Breve historia del Antiguo Egipto
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Breve historia del Antiguo Egipto

  1. 208 páginas
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Breve historia del Antiguo Egipto

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Viaje por las maravillas, enigmas y misterios de la milenaria civilización del Nilo, el mundo apasionante de los faraones, pirámides y templos sagrados surgidos del desierto

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Información

Año
2019
ISBN
9788497632140
CAPÍTULO X
AKHENATON, UN FARAÓN QUE
SE ADELANTÓ AL TIEMPO
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Sello de Amenofis IV, Akhenaton.
HAY OCASIONES EN LA HISTORIA en las que un hombre es capaz de tener una visión que lo adelanta al ritmo de los acontecimientos, alcanzando una comprensión de la sociedad, de la religión, de la familia y de la vida que no se corresponden con las de su tiempo. Normalmente, este tipo de personas son quemadas en las hogueras inquisitoriales, lapidadas, desterradas y cualquier tipo de resto que quede de su nombre y sus obras, borrado. Pero este odio ciego que despiertan no nace de la racionalidad, sino de la cobardía de los poderosos, que sienten miedo ante todo lo nuevo, pues ven en la innovación el germen de un orden revolucionario donde su estatus puede verse amenazado.
Sin embargo, es gracias a este tipo de visionarios con ideas frescas y valientes que el mundo avanza. La pena es que, normalmente, sus méritos se reconocen después de su muerte, al cabo de los años, de las décadas e incluso de los milenios, como el caso que nos ocupa ahora. Un faraón que amaba el arte más que la guerra, que no se avergonzaba de sentirse enamorado de su esposa y que repartía todo cuanto era del estado entre sus súbditos, para que estos se sintieran felices y dichosos. Un monarca que por su comportamiento estuvo fuera de su tiempo con todos lo problemas que esto obviamente le trajo, pero que como todos los bohemios y soñadores de la Historia murió feliz. Relegado a un segundo plano, seguro que en su último suspiro esbozó una leve sonrisa, espejo de la satisfacción que sólo pueden sentir los que ven la vida de una forma justa y sincera.
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El dios sol, Ra, fue sustituido por el sotérico Aton de la mano de un faraón que cambió la historia.
El niño con el que nadie contó
LA VIDA EN LA CORTE TRANSCURRÍA PLACENTERA para los niños salvo por la rectitud de los sacerdotes, que los atosigaban sin descanso con la intención de que se convirtieran en hombres doctos en Teología. La religión era no sólo la base de la vida y del mandato del faraón, ya que el rey era descendiente directo de Dios, sino también la clave para dominar al pueblo. Drogado por el aura divina de los diferentes dioses y sometido por el poder mágico de los sacerdotes, el pueblo jamás osaba resistirse a los designios de la oligarquía egipcia, pues más que a los poderes terrenos siempre se temía a los del más allá, ya que lo sobrenatural en esta vieja tierra era algo palpable y cotidiano. Esta fue, durante milenios, la base de la civilización que dominó gran parte del mundo, unos cimientos contra los que nadie se atrevía a enfrentarse. Pero este muchacho absorto y distraído iba a romper con todo lo establecido.
Amenofis IV fue un niño que pasó desapercibido en la vida familiar e institucional de la corte de su padre Amenhotep III. Prueba fehaciente de ello es que apenas aparece en las representaciones que podemos ver sobre la vida palaciega de la época. Todos los honores y el protagonismo se los llevaba su hermano mayor Tutmosis, pero la tragedia se cebó en él y la corte se conmovió con su temprana muerte. Fue sólo a partir de ese instante cuando el muchacho adquirió importancia, podemos decir incluso que desmesurada y prematura. Pues, aunque no está comprobado, casi con toda seguridad tuvo un tiempo de corregencia con su padre, hasta que éste falleció en el año 1349 a.C. Y es a partir de ese instante cuando, de la noche a la mañana, comienza un período de cambios en Egipto como antes jamás se había conocido.
La economía del país del Nilo se basaba en tres pilares fundamentales: por un lado, las fértiles cosechas que se obtenían gracias a las crecidas y al limo que su bondadoso río sagrado les otorgaba; como segundo factor estaban los tributos que el faraón recibía de los terrenos conquistados, un impuesto de vasallaje que no se perdonaba jamás, pues si no se hacía el pago, la respuesta era la guerra; y, por último, Egipto contaba con el oro que los nubios debían entregar periódicamente, extraído de las explotaciones mineras que se encontraban al sur. Esta conjunción de hechos fue lo que lo convirtió en el país más fuerte de la antigüedad y permitió que su imperio llegase a abarcar gran parte de las tierras de Oriente. Todo ello envuelto en una fastuosa y deslumbrante religión que afianzaba los pilares de la sociedad y que otorgaba al faraón el poder absoluto. El rey era de talante autoritario y gobernaba con mano firme; no son extrañas las representaciones de un monarca matando personalmente a los enemigos capturados en la batalla. Esta imperturbable mezcla fue la clave del éxito de su civilización, sin que el orden establecido experimentara cambio alguno durante milenios.
Imagínense por un momento lo que supuso que, en el cuarto año de reinado de Amenofis IV en solitario, éste decidiera cambiarse el nombre dinástico por el de Akhenaton “el servidor de Aton”, despreciando al supremo dios Amon, a la vez que suprimía el sacerdocio, ordenaba cerrar los templos y repudiar a los antiguos dioses cambiando los ritos que durante milenios habían sido parte de la vida cotidiana a las orillas del Nilo , y erigía una nueva capital del Imperio. Para llevar a cabo esta increíble revolución, despreció todas las funciones que hasta entonces tan severamente habían cumplido los reyes de Egipto.
Nace una nueva religión
MUCHAS HAN SIDO LAS RAZONES que se han esgrimido para comprender los verdaderos motivos que impulsaron a Amenofis IV a emprender un cambio tan drástico. Para algunos historiadores, lo que quiso realmente el nuevo faraón fue realizar un profundo cambio social, pues la casta sacerdotal poseía un tercio de las tierras de Egipto, cuyas cosechas estaban además exentas del pago de tributos. Es posible que el joven rey se sintiera, por tanto, una marioneta en manos de los sacerdotes, y al eliminar su religión no hacía otra cosa que quitarles el poder. Pero si esto hubiera sucedido así, el nuevo monarca habría intentado reforzar su imagen imponiendo un nuevo credo que no sólo lo elevara a los altares, sino que también le confiriera un halo mayor, si cabe, de divinidad, pues con ella el pueblo le sería más fiel que nunca. Sin embargo, nada más alejado de la realidad, como ahora comprobaremos.
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Estatua de Amenofis IV, en la que podemos observar su figura afeminada que algunos arqueólogos achacan a una malformación genética.
Los motivos para un cambio tan drástico, rápido y profundo fueron más sencillos y a la vez más fantásticos de lo que podríamos imaginar. Tal y como nos refleja una estela de la ciudad de Tell el Amarna, mientras el faraón se hallaba cazando leones, contempló un disco solar descansando en una roca con un brillo rojo y dorado. Aquel milagro en forma de sol le impresionó de tal manera que se postró ante él, tomando esta experiencia como una revelación. A partir de ese instante su vida cambió, y también la del imperio que estaba bajo su mandato.
Debido a esta visión, suprime los antiguos dioses instaurando una nueva religión, que a diferencia de la primitiva es bondadosa y justa para el pueblo llano. Los templos ya no son patrimonio exclusivo de los nobles y los sacerdotes, sino que se convierten en la casa del pueblo. Así, la sala hipóstila de uno de los nuevos recintos religiosos que manda construir en Karnak tenía 102 metros de anchura por 53 de profundidad, convirtiéndose en la nave más grande que existiera dentro de un templo antiguo. En aquellas naves pretendió dar cabida a todos cuantos quisieran acercarse hasta las mieles de este nuevo Dios. Las numerosas ofrendas ya no eran para los sacerdotes que hacían de intermediarios ante los ídolos, sino que se repartían entre la gente sencilla, para que tomasen todo cuanto les hiciera falta.
Pero si se analiza con detalle y profundidad, su revolución religiosa es mucho mayor que cualquier otra que jamás haya existido. No en vano, el culto a Aton se convierte en el primer credo monoteísta de la Historia, varios siglos antes de que el profeta Isaías hiciera lo propio con el pueblo hebreo. Tal y como afirmó en su obra Moisés faraón de Egipto el investigador Ahmed Osman, es más que probable que profetas posteriores se basaran en la vida y en la filosofía de Akhenaton para crear sus nuevas religiones, no sólo por predicar la existencia de un único Dios, sino por la doctrina en sí. El ansia de compartir, que implicó de forma indirecta la primera forma de socialismo, y la fe en que la familia era la base de una sociedad digna e igualitaria son, sin lugar a dudas, los grandes éxitos que más tarde hicieron del cristianismo la religión más importante de cuantas hayan existido. Sin olvidar a aquellos que afirman que este olvidado faraón fue, por su política y filosofía, el primer comunista de la Historia, aunque por encima de clasificaciones lo que realmente podemos afirmar es que fue un incansable soñador.
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El faraón y su esposa jugando con sus hijas, una imagen pública que jamás habían dado los monarcas de Egipto.
Aton frente a Amon
LOS CAMBIOS EMPRENDIDOS POR AMENOFIS IV fueron mucho más allá de la religión, provocando una profunda mutación en la sociedad egipcia, algo que jamás le perdonaron los poderosos. La mejor forma de comprobar lo que estoy afirmando es la comparación entre los dioses Amon y Aton. El primero de ellos totalitario, una entidad a la que se debía servir; el segundo, amable y generoso, no le importaba incluso bendecir al resto de naciones hermanas de Egipto; algo que fue visto como un sacrilegio por la casta sacerdotal, un sustrato tremendamente xenófobo que veía a los extranjeros como ciudadanos de segunda clase y a sus naciones como vasallas del país del Nilo, que no compartirían jamás su sabiduría ni sus secretos con cualquiera que procediera de más allá de las fronteras.
Sobre ambos dioses se crearon himnos que hacían las veces de plegarias. Y en sendos poemas queda claro el talante de cada uno de ellos, carácter que, obviamente, era el impuesto en la forma de pensar y vivir de los egipcios. Como en casos así lo mejor es que de primera mano puedan juzgar ustedes mismos lo que les comento, les extracto literalmente los dos textos para que puedan comprobar lo que estoy comentando. El más antiguo de ellos, que sirvió para honrar a Amon en Egipto durante milenios, dice así:
El único que ha creado lo que existe. Aquel de cuyos ojos salieron los hombres, de cuya boca nacieron los dioses. Aquel que ha creado la hierba para el ganado y los árboles frutales para el hombre; aquel que hace vivir los peces en las corrientes y los pájaros en el cielo; aquel que insufla el aire en el huevo y que nutre la cría del gusano. Aquel que hace vivir los mosquitos, los gusanos y las pulgas; aquel que proporciona lo que necesitan los ratones en sus madrigueras y que nutre a los pájaros de todos los árboles.
Compuesto durante el reinado de Amenofis II, el texto deja bien claro que todo soplo de divinidad y de vida es gracias a Amon. Éste es un dios al que hay que servir, pues nada existe sin su gracia; artimaña que utilizaban los sacerdotes para dominar al pueblo llano, erigiéndose en los únicos intermediaros posibles con él, como guardianes de sus templos.
En el himno a Aton, que es además el poema más extenso que ha llegado hasta nuestros días del antiguo Egipto, podremos notar un cambio drástico, en cuanto a benevolencia y sobre todo proyección de la nueva religión, los que nos hace sospechar seriamente cuáles eran las reales intenciones de Akhenaton.

¡Oh viviente Aton, principio de vida!
Creador del germen de la mujer,
hacedor de la semilla del varón,
dador del aliento que anima a todas las criaturas.
¡Múltiples son tus obras!
Éstas se ocultan delante de nosotros.
¡Oh único dios, cuyos poderes nadie más posee.

A todos los que están en lo alto,
que vuelan con sus alas
tú subvienes a las necesidades.

Cuán excelsos son tus designios
¡Oh dios de la eternidad!
Hay un Nilo en el cielo para los extranjeros
y para el ganado de todos los países.

Amaneciendo, brillando, alejándote y vol...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Dedicatoria
  4. Legales
  5. Índice
  6. Prólogo
  7. Introducción
  8. Capítulo I
  9. Capítulo II
  10. Capítulo III
  11. Capítulo IV
  12. Capítulo V
  13. Capítulo VI
  14. Capítulo VII
  15. Capítulo VIII
  16. Capítulo IX
  17. Capítulo X
  18. Breve Guía Para El Viajero
  19. Bibliografía
  20. Otros títulos de la colección
  21. Contraportada