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Contranarrativas urbanas

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Contranarrativas urbanas

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Información del libro

Este libro escrito colectivamente, propone comprender las [contra] narrativas patrimoniales de la monumentalidad histórica y nacional en tres ciudades capitales latinoamericanas: Santiago, Buenos Aires y Brasilia. Se parte de la premisa que la definición e instalación de la monumentalidad contiene en sí idearios y utopías de la nación. Tarea que ha sido históricamente privilegio del Estado y su institucionalidad, tendiendo así a una narrativa monolítica y excluyente acerca de la ciudad ideal. Sin embargo, las ciudades y sus monumentos son también espacios en disputa, ya sea a través de la escritura, reescritura o la performance conmemorativa de sus formas resignificadas.

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Información

Año
2019
ISBN
9789563571790




TERCERA PARTE
BRASILIA, CIUDAD MONUMENTAL
La capital posimperial1
Gustavo Lins Ribeiro

A uno le puede gustar o no, Brasilia. Sin embargo, es imposible ser indiferente a esa ciudad única, cuya aura, desde los principios de su construcción, atrajo la atención y la imaginación del país y del mundo. Seguramente, hay muchos motivos para hacerla única. Pero exploraré el hecho de que la capital de Brasil sea una ciudad planificada, una ciudad posimperial, así como la búsqueda de sus habitantes por una identidad candanga2.
Capital de Brasil
Brasilia es la capital de un país que además despierta la curiosidad mundial, casi siempre asociado a estereotipos tropicalistas como selvas, clima caluroso, playas, personas alegres, mujeres sensuales y semidesnudas. Es bueno decir desde un comienzo que Brasilia contradice este imaginario global que nos caracteriza desde la llegada de los portugueses y que, actualmente, corresponde en gran medida al uso de la imagen de Río de Janeiro como metonimia de la identidad nacional brasileña.
Fue Colón, al sorprenderse con la boca del río Orenoco, el primero en asociar el área tropical de América del Sur al paraíso. Dio inicio así a una geografía idílica de larga duración. Cuando Pêro Vaz de Caminha escribió su famosa carta describiendo lo que veía, dedicó, con deseo mal disfrazado, buena parte de su relato a los cuerpos de las nativas, a sus “vergüenzas” tan naturalmente exhibidas que desconcertaban a aquellos hombres provenientes de una Europa conservadora y marcada a hierro y fuego por la Inquisición. Más tarde, los buenos salvajes, los nativos que vivían en una tierra en la cual “plantándolo, todo se da” –el marco mítico de todas las fronteras agrícolas en expansión– proporcionarían al pensamiento europeo la base para pensar que otro mundo era posible, con libertad, igualdad, fraternidad y, quién sabe, tal vez con un comunismo primitivo.
El repertorio tropicalista sigue demostrando su eficiencia. A fin de cuentas, por sus selvas siempre verdes Brasil se tornó el foco de la agenda de la cuestión ambiental, elevada ahora a problema planetario. Este país también sigue proveyendo modelos alternativos para el incremento de la libertad mundial, esta vez no por fuerza de sus pueblos indígenas (ese papel hoy es desarrollado por los indígenas bolivianos, ecuatorianos y mexicanos, estos últimos con su neozapatismo), sino que por las manos de una izquierda intelectualizada, globalizada y políticamente activa en el campo de las ONG, con su proyecto de foros sociales mundiales.
Brasilia sintoniza más con el proyecto de una izquierda intelectualizada que con la sobrevivencia eficaz de estereotipos históricos destinados a confirmar el rol subordinado de los brasileños en el mundo. En realidad, Brasilia fue una ruptura explícita con el imaginario colonialista que identificó a Brasil con el litoral tropical y cuyas capitales, Salvador y Río de Janeiro, hasta hoy lo retroalimentan. Nace en el momento de un arranque nacionalista y desarrollista que propugnaba la construcción de una nueva nación a partir de su interior. No es por casualidad que es tan difícil, al hablar sobre esta ciudad, escapar de una perspectiva nacionalista. No es por casualidad que el binarismo litoral/sertón3 reaparece cuando se piensa en Río de Janeiro/Brasilia.
El proyecto intelectual de izquierda se realizó por medio de un planificador socialista, Lúcio Costa, y un arquitecto comunista, Oscar Niemeyer, bajo el liderazgo de un presidente bossa nova4, Juscelino Kubitschek, admirador de la inteligencia y de la innovación. En contraposición a las capitales anteriores, Brasilia se aleja radicalmente de la identificación Brasil = naturaleza al servicio de Europa. De hecho, no está marcada por la exuberancia natural de Río de Janeiro, geografía innata y cada vez más degradada. Es creación humana, planificación, realización de actores concretos: aquellos que consolidaron las condiciones políticas preexistentes, la dibujaron y la construyeron. Brasilia atrae porque es realización humana, no fetichizada por la historia.
La ciudad planificada
Cuando nos adentramos en ciudades que existen hace siglos, al mismo tiempo en que sus diferentes lugares se revelan inmediatamente a nuestros sentidos, los factores que llevaron a la configuración hoy vigente son incomprensibles o se esconden. Al fin y al cabo, fueron miles de personas y eventos que, a lo largo del tiempo, estructuraron lo que vemos. Todas las ciudades no planificadas son fetichizadas por la historia. Por detrás de ellas, se encuentran profundos movimientos históricos que van dando forma al espacio urbano, transformándolo, (re)creando arquitecturas, llevando a que desconozcamos por qué tienen esta o aquella forma y dinámica.
Las ciudades planificadas, al contrario, revelan inmediatamente ser resultantes de acciones humanas. A fin de cuentas, tienen creadores, son productos de autores y fundadores. Aun más, una ciudad como Brasilia, vinculada tan fuertemente a una ideología urbanística y arquitectónica con identidad propia, como el modernismo. Brasilia, antes de ser realidad, fue pensamiento en la cabeza de Lúcio Costa, que estructuró el nuevo espacio urbano en los moldes de otro producto humano, la gramática urbanista modernista. La humanidad de la ciudad planificada es inmediatamente denunciada, pues aquel plano (piloto) es claramente el resultado de la mente y del esfuerzo humano, y no de una geografía o de una historia naturalizadas, transformadas en fetiche. En Brasilia se sabe de sus arquitectos, de sus fundadores –JK5, Israel Pinheiro–, de sus constructores –sesenta mil candangos–.
Al revelar su condición de producto humano, la ciudad planificada, en contraste con las ciudades no-planificadas, entra desfetichizada en la historia. Por esto, causa extrañeza. Cuanto más obvia es la autoría y cuanto más impactante la planificación urbana y su arquitectura, mayor el extrañamiento. Atónitos, despojados de los referenciales urbanos de sus experiencias anteriores, muchos dirán que Brasilia es una ciudad artificial, como si hubiese una ciudad natural, construida por la naturaleza. Dirán que la ciudad no tiene esquinas, como si en ella nunca se doblara una calle o un callejón. Que la ciudad no tiene calles o espacios para las personas, cuando, en lugar del pasillo clásico y limitador que guía y restringe la mirada del transeúnte –la calle–, lo que se tiene es una amplitud que deja ver el cielo y el horizonte.
Una ciudad como esta revela a los habitantes de todas las otras que ellas son lo que son en función de historias casi siempre desconocidas y de sujetos anónimos. El fetiche de Brasilia será otro: el del modernismo, el de la ideología urbanista y arquitectónica entronizada en patrimonio, incorporada en personas realmente existentes. Transformadas en autoridades sobre el destino de toda una ciudad, a veces ellas devanean respecto a su súper poder de autor, a veces hacen que otras personas o instituciones devaneen sobre su poder de congelar la vida urbana. El fetiche oculto en otras ciudades bajo camadas profundas de historia, en Brasilia toma forma humana y es adorado en el culto a la genialidad de sus autores y a la capacidad política y emprendedora de sus fundadores. De este modo, es preciso congelar el momento único, excepcional de la creación, la coyuntura de hombres admirables, de energía nacionalista transformadora. Que sea declarada patrimonio.
Brasilia es una ruina precoz del siglo XX. Su planificador pensaba que era posible cambiar las relaciones de clases del país con un plan urbano. El socialismo de Lúcio Costa pronto fue derrumbado por la sociología del Brasil real. El gran frente de trabajo, que representaba la construcción de la ciudad en la última mitad de la décad...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Índice de croquis
  6. Introducción
  7. PRIMERA PARTE
  8. SEGUNDA PARTE
  9. TERCERA PARTE
  10. Autoras y autores
  11. Bibliografía