De Fuerteventura a París
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De Fuerteventura a París

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De Fuerteventura a París

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Información del libro

Obra poética de Miguel de Unamuno a raíz de su reclusión en Canarias, en la que el poeta desgarra su sensibilidad tanto desde un punto de vista político ante el destierro y la situación de españa como abre vías de nostalgia y evocación por un pasado perdido.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN
9788726598384
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía

XCVIII

La gana, la real gana, es cosa vana
y va a dar a la nada su sendero,
pero el entendimiento para en pero...
y todo va dejándolo al mañana.
«¡Hay que obrar! —grita así la gente sana—;
«¡palo! ¡palo!», mirando al matadero.
¿Qué importa que la res sea cordero
o loba? ¡Nuestra ley todo lo allana!
A unos pobres muchachos vil garrote,
«sin efusión de sangre», ¡oh, gran clemencia!,
en Vera les han dado, sin que brote
ni un quejido del pueblo; su paciencia
espera a que el rifeño nos derrote
la dictadura vil de la demencia.
París, 19-XII.
 
Este soneto y los que le siguen están dominados por el problema de la gana, la real gana, la santísima gana y su diferencia de la voluntad.
Sabido es que Schopenhauer, el pesimista, nos admiraba a los españoles, y nos admiraba en virtud de su pesimismo, porque hacemos radicar la pura voluntad, la voluntad ciega, la voluntad sin inteligencia, en los órganos genitales del macho, en la «masculinidad completamente caracterizada», que dijo el Primo en su Manifiesto. La gana va a dar a la nada, otro concepto muy castizo. ¿Por qué Amiel, en su Diario íntimo, pone la palabra nada en español? Y la nada produce el nadismo, que es el nihilismo español castizo, el quietismo de Miguel de Molinos, el aragonés.
Sobre esto acabo de escribir en mi libro La agonía del Cristianismo, que aparecerá en francés en la colección Christianisme, que dirige P.-L. Couchoud y edita aquí, en París, la Casa F. Rieder y Compañía.
Y ahora a lo de los pobres muchachos de Vera. Que fueron aquellos ilusos, engañados no se sabe por quién y acaso en connivencia con la policía española, que les tendió ese lazo, que entraron en España por Vera, en la frontera de Navarra, creyendo que estaba preparada una revolución republicana y... en los cuarteles! Hubo lucha con la guardia llamada por contraposición civil —rabón, el que no tiene rabo— y murieron unos guardias y unos revolucionarios, inocentes víctimas unos otros de pecados de sus respectivos directores. Se les sometió a juicio, en Consejo de guerra militar, a los revolucionarios restantes, y a pesar de la petición del fiscal, que pedía para tres de ellos pena de muerte, el Consejo los absolvió de esa pena por falta de pruebas... Pero como la Dirección de la Guardia llamada Civil, o acaso mejor la Junta de Defensa del Cuerpo, no puede pasar porque no se dé muerte al que haya ocasionado la muerte de un número —sea como fuese— exigió la revisión del fallo, amenazando acaso con retirar sus fuerzas de los puestos si así no se hacía. Negóse a pedir en el Supremo la pena de muerte el digno fiscal de él, se le hizo dimisionar y se nombró a otro que, coaccionado, la pidió, añadiendo petición de indulto. Pidió también el indulto el obispo de Pamplona, en cuya diócesis radica Vera, pero se lo pidió no al Rey ni al supuesto Presidente del Directorio, sino al Director General de la Guardia sedicente civil. Los pobres chicos fueron agarrotados, menos uno, que huyendo del garrote se tiró desde un tejado, estrellándose contra el suelo y regándolo de sangre. Después se dijo oficialmente que se les había condenado a garrote por «insultos a la fuerza armada», y se condenó a reclusión perpetua a los jueces militares del Consejo de Guerra que los absolvió de esa pena.
Creo, sin embargo, que hubo la clemencia de no darles mas que garrote, evitando así el tener que aplicarles la ley de fugas o sea fusilarles por la misma Guardia insultada. Y me fundo para ello en algo que oí de labios de Don Alfonso XIII, del Rey actual —hoy 10-I-1925— de España, y lo oí con mis propios oídos, presente el conde de Romanones, la última vez que hablé con él, cuando me hizo llamar para pedirme merced.
Fué que diciéndome el XIII que bien se veía cómo en España no había nada intangible, le repliqué: «Sí, Señor, hay algo intangible, y es la Guardia Civil.» Le referí el caso de aquel pobre gitano de Alicante que hirió a un guardia que se murió luego de tétanos, y al cual gitano se le dió garrote. Y añadí que hay que acabar con la pena de muerte o por lo menos con esa forma de ejecución, y no por el reo, no por el condenado, sino por el verdugo; que hay que acabar con el verdugo, que hay que rescatarle. Y si no exaltarle y rodearle de prestigio y hasta ennoblecerle, como quería el rígido y lógico tradicionalista Conde de Maistre. Que olvidaba lo que el Señor dijo sobre Caín. Al fin, Sócrates tomó por sí mismo la cicuta. Y creo que si no se suprime la pena de muerte debe suprimirse el verdugo y que a los reos de muerte se les fusile por un pelotón de soldados forzosos o de guardias. O en todo caso que esos que al oír de suprimir la pena de muerte exclaman: «¡que la supriman antes los asesinos!» sean ellos los que la ejecuten. Que no faltarían hombres de orden que se ofrecieran de verdugos honorarios.
Al oírme aquello —estas otras ampliaciones las doy ahora aquí —el XIII me replicó: «Ah, pero es que la pena de muerte existe en casi todas partes, hasta en la República Francesa, y aquí menos mal aún, que es sin efusión de sangre.» ¡ Sin efusión de sangre! Quería decir, con muy aguda abservación, que el garrote es más humanitario que la guillotina o que el fusilamiento, porque es sin efusión de sangre. Lo que tampoco es cierto. Y en todo caso hay hemorragia interior, a que tan expuestos están los hemofílicos, y aunque no les den garrote. Basta oprimirles un brazo para producirles un cardenal.
De todo esto deduzco que a los pobres ilusos que entraron en Vera creyendo derribar así el trono se les condonó la pena de ser fusilados por insultos a la Guardia sedicente civil por la pena de garrote sin efusión de sangre.
Entretanto, la efusión de sangre seguía en Marruecos. Y no siempre sangre de gallina. Y muchos buenos expañoles esperaban que a la tiranía de la demencia epiléptica y específica le pusiesen fin las victorias de los rifeños sobre el sufrido ejército cuya retirada comprada dirigía el Ganso Real.

XCIX

¡Oh, mi pueblo castizo, el del mañana,
la camarilla y el pronunciamiento,
guarda entre piernas el entendimiento
y en vez de voluntad tiene real gana.
Nada le importa, y harta su galbana
con honda siesta, siesta de jumento,
que no le vengan con el viejo cuento
de la justicia porque es gente sana.
Que le dejen en paz y en el olvido;
que no le den con pensamientos guerra,
¡bien sabe el sueño en el materno nido!
Lástima grande que una vida perra
le fuerce a trabajar por el cocido,
¡ la olla podrida!, su raíz en tierra.
París, 20-XII.
 
Entre las palabras castizas castellanas que han pasado a otros idiomas están, además de mañana, camarilla, pronunciamiento, siesta, también toreador, desesperado, guerrilla, junta y otras. Nada es también casticísima e intraductible.
La gente sana ya se sabe cuál es. Y es curioso que los que más invocan a la gente sana y los que tratan de dirigirla son los enfermos o de avariosis en el cuerpo y en el alma o de envidia en el alma y en el cuerpo.

C y CI

¡Ciento van ya, y nada, nada, nada!
Nada es el tope del mundano empeño;
nada es el fondo de la vida es sueño;
nada, el secreto de cada alborada.
Nada es del río del vivir l...

Índice

  1. De Fuerteventura a París
  2. Copyright
  3. Dedication
  4. I
  5. II
  6. III
  7. IV
  8. V
  9. VI
  10. VII
  11. VIII
  12. IX
  13. X
  14. XI
  15. XII
  16. XIII
  17. XIV
  18. XV
  19. XVI
  20. XVII
  21. XVIII
  22. XIX
  23. XX
  24. XXI
  25. XXII
  26. XXIII
  27. XXIV
  28. XXV
  29. XXVI
  30. XXVII
  31. XXVIII
  32. XXIX
  33. XXX
  34. XXXI
  35. XXXII
  36. XXXIII
  37. XXXIV
  38. XXXV
  39. XXXVI
  40. XXXVII
  41. XXXVIII
  42. XXXIX
  43. XL
  44. XLI
  45. XLII
  46. XLIII
  47. XLIV
  48. XLV y XLVII
  49. XLVI
  50. XLVIII
  51. XLIX
  52. L. y LI
  53. LII
  54. LIII
  55. LIV
  56. LV
  57. LVI
  58. LVII
  59. LVIII
  60. LIX
  61. LX
  62. LXI
  63. LXII
  64. LXIII
  65. LXIV
  66. LXV
  67. LXVI
  68. LXVII
  69. LXVIII
  70. LXIX
  71. LXX
  72. LXXI
  73. LXXII
  74. LXXIII
  75. LXXIV
  76. LXXV
  77. LXXVI
  78. LXXVII
  79. LXXVIII
  80. LXXIX
  81. LXXX
  82. LXXXI
  83. LXXXII
  84. LXXXIII
  85. LXXXIV y LXXXV
  86. LXXXVI
  87. LXXXVII
  88. LXXXVIII
  89. LXXXIX
  90. XC
  91. XCI
  92. XCII
  93. XCIII
  94. XCIV
  95. XCV
  96. XCVI
  97. XCVII
  98. XCVIII
  99. XCIX
  100. C y CI
  101. CII
  102. CIII
  103. Sobre De Fuerteventura a París