que en el Seminario de esta ciudad, hay cuatro becas destinadas precisamente para los indios, y en que hasta ahora, no se ha verificado que se haya hecho injusticia dándolas a españoles. Para su provisión, siempre hay trabajos porque son poquísimas las familias que no están infamadas por delitos y castigos correspondientes o por otras atrocidades.
Según el prelado, a pesar de recibir el mismo trato y atención de los maestros, ninguno de los estudiantes indígenas logró obtener un grado mayor en la Universidad, muchos abandonaron los estudios y los que los terminaron no pasaron de ser mediocres. Estos últimos consiguieron entonces las órdenes mayores y se conformaron con ser vicarios o coadjutores de los curas. En realidad, sabemos que a menudo, cuando indígenas solicitaban una de estas becas, se les contestaba que no había dinero suficiente para ellas, cuando en realidad eran atribuidas a españoles. Por otra parte, sabemos también que fueron numerosos los estudiantes indígenas que obtuvieron el bachillerato y pudieron por tanto acceder, al menos en teoría, al sacerdocio.[11] Pero cuando los impetrantes lograron entrar al Seminario, el arzobispo declaró que
[…] descubren comúnmente los vicios que son como carácter de esta nación, la embriaguez, lujuria y crueldad, o caen en dos crímenes que se han visto muchas veces, y son la solicitación intra confessionem o la revelación del sigilo sacramental.[12] Esto hace que muy tarde y con una observación muy prolija, tomada desde su niñez sin interrupción, se les provea en curatos que logran algunos, y suelen salir muy buenos, como al presente los hay en este arzobispado, pero ninguno eminente en alguna línea, ni en latinidad y buenas letras, ni en teología o en otra facultad mayor, y lo que es más, ni aún en escribir bien.
Volvemos a encontrar las mismas críticas que hacía el Marqués de Aranda de los indios: son inconstantes, mediocres estudiantes y padecen de los vicios propios de su nación, la embriaguez, la lujuria, a los que el arzobispo añade la crueldad,[13] los delitos de solicitación y la violación del sigilo sacramental por parte de los sacerdotes. Además, muchas de las familias de los candidatos a entrar al Seminario son infamadas por delitos cometidos por algunos de sus miembros y los consiguientes castigos que éstos recibieron, delitos cuya naturaleza tampoco es revelada.[14] El carácter de estas familias principales se presta a comentarios y resulta que todas están mezcladas con españoles y dejaron de ser “indias”. Ellas son
[…] pobres y abatidas, sin distinción alguna en la parte exterior, en el traje y en la educación de los demás indios, a excepción de no ir enteramente descalzos o llevar capa en lugar de tilma o manta, y esto si es el primero de la familia, porque los demás van como el resto de su nación. Las mujeres de estas familias son por lo común las fruteras de esta ciudad, que la venden en las plazas y calles, y las verduras y flores; algunas en estos ejercicios y en el cultivo de ciertos pedazos de tierra que conservan, adquieren alguna decencia con que se recomiendan más en lo exterior, pero muchas entre ellas descienden a ejercicios más...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
  3. ÍNDICE
  4. PRÓLOGO
  5. PRIMERA PARTE. LA TRAMPA DE LAS CASTAS. Pilar Gonzalbo Aizpuru
  6. INTRODUCCIÓN
  7. I. EL PROBLEMA Y LOS CONCEPTOS
  8. II. LA REALIDAD Y LAS LEYES
  9. III. LAS RESPUESTAS DE LAS FUENTES
  10. IV. LAS CASTAS Y LA VIDA COTIDIANA
  11. V. EL SIGLO XVIII Y LA DISTINCIÓN DE CALIDADES
  12. VI. ALGUNAS REFLEXIONES: INVENTANDO IDENTIDADES
  13. ANEXOS
  14. ARCHIVOS Y BIBLIOGRAFÍA
  15. ÍNDICE DE CUADROS
  16. SEGUNDA PARTE. LOS INDIOS Y LOS OTROS: MIRADAS CRUZADAS. TLAXCALA, MÉXICO, MADRID, 1753-1779 (¿?). Solange Alberro
  17. A MODO DE INTRODUCCIÓN
  18. I. LOS INDIOS: NOBLES, CACIQUES Y GOBERNADORES
  19. II. LAS AUTORIDADES CIVILES
  20. III. LA IGLESIA: PRELADOS, INSTANCIAS
  21. CONSIDERACIONES FINALES
  22. ARCHIVOS Y BIBLIOGRAFÍA
  23. CONCLUSIONES GENERALES
  24. COLOFÓN
  25. CONTRAPORTADA